“Las vidas de las mujeres trans no valen nada”, una frase que a menudo replica esta población y que no dista mucho de la realidad. En la necesidad por reafirmar su identidad de género, mujeres trans de todo el mundo han modificado sus cuerpos con inyecciones de silicona, cemento óseo, parafina líquida y todo tipo de aceites, incluyendo el utilizado en los motores de aviones.
En Colombia, las víctimas de esta práctica llevan a cuestas las secuelas físicas y emocionales de un procedimiento que ha desfigurado su organismo, y ante eso han buscado ayuda en un sistema de Salud que las ha excluido sistemáticamente al no saber cómo tratar los daños colaterales de un problema que todos los días acumula decenas de muertos.
A los 30 años, Yomaira se inyectó colageno con aceite Jhonson’s en los pómulos, senos y glúteos. Siete meses después del proceso su cuerpo comenzó a desfigurarse.
Muchas mujeres trans conservan cientos de fotografías alusivas a su tránsito. Memorias que en su mayoría fueron realizadas en Europa, cuando a finales de 1980 se vieron obligadas a huir de Colombia por la violencia indiscriminada.
El Santa Fe (Bogotá) es una de las zonas de tolerancia donde las mujeres trans se reúnen para ejercer el trabajo sexual. Muchas de ellas, entre susurros, planifican cómo y dónde inyectarse sustancias químicas.
Los productos más utilizados por mujeres trans para modificar artesanalmente sus cuerpos son la silicona para cabello, aceite de cocina, cemento óseo, parafina líquida, hasta aceite de avión, entre otros. Para cubrir la herida utilizan pegadic o esmalte de uñas.
En el Santa Fe abundan las mujeres trans con cuerpos modificados artesanalmente que han comenzado a desfigurarse. Ellas aseguran que la voluptuosidad les permite obtener mayores recursos económicos.
Según Carlos Ríos, cirujano estético, la cirugía abierta es el único procedimiento que puede quitar las afectaciones de los biopolímeros. En Colombia, estas cirugías oscilan hasta los $50.000.000 millones y cabe aclarar que el paciente necesita varias intervenciones.
Los biopolímeros se adhieren a los músculos del cuerpo de manera inmediata. Al realizarse el retiro del producto las esferas suelen explotarse y botar un líquido espeso parecido al aceite.
El 31 de mayo de 2024, justo el día que se tomó esta fotografía, falleció Yomaira. Lucho casi 30 años para que la EPS le retirara los biopolímeros pero las instituciones le negaron reiteradamente la atención.
A pesar de luchar toda su vida para ser reconocida como una mujer trans, en el osario de Yomaira quedó grabado su nombre de nacimiento, Hernando Pastrana Castañeda.
En Colombia no hay ninguna ley que le permita a la población trans realizarse procedimientos de hormonización. Lo que han ganado en términos de derechos ha sido en base a fallos de la Corte Constitucional.
¿Qué es un biopolímero?
El cirujano estético, Carlos Ríos, explicó a El Espectador que los biopolímeros son sustancias, generalmente, derivadas del petróleo que las personas se inyectan en glúteos, brazos, senos e inclusive en los genitales, para aumentar su tamaño. Ríos, quien está ubicado en Cali (Valle del Cauca), lleva más de 10 años, tratando pacientes que sufren las afectaciones de estos elementos. “Los biopolímeros generan una respuesta inmune en el cuerpo, producen inflamación crónica, enrojecimiento e inclusive pueden tapar las venas del paciente y producir la muerte. Por lo general, quienes se inyectan estas sustancias pueden tardar más de 10 años en mostrar síntomas”.
A continuación encontrará diez testimonios de mujeres trans víctimas de biopolímeros. Cada una relata el camino que ha recorrido para reafirmar una identidad que les fue negada al nacer. Sus historias de lucha y resistencia, demuestran la falla sistemática del Estado para que el sistema de Salud les brinde un diagnóstico y tratamiento que les permita vivir con dignidad.
(Da clic sobre las imágenes para más información)
Yomaira solo era capaz de tolerar el dolor de las heridas gracias a la marihuana. Ni siquiera el tramadol o la morfina lograban calmar las consecuencias de los biopolímeros.
A sus 67 años, la noche del 31 de mayo de 2024 falleció Yomaira. Hasta el último día de su vida mostró su infinita gentileza. Ese día marqué a su celular a las 4:25 p.m. y le conté que queríamos llevarle un mercado a su hogar en agradecimiento a su confianza. En medio de su dificultad para hablar, contó que llevaba tres días internada en el Hospital San José (Bogotá). Con el fotógrafo Jose Vargas sabíamos que quizás ese día podía ser el último para hablar con ella. Jose fue el último en verla. Su camilla era un paisaje de aparatos conectados a su cuerpo para monitorear su falta de vitalidad. Semanas atrás nos había dicho entre susurros que estaba cansada de luchar y vivir con las secuelas de haberse inyectado aceite Johnson’s en los glúteos, las piernas, el rostro y los senos.
