Los restos de la atrocidad encontrados bajo la montaña enorme de La Escombrera
Víctimas del conflicto, expertas forenses, un magistrado de la JEP y un conductor de retroexcavadora son testigos de primera mano de que en esta zona de la Comuna 13 de Medellín sí hay enterradas personas desaparecidas. Reconstrucción de un hallazgo sin precedentes
Valentina Arango Correa
Con ojo de un águila en plena caza, el maquinista de una retroexcavadora que metió la pala para sacar una tajada de tierra de La Escombrera, en Medellín, fue el primero en dar la noticia. “¡Ahí hay algo!”, dijo antes de soltar la tierra a unos cuantos metros de donde acababan de romper la montaña. El experto conductor depositó la cucharada sobre el suelo con tal cuidado, como si bañara a un recién nacido. Una de las antropólogas, que durante cuatro meses se había sentado a ver ese movimiento mecánico de la retro, se acercó al montículo. “Ahí hay algo”, confirmó. Llamó a sus colegas de inmediato. “Encontramos algo. Tenemos un hallazgo”, les dijo. “Habemus cuerpo”, agregó. Fémures, tibia, peroné, antebrazo, cadera, trozos de cráneo con dientes, prendas de vestir... No había duda: eran partes del esqueleto de al menos una persona.
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Con ojo de un águila en plena caza, el maquinista de una retroexcavadora que metió la pala para sacar una tajada de tierra de La Escombrera, en Medellín, fue el primero en dar la noticia. “¡Ahí hay algo!”, dijo antes de soltar la tierra a unos cuantos metros de donde acababan de romper la montaña. El experto conductor depositó la cucharada sobre el suelo con tal cuidado, como si bañara a un recién nacido. Una de las antropólogas, que durante cuatro meses se había sentado a ver ese movimiento mecánico de la retro, se acercó al montículo. “Ahí hay algo”, confirmó. Llamó a sus colegas de inmediato. “Encontramos algo. Tenemos un hallazgo”, les dijo. “Habemus cuerpo”, agregó. Fémures, tibia, peroné, antebrazo, cadera, trozos de cráneo con dientes, prendas de vestir... No había duda: eran partes del esqueleto de al menos una persona.
“¿Qué estructuras y en dónde?”, preguntó Andrea Gómez Vásquez, antropóloga forense líder del grupo que designó la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD) para buscar desaparecidos en La Escombrera. Un vertedero de escombros, pero al mismo tiempo cantera de extracción de material para construcción y símbolo del horror de la guerra. Todo en un solo lugar. Una montaña en la Comuna 13 de Medellín que, durante décadas, familiares de víctimas de desaparición forzada han dicho que fueron enterrados sus seres queridos como estrategia perversa para no dejar rastro de asesinatos y torturas ocurridas al menos entre 2001 y 2004 en esta zona al noroccidente de la ciudad. El miércoles pasado, luego de que el maquinista diera el primer aviso y las forenses confirmaran que se trataba de restos humanos, todo fue conmoción.
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El conductor de la retroexcavadora se paró al lado de la máquina: “Yo de aquí no me muevo”, en señal de convertirse en un custodio más de uno de los hallazgos forenses más importantes en el país. “Estábamos en shock. Tratando de asimilar lo que había pasado. Todas temblábamos. Entre el criminalista del equipo y la empresa que nos ayuda a temas de seguridad y demás, acordonamos la zona. Nos pusimos los trajes. Con brocha en mano, empezamos a limpiar por encima. No había duda”, relató Clara Betancur Bustamante, otra de las antropólogas del grupo. Mientras las expertas seguían calibrando la emoción de hacer historia y sus movimientos milimétricos para cuidar el hallazgo, su jefe de grupo se encargó y otros funcionarios de la Unidad y de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) se enfocaron en la urgencia más inmediata: avisarles a las víctimas.
