11 de noviembre de 2024 - 05:10 p. m.
GALERÍA: Que la TRANSición no les cueste la vida
CONTENIDO SENSIBLE. En la necesidad por reafirmar su identidad de género, mujeres trans de todo el mundo han modificado sus cuerpos con inyecciones de silicona, parafina líquida, cemento óseo y todo tipo de aceites, incluyendo el utilizado en los motores de aviones. En Colombia, las víctimas de esta práctica llevan a cuestas las secuelas físicas y emocionales de un procedimiento que ha desfigurado su organismo, y ante eso han buscado asistencia médica en un sistema que las ha excluido sistemáticamente al no saber cómo tratar los daños colaterales de un problema de salud pública que todos los días acumula decenas de muertos, todo esto a pesar de existir una ley de biopolímeros que las respalda. Estos son 10 valientes testimonios de mujeres trans que quisieron contar su historia.
Dayana Herrera Valbuena
Periodista Judicial
Jose Vargas Esguerra
Reportero Gráfico
Narsily se inyectó más de cinco litros de silicona en cada seno. Actualmente, no puede tocarlos por el dolor que le genera. “Hablar de ese procedimiento me trae dolor. Lo hice por vanidad, por sentirme linda y cómoda con mi cuerpo. En mi caso, me inyectaron silicona ecuatoriana porque me canse de insistir en la EPS que me ayudaran a hacer el tránsito, inclusive, cuando me enviaron hormonas, tenía taquicardias y dolores de pecho. Hoy las consecuencias son fatales. Los dolores son tan intensos que me hacen llorar. Un día tuve que ir a urgencias y la opción que me brindaron fue amputarme los senos a un costo de más de $25.000.000. Mi identidad es mi cuerpo, si quedo sin una parte no sería yo, no sería Narsily”.
Jose Vargas Esguerra
Lina*: A los 33 años se practicó una cirugía artesanal en busca de feminidad. En los años 2000 era difícil ejercer la actividad sexual paga sin ser voluptuosa, por eso seis litros de silicona ecuatoriana entraron en el cuerpo de Lina*. Ocho años después las consecuencias aparecieron. “Cuando fui al médico general, me dijo: “yo la veo muy bien, no necesita nada”. Era falso, mi piel estaba dura y con enrojecimiento crónico”. Actualmente, lleva $130.000.000 gastados en cirugías particulares que tenía destinados para comprar una vivienda. Su EPS nunca la ha prestado atención.
Jose Vargas Esguerra
Paola: “Las que quedamos vivas cargamos con un cáncer que nos carcome día a día” dice. La presión en su hogar, sumado a las terapias de conversión, violencia sexual y el desplazamiento, la obligaron a huir de su casa a los 15 años y empezar una transición a escondidas. Al darse cuenta que el Vacanol –una hormona para ganado– ya no le funcionaba, decidió pagar $600.000 para que le inyectaran silicona. Me hicieron senos, piernas y culo. Casi diez horas con una jeringa de 50 milímetros” cuenta Paola. Actualmente, tiene problemas al orinar, siente mareo, fatiga y sus senos están destruidos, aún guarda la esperanza de que el sistema de salud haga algo por ella.
Jose Vargas Esguerra
Fernanda*: Fernanda es una mujer trans, víctima de biopolímeros y paciente VIH positivo. Al preguntar por la sustancia que entró en su organismo dice: “me dijo que era ácido hialurónico lo que me iba a inyectar en la cara, pero fueron mentiras, nunca supe qué fue lo que me puso, solo recuerdo que en dos años el rostro y las piernas se me deformaron y en las calles del barrio me comenzaron a llamar “Cara de Ataud”. Aún cuando me ven pasar las burlas no se hacen esperar”. Los dolores son intensos, en ocasiones le cuesta respirar y siente vértigo. Ningún médico la ha visto a pesar de presentar recursos legales contra la entidad que presta su servicio de salud.
Jose Vargas Esguerra
Yomaira: A sus 67 años, la noche del 31 de mayo de 2024 falleció Yomaira, a los 33 años se inyectó colágeno y aceite Johnson’s en su rostro, pecho, glúteos y piernas, reafirmando lo que desde siempre le fue negado, un tránsito seguro. Luchó media vida para que el sistema de salud le prestara una atención digna porque los biopolímeros invadieron su cuerpo. Este fotoreportaje es en homenaje a ella, quien fue la inspiración para contar estos relatos. Paz en su tumba.