Escribir de Yomaira es un relato de ausencia y de rechazo. Duré días preguntándome por qué le negaron la posibilidad de ser una mujer trans. Meses antes, hablando con ella le pregunté si el deseo por ser mujer cavó su tumba en vida. Ella lo confirmó. Era consciente de que le quedaba poco tiempo de vida. Cansada de luchar en vano, su rostro estaba desfigurado, le salía pus de los pómulos, los senos y los glúteos tenían heridas abiertas que supuraban materia y sangre. Quien le hizo las curaciones fue María Parra, la dueña de la casa donde vivía en arriendo. María fue un salvavidas para Yomaira. Fue quien la acogió como hija adoptiva 44 años atrás cuando llegó a Bogotá en busca del amor que su familia no le pudo brindar.
Yomaira creció en una finca en Teruel (Huila), donde imperaba el machismo, rodeada de once hermanos, en su mayoría, hombres. Recuerdo que cuando me contó de su vida lo hizo con dolor. En sus ojos cargaba la aflicción de una vida difícil. Se entregó a las drogas, el alcohol y el trabajo sexual desde los diez años y al descubrir su gusto por los hombres decidió huir de casa para no ser víctima del maltrato físico. Toda su juventud la transitó en la calle, buscando dinero para subsistir en medio de la soledad. Sus amigas, las trans, fueron las únicas que la acompañaron. Yomaira, auto determinada en su identidad de género, prefirió estar sola gran parte de su vida, a ser un hombre que ella no sentía ser. Ese anhelo la llevó a su fin.
Pesé a que Yomaira estaba hospitalizada decidimos ir hasta su casa a dejar el mercado. Teníamos la esperanza de que saliera de la clínica. La señora María nos recibió. Nos habló de su hija adoptiva, de las curaciones que le hacía y la citó como un ser más de su familia. No era para menos, María vivió al lado de Yomaira todas las afectaciones que le produjo haberse inyectado colágeno con aceite Johnson 's en todo el cuerpo, a los 33 años. Juntas recorrieron clínicas, organizaciones, juzgados y calles en busca de ayuda para enfrentar el deterioro de su salud. Cuando Yomaira cumplió siete años de haberse inyectado, su piel se convirtió en una erupción de ardor que cambiaba de color, fue cuestión de meses para que la sustancia transparente y espesa saliera del cuerpo. Al acudir al médico, el rechazo fue la respuesta.
Así transcurrieron más de 30 años. En los pasillos hospitalarios se volvió rey de burlas del personal y, bajo la excusa de que ese tipo de enfermedades no las cubría la EPS, siempre vulneraron sus derechos. Dos tutelas interpuestas a Capital Salud le permitieron ser atendida con algo de dignidad. La organización Temblores detalló que a la víctima se le negó en reiteradas ocasiones la atención, pues necesitaba, con suma urgencia, cirugías de reconstrucción, pues tenía heridas abiertas que le generaron infecciones graves y dolores intensos. Los biopolímeros le llegaron hasta los huesos y los pulmones. En 2023, ante la inoperancia del sistema de Salud, Temblores realizó una Vaki para recolectar fondos y salvar la vida a Yomaira. Sin embargo, fue en vano.
La primera vez que la vi me pregunté cómo hacía para vivir con esas laceraciones en el cuerpo. No había conocido a alguien que transmitiera tanto dolor físico. La enfermedad llevó a que Yomaira se alejara de lo que fue por décadas. Se cortó el cabello y utilizó ropa holgada para prevenir la fricción con las heridas. Le costaba trabajo caminar y respirar. Su motivo para salir de la casa fue Lulu, un perro que adoptó tres años antes. La señora María nos contó que días antes de quedar hospitalizada, Yomaira le dijo que quería morir. Estaba agotada. Estos párrafos no alcanzan a describir todo el martirio al que se enfrentó por ser una mujer trans.
El 2 de junio estaban previstos los actos fúnebres de Yomaira. Por eso decidimos acompañar a la señora María. Sin embargo, ese día no velaron a Yomaira, velaron a Hernando Pastrana Castañeda, un hombre vestido con una camisa verde a cuadros y un pantalón beige. Se parecía a Yomaira, pero no era ella. Después entendimos que su familia siempre negó lo que ella quería ser. Todo su tránsito fue invisibilizado hasta el día de su muerte. Pensábamos que ese lugar iba a estar lleno de mujeres trans que iban a honrar su historia, pero, al contrario, solo encontramos a una parte de su familia y en un rincón de la sala a tres amigas. La familia de María, nos contó anécdotas de Yomaira, la recordaron con amor. Todos la llamaban por su nombre, menos su familia de sangre. Para ellos, ese día fueron las exequias de Hernando.
Paradójicamente Yomaira fue quien nos permitió conocer la historia de otras mujeres trans. Falleció justo cuando iniciábamos un camino investigativo. La conocimos justo en su momento más vulnerable, pero fue quién más nos inspiró a contar estos relatos. Si estuviera viva le diría: “siempre serás Yomaira, nunca serás Hernando”.
Siete meses más tarde de haber tomado esta fotografía, los senos de Yomaira explotaron y tuvo que ser intervenida de urgencia. Las heridas le quedaron abiertas.
“Tengo heridas abiertas en gran parte del cuerpo. Y a la hora de la verdad la EPS no me ha ayudado mucho”.
A Lina se le desplazó la silicona a los testículos, ocho años después de haberse inyectado.
