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A sus 67 años, la noche del 31 de mayo de 2024 falleció Yomaira. Hasta el último día de su vida mostró su infinita gentileza. Ese día marqué a su celular a las 4:25 p.m. y le conté que queríamos llevarle un mercado a su hogar en agradecimiento a su confianza. En medio de su dificultad para hablar, contó que llevaba tres días internada en el Hospital San José (Bogotá). Junto al fotógrafo Jose, sabíamos que quizá ese día podría ser el último para hablar con ella. Jose fue el último en verla. Su camilla era un paisaje de aparatos conectados a su cuerpo para monitorear su falta de vitalidad. Semanas atrás nos había dicho entre susurros que estaba cansada de luchar y vivir con las secuelas de haberse inyectado aceite Johnson’s en los glúteos, las piernas, el rostro y los senos.
Escribir de Yomaira es un relato de ausencia y de rechazo. Duré días preguntándome por qué le negaron la posibilidad de ser una mujer trans. Meses antes, hablando con ella, le pregunté si el deseo por ser mujer cavó su tumba en vida. Ella lo confirmó. Era consciente de que le quedaba poco tiempo de vida. Cansada de luchar en vano, su rostro estaba desfigurado, le salía pus de los pómulos, los senos y los glúteos tenían heridas abiertas que supuraban materia y sangre. Quien le hizo las curaciones fue María Parra, la dueña de la casa donde vivía en arriendo. María fue un salvavidas para Yomaira. Fue quien la acogió como hija adoptiva 44 años atrás, cuando llegó a Bogotá en busca del amor que su familia no le pudo brindar.
Yomaira creció en una finca en Teruel (Huila), donde imperaba el machismo, rodeada de once hermanos, en su mayoría, hombres. Recuerdo que cuando me contó de su vida lo hizo con dolor. En sus ojos cargaba la aflicción de una vida difícil. Se entregó a las drogas, el alcohol y fue víctima de explotación sexual desde los diez años y al descubrir su gusto por los hombres decidió huir de casa para no ser víctima del maltrato físico. Toda su juventud la transitó en la calle, buscando dinero para subsistir en medio de la soledad. Sus amigas, las travestis, fueron las únicas que la acompañaron. Yomaira, autodeterminada en su identidad de género, prefirió estar sola gran parte de su vida, a ser un hombre que ella no sentía ser. Ese anhelo la llevó a su fin.
Pese a que Yomaira estaba hospitalizada, decidimos ir hasta su casa a dejar el mercado. Teníamos la esperanza de que saliera de la clínica. La señora María nos recibió. Nos habló de su hija adoptiva, de las curaciones que le hacía y la citó como un ser más de su familia. No era para menos, María vivió al lado de Yomaira todas las afectaciones que le produjo haberse inyectado colágeno con aceite Johnson’s en todo el cuerpo, a los 33 años. Juntas recorrieron clínicas, organizaciones, juzgados y calles en busca de ayuda para enfrentar el deterioro de su salud. Cuando Yomaira cumplió siete años de haberse inyectado, su piel se convirtió en una erupción de ardor que cambiaba de color, fue cuestión de meses para que la sustancia transparente y espesa saliera del cuerpo. Al acudir al médico, el rechazo fue la respuesta.
Así transcurrieron más de 30 años. En los pasillos hospitalarios se volvió rey de burlas del personal y, bajo la excusa de que ese tipo de enfermedades no las cubría la EPS, siempre vulneraron sus derechos. Dos tutelas interpuestas a Capital Salud le permitieron ser atendida con algo de dignidad. La organización Temblores detalló que a la víctima se le negó en reiteradas ocasiones la atención, pues necesitaba, con suma urgencia, cirugías de reconstrucción, pues tenía heridas abiertas que le generaron infecciones graves y dolores intensos. Los biopolímeros le llegaron hasta los huesos y los pulmones. En 2023, ante la inoperancia del sistema de Salud, Temblores realizó una Vaki para recolectar fondos y salvar la vida a Yomaira. Sin embargo, fue en vano.
La primera vez que la vi me pregunté cómo hacía para vivir con esas laceraciones en el cuerpo. No había conocido a alguien que transmitiera tanto dolor físico. La enfermedad llevó a que Yomaira se alejara de lo que fue por décadas. Se cortó el cabello y utilizó ropa holgada para prevenir la fricción con las heridas. Le costaba trabajo, caminar y respirar. Su motivo para salir de la casa fue Lulu, un perro que adoptó tres años antes. La señora María nos contó que días antes de quedar hospitalizada, Yomaira le dijo que quería morir. Estaba agotada. Estos párrafos no alcanzan a describir todo el martirio al que se enfrentó por ser una mujer trans.
El 2 de junio estaban previstos los actos fúnebres de Yomaira. Por eso decidimos acompañar a la señora María. Sin embargo, ese día no velaron a Yomaira, velaron a Hernando Pastrana Castañeda, un hombre vestido con una camisa verde a cuadros y un pantalón beige. Se parecía a Yomaira, pero no era ella. Después entendimos que su familia siempre negó lo que ella quería ser. Todo su tránsito fue invisibilizado hasta el día de su muerte. Pensábamos que ese lugar iba a estar lleno de mujeres trans que iban a honrar su historia, pero, encontramos a una parte de su familia y en un rincón de la sala a tres amigas. La familia de María, nos contó anécdotas de Yomaira, la recordaron con amor. Todos la llamaban por su nombre, menos su familia de sangre. Para ellos, ese día fueron las exequias de Hernando.
Paradójicamente, Yomaira fue quien nos permitió conocer la historia de otras mujeres trans. Falleció justo cuando iniciábamos un camino investigativo. La conocimos justo en su momento más vulnerable, pero fue quien más nos inspiró a contar estos relatos. Si estuviera viva le diría: “siempre serás Yomaira, nunca serás Hernando”.
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