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Los hermanos Llano Narváez fueron abusados sexualmente por el padre Darío Chavarriaga en los años 70. Décadas después de los hechos, sus voces son el testimonio de la profundidad de las heridas de los niños que han sido víctimas de pederastas de la Iglesia, pero también prueba de la ferocidad de unos hermanos unidos para protegerse y contar su versión de la historia. En esta primera entrega, Luis Fernando, Sofía y María Inés le pusieron palabras al dolor de años de silencio, a la impotencia de ver que la injusticia se aferraba a su caso y a la rabia de ver que la Iglesia, como ellos mismos lo dicen, les tapó la boca. Hoy le dan la cara al país y a quien denuncian, el padre Francisco De Roux por, supuestamente, encubrir el caso. Dicen, eso sí, que no se trata de un ataque personal, sino una batalla que abanderan para evitar más casos como el del pederasta Darío Chavarriaga.
“Lo que espero que haya verdad, justicia y no repetición”
Yo recuerdo las visitas del padre Chavarriaga a mi casa. Llegaba y mis hermanas chiquitas, la menor tenía seis años y la mayor 16, se tiraban a abrazarlo. Llegaba con bizcochos a tomar onces. También llegaba con regalos y otros incentivos. Era muy natural todo. Nos sentábamos en la sala o en el comedor, pero lejos estaba yo de imaginar que las mismas intenciones que tuvo él conmigo, también las tendría con mis hermanas en diferente momento.
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Nunca fueron hechos simultáneos o aislados. Los hechos ocurrieron en el lapso de tres años, pero después se dedicó a mantener contacto con nosotros. Fue una persona muy simpática, era una persona muy entradora y agradable en su trato, y se ganaba muy fácil la confianza de los niños porque su principal foco de actividad fue con niños, desde los 16 años para abajo. Siempre tenía juegos y canciones. Eso le permitió mantener contacto con nosotros y llegar a una mayor intimidad cada vez más porque también se ganaba la confianza de los papás.
Las actividades del padre Darío se extendían por fuera de los muros del colegio San Bartolomé de Bogotá. Una vez, en un paseo del colegio a una finca cerca de Villeta, el padre organizó una actividad que pensábamos que era un juego, pero nos pasó su pistola para que cada uno disparara. Ahí pudo ocurrir una tragedia. Él fue acercándose poco a poco. Pero también ocurrieron cosas en el colegio. Lo que pasó allí fue la culminación de un propósito que él tenía desde que nos conoció y era tener un acercamiento íntimo. ¿Cómo lo consiguió? Teniendo un tiempo para hacerlo en mi casa.
El padre solía quedarse hasta tarde hablando en mi casa. En una noche de esas, le dijo a mi mamá que, en vista de que era tan tarde, yo me podía ir con él al colegio para que no tuviera que madrugar al día siguiente a coger el bus. Le dijo que yo me podía quedar en la casa de huéspedes. Mi mamá le pareció que estaba bien y me fui con él. Cuando llegamos al colegio me di cuenta de que no había ninguna casa de huéspedes, sino una colchoneta al lado de su cama.
Me tuve que quedar a dormir con él. Tenía su baño y lo más extraño es que me dice a esa hora: “¿Quieres ducharte?”. Yo no entendía, pero me duché y me puse la pijama. Paso la noche ahí. Al día siguiente, bajo con él al restaurante porque no tenía dónde desayunar. Entramos a un comedor donde estaban otros sacerdotes colegas de él desayunando. Yo todavía no entiendo cómo a ninguno de ellos no le llamó la atención que un niño llegara con el pelo mojado y los cuadernos en la mano a sentarse a desayunar con ellos. Nadie preguntó qué hacía yo en ese lugar. Después de desayunar, salimos y, con sus manos sucias, manchadas, y me da la comunión. Ese fue el día del primer abuso.
Él le decía a mi mamá que me podía quedar en el colegio para evitar todo el transporte. Todo eso me chocó mucho. Yo siempre opuse resistencia. Siempre la opuse. Pero no podía alzar el grito porque sentía que ya era muy tarde en la noche. Nadie nos vio llegar. ¿Por qué nadie se levantó durante el desayuno a increparlo?