“A largo plazo este asunto va a ser como una pandemia porque somos muchas las que nos hemos inyectado y el sistema de Salud no sabe cómo tratarnos. En un principio parecíamos muñecas, pero con el tiempo el cuerpo se deterioró y no sabemos a dónde acudir para salvarnos. En mi caso solo he encontrado la salvación pagando cirugías de retiro. Lo que tenía para comprar mi primer apartamento lo gaste en dos intervenciones quirúrgicas de urgencia que quedaron a medias.
Antes de hablar de cómo gaste más de $130.000.000, sería bueno explicar que las primeras inyecciones me las realice a los 25 años. Para la época de los 2000, había muchas travestis que viajaban a Europa y llegaban hechas. Eso me generó envidia porque era demasiado flaco. Así que compré seis litros de silicona ecuatoriana y me inyecté dos litros y medio. Me dijeron que la comprara en los químicos de la 13 y que no había un producto tan seguro como el ecuatoriano. Como era muy flaco la piel no me cedía y tuve que esperar unas cuantas semanas para culminar la operación.
Conocí cuatro compañeras que murieron en el proceso. Pese a eso me termine de inyectar la silicona. Mi idea de ser femenina siempre fue desde la voluptuosidad. Por eso, cuando me negaron la opción de operarme los senos, trabajé el doble para poderlos pagar. Los biopolímeros se corrieron ocho años más tarde, se comenzaron a ir hacia los testículos, así que al ser mi herramienta de trabajo tuve que pagar en una clínica de Cali para que me operaran. Mi ventaja es que la piel solo cambió de color, pero hay otras chicas a las que la piel se les necropsia, eso sí, es todavía peor.
Cuando vi que acceder a la salud era tan difícil decidí volverme gestora en el Sistema Amigable LGBTI en Bogotá, en el 2018. Mi labor era brindar una guía en salud a todas la población diversa, así que logré ayudar a varias a que les dieran tratamiento de hormonización. Sin embargo, la historia fue otra para las que en ese momento tenían VIH o afectaciones de biopolímeros. Vi morir a tantas, que al no ver resultados y apoyos reales preferí retirarme. Muchas de ellas tuvieron que andar por distintos pasillos, en hospitales, para que al final les dijeran que no las iban a ayudar. Eso es deprimente y muy triste".
Lina tiene que dormir de lado porque el dolor en los glúteos es casi irresistible. Además, suelen cambiar de color cuando se baña con agua caliente o hace mucho calor.
"Cuando fui al médico general, me dijo: "yo la veo muy bien, no necesita nada". Era falso mi piel estaba dura y con enrojecimiento crónico".
A los 35 años, Paola comenzó a notar que sus senos se estaban desfigurando.
“La violencia sexual, el desplazamiento forzado y las terapias de conversión me llevaron a huir de mi casa a los 15 años. Mi familia, en el afán de que fuera un hombre, me internó en centros psiquiátricos para reafirmar una identidad masculina, pero ese dolor me llevó a otros lugares y empecé a escondidas mi transición. Primero era la travesti del barrio. La que se vestía de mujer, pero sin tetas ni culo. Pese a eso, había hombres que me pagaban muy bien los servicios. Pero siempre quise ser más, quise ser voluptuosa y ante la ausencia de un servicio de Salud, junto a otras maricas decidí inyectarme hormonas de ganado.
Un medicamento que se llama “Vacanol” nos dio los senos que queríamos. Pero no era suficiente, siempre queríamos más. ¡Nos van a operar!, recuerdo que me dijo una amiga que se llamaba Manuela. Por $600.000 nos hacían un cuerpo con silicona. En mi afán de ser mujer acepté. Francisca fue la que nos inyectó a nueve amigas en ese momento. Se fue hasta el centro de Bogotá, compró 20 litros de silicona que costaban $15.000 y me hicieron senos, piernas y culo. Casi diez horas con una jeringa de 50 milímetros. A los diez días estaba lista para prostituirme. Pero no todo fue bueno. Con dolor recuerdo a la travesti que se murió porque se le fue la silicona a los pulmones. A otra se le pudrieron los senos.
Las que quedamos vivas cargamos con un cáncer que nos carcome día a día. Los efectos tan mortales como silenciosos, los comencé a sentir diez años más tarde, a los 35 años. La presión de ser reconocida como mujer me cavó una tumba en vida. Lo primero que sentí fue un ardor y enrojecimiento en los senos. Los pezones se me comenzaron a hundir y acudí al médico, pero nadie me atendía, me rechazaban por marica. Un día me dijeron que debía hacerme una mastectomía, pero yo tenía que cubrirla. ¿De dónde piensan que voy a sacar el dinero? Si acaso tengo para vivir. Las mujeres trans siempre hemos estado sometidas al rechazo social, es una lucha que nos ha cobrado muertas, una voy a ser yo dentro de poco.
La opción es que me brinden salud integral. Hay días más complejos para sobrellevar este dolor. Ahora ni logro orinar. La silicona se me trasladó a los testículos, los hematomas de los senos a veces me sangran y es imposible sacarlos. Para la EPS la cura está en medicamentos para el dolor. Pero el dolor no se soluciona con una pasta, se soluciona con cirugía y hasta el momento me la han negado. Por eso debo hablar de las luchas de las mujeres trans, de los riesgos que implica transformarnos, en medio de una sociedad que nos rechaza. Los derechos que tenemos los hemos conseguido con muertas. Mi liderazgo en Ciudad Bolívar y Soacha me permite hablar para que otras no empiecen a cargar con la crónica de su muerte anunciada".
