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                                                                                                                                  Las bodegas del horror

                                                                                                                                  El Espectador entró al centro de almacenamiento de restos de miles de asesinados por la violencia paramilitar en Colombia.

                                                                                                                                  Redacción Judicial

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  No es lo más grave. De otros seiscientos y tantos casos no se sabe nada, sin señas mayores o rastro cualquiera para proceder a identificarlos; a diario siguen apareciendo más cuerpos, nuevas fosas, muertos por doquier, desde La Guajira hasta el Amazonas, desde el Valle hasta Guaviare. El horror desbordó la capacidad del Estado, ya no para desenterrar la barbarie de las autodefensas, pero sí para ponerles nombres y apellidos a esos despojos mortales. No es una tarea fácil. Las confesiones de los paramilitares se suceden, las comisiones judiciales se desplazan y los hallazgos continúan. Pero lo que viene en adelante es un ejercicio celoso y colosal: analizar las osamentas, establecer la causa de muerte, diagnosticar edad, sexo, raza y estatura. “Los huesos hablan”, le dijo una forense de la Fiscalía a El Espectador. “Siempre dan pistas”.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Ya para noviembre del año pasado los laboratorios de la Fiscalía en Colombia estaban atiborrados de restos óseos en proceso de identificación. Las alertas se encendieron en la Unidad de Justicia y Paz y hubo que recurrir a salidas excepcionales. Afanosamente se buscó un lugar en Bogotá con características mínimas de espacio, seguridad, conservación, iluminación y ventilación para trasladar los cuerpos que ya no cabían en la Fiscalía. La Cruz Roja asesoró el proceso, refirió que no existen protocolos nacionales o internacionales para este tipo de casos, pero aportó recomendaciones para cumplir a cabalidad la custodia de los esqueletos recuperados en las diligencias de exhumación. A través del coordinador de Justicia y Paz, Luis González León, se gestionaron los recursos y desde hace meses se adecua una bodega en la carrera 30 con calle 13.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  “Estamos dándoles prioridad a los casos que tienen posible identidad. Los N.N. puros deben esperar su tiempo hasta que nos lleguen pistas. Por ejemplo, si tenemos un fémur, un cráneo o una dentadura sobre los que existan rastros concretos los mandamos a genética para desarrollar perfiles y los cruzamos con reportes de víctimas que han registrado la pérdida de sus familiares”, dice uno de los legistas consultados. La Fiscalía no puede inhumar las osamentas en un cementerio. Debe garantizar su custodia y ésta le cuesta al Estado hasta tanto se surta con certidumbre el proceso de identificación. Y el proceso es largo. Demasiado largo. Todos los despojos se albergan en cajas de cartón de 60 centímetros de ancho, 30 de largo y 35 de alto.


                                                                                                                                  “Cuando llega un esqueleto normalmente viene con tierra, con barro. Lo limpiamos, lo metemos en una bolsa, lo rotulamos y lo guardamos en una caja sellada, y después vienen los exámenes. La mayoría de las víctimas corresponden a jóvenes entre los 20 y los 30 años. Casi todos hombres”, relata una de las forenses. Todavía hay 3.000 diligencias pendientes en campo abierto para buscar cadáveres. Diecisiete fiscales y nueve equipos de criminalística alistan un cronograma para continuar desenterrando la barbarie. En Nariño y Putumayo la acidez de la tierra es muy alta, los cuerpos se degradan con rapidez y ha sido en esas regiones donde más trabajo les ha costado las labores de exhumación. Tantos muertos faltan.