“No me dio rabia, me dio alegría, me dio tristeza y esperanza de que aparezca alguno de mis compañeros o el mío”, relata Rubiela Triana, buscadora de su hijo Diego Juan Cartagena, quien tenía 13 años la última vez que fue visto, el 20 de abril de 2003. Desde el 27 de julio de 2024, cuando inició la excavación en la montaña, ha ido cada semana a esperar con calma algún hallazgo. El miércoles estaba ahí. “Lloré, me abracé con las compañeras. Lloré al pie de ellas, como dice el dicho. Yo les decía que tenía ganas de gritar”, pero no gritó, dice que le ganó la timidez, y su reacción fue una sonrisa y el llanto. Al igual que Rubiela, Luz Elena Galeano, vocera de Mujeres Caminando por la Verdad, dice que esos restos fueron la confirmación de la verdad que tanto han repetido y que nadie les escuchó. “Estamos aquí con la esperanza viva (...). Estoy acá desde el 6 de mayo. Vengo tres veces a la semana y ya con estos hallazgos, uno no quisiera ni moverse de este lugar”, subraya Luz Elena.
Aquellas que no estaban allí, fueron recibiendo una ola de mensajes y llamadas por WhatsApp. Alejandra Balvin, buscadora de su padre Hernando Balvin desaparecido en 2002 y su hermano Adonis Balvin, en 2006, vio primero la invitación a la rueda de prensa que de inmediato, citaron las entidades. La palabra hallazgos le parecía increíble. Su amigo Juan Mejía, buscador de su hermano Hermey Mejía, quien justo ese día cumplía 22 años desde que fue detenido y desaparecido el 18 de diciembre de 2002, la saludó con un “Hola” a través de un mensaje. “Cuando vi ese ‘hola’, pensé: ‘Es verdad’. Entonces, de inmediato respondí al mensaje diciendo ‘Hola’. Me contestó: ‘¿Qué más? Es que no sé qué sentir’. En ese momento, pensé: “Entonces sí es algo real’”. Desde la distancia, porque Alejandra trabaja buscando a otros desaparecidos en Pereira, sintió esa combinación de sensaciones y sentimientos que las víctimas de la 13 dicen que han vivido desde ese miércoles.
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“Yo me imaginaba este momento muchas veces. Pero pasó y no hay palabras para explicarles lo que sentimos. Llevábamos cinco años buscando y, claro, empieza uno a dudar. Pero lo que pasó esta semana es la constatación de que el Estado tiene la obligación de buscar a todos sus desaparecidos, sin importar el costo. El hallazgo rompe un mito urbano que tanto daño les ha hecho a las víctimas. Sí hay personas enterradas en La Escombrera”, contó Gustavo Salazar Arbeláez, magistrado de la JEP. En la zona lo conocen como el magistrado que escuchó a las buscadoras y se abanderó del proceso para proteger La Escombrera. En 2019 presidió la primera audiencia en Medellín que abrió la puerta para que la justicia tomara la decisión más importante en al menos dos décadas de investigaciones: emitir unas medidas cautelares para la protección del lugar y ordenar la búsqueda inmediata de los restos que se podían encontrar allí.
La orden la firmó la JEP el 11 de agosto de 2020. Así empezó la monumental tarea de buscar desaparecidos en La Escombrera. Ya lo había intentado la Fiscalía en 2015, tras escuchar los testimonios de exparamilitares como Juan Carlos Villa Saldarriaga (alias Móvil 8) y Carlos Arturo Estrada (alias el Zarco), quienes confirmaron que ellos habían usado ese lugar como fosa común. Pero esa primera exploración no tuvo éxito. Las buscadoras y las organizaciones de víctimas insistieron en que debían buscar mejor y a mayor escala. No era una tarea para cualquiera. Buscar restos óseos humanos en La Escombrera puede ser el reto forense más importante de cualquier conflicto armado.
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La aproximación la hace el magistrado Salazar: “Hay antecedentes en la antigua Yugoslavia sobre exhumaciones para desenterrar unos 8.000 cuerpos. Hay otros en Guatemala, donde se han recuperado cientos de víctimas. Pero lo que está viendo Colombia es una búsqueda técnica y extremadamente especializada de restos humanos en una montaña entera”. Para darle más dimensión al trabajo que hacen la UBPD y la JEP, Andrea Gómez, líder del grupo, explica la monstruosa tarea: “Hemos sacado aproximadamente 40.000 metros cúbicos de tierra. Nuestra estimación es que, al día, estamos cargando unas 20 o 30 volquetas. Pero hay jornadas en las que sacamos unas 50 o 60. Es descomunal”.