Hay días en los que los senos le sangran y no puede siquiera tocárselos por el dolor severo que sufre.
“A los 15 años me empecé a hormonizar con Proginión y Pronutol, sin ningún apoyo estatal, porque nos negaban los tratamientos”.
Fernanda prefiere cubrir su rostro ante la desfiguración que tiene. Los efectos de los biopolímeros los comenzó a notar dos años más tarde.
“La chica que me inyectó era trans y tenía el consultorio en la casa, pero falleció meses después por un mal procedimiento. Se llamaba Andrea y tenía mucho dinero. Era de las maricas más caras del Santa Fe (Bogotá). Andrea me dijo que era ácido hialurónico lo que me iba a inyectar en la cara, pero fueron mentiras, nunca supe qué fue lo que me puso, solo recuerdo que en dos años el rostro y las piernas se me deformaron y en las calles del barrio me comenzaron a llamar “Cara de Ataud”. Aún cuando me ven pasar las burlas no se hacen esperar.
Putear en el centro me dejó dinero porque antes de deformarme tenía tremendo cuerpazo. Era la envidia de las travestis. Pero de eso tan bueno no dan tanto. Con los días, los dolores se intensificaron. Pero el paga diario no da espera, así que seguí vendiendo mi cuerpo. Me cuesta recordar las fechas, pero en el rostro me salieron unas bolas y eso me obligó a encerrarme en la habitación con pena. Un día, empecé a sudar y sentí que me bajó la tensión. Comencé a sentir síntomas extraños y me asusté. Decidí salir a caminar y me faltó el aire. Fue una experiencia aterradora, así que llamé a mi mamá para que me ayudara.
Cuando llegué al hospital, me hicieron varios exámenes, y resulto que aparte de ser víctima de los biopolímeros, también salí VIH positivo. A veces me pregunto para qué les cuento esto a ustedes, si a la final no hay ayuda. Tener culo me ayudó en mi autoestima, pero la deformación que me produjo y el VIH me quitaron el poco amor que me quedaba. Siempre me pregunto cuál es el objetivo de ser trans. Todas me dicen que voy a morir, que no hay ayuda. Mi cuerpo está deformado y la única que me ayuda es mi perrita, a ella le debo seguir con vida.
En Capital Salud ha sido complicada la atención. He presentado derechos de petición, y tengo contacto con una psicóloga que me dijo que iba a ayudarme, pero tengo que hacer muchos trámites para acceder a la atención médica. No solo he sido rechazada por ser trans, sino por tener VIH. Eso me carcome la cabeza a diario. Pero no todo es malo, con Bonnie nos caminamos las calles del centro, soportando el rechazo colectivo. A veces aparece el amor y alguien nos da de comer o paga la habitación. Para mi ser travesti es soportar la indiferencia. Tuve que huir de Cúcuta por el rechazo familiar, ahora solo quiero vivir en un lugar limpio y que la EPS me opere, así sea para poder vivir unos años más".
Las piernas de Fernanda tienen una necrosis crónica. Las venas están brotadas y tiene bultos del producto en la cadera.
“La que me hizo el cuerpo me dijo que eran inyecciones de ácido hialurónico. A varias chicas nos engañó”.
Andrea se inyectó aceite de cocina y a las dos semanas perdió uno de sus glúteos.
“Me cuesta recordar fechas, pero tengo guardado en mi mente cuando todo fue un infierno. A los 16 años, pague $200.000 para que una travesti me inyectara aceite de cocina en los glúteos. Recuerdo que en el procedimiento lloré mucho por el ardor que me causó el producto. Sin embargo, anhelaba sentirme mujer y pensé que el aceite me brindaba eso. El ardor fue de tal magnitud que en un momento el aceite se comenzó a salir de los glúteos y supimos que ya no me podían inyectar más, así que para “cerrar” la herida que la aguja había causado, me sellaron con esmalte de uñas. Quedé feliz porque al fin tenía glúteos e iba a ganar más en la prostitución. En Cali era muy difícil obtener medicamentos hormonales, así que operarme artesanalmente fue una buena solución, o eso pensaba.
Paso una semana y tenía que salir a conseguir dinero. Así que me fui para la 20, una de las zonas de tolerancia más famosas en Cali. Pero en ese lugar había hombres que rechazaban a las travestis y me topé con uno de esos. Sin compasión, me cogió a patadas y me dejó malherida en la calle. La zona más afectada fue donde me había inyectado y al día siguiente tuve fiebre, vómito, dolor y toda la cola moreteada. No hubo más opción que acudir al hospital. Entré a punto de morirme, en las partes donde me inyectaron no dejaba de salir materia, hasta que perdí el conocimiento.
¿Dónde está mi cola, qué le pasó a mis piernas? … Desperté tres días después y descubrí que me habían amputado uno de mis glúteos. Los medios de comunicación no dejaron de hablar de la travesti que perdió la cola por una cirugía artesanal. Un periodista fue a mi casa y tomó fotos de todo mi cuerpo. Al siguiente día, esas imágenes fueron la primera plana. Era menor de edad, pero no les interesó. Me exhibieron, dijeron mi nombre real y en qué lugar vivía… Eso me mató en vida. Durante cuatro meses no salí de mi habitación, me veía al espejo como un monstruo. Mi madre siempre me motivó y eso resultó más doloroso, porque yo la veía sufrir.
