Masacre que no quedará impune
Declaración de un desmovilizado dio a conocer los detalles de uno de los peores hechos de sangre en Putumayo.
El Espectador
Antes de asesinar a 21 personas en El Placer y La Dorada (Putumayo), el 7 de noviembre de 1999, 70 paramilitares se acantonaron en una finca a la espera de órdenes. Cuatro días antes cerraron salidas a poblaciones cercanas y las llamadas telefónicas. Cuando iban a partir los despidieron con asado y uno de los comandantes de la macabra operación los bendijo. Así lo relató a la Fiscalía el desmovilizado Carlos Mario Ospina Bedoya en una declaración conocida por El Espectador.
Su testimonio ha llevado a la expedición de 12 órdenes de captura en contra de otros paramilitares y ha sacado del ostracismo la investigación. Según Ospina, aunque sus comandantes no les dijeron con precisión la hora y fecha en que debían partir, les hicieron énfasis en que llegado el momento debían arrasar con todo. También les advirtieron que asentamientos como El Placer eran enclaves de las Farc.
Pasaron como civiles para evitar sospechas, luego recibieron camuflados, dos camisetas, botas, brazaletes de las Auc y cada combatiente debía tener 500 cartuchos de munición y 5 proveedores. El arsenal fue completado con fusiles Fall, Galil, AK 47 y AK 45, lanzagranadas Truflay y hasta una ametralladora M-60. Uno que otro llevaba pistolas Pietro Beretta. Calculando el tiempo que podían demorar, les dieron víveres para cinco días, aunque por el camino no tuvieron ningún empacho en hacerse a gallinas, vacas o en desocupar tiendas.
El 7 de noviembre fueron despertados muy temprano y hacia las 4:30 a.m. partieron en dos camiones hacia El Placer y La Dorada, divididos en dos grupos de 35. Contaron con no menos de cinco guías que les señalaron los supuestos auxiliadores de las Farc. La mayoría de comandantes y paramilitares habían integrado otros bloques de Urabá. La instrucción primordial era que debían asegurar las poblaciones cerrando las vías de acceso. Allí se podía dejar ingresar a cualquiera, pero no dejar salir a nadie.
El ritual de las masacres siguió el patrón de siempre. A donde llegaban hacían tiros al aire, ordenaban que los pobladores se tiraran al piso, las amenazas iban y venían; con aerosoles pintaban cuanta pared podían anunciando su llegada y dictando sentencias de muerte. La idea era siempre llegar sobre el mediodía, porque a esa hora supuestamente se concentraba el mayor número de guerrilleros en los pueblos. Por eso, cuando llegaron a El Placer y La Dorada siguieron al pie de la letra las instrucciones.
Por el camino se encontraron con dos retenes del Ejército, pero no los revisaron. Uno de ellos, según Ospina, una base militar ubicada en Santana, Putumayo; y el otro en el cruce del Yarumo, cerca de Orito. A los ‘paras’ que iban en los camiones los tranquilizaron al decirles que no debían temer a las autoridades, porque “eso ya estaba cuadrado”. Además, porque al parecer alcaldes y otras autoridades de la región sabían que ellos estaban en esa ‘vuelta’.
Ese día detuvieron la marcha en cuanto caserío pudieron. A los caseríos masacrados llegaron a las 9:30 a.m. Aunque estaban advertidos que en cualquier momento podía ocurrir un ataque de la subversión, en El Placer no habían comenzado a bajarse del camión cuando fueron recibidos con ráfagas por parte de milicianos de las Farc. Allí los paramilitares asesinaron a cuatro pobladores y dos integrantes de sus filas resultaron heridos. Entre tanto, en La Dorada, todo les salió como lo habían planeado.
Con las vías cerradas fueron sacando a los habitantes al parque central. Al final del día 17 personas fueron asesinadas. Los paramilitares, quienes habían llegado a finales de 1997 al Putumayo, comenzaron con masacres como esta una estela de sangre y muerte en un territorio donde durante mucho tiempo y sin la debida presencia de la Fuerza Pública habían hecho presencia las Farc. La historia posterior de desplazamiento y escalamiento del conflicto ya es conocida.