38 años pasaron para que yo dijera algo. Para que nosotros dijéramos algo. Ustedes se preguntarán: ¿Por qué tanto tiempo? Primero, porque el padre se preocupó siempre por estar cerca de la familia y mantener la confianza. Como ninguno sabía lo que le había pasado al otro, no decíamos nada. Yo le puse un cerrojo a eso y lo eché al olvido. Pero estaba lejos de imaginarme que mis hermas también habían sido víctimas.
Uno de joven no dimensiona todo lo que pasa. Lo que un acto de esta categoría puede significar en el cuerpo de un niño. No teníamos la capacidad de entender las repercusiones que esto causa en la vida de una persona, entonces, uno como que le echa tierrita al asunto. Después de lo que pasó conmigo me di cuenta que el padre empezó a tener interés en otros niños y yo quedé como olvidado. Cambió de víctima y eso fue un alivio para mí.
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De todas maneras, él siempre estuvo pendiente de no perder contacto con nosotros. Aparecía en cumpleaños, día de la madre, del padre y hasta en bautizos. Pienso que esa era su estrategia para asegurar nuestro silencio. Cuando yo supe que mis hermanas también habían sido sus víctimas, redacté una carta y llamé al padre Francisco de Roux para concretar una cita, que en ese momento era el provincial de los jesuitas.
Aquí quiero hacer un paréntesis: esto sucede mucho antes de la actividad que tiene el padre en la Comisión de la Verdad. Tengo que decir que soy un admirador de su gestión, de su personalidad del ser humano que es el padre Francisco De Roux. Tengo un altísimo concepto de él como persona y como protagonista de un episodio muy importante de la vida del país por todo lo que ha significado para el proceso de paz y para la consolidación de la verdad.
Cierro paréntesis. Llego a la reunión con la carta y otra de mi hermana Sofía. Él las lee y lógicamente su cara fue de consternación. En primer momento me dice, en nombre de la Compañía de Jesús, que me presentaba sus más sinceros sentimientos de dolor y de acompañamiento. Me asegura que eso nunca les había ocurrido y que era algo nuevo. Me dice que lo siente mucho. Yo iba con mi hermana Ana Cristina, quien se altera mucho porque no sabía lo que me había pasado.
El padre De Roux nos explicó que al día siguiente de nuestra reunión, le contó todo al padre Chavarriaga y nos cuenta que no negó ni una sola coma de lo que decíamos en la carta. Después de eso, él toma unas medidas y a los pocos días nos llama a comunicarnos lo que había hecho con él. Nos explicó que lo había apartado de su cargo, que había tomado medidas para alejarlo de los niños y jóvenes; que iba a quedar recluido en una zona aislado y que no volvería celebrar la eucaristía. Ese era el peor castigo para un sacerdote.
Cuando estamos por salir de la oficina, en vista de que recientemente había sido nombrado el Papa Francisco, justamente de la comunidad jesuita, el padre De Roux nos dice encarecidamente y en tono de súplica que nos pedía el favor que no le contáramos de esto a nadie, mucho menos a la opinión pública y los medios de comunicación. Pero yo mismo le insistí en la carta que yo, al ser un estudiante bartolino, ponía en sus manos la denuncia y le rogaba que pusiera todo en conocimiento de las autoridades. Yo confié en que él iba a llevar el asunto a las autoridades y en que iba a poner a este hombre ante la justicia. Él tendrá sus motivos para no haber llevado el caso ante la justicia.
Esto es apenas una carátula de todo lo que pasó. La opinión pública podría pensar que este no es el espacio para ventilar este tipo de casos. Primero, por la revictimización. Y segundo, por respeto a la audiencia. Pienso que el padre De Roux, además de insistir en que le tengo mucho respeto, debo decir que él faltó a la verdad, perdón que lo diga en estos términos. Si él es reconocido en el país a través de su palabra, le pido que abra el expediente a las autoridades y a nosotros mismos. Nosotros no recibimos de nadie un informe final del proceso que le hicieron al padre Chavarriaga.