Hoy en día, ocho años después de lo que me sucedió, ese aceite me carcome los huesos porque no ha sido posible que me reconstruyan los glúteos. La excusa de la EPS es que debo cubrirlo yo misma, por ser un tratamiento estético y como única opción debo colocarme una cola falsa para que en la calle no se burlen de mí, pues todos me reconocen. Ese momento quedó en la memoria de las travestis caleñas. Ahora lo único que hago para seguir en mi transición es inyectarme cada 15 días, pero con medicamentos que yo compro. En la EPS existen muchas barreras para que me brinden hormonas. Con $15.000 obtengo la hormona y una amiguita me inyecta.
Me gustaría que mi historia sirviera para el resto de trans. Si yo no me hubiese inyectado, en la actualidad, mi vida sería distinta. Sin tanto dolor y sin tanta pena de lo que veo en mi cuerpo. Pesé a eso mi familia ha estado ahí. Mi mamá nunca me ha rechazado por lo que soy. Cuando pase todos esos momentos difíciles, ella era la única que estaba a mi lado. Me cuida mucho y no quiere que nadie vuelva a exhibirme y menos para burlarse de mi dolor. Cuando tengo miedo ella me recuerda hasta dónde he llegado, es una luz".
La EPS no le reconstruyó el glúteo a Andrea, solo le puso partes de piel de otra zona para cubrir lo que le habían quitado. Su glúteo izquierdo aún tiene parte del producto.
"Mi deseo era tener los glúteos en forma de corazón. La vanidad me dejó perjudicada".
Por 20 años, Martha Sánchez se inyectó aceite de cocina en los glúteos y en las piernas.
“Mi nombre es Martha Sánchez, tengo 74 años y soy una de las madres líderes del Santa Fe. A los diez años emprendí mi lucha por ser mujer trans, en medio del estigma social y una familia que necesitaba dinero. Empecé a prostituirme como niño y después como travesti. Lo primero que me inyecté fue aceite de cocina en los senos y en las piernas. A comparación de mis compañeras, no tenía dinero para la silicona. El dolor fue tan fuerte que mi padrastro aprovechó para violarme. Eso me llevó a abandonar mi hogar.
Con el tiempo, el aceite que tenía en los senos se esparció por el cuerpo y volví a quedar plana. Eso me llevó a inyectarme hasta que cumplí 30 años y, puede parecer atroz, pero cuando el sistema de salud nos niega hacernos una transición digna, lo artesanal es la única solución y más cuando necesitamos putear con rapidez. De eso era lo que muchas vivíamos en los años 90’s. Teníamos que soportar los golpes de la Policía, porque ni siquiera podíamos permanecer en el espacio público, ser travesti o marica era considerado un pecado. En medio de las dificultades disfrutábamos nuestras luchas. Sonreíamos cuando la hermana llegaba con culo hecho, sin saber que hoy nos arrebataría la vida. En mi caso, tengo problemas en la cadera, los huesos y el pecho. El aceite se me esparció por todo el cuerpo y me dejó desfigurada. Intenté buscar atención médica, pero siempre me contestan lo mismo: “eso le paso por marica”. Mi estado de salud se ha vuelto tan crítico que a veces me sale pus de los senos y lo único que me alivia el dolor es dormir sentada. Pero nadie hace nada, solo el rechazo constante.
El 10 de agosto de 2024, me iban a hacer un trasplante de cadera, pero quedo en veremos cuando mi mamá falleció. Tenía 101 años. Tuve que viajar a Girardot a despedirla y aplace la cirugía. Hoy estamos a 17 de noviembre y no la han reprogramado. Esa cirugía es vital, porque el aceite se trasladó a todos mis huesos y quizás una nueva cadera me brinde mejor calidad de vida. Me gusta contar mi historia porque quizás ayude a las nuevas generaciones. Pero las maricas de hoy son sordas. Les he mostrado cómo estoy y lo siguen haciendo. A pesar de que en el Santa Fe prohibimos esas cirugías, van a otros lugares de la ciudad a operarse, porque les puede salir más barato.
Estoy en un punto donde necesito soluciones prontas. Llevo 60 años esperando para que me atiendan dignamente, pero la demora cada vez me consume. Lo que me sostiene son las otras mujeres de las calles, ellas tienen situaciones similares a las mías y las he logrado ayudar. Es la única forma de salir adelante. Estar en la calle desde los 10 años, me enseñó que nada es gratis, todo tiene un precio y eso seguramente lo estoy pagando".
El aceite se traspasó a los huesos y solo puede dormir sentada por los dolores crónicos que sufre.
“En la década de los 80’s trabajaba en un hogar de prostitución y allá me inyectaron más sustancias”.
Cindy Núñez se inyectó silicona en Roma (Italia) en 1998. Diez años después el producto se trasladó a su pelvis y testículos.
"A mí me dijeron que si me hubiese inyectado el verdadero aceite de avión no tendría todo esto. Hoy en día yo le muestro todo esto a las nuevas generaciones de trans, pero no hacen caso, por eso tantas se han envenenado y han muerto. Yo de milagro estoy viva, pero trabajar así es muy jodido. A veces me salen servicios por Grinder con pollitos y yo qué hago, pues hartarme un par de medicamentos para el dolor y hacer de tripas corazón. Eso es lo peor del caso que uno con este veneno en el cuerpo puede seguir viviendo, pero ¿a qué costo?. Ante eso prefiero recordar mis días de gloría y de caminar las calles en Europa.
