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Topo era el apodo que le tenían los comandantes guerrilleros más cercanos, porque “se infiltraba donde los demás no podían” y se adaptaba fácilmente a cualquier circunstancia urbana o rural. Y fue ese perfil el que lo llevó a convertirse en el más joven de los siete miembros del secretariado de las Farc, el único menor de 50 años y quien más rápido ascendió en la línea de mando en toda la historia del grupo ilegal.
Veinticinco años duró su vida guerrillera, hasta que este 3 de marzo murió en las montañas de Caldas, a manos de alias Rojas, su jefe de seguridad. Según el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, sus propias tropas estaban desesperadas por la presión de la operación Fortín, activada por el Ejército Nacional desde el 17 de febrero y que llevó a los guerrilleros a matarlo, cortarle la mano derecha y presentarse ante un coronel del Ejército con la cédula y el computador de Ríos para cobrar una recompensa de 2,6 millones de dólares.
Su cédula es de Medellín, aunque nació el 19 de diciembre de 1961 en San Francisco, Putumayo. Cuando estudiaba Economía en la Universidad de Antioquia se interesó por los movimientos izquierdistas e hizo el primer contacto con el Partido Comunista y con las células urbanas de la guerrilla, con las que participó en revueltas contra el estatuto de seguridad del gobierno de Julio César Turbay.
Ya figuraba en informes de inteligencia militar cuando decidió unirse a las Farc a través de un contacto que tenía línea directa con Alfonso Cano. Por su historia académica y el carisma que mostraba se convirtió en su protegido, cuya prueba de fuego fue combatiendo en el Tolima, donde luego se convertiría en comandante del frente 22. Luego fue promovido a la ayudantía del secretariado de las Farc, como puente con las organizaciones políticas, sociales y gremiales. Su responsabilidad eran los documentos ideológicos. Pensando en la nueva generación de líderes de las Farc fue enviado a tomar cursos de combate a Vietnam y a Rusia, a estudiar en la Universidad Patricio Lumumba junto con alias Joaquín Gómez, su segunda gran influencia. El primer registro judicial en su contra es un proceso por rebelión que le abrieron a comienzos de los años 80 en San Pablo, Bolívar.
El alumno de Cano
De Manuel de Jesús Muñoz Ortiz, su nombre real, o José Juvenal Velandia, otro alias, no se volvió a tener noticia hasta que reapareció en los diálogos de paz en San Vicente del Caguán, durante el gobierno de Andrés Pastrana. Las Farc lo nombraron coordinador del Comité Temático Nacional, donde con diferentes organizaciones oficiales, gremiales y comunitarias se discutieron los temas que hacían parte de la mesa de negociación.
Al mismo tiempo se le veía con Alfonso Cano ultimando detalles del lanzamiento del nuevo partido político clandestino de las Farc, el Movimiento Bolivariano por una Nueva Colombia, y más recientemente, del Partido Comunista Clandestino PC3. Ese liderazgo, evidente incluso en presencia de Manuel Marulanda Vélez, fue el que llevó al hijo de los campesinos Luis Antonio Muñoz y Zoila Leonor Ortiz a ser escogido como miembro del secretariado en reemplazo de Noel Matta Matta, alias Efraín Guzmán, fundador de esta guerrilla fallecido en esa época.
Rotas las negociaciones de paz en 2002, el Topo volvió a la montaña como comandante del Bloque Noroccidental y lideró ataques contra poblaciones e instalaciones militares de Santander, el sur de Antioquia, el sur de Bolívar, el norte de Caldas y Boyacá.
Precisamente en límites de Caldas y Antioquia, donde contaba con un cinturón de seguridad de un centenar de guerrilleros y el apoyo de comandantes de frente como alias Karina, fue donde terminó la historia del que se perfilaba como el cabecilla de las Farc “más integral del estado mayor”, según un dirigente político de izquierda. Él opina que “no sólo tenía la ascendencia política de la línea de Alfonso Cano, sino la capacidad militar de la línea dura del Mono Jojoy y la formación profesional y urbana que no tiene ninguno de ellos”.
A ojos de analistas militares, la muerte de Iván Ríos resulta tan o más contundente que la de Raúl Reyes. “Si con Reyes se quedaron sin canciller, con la traición contra Ríos se quedaron sin su ministro de Hacienda con perfil de ministro del Interior”, dice un coronel del Ejército Nacional. Por algo desde 2006 el gobierno de los Estados Unidos lo incluyó en la llamada Lista Clinton, bajo cargos de dirigir las finanzas de las Farc, incluidas las provenientes de los negocios de narcotráfico. El general en retiro Jairo Duván Pineda opina que “las Farc están en un punto crítico de su existencia”.
Según las fuentes consultadas por El Espectador, el debilitamiento táctico y estratégico de la guerrilla es el más extremo de sus 44 años de historia. A eso se suma que hay operativos en marcha contra los demás jefes subversivos: Tirofijo, Alfonso Cano —contra quien se desplegó un operativo hace tres semanas desde el Tolima—, el Mono Jojoy, Iván Márquez, Timoleón Jiménez y Joaquín Gómez, el hombre que entra a reemplazar a Raúl Reyes. Como reemplazantes de Ríos figuran Pablo Catatumbo y Andrés París.
Con este panorama, dentro de las Farc la caída de Raúl Reyes no produce un impacto sicológico tan grande como la de Ríos, porque Reyes era el comandante que figuraba, el que más se exponía a una captura por su visibilidad antes los medios y los contactos internacionales; en cambio lo de Ríos es un golpe al corazón de su resistencia militar. Un reinsertado de las Farc asegura que ahora “más de un guerrillero dirá: si mataron y entregaron al Topo es porque se le puede dar a cualquiera, incluido Manuel Marulanda”. ¿El principio del fin de las Farc?