Nunca nos dijeron nada. Ni una llamada ni absolutamente nada. El padre De Roux nos ofreció apoyo espiritual, pero eso tampoco sucedió. Sentimos que, al presentar la denuncia, ellos creyeron que los habíamos ofendido. Lo único que recibimos fue silencio. Fue absoluto silencio. Por eso también me queda el dolor de que una institución en la que yo confié plenamente, tampoco se haya acercado a nosotros. No soy yo el llamado a decirles qué tienen que hacer. Ellos son mis maestros y fueron ellos los que me enseñaron el derecho y el deber de buscar justicia. Y eso es lo que estamos haciendo.
Por mi silencio de 48 años pasó toda esta cadena de abusos con mis hermanas y no quiero que esto le pase a ningún niño en el mundo. Yo le pido perdón a cada una de ellas de mis hermanas porque por miedo, yo no dije nada. Era un miedo infantil. Si yo hablo en ese momento sobre lo que estaba pasando, creo que todo hubiera sido diferente. No me hubiera importado la beca porque podía terminar mis estudios en otro lugar. La beca me ayudaba, claro. Conseguí zapatos, comida y, cuadernos. Pero no habría importado nada.
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Yo aquí estoy dando la cara, pero no fui el único. Yo estoy exponiendo una trayectoria comercial, de vecinos, colegas y familia. ¿Por qué lo hago? Yo aquí no pretendo que me paguen un dinero. Lo que espero es que haya verdad, justicia y no repetición.
Yo quisiera haber tenido esta oportunidad de hablar hace 48 años cuando a mí me pasó lo que ya todos están empezando a conocer. Primero, para pedirle perdón a mis hermanas por mi silencio. Pero también para enviar un mensaje que queremos que les llegue a cada uno de nuestros amigos, vecinos, colegas de trabajo, “partners” en el deporte, porque ellos probablemente tienen hijos o nietos. Queremos ser una voz de alerta para abrir los ojos, escuchar y permitir que los niños manifiesten sus más mínimas expresiones cuando algo está mal. Este mensaje es para que, dentro de otros 48 años, ningún niño o adulto tenga que sentarse a dar su testimonio de hechos tan dolorosos como estos.
Padre De Roux, pónganse en el corazón de nosotras, sus víctimas
Estamos siendo vistos, señalados y enjuiciados por personas que quizás no han vivido y ojalá nunca vivan una situación como la que pasamos. Les pedimos que se sensibilicen y piensen que podría ser su hijo o su nieto. Solo Dios puede juzgar a personas como el padre Darío Chavarriaga, pero también necesitamos que haya justicia en esta tierra.
Chavarriaga instrumentalizó a mi hermano para acercarse a ocho niños y hacer lo que hizo. Fue infame. Yo tenía seis años y mi testimonio es desgarrador. Yo a veces veo niños de esa edad y digo: es imposible que alguien tenga esa cabeza así de malévola, maquiavélica, como para poder hacerle daño a unos niños. Chavarriaga aprovechó lo vulnerables que éramos. Nunca crecimos con una educación sexual para poder saber que hay personas con malas intenciones, que querían hacernos cosas malas.
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Siempre quiso estar cerca de nosotros, para que ninguno le dijera al otro lo que había pasado. Uno de niño qué va a pensar que es un abuso. Las caricias en las piernas. Uno no tiene esa malicia. Y otra cosa es que Chavarriaga nos tomaba muchas fotos. En el transcurso de esa actividad de abuso, nos llevaba a escenarios oscuros, donde siempre apagaba la luz. Y recuerdo vernos a nosotras sentadas en sus piernas y, bueno, ya se podrán imaginar el resto. Ese era el modus operandi para acceder a nosotros.
Y también llevaba alcohol, en un ambiente donde mi papá era alcohólico. No sé con qué motivo. De pronto cuando llegaba mi papá, quería simpatizar con él como para disimular las cosas.