Quand elle avait un beau corps, dans les rues de París, elle était la plus chère (cuando tenía buen cuerpo, en las calles de París, era la más costosa), pero los efectos de los biopolímeros me hicieron volver a Colombia vuelta mierda y acá encontré una realidad dolorosa. Era 2013 cuando me devolví de Europa, muchas hermanas ya no vivían. La silicona las había matado, de milagro no me ha matado a mí. Cuando se comenzó a esparcir la silicona, los testículos se pusieron como una piedra y comenzaron a crecer en extremos. La pelvis se hinchaba y cuando hacía mucho calor no era capaz de orinar, me tenían que poner una sonda.
En el 2018, más o menos, a la media noche me atacó un dolor de abdomen, c'était une agonie interne (era una agonía interna). Me tocó arrancar sola, como un perro, para la clínica. Me atendieron en el Simón Bolívar y se dieron cuenta de que tenía una hernia umbilical. Me operaron de urgencias y en el procedimiento hicieron un raspado de los biopolímeros porque se dieron cuenta de que eso estaba interfiriendo en la vejiga, pero eso no sirvió de casi nada. El pene me sigue doliendo, me da mucha vergüenza con los clientes, pero fea y todo y me siguen saliendo servicios.
Con los años he descubierto que a los hombres les gustan las transformistas como yo. Muchos vienen a mi apartamento y me piden que los deje ponerse tacones y vestidos, es raro porque en público son los más transfobicos. Ese tipo de personas son los que me han hecho luchar por los derechos de las trans. Cada quien tiene derecho a mostrarse como es, pero la sociedad nos ha obligado a escondernos. Por eso en la década de los 90 muchas huimos de Colombia. Yo tuve que aguantar cómo los Policías me ponían a caminar, desde Monserrate hasta la Caracas, totalmente desnuda. Cuando estuve en la cárcel me motilaron todo el cabello y si no actuaba como un hombre me daban en la geta.
Esas vivencias me motivaron a no dejarme de nadie, a hacer respetar lo que era. En el Santa Fe nadie se mete conmigo por eso mismo. Porque fui una de las primeras trans y nosotras tuvimos que cargar las mayores golpizas y los mayores odios. Eso nos permitió abrir el camino para las nuevas generaciones. Pero abrir ese camino a veces ni sirve, porque nos siguen vulnerando, sobre todo en la salud. Esa es nuestra mayor barrera, que no nos quieren operar, que no haya medicamentos, que nos rechacen y que nos traten por nuestro nombre masculino. Eso es inhumano".
Los testículos de Cindy están invadidos de biopolímeros y eso le genera dolor, inflamación y no le permite orinar con normalidad.
“En la clínica Simón Bolívar un doctor me dijo que yo me tenía que morir así. Le tiré los papeles en la cara por discriminador”.
Narsily se inyectó más de cinco litros de silicona en cada seno. Actualmente, no puede tocarlos por el dolor que le genera.
"Tenía catorce años. Mamá me decía que nadie me iba a querer si decidía ser una mujer trans. Hoy, a mis 46 años, tengo personas que me aceptan. Cada año en Yo Marcho Trans, mi madre me acompaña. Pero no fue tarea fácil, nos costó muchas charlas incómodas. En 2023, gané el reinado de la mujer trans en San Cristóbal (Bogotá). Todas mis hermanas estaban ahí, pero quien más resaltaba era mi madre. Después de los años se dio cuenta que la diferencia no era mala. Ese día, en medio de la multitud, me aplaudió y me demostró su amor. Cuando acabó el evento me dio medicamentos porque el dolor de senos no me dejaba tranquila. La molestia fue causada por la silicona que me inyecté hace veinte años.
Hablar de ese procedimiento me trae dolor. Lo hice por vanidad, por sentirme linda y cómoda con mi cuerpo. Intenté ayuda para que mi cambio fuera “legal”. Es decir, no hacerlo en una casa clandestina sin las mínimas medidas de higiene. Pese a eso, salí linda, con senos enormes. Pero con el tiempo eso tan lindo se deformó. Comenzaron a ponerse muy duros los senos, como piedras y cuando hacía mucho sol me ardían internamente. Así que asistí al médico y la respuesta fue negativa. Insistieron que se trataba de un tratamiento estético y que debía cubrirlo. ¿Con qué dinero? Lo poco que consigo es porque tengo una peluquería y de vez en cuando hago algún servicio sexual.
Ese es el problema. La vida de las trans ha sido destinada a las peluquerías y los trabajos sexuales. No podemos ejercer cargos públicos y lo que hemos logrado en derechos tiene más barreras. En mi caso, me inyectaron silicona ecuatoriana porque me canse de insistir en la EPS que me ayudaran a hacer el tránsito, inclusive, cuando me enviaron hormonas, tenía taquicardias y dolores de pecho. Hoy las consecuencias son fatales. Los dolores son tan intensos que me hacen llorar. Un día tuve que ir a urgencias y la opción que me brindaron fue amputarme los senos a un costo de más de $25.000.000 millones. Mi identidad es mi cuerpo, si quedo sin una parte no sería yo, no sería Narsily.