Jose Vargas Esguerra
Andrea: Varios litros de aceite de cocina y un esmalte de uñas para sellar la herida de la aguja, fueron los implementos que utilizó Andrea a los 16 años, para tener los glúteos que siempre soñó. Sin pensar que 15 días después, en el centro de Cali, quedaría tendida en el suelo producto de un ataque transfóbico, que derivó en la amputación del mismo glúteo que lucía por esos días en el sector conocido como La 20. “Hoy en día, ocho años después de lo que me sucedió, ese aceite me carcome los huesos porque no ha sido posible que me reconstruyan los glúteos. La excusa de la EPS es que debo cubrirlo yo misma, por ser un tratamiento estético y como única opción debo colocarme una cola falsa para que en la calle no se burlen de mí, Me gustaría que mi historia sirviera para el resto de trans. Si yo no me hubiese inyectado, en la actualidad, mi vida sería distinta. Sin tanto dolor y sin tanta pena de lo que veo en mi cuerpo”.
Jose Vargas Esguerra
Andrea: Varios litros de aceite de cocina y un esmalte de uñas para sellar la herida de la aguja, fueron los implementos que utilizó Andrea a los 16 años, para tener los glúteos que siempre soñó. Sin pensar que 15 días después, en el centro de Cali, quedaría tendida en el suelo producto de un ataque transfóbico, que derivó en la amputación del mismo glúteo que lucía por esos días en el sector conocido como La 20. “Hoy en día, ocho años después de lo que me sucedió, ese aceite me carcome los huesos porque no ha sido posible que me reconstruyan los glúteos. La excusa de la EPS es que debo cubrirlo yo misma, por ser un tratamiento estético y como única opción debo colocarme una cola falsa para que en la calle no se burlen de mí, Me gustaría que mi historia sirviera para el resto de trans. Si yo no me hubiese inyectado, en la actualidad, mi vida sería distinta. Sin tanto dolor y sin tanta pena de lo que veo en mi cuerpo”.
Jose Vargas Esguerra
Martha: “Las maricas de hoy son sordas. Les he mostrado cómo estoy y lo siguen haciendo”. Dice Martha Sánchez, quien a los 10 años emprendió su lucha por ser mujer trans. “Lo primero que me inyecté fue aceite de cocina en los senos y en las piernas. A comparación de mis compañeras, no tenía dinero para la silicona. Con el tiempo, el aceite que tenía en los senos se esparció y volví a quedar plana. Eso me llevó a inyectarme hasta que cumplí 30 años y, puede parecer atroz, pero cuando el sistema de salud nos niega hacernos una transición digna, lo artesanal es la única solución y más cuando necesitamos putear con rapidez. De eso era lo que muchas vivíamos en los años 90’s.” En ocasiones tiene que dormir sentada por el dolor y espera un transplante de cadera pues camina con dificultad a causa de los biopolímeros.
Jose Vargas Esguerra
Yenny: “Esto de inyectarnos clandestinamente no es nuevo. Lo han prohibido en reiteradas ocasiones en el Santa Fe (Bogotá), pero siempre buscamos opciones en Ciudad Bolívar o San Cristóbal. Allá la mayoría de maricas lo hace hasta por $300.000. Ese fue mi caso, en 2014, Yolanda me metió ocho litros de silicona en el culo y las piernas, duramos como diez horas en el proceso”. Afirma Yenny, que ha sufrido desde los 19 años el abuso sistemático de la EPS por ser mujer trans. En 2017 casi pierde la vida a causa de los biopolímeros, pero fue en 2022 cuando todo empeoró, se hizo una vaginoplastia con su entidad prestadora de salud, pero el procedimiento fue un fracaso. “Fui el conejillo de indias de los médicos. Cada uno me atendió como si fuese un experimento”. Actualmente, ha interpuesto tres tutelas para gestionar el retiro de los biopolímeros.
Jose Vargas Esguerra
Cristal: Hace 10 años Cristal, una mujer trans de Cali, se inyectó silicona para cabello en los glúteos y en las piernas, desde entonces ha sido imposible seguir su vida con normalidad. El producto hizo interferencia en los pulmones y la imposibilita para caminar. “Hay días en los que la silicona me genera dolor y se me pasa a los pulmones. Los doctores dijeron que el producto se me estaba yendo para esa zona y que no podían operarme porque eso era algo estético. Es estético, pero me estoy muriendo”, comenta. Un día a causa del fuerte dolor, decidió ir al médico y se dio cuenta que sus glúteos estaban sangrando, estuvo en el pasillo de una clínica 20 horas sin recibir atención. Para sentarse debe utilizar una almohada de apoyo y a veces se inyecta Tramadol para controlar el dolor.
Jose Vargas Esguerra
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*Algunos nombres fueron cambiados a petición de las mujeres.
Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.
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