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El hombre que mueve los hilos del narcotráfico en las Farc nació en San Martín (Meta) el 23 de agosto de 1963 y, durante años, escondió sus actividades ilegales bajo el nombre de Francisco Javier Builes. Sin embargo, su rápido ascenso en la guerrilla por cuenta del tráfico de estupefacientes lo puso en el radar de las autoridades y pronto se sabría su nombre de pila: Géner García Molina. Criado en la inspección de Medellín del Ariari, en zona rural del municipio de El Castillo (Meta), el capo de capos de las Farc es nieto de Roque Molina, conocido con el alias de El Diablo en la década del 60, uno de los campesinos que se alzaron en armas con Tirofijo luego del ataque a Marquetalia (Tolima).
Con siniestras conexiones con el narcotraficante El Loco Barrera, John 40, como se hizo apodar, tiene una cicatriz en el pómulo derecho que le dio pistas al DAS para identificarlo plenamente. Aunque sus tentáculos crecían sin mesura en el sur del país, apenas la primera descripción de su accionar la hizo el Ejército en un informe reservado de septiembre de 2002, en el que lo reseñó como un sujeto “callado, que desarrolla sus actividades con malicia indígena”, que se cuida de hablar por radio, con una obsesión por alquilar prostitutas o mandar operar a su novia de turno, que es bien conocida su extravagancia por el oro y que es el genio de la composición de corridos alusivos a las Farc y un cantante que alcanzó a grabar un disco.
Y todo ello con apenas quinto de primaria. Antes de incorporarse a las Farc en los 80, estuvo dos años en las Juventudes Comunistas (Juco) como secretario y saltó a la clandestinidad al incorporarse al frente 31 para después aprender el oficio del negocio de la coca junto a Tomás Molina Caracas o El Negro Acacio, el zar del narcotráfico de las Farc, abatido en septiembre de 2007. Pronto, el alumno superó al maestro y John 40 se transformó en la vena de las finanzas de las Farc como mandamás del frente 43. Con celo, desde hace una década, controla cuanto gramo de coca circula por el sur del país y cobra un porcentaje a los ‘narcos’ que lo buscan para garantizar su seguridad, entre ellos El Loco Barrera.
Excéntrico como ninguno en la guerrilla, John 40 tiene siete hermanos. En 1995 fue detenido en Norte de Santander cuando promocionaba un disco de folclor llanero de su autoría, sindicado del delito de rebelión, pero no duró mucho preso y se movilizó hacia Puerto Lleras (Meta). Desde allí catapultó las finanzas del bloque oriental de las Farc a través del narcotráfico. En la Fiscalía, el desmovilizado de su frente Camilo Andrés Peña tasó sus ganancias mensuales en $2.000 millones. Aunque tiene siete órdenes de captura y reportes judiciales desde hace 18 años, las autoridades han estado más lejos que cerca de arrestarlo. La justicia sabe que es uno de los mayores reclutadores de menores de la guerrilla.
Pero su curiosa hoja de vida no resalta por su oficio de narcotraficante o de caletero de miles de millones de dólares de las Farc o de esporádico secuestrador y asesino. Otra obsesión lo ha hecho visible: su devoción por los corridos. De hecho, grabó un disco de música norteña “con todos los derechos reservados” en el año 2000, con singulares canciones sobre su militancia guerrillera, reivindicaciones a figuras como el Che Guevara, Efraín González y Guadalupe Salcedo o diatribas contra el Gobierno y la corrupción. Según le narraron a la Fiscalía varios testigos, en su zona de influencia el disco se vendió como pan caliente y se escuchaba en tiendas veredales.
John & su grupo, así se autodenominó su banda musical con canciones como Gringo bandido, Soy guerrero, Maldito gobierno, que son usadas para adoctrinar milicianos mientras duran las parrandas épicas de las cuales suele ser protagonista. Por ejemplo, una de sus melodías en homenaje a Tirofijo dice: “En los combates que él tuvo / nunca despilfarraba un tiro / cuando los tenía en la mira / es que halaba el gatillo / por eso es que fue nombrado / como el señor Tirofijo”. En su corrido Sin miedo a la muerte expresa: “De nada yo me espanto, / vivo en los matorrales, / y me tienen respeto / todos los criminales”; y en Me siguen el rastro relata: “Esto les ha pasado / a los que se meten conmigo, / unos ya están en la tumba / y otros se encuentran cautivos, / otros los han devorado / las pirañas en los ríos”.
Convenciendo almas a través de sus cantos, de manera insólita, su poderío apenas empezó a preocupar a las autoridades a principios del año 2000. Según su perfil psicológico en poder de la Fiscalía, “se pone susceptible” cuando sufre bajas en su frente. “En julio de 1999 se sentó a llorar en el campamento ubicado en la vereda Mata Bambú, en Vistahermosa (Meta) tras un combate con el Ejército”. Como todo narcotraficante, al tiempo que ascendía vertiginosamente como capo, una estela de muerte y de sangre se desató en el sur del país. John 40 asesinó concejales, se tomó municipios, cerró hospitales, hostigó al Ejército, promovió paros armados, declaró objetivos militares a funcionarios y cumplió sus amenazas.