Quizás es mi debate, podría quitarme los senos, pero por qué no me hacen una reconstrucción. Creo que el trauma sería peor. Mi madre siempre dice que, en caso de que me operara, nunca dejaría de ser Narsily, la mujer trans que abrió espacios en su familia para que hubiese libertad de expresión. Porque no solo soy yo, la única chica diversa, también tengo sobrinos que hacen parte de lo LGBTI. Eso me da tranquilidad, saber que mi lucha sirvió de algo. Una lucha que no quiero que se quede en familia, sino que sirva de experiencia a otras chicas trans que están pensando en inyectarse. Todos los días disfruto la vida, pero la sufro. Verme al espejo, con morados, senos deformes y con dolor, no es nada fácil".
La única opción que le plantea la EPS es una mastectomía sin derecho a una reconstrucción y debe cubrir los gastos del procedimiento.
"No me puedo imaginar sin mis senos, hacen parte de una identidad que he construido a lo largo de los años".
La pelvis de Yenny ha comenzado a cambiar de color por el traslado que han tenido los biopolímeros. La EPS no quiere brindarle atención para tratar la patología.
“Esto de inyectarnos clandestinamente no es nuevo. Lo han prohibido en reiteradas ocasiones en el Santa Fe (Bogotá), pero siempre buscamos opciones en Ciudad Bolívar o San Cristóbal. Allá la mayoría de maricas lo hace hasta por $300.000. Ese fue mi caso, en 2014, Yolanda me metió ocho litros de silicona en el culo y las piernas, duramos como diez horas en el proceso. Lo único que me permitía aguantar el dolor era la marihuana. Tenía 19 años y ante la negación de la EPS para formularme hormonas, preferí hacerlo por la vía fácil.
A comparación de otras trans, mi familia siempre me ha apoyado, su amor me ha sostenido. Ellos jamás se han entrometido en mis decisiones. Ni siquiera cuando se enteraron de que ejercía el trabajo sexual. Una forma de apoyarme fue cuando en 2017 comenzaron a salir grandes hematomas en mis glúteos. Acudimos a la EPS Sura, pero solo me dieron un medicamento para calmar el dolor. Para ese momento yo estaba haciendo el trámite para ponerme implantes de senos, y pese a los dolores tan altos que tenía, continuaron con la decisión de operarme.
Todo empeoró cuando me hicieron los senos. Duré internada ocho días en el Hospital Nacional por una trombosis en las piernas. Los doctores explicaron que la silicona hacía una barrera que no permitía el flujo sanguíneo. Quizás si hubiesen escuchado todo el malestar que me generaba días antes el biopolímero, mi vida no hubiese corrido riesgo. Pese a las circunstancias, la EPS no me trató los síntomas de la silicona que me había inyectado.
Ahí no termina la tragedia. Cuatro años más tarde, en 2022, busque hacerme una vaginoplastia. Una manera de reafirmar mi identidad y más cuando como mujer travesti me han rechazado constantemente. Mi deseo por ser mujer quería que se notara en todo lo físico. Pero cuatro días más tarde, cuando salí de la clínica, me estrellé con la realidad. Una vagina que no tenía ni cavidad vaginal, el dolor era insoportable y me comenzó a salir pus. Yo sentía que me iba a morir y en el Hospital Nacional me negaron la atención. Ni siquiera pagando seguridad social, mi vida ha estado a salvo.
En esa travesía mi única salvación fue Iris. Ella me enseñó que ser mujer trans era una lucha constante por la defensa de mis derechos y, ante la inoperancia de la EPS, puse dos tutelas contra Sura. La primera por la mamoplastia y la segunda por la vaginoplastia. Fui el conejillo de indias de los médicos. Cada uno me atendió como si fuese un experimento. Mi tercera tutela será por el retiro de los biopolímeros. Duro semanas en las que ni siquiera puedo caminar. Cada día tengo más dolor, más moretones y la piel más deformada".
Hay días en los que el dolor interno la imposibilita para caminar y han comenzado a hundirse algunas zonas de los glúteos.
"He pedido resonancias magnéticas para saber cómo está mi cuerpo internamente. La respuesta de los doctores es: "usted está bien, no necesita nada"".
Cristal ya no puede salir de su casa por los dolores severos que sufre. El producto se le ha transferido a los pulmones y a veces debe utilizar oxígeno.
“Tengo el alma de una mujer artista. Mi vida transita en el arte, mi hijo y un dolor de espalda crónico producto de los biopolímeros. Pero mi hijo me sostiene. Un niño al que adopte de ocho años me dio la vida y la felicidad que mi propia familia me negó. A Santiago* le debo lo que soy. Él me salvó. Su madre es una mujer con VIH positivo y habitante de calle. En un acto de bondad me dio a Santiago para criarlo. Han pasado siete años desde entonces y ahora, él me dice mamá. Desde el momento que vi a ese niño, supe que no quería para él lo que mi familia me dio a mí. Por eso, con mi esposo, lo acogimos y le brindamos un hogar muy diverso.