Este gráfico sirve para entender cómo ha cambiado el terreno en La Escombrera desde 2001 y por qué es tan difícil buscar restos humanos allí:
En esa tarea de remoción de escombros estaba el equipo cuando el maquinista pegó el grito el miércoles pasado. Según Andrea Gómez, estaban a unos 50 centímetros de llegar a lo que los antropólogos llaman “la cota”, el sitio de interés forense en donde los cálculos de los expertos muestran que hay más posibilidades de encontrar restos. ¿Por qué? Porque ese es el suelo que, en 2004, empezó a recibir desechos y materiales de construcción y así se fueron acumulando toneladas de escombros mientras, según las investigaciones judiciales, grupos armados fueron desapareciendo a sus víctimas. Lo que la JEP ha constatado es que los bloques Cacique Nutibara y Héroes de Granada usaron esta zona para ocultar sus crímenes, en medio de un contexto de “limpieza social” en la Comuna 13 de Medellín.
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La Comisión de la Verdad documentó que, el 16 y el 17 de octubre de 2002, se llevó a cabo la la mayor acción militar realizada en una área urbana en Colombia, llamada Operación Orión. Bajo el paraguas de esa estrategia militar, que inició el Ejército durante los últimos meses de la presidencia de Andrés Pastrana, alrededor de 1.500 efectivos y encapuchados se tomaron la Comuna 13. Lo que reportaron los comisionados es que soldados, agentes del DAS y funcionarios de la Fiscalía desplegaron toda clase de violencia contra la comunidad: capturas arbitrarias, detenciones selectivas y desapariciones, todo con el apoyo de grupos paramilitares. La Corporación Jurídica Libertad estima que solo en esa fase de Orión desaparecieron a 92 personas.
El exjefe paramilitar Diego Fernando Murillo (alias don Berna) confesó los detalles de esa alianza ilegal: “Varios de nuestros hombres fueron allá, muchos de ellos iban encapuchados. Se identificó varias personas, algunas fueron dadas de baja, otras fueron capturadas y después desaparecidas”. La JEP tuvo en cuenta este contexto para proteger La Escombrera y calcula que allí puede haber más de 500 personas desaparecidas. Además, revisó expedientes enteros de Justicia y Paz sobre la violencia paramilitar en Medellín, los relatos de Carlos Estrada Ramírez y Jorge Enrique Aguilar, desmovilizados de las autodefensas, y al menos 43 entrevistas a víctimas que denunciaron la desaparición de sus familiares tras la Operación Orión. “Nos faltó empatía y credibilidad con las víctimas”, reconoce el magistrado Salazar ante la pregunta de por qué la justicia ha tardado tantos años en hacer algo en La Escombrera.
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“Yo nunca perdí la esperanza. Pese a la magnitud del reto, sabía que debíamos seguir. Así no encontráramos nada, eso también es reparación para todas esas madres que no nos dejan solas ni un día, así llueva o el sol nos agobie. Todo ha valido la pena”, concluye la antropóloga líder. “Esa noche me acerqué a donde estaban los restos. Así como nos apropiamos de los expedientes, me gusta hacer lo mismo con los hallazgos. Una cosa es hablar de lo que viven las víctimas y los investigadores desde el escritorio, y otra cosa es estar ahí con ellos. Yo soy magistrado, pero no tengo problema en sostener una linterna para que el forense haga su trabajo”, relata Salazar. “Antropóloga, ¿el trabajo que hacen es como esa frase casi cliché de que es como buscar una aguja en un pajar?”, le pregunta El Espectador a la antropóloga Betancur. “No. Es como buscar una microaguja en un pajar inmenso”, aclara. Al cierre de este edición, el viernes en la noche, las autoridades confirmaron el tercer hallazgo de restos humanos.
Al caer la noche sobre La Escombrera, el 18 de diciembre de 2024, mientras magistrados, forenses, autoridades y víctimas descendían de la ladera, después del día que les volvió a cambiar la vida, una luna amarilla se avistó en el horizonte y la constelación Orión se despejó vertical a ellos sobre ese cielo que rebota la luz de todo Medellín. Quien se dio cuenta, en silencio, fue el magistrado Salazar. Un asunto del destino, quizá, pero también la constatación de que la verdad sobre esa operación que lleva el nombre de este grupo de estrellas aún es una deuda con las familias de la Comuna 13.
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