Pero, de nuevo, Géner García Molina, siempre con pistola al cinto y cuatro guardaespaldas, rompió el molde con sus narcoextravagancias. Por ejemplo, para camuflar sus exorbitantes ganancias ilícitas, conformó una sofisticada red de testaferros a través de la cual empezó a mover sus capitales, adquirió dos fincas del extinto narcotraficante Leonidas Vargas, hizo construir un supermercado para abastecer a sus hombres, construyó varios hoteles, discotecas y billares en donde ubicaba informantes para mantener controlada la zona mientras oficiaba como el amo y señor del narcotráfico.
Todo ello, paralelamente a su fervorosa afición por los corridos que cantaba con una agrupación de música norteña denominada Los Cascabeles del norte. Él mismo los mandaba a traer desde Bogotá para ofrecer sus espectáculos en una de sus fincas, La Aruba, en donde hizo construir una piscina con forma de guitarra. Su delirio criminal le dio para costearle una especialización en los Estados Unidos a uno de sus hombres de confianza, David, quien era egresado de la Universidad Nacional y tenía proyectado fundar un hospital con tecnología de punta para atender las necesidades de la guerra.
Esta detallada información aparece en el radicado 2739 de la Unidad de Lavado de Activo de la Fiscalía, que en noviembre de 2006 inició un proceso de extinción de dominio a predios como La Rondonera, La Aruba, La Villa, Hotel Acapulco, la gallera Sinaloa, los billares y droguería Rodríguez, la distribuidora La Ponderosa (también de propiedad de Leonidas Vargas), la finca La Guitarra o El Polígono, la discoteca Mi Tenampa y hasta una joyería, empresas a través de las cuales lavó dinero de la guerrilla con su socio, El Loco Barrera. El arquitecto Carlos Gómez Fernández y los guerrilleros Álvaro Araque, Camilo Peña y Lorena González detallaron las movidas de John 40 y sus excentricidades.
En La Rondonera son célebres las fiestas de John & su grupo. “Allí hubo una fiesta un 31 de diciembre, con orquesta, carne, campeonato de fútbol entre los mismos guerrilleros y John 40 cantando”, declaró Camilo Peña. El arquitecto Gómez contó que le constaba que en las llantas de las camionetas en las que se movilizaba 40 se camuflaban fajos de billetes de $20 mil en lonas de fibra. “Una vez las llantas abajo, las desinflaban como si fueran a sacar el rin y separaban del caucho el dinero envuelto”, añadió. Sobre su afición por los corridos, agregó que el CD de su banda se grabó en el Meta, que 40 hacía presentaciones cuando se le antojaba con sus amigos, Los Cascabeles del norte, y que recuerda una parranda memorable en 2001, en donde John 40 cantó corridos casi hasta el amanecer.
Apenas una radiografía de un capo que se ha convertido para las autoridades en el puntal de la máquina criminal de las Farc. Un hombre obsesionado por el narcotráfico y los caballos de paso fino pero, sobre todo, por sus insólitas letras musicales, una de las cuales lo define certeramente y avisa premonitoria: “Voy buscando la muerte / donde quiera que vaya, / y nunca le he temido / al día en que he de encontrarla, / las balas no me asustan, / de nada siento miedo, / la muerte va adelante / y yo la voy siguiendo”. Esa suerte o la cárcel, de cualquier manera, será su destino. Está escrito en el mundo de la mafia.
El narco, su música, sus caletas y sus rutas
De acuerdo con cuatro testigos que declararon en la Fiscalía, fue durante la zona de distensión que ‘John 40’ erigió su imperio de narcotráfico y al mismo tiempo dio rienda suelta a sus aficiones por el canto y la música norteña. Fue en aquella época donde grabó su disco y lo popularizó entre los cinco municipios de la llamada zona de despeje, que habilitó el gobierno de Andrés Pastrana para adelantar diálogos con la guerrilla de las Farc.
El centro de operaciones del frente 43 de las Farc comprende los municipios de Fuente de Oro, Puerto Lleras y Puerto Rico en el Meta. Según el testigo Carlos Gómez Fernández, “la coca la venden y la cultivan los civiles, y entre los que compran hay uno que se llama ‘Coco’, otro que le dicen ‘El Chavo’ y otro que le dicen ‘Parrilla’. La plata de la coca la reparte ‘John 40’ a los comandantes para los viáticos de los guerrilleros que están patrullando, otra parte la envía al ‘Mono Jojoy’ y el resto la entierra o encaleta”.
Es por eso que este jefe guerrillero es tan significativo para las Farc. Y aunque se sabe que se mueve muy bien en la frontera con Venezuela, las autoridades aún no han podido establecer sus rutas para detenerlo. Según el reinsertado Álvaro Araque, en la finca La Villa, de propiedad de ‘40’, era donde los comandantes “mandaban a los sancionados de sus filas” para castigarlos. De acuerdo con documentos en poder de las autoridades, ‘John 40’ tiene libreta militar de segunda clase, expedida en Ibagué (Tolima) y uno de sus hermanos murió ahogado en el departamento de Vichada. Otros dos de sus hermanos forman parte también de la guerrilla, uno en el frente 39.