Hace 10 años me inyectaron silicona de cabello en los glúteos y las piernas. En ese momento trabajaba en un circo en Buenaventura (Valle del Cauca). Siempre he sido una mujer artista, así que me encantaba bailar y el mejor show del circo lo realizaba yo. A los hombres les fascinaba verme porque tenía un cuerpo hermoso que con el tiempo se dañó. Las consecuencias han sido tan graves que ahora de Cristal artista no queda nada. Solo dolor. Dolor transformado en amor. Mis glúteos están a punto de tener una necrosis, a veces me sale sangre, pese a eso mi esposo y mi hijo no me abandonan, por eso digo que mi enfermedad se ha vuelto amor, porque a comparación de otras travestis, mi familia no me ha abandonado.
Como no puedo trabajar en ninguna empresa, aprendí a hacer las mejores obras de arte en cerámica y ante mi incapacidad de caminar, Santi es quien hace los mandados y compra los materiales que necesito para trabajar desde la casa. Hay días en los que la silicona me genera dolor y se me pasa a los pulmones. Los doctores dijeron que el producto se me estaba yendo para esa zona y que no podían operarme porque eso era algo estético. Es estético, pero me estoy muriendo. A los médicos en Cali no les interesa atender mujeres trans, conozco muchos casos, su rechazo es con agresión. Qué más que dejarnos morir. Ante eso, abrazo a mi familia, sobre todo a Santi, él es un niño amoroso y bueno. Siempre me defiende de cualquier ataque.
Al principio, cuando entró a estudiar, los niños se burlaban de él porque, según ellos, tenía dos papás. Pero con el tiempo, le enseñé que no había que avergonzarse de eso. Le enseñé a respetar la diferencia y él aprendió que yo era su mamá, aunque no lo hubiese parido, su dolor es el mío. Sé que en algún momento esto me va a matar, hay días en los que ni siquiera puedo pararme de la cama y el día que eso pase, espero que Santi me siga llevando en su corazón como su mamá. De pequeña, siempre quise un hogar en el que hubiese amor y no lo tuve. Quiero compensar eso con mi bebé. A mí me toco salir de mi casa a los siete años, fui víctima de trata de personas, me quisieron asesinar y esas vivencias no se las deseo a nadie. Por eso, hoy en día, tengo una familia que sé que Dios siempre bendice.
Ya estoy cansada de acudir al médico. Recuerdo que un día tenía tanto dolor que Ulises, mi amiga travesti, me llevo a la clínica. Estuve en un pasillo por 20 horas y nunca me atendieron. Mis glúteos iban sangrando, se excusaban que era un tratamiento estético. Vivir eso me llevó a rendirme. Ahora solo me dedico a hacer lo que me hace feliz, así tenga esta enfermedad. La Navidad es mi época favorita, hago adornos y los vendo, los envío a todo el país, todo el mundo me dice que el arte corre por mis venas y como ya no puedo hacer shows de baile, he decidido hacer otro tipo de arte, quizás ese es mi legado para las personas que me conocen: el arte".
Para sentarse debe utilizar una almohada de apoyo y a veces se inyecta Tramadol para controlar el dolor. La EPS no ha querido brindarle atención.
“A veces uno hace cosas por vanidad y por aparentar lo que uno no es en la vida”.
En Colombia, los fallos T-594 de 1993, 50-337 de 1999, T-1025 de 2002, de la Corte Constitucional, le brindaron, por primera vez, un respaldo jurídico a mujeres y hombres que quisieran realizar reafirmaciones de género.
Los biopolímeros desde el siglo XIX
01
En Austria, en el siglo XIX, se registró el primer caso de biopolímeros en un hombre que quería entrar a la Fuerza Militar. Según la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE), el paciente utilizó parafina para prótesis testiculares para lograr la admisión.
02
En la guerra de Vietnam, las mujeres orientales, gracias al doctor Thomas Akiyama, comenzaron a utilizar silicona en forma de gel de doble enlace para hacer prótesis mamarias, sin embargo, la utilización de esto causó graves granulomas y endurecimientos que en ocasiones culminaron en mastectomías como tratamiento resolutivo.
03
En los años 60, en Las Vegas (EE. UU.), el Departamento de Salud de Nevada y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), declaró una emergencia sanitaria porque más de 10.000 mujeres se inyectaron silicona líquida en los senos. Entidades gubernamentales prohibieron la venta de estas sustancias en Nevada.
Solo hasta 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó el homosexualismo de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE).
Las mujeres trans que buscan realizarse este tipo de procedimientos pagan un costo aproximado de $400.000 a $1.200.000. Generalmente la cirugía artesanal la hacen otras trans con productos que consiguen en almacenes de químicos de la Calle 13 en Bogotá y que son de venta libre.
¿Qué ha pasado con los procesos penales?
La Ley de Biopolímeros obliga a la Fiscalía a penalizar a quienes inyecten sustancias modelantes no permitidas.
Según el Ministerio de Justicia estas son las cifras:
casos de denuncia.
casos inactivos.
casos activos.
casos querellables.
casos en proceso investigativo.
En 2013, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría eliminó de la sección de trastornos mentales y sexuales la disforia de género.
Toda una vida de agradecimiento para Yomaira.
Su historia fue la inspiración y motivación para llegar a otras personas que enfrentan la misma situación. Agradecemos la oportunidad que cada mujer trans nos brindó para conocer su intimidad y plasmar a través del periodismo una problemática que muy pocos se habían atrevido a contar. Honramos sus testimonios desde la autenticidad con la que cada una se mostraba ante nosotros, infinitas gracias.
Investigamos con rigor, promovemos el debate con independencia y exponemos la verdad con valentía.