Todo ello terminó siendo una huella que va recorriendo todos los aspectos de la vida. Es la formación de un niño, justo en la edad donde se forja el carácter y las reacciones que uno pueda tener con otras personas. En esa edad queda estructurada la forma en que nos vamos a relacionar en la vida, y todas esas cicatrices y marcas quedan ahí. Eso no se puede borrar.
Yo quiero decirle al padre De Roux que lo admiro por muchas cosas que ha hecho, pero que se ponga en el corazón de nosotras, que somos sus víctimas. Además, víctimas del abuso sexual de una persona de la comunidad de la Compañía de Jesús, de la cual De Roux es autoridad y que nos hizo mucho daño.
“Ninguno de nosotros debe pedir perdón”
Yo crecí pensando que esto era algo que solo yo había vivido. Es increíble porque, tras la denuncia, volvimos a situarnos en el año 1976, cuando mi hermano Fernando era estudiante del colegio Mayor de San Bartolomé, de Bogotá. Un niño con unas calificaciones de excelencia, en medio de todas las dificultades económicas que vivía la familia por el alcoholismo de mi papá.
Los jesuitas, a través del padre Darío Chavarriaga, le ofrecieron una beca a mi hermano que le garantiza absolutamente todo: libros, útiles, matrícula. Ese fue el gancho. El señuelo con el que comenzó esta historia de crueldad. Es recordar a ese niño que se ponía feliz a más no poder porque había recibido un premio de esta naturaleza. Pero sin saber que solo era un señuelo para meterse a nuestra familia. Recuerdo que el padre cargaba en su cinturón café una pistola. Siempre me preguntaré por qué un sacerdote necesitaba estar armado.
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Con el paso del tiempo, fui la primera, de los hermanos, en la que Fernando depositó ese dolor tan grande. Situarme en ese día es muy difícil. Cuando él me contó que ese hombre lo abusó cuando era un niño en el colegio, yo no paraba de llorar. Y con esa confianza tan grande, en un momento de profundo dolor, creí que era el momento de decir lo mío. También fui abusada por un sacerdote.
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En ese momento decidimos que esto no se podía quedar así. En familia descubrimos que debíamos decirlo, sobre todo porque ese señor seguía ahí, teniendo contacto con niños. A ese monstruo lo teníamos que denunciar. En 2014, mi hermano Fernando redactó una carta dirigida al padre Francisco De Roux, en la que ponía de presente las situaciones de abuso. Yo también le envié una carta, en la que le pido que este señor, Chavarriaga, sea llevado ante la justicia ordinaria, para que todo el peso de la ley recayera sobre él. Pero, no pasó nada.
Ahora, nuestra intención es dar a conocer a las autoridades y a la sociedad colombiana unos hechos de los que fuimos víctimas y, además, que otros niños no vivan lo mismo que nosotros. Que otros niños tengan la oportunidad que nosotros no tuvimos de crecer en un espacio seguro, donde un pederasta no pueda hacer lo que hizo con nosotros el padre Darío Chavarriaga.
También buscamos pedirle al padre De Roux, como una jerarquía de la verdad en el país, que tenga esa humildad de reconocer que nosotros fuimos los que pedimos que llevará esto a la justicia y de parte de allá recibimos una súplica de silencio. Entendimos, en ese momento, que él creyó que nuestro caso dañaría el buen nombre de una comunidad en la que había por primera vez un Papa, Francisco.
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Mi hermano nos pide perdón por haber callado. Pero él no debe hacerlo, porque fue víctima tanto como yo lo fui. De hecho, él en mayor medida porque estaba muchísimo más expuesto y pasaba más tiempo en el colegio. Su silencio fue el mismo, porque si yo hubiera pegado el grito en la casa cuando este hombre entraba a hacer los abusos, mi mamá, como ella decía, hubiera matado y comido del muerto. Aquí ninguno debe pedir perdón. Ni quiero que se sientan mal. Por eso estamos todos unidos. Como los mosqueteros. Todos para un y uno para todos.
Vea la entrevista completa a continuación:
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