                                                                                                                                  Las 288.816 víctimas registradas en Justicia y Paz cargan una cruz de violencia que no cesará hasta que la justicia y la reparación indemnicen como puedan sus almas atormentadas. Más de 52 mil han participado en diligencias de versión libre de sus victimarios, pero la verdad sigue transitando caminos cenagosos. “Muchos familiares han pedido acompañar a la Fiscalía a exhumaciones y toca llevarles psicólogos o paramédicos. Es tan fuerte lo que pasa cuando encuentran las fosas que parecieran pudrirse por dentro”, sostiene un investigador. Además, toca trasladarlos y proveerles alimentación. Los gastos van y vienen. En ocasiones, sin embargo, es imposible garantizarles la seguridad. Casos hay por montones de atentados a comisiones judiciales.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  No han sido los violentos los únicos que han permitido hallar la estela de cadáveres que dejaron a su paso a lo largo y ancho de Colombia. Fiscales de Justicia y Paz han documentado decenas de episodios en los cuales los familiares de tantos torturados y masacrados fungían como enterradores. Tenían que hacerlo si querían rezarles de cuando en cuando algún avemaría. Los paramilitares prohibían sepultarlos, pero como podían escabullían la orden y los inhumaban por ahí en algún lugar al que tuvieran acceso. Las referencias eran árboles de plátano o algún otro. Así no se perdían y a escondidas visitaban esas tumbas sin nombre. “No podían divulgar que sabían dónde estaba el cadáver o también los mataban”, añade otro investigador.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Es la desgarradora radiografía de un país que fue desangrándose a destiempos, al compás de unos ejércitos privados, apalancados por el narcotráfico y las mafias, y un Estado impotente que apenas comienza a dimensionar la magnitud de la catástrofe. Una tragedia continuada que llenó de fosas a Colombia, de lágrimas a las víctimas, de horrores a los caídos y en medio del barullo una justicia con lánguidos resultados. Los muertos seguirán apareciendo y con ellos las verdades insepultas de la espiral paramilitar.

                                                                                                                                  Los restos del magistrado Urán Rojas

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Uno de los restos que últimamente fueron analizados por los forenses de la Fiscalía fue el del ex magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán Rojas, asesinado en el Holocausto del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985. En virtud de la investigación para esclarecer su muerte, declarada por el ente acusador como delito de lesa humanidad para evitar que prescribiera, se ordenó la exhumación de su cadáver del cementerio Jardines de Paz, en Bogotá.

                                                                                                                                  Aunque existen evidencias y videos que demuestran que Urán Rojas salió con vida del asalto, su cuerpo apareció dentro del Palacio de Justicia con un tiro de gracia. La Fiscalía busca establecer cómo y en qué circunstancias ocurrió su deceso, la trayectoria de las balas que segaron su vida y cualquier información que pueda conducir a enjuiciar a los responsables del crimen.

                                                                                                                                  La primera condena de Justicia y Paz

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Cinco años se tardó la justicia para lograr la condena parcial de los primeros comandantes de las autodefensas. El Tribunal de Justicia y Paz de Bogotá les impuso esta semana una pena de ocho años de prisión a Uber Enrique Banquez Martínez, alias ‘Juancho Dique’, y Édwar Cobos Téllez, alias ‘Diego Vecino’, ex jefes del bloque Montes de María, por la masacre de Mampuján, Bolívar, ocurrida en el año 2000, y el secuestro de varias personas en la Isla Múcura, así como por la tortura psicológica, fabricación, tráfico y porte de armas y el desplazamiento forzado de miles de víctimas. La histórica sentencia dispuso el pago de 1.550 salarios mínimos legales mensuales vigentes para reparar a los afectados. Sin embargo, siguen procesados por muchos más delitos.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  No es lo más grave. De otros seiscientos y tantos casos no se sabe nada, sin señas mayores o rastro cualquiera para proceder a identificarlos; a diario siguen apareciendo más cuerpos, nuevas fosas, muertos por doquier, desde La Guajira hasta el Amazonas, desde el Valle hasta Guaviare. El horror desbordó la capacidad del Estado, ya no para desenterrar la barbarie de las autodefensas, pero sí para ponerles nombres y apellidos a esos despojos mortales. No es una tarea fácil. Las confesiones de los paramilitares se suceden, las comisiones judiciales se desplazan y los hallazgos continúan. Pero lo que viene en adelante es un ejercicio celoso y colosal: analizar las osamentas, establecer la causa de muerte, diagnosticar edad, sexo, raza y estatura. “Los huesos hablan”, le dijo una forense de la Fiscalía a El Espectador. “Siempre dan pistas”.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  “Estamos dándoles prioridad a los casos que tienen posible identidad. Los N.N. puros deben esperar su tiempo hasta que nos lleguen pistas. Por ejemplo, si tenemos un fémur, un cráneo o una dentadura sobre los que existan rastros concretos los mandamos a genética para desarrollar perfiles y los cruzamos con reportes de víctimas que han registrado la pérdida de sus familiares”, dice uno de los legistas consultados. La Fiscalía no puede inhumar las osamentas en un cementerio. Debe garantizar su custodia y ésta le cuesta al Estado hasta tanto se surta con certidumbre el proceso de identificación. Y el proceso es largo. Demasiado largo. Todos los despojos se albergan en cajas de cartón de 60 centímetros de ancho, 30 de largo y 35 de alto.