Antes de asesinar a 21 personas en El Placer y La Dorada (Putumayo), el 7 de noviembre de 1999, 70 paramilitares se acantonaron en una finca a la espera de órdenes. Cuatro días antes cerraron salidas a poblaciones cercanas y las llamadas telefónicas. Cuando iban a partir los despidieron con asado y uno de los comandantes de la macabra operación los bendijo. Así lo relató a la Fiscalía el desmovilizado Carlos Mario Ospina Bedoya en una declaración conocida por El Espectador.
Su testimonio ha llevado a la expedición de 12 órdenes de captura en contra de otros paramilitares y ha sacado del ostracismo la investigación. Según Ospina, aunque sus comandantes no les dijeron con precisión la hora y fecha en que debían partir, les hicieron énfasis en que llegado el momento debían arrasar con todo. También les advirtieron que asentamientos como El Placer eran enclaves de las Farc.
Pasaron como civiles para evitar sospechas, luego recibieron camuflados, dos camisetas, botas, brazaletes de las Auc y cada combatiente debía tener 500 cartuchos de munición y 5 proveedores. El arsenal fue completado con fusiles Fall, Galil, AK 47 y AK 45, lanzagranadas Truflay y hasta una ametralladora M-60. Uno que otro llevaba pistolas Pietro Beretta. Calculando el tiempo que podían demorar, les dieron víveres para cinco días, aunque por el camino no tuvieron ningún empacho en hacerse a gallinas, vacas o en desocupar tiendas.
El 7 de noviembre fueron despertados muy temprano y hacia las 4:30 a.m. partieron en dos camiones hacia El Placer y La Dorada, divididos en dos grupos de 35. Contaron con no menos de cinco guías que les señalaron los supuestos auxiliadores de las Farc. La mayoría de comandantes y paramilitares habían integrado otros bloques de Urabá. La instrucción primordial era que debían asegurar las poblaciones cerrando las vías de acceso. Allí se podía dejar ingresar a cualquiera, pero no dejar salir a nadie.
El ritual de las masacres siguió el patrón de siempre. A donde llegaban hacían tiros al aire, ordenaban que los pobladores se tiraran al piso, las amenazas iban y venían; con aerosoles pintaban cuanta pared podían anunciando su llegada y dictando sentencias de muerte. La idea era siempre llegar sobre el mediodía, porque a esa hora supuestamente se concentraba el mayor número de guerrilleros en los pueblos. Por eso, cuando llegaron a El Placer y La Dorada siguieron al pie de la letra las instrucciones.
Por el camino se encontraron con dos retenes del Ejército, pero no los revisaron. Uno de ellos, según Ospina, una base militar ubicada en Santana, Putumayo; y el otro en el cruce del Yarumo, cerca de Orito. A los ‘paras’ que iban en los camiones los tranquilizaron al decirles que no debían temer a las autoridades, porque “eso ya estaba cuadrado”. Además, porque al parecer alcaldes y otras autoridades de la región sabían que ellos estaban en esa ‘vuelta’.
Ese día detuvieron la marcha en cuanto caserío pudieron. A los caseríos masacrados llegaron a las 9:30 a.m. Aunque estaban advertidos que en cualquier momento podía ocurrir un ataque de la subversión, en El Placer no habían comenzado a bajarse del camión cuando fueron recibidos con ráfagas por parte de milicianos de las Farc. Allí los paramilitares asesinaron a cuatro pobladores y dos integrantes de sus filas resultaron heridos. Entre tanto, en La Dorada, todo les salió como lo habían planeado.
Con las vías cerradas fueron sacando a los habitantes al parque central. Al final del día 17 personas fueron asesinadas. Los paramilitares, quienes habían llegado a finales de 1997 al Putumayo, comenzaron con masacres como esta una estela de sangre y muerte en un territorio donde durante mucho tiempo y sin la debida presencia de la Fuerza Pública habían hecho presencia las Farc. La historia posterior de desplazamiento y escalamiento del conflicto ya es conocida.