                                                                                                                                  “Cuando llega un esqueleto normalmente viene con tierra, con barro. Lo limpiamos, lo metemos en una bolsa, lo rotulamos y lo guardamos en una caja sellada, y después vienen los exámenes. La mayoría de las víctimas corresponden a jóvenes entre los 20 y los 30 años. Casi todos hombres”, relata una de las forenses. Todavía hay 3.000 diligencias pendientes en campo abierto para buscar cadáveres. Diecisiete fiscales y nueve equipos de criminalística alistan un cronograma para continuar desenterrando la barbarie. En Nariño y Putumayo la acidez de la tierra es muy alta, los cuerpos se degradan con rapidez y ha sido en esas regiones donde más trabajo les ha costado las labores de exhumación. Tantos muertos faltan.

                                                                                                                                  Las 288.816 víctimas registradas en Justicia y Paz cargan una cruz de violencia que no cesará hasta que la justicia y la reparación indemnicen como puedan sus almas atormentadas. Más de 52 mil han participado en diligencias de versión libre de sus victimarios, pero la verdad sigue transitando caminos cenagosos. “Muchos familiares han pedido acompañar a la Fiscalía a exhumaciones y toca llevarles psicólogos o paramédicos. Es tan fuerte lo que pasa cuando encuentran las fosas que parecieran pudrirse por dentro”, sostiene un investigador. Además, toca trasladarlos y proveerles alimentación. Los gastos van y vienen. En ocasiones, sin embargo, es imposible garantizarles la seguridad. Casos hay por montones de atentados a comisiones judiciales.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  No han sido los violentos los únicos que han permitido hallar la estela de cadáveres que dejaron a su paso a lo largo y ancho de Colombia. Fiscales de Justicia y Paz han documentado decenas de episodios en los cuales los familiares de tantos torturados y masacrados fungían como enterradores. Tenían que hacerlo si querían rezarles de cuando en cuando algún avemaría. Los paramilitares prohibían sepultarlos, pero como podían escabullían la orden y los inhumaban por ahí en algún lugar al que tuvieran acceso. Las referencias eran árboles de plátano o algún otro. Así no se perdían y a escondidas visitaban esas tumbas sin nombre. “No podían divulgar que sabían dónde estaba el cadáver o también los mataban”, añade otro investigador.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Es la desgarradora radiografía de un país que fue desangrándose a destiempos, al compás de unos ejércitos privados, apalancados por el narcotráfico y las mafias, y un Estado impotente que apenas comienza a dimensionar la magnitud de la catástrofe. Una tragedia continuada que llenó de fosas a Colombia, de lágrimas a las víctimas, de horrores a los caídos y en medio del barullo una justicia con lánguidos resultados. Los muertos seguirán apareciendo y con ellos las verdades insepultas de la espiral paramilitar.

                                                                                                                                  Los restos del magistrado Urán Rojas

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Uno de los restos que últimamente fueron analizados por los forenses de la Fiscalía fue el del ex magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán Rojas, asesinado en el Holocausto del Palacio de Justicia, en noviembre de 1985. En virtud de la investigación para esclarecer su muerte, declarada por el ente acusador como delito de lesa humanidad para evitar que prescribiera, se ordenó la exhumación de su cadáver del cementerio Jardines de Paz, en Bogotá.

                                                                                                                                  Aunque existen evidencias y videos que demuestran que Urán Rojas salió con vida del asalto, su cuerpo apareció dentro del Palacio de Justicia con un tiro de gracia. La Fiscalía busca establecer cómo y en qué circunstancias ocurrió su deceso, la trayectoria de las balas que segaron su vida y cualquier información que pueda conducir a enjuiciar a los responsables del crimen.

                                                                                                                                  La primera condena de Justicia y Paz

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Cinco años se tardó la justicia para lograr la condena parcial de los primeros comandantes de las autodefensas. El Tribunal de Justicia y Paz de Bogotá les impuso esta semana una pena de ocho años de prisión a Uber Enrique Banquez Martínez, alias ‘Juancho Dique’, y Édwar Cobos Téllez, alias ‘Diego Vecino’, ex jefes del bloque Montes de María, por la masacre de Mampuján, Bolívar, ocurrida en el año 2000, y el secuestro de varias personas en la Isla Múcura, así como por la tortura psicológica, fabricación, tráfico y porte de armas y el desplazamiento forzado de miles de víctimas. La histórica sentencia dispuso el pago de 1.550 salarios mínimos legales mensuales vigentes para reparar a los afectados. Sin embargo, siguen procesados por muchos más delitos.

                                                                                                                                  Por Redacción Judicial

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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