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“Ninguna empresa me da empleo”: afro que alzó la voz contra racismo en el trabajo

La sentencia de la Corte Constitucional sobre la discriminación que sufrió John Jak Becerra en su trabajo es un hito en la lucha contra el racismo. Pero mientras su caso es estudiado en facultades de Derecho, Becerra lleva cinco años de inestabilidad económica, que ya le pasa factura a su salud mental.

Felipe Morales Sierra
06 de agosto de 2022 - 02:00 a. m.
La sentencia de tutela del caso de John Jak Becerra es un hito en la lucha contra el racismo. / Gustavo Torrijos
La sentencia de tutela del caso de John Jak Becerra es un hito en la lucha contra el racismo. / Gustavo Torrijos
Foto: GUSTAVO TORRIJOS
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John Jak Becerra estaba agotado de que sus compañeros de trabajo lo maltrataran, por ejemplo, refiriéndose a él con todos los sinónimos posibles de la palabra “simio”. La gota que rebosó la copa, luego de que le pasaran situaciones así en otras empresas, es que Recursos Humanos no lo escuchó y, en cambio, lo echaron por “problemático”. Su rabia la encauzó en una tutela que llegó hasta la Corte Constitucional, que en 2017 emitió una sentencia histórica sobre el racismo en entornos laborales, que le ordenó al Ministerio del Trabajo crear lineamientos para combatirlo. Después de esa batalla, Becerra no ha podido conseguir empleo, como cuenta en esta entrevista.

(En contexto: El caso de racismo laboral que revisa la Corte Constitucional)

En los cinco años que han pasado desde esa sentencia, Becerra ha seguido alzando la voz para denunciar que Colombia es un país racista y que casos como el suyo lo demuestran. Tiene dos hijos, está a punto de perder su casa y, aunque ha buscado trabajo, siempre queda por fuera al final de los procesos de selección. Él dice que fue perfilado y, mientras busca opciones laborales, también está indagando qué acciones tomar, en compañía del Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes, donde dialogó con El Espectador.

Van cinco años desde que la Corte Constitucional declaró que usted fue víctima de racismo en su trabajo, ¿qué ha pasado?

Es un precedente histórico, porque puso en el foco la problemática del racismo que existe en Colombia, que es estructural. En ese sentido, podríamos decir que hubo ganancia. Pero en el ámbito personal ha sido una acción con daño, porque, de una u otra manera, me perfilaron. Al perfilarme como un sujeto problemático, al día de hoy ninguna empresa del sector privado me da la oportunidad de trabajar.

¿Por qué cree que la sentencia ha generado este perfilamiento?

Hay varios factores. Estamos acostumbrados a que las personas que enfrentan estas situaciones prefieran no meterse en problemas. El racismo duele y enfrentarlo duele más. En mi caso personal, la gente no lo ve como: “John reclamó sus derechos”. Dicen: “Este tipo es un problemático”. En parte porque el racismo está normalizado y naturalizado. Entonces, si uno pone límites, la gente no lo recibe de buena manera. Mi caso es un ejemplo de eso: ninguna empresa me quiere dar empleo. Avanzo en los procesos de selección, pero cuando llego al último filtro, desaparezco.

(Lea también: El racismo laboral: una realidad en Colombia)

¿Qué acciones pueden emprender las empresas para superar el racismo?

Hay que crear mecanismos antirracistas, dejando la negación del problema, que impide tomar medidas adecuadas para combatir esta problemática. Un país que sostenga una estructura racista no puede avanzar. No es un problema aislado, yo soy un ejemplo de eso. A las personas negras que logramos emplearnos nos cuesta mucho más.

Para superar esas barreras, son importantes casos como el suyo, que llegó hasta la Corte, ¿por qué ha sido insuficiente el fallo?

Por una razón: todavía hay mucha miopía para entender el racismo. Si leemos la sentencia, vemos que no se midieron realmente los impactos en mi vida en lo económico, psicosocial, en la salud. No se tiende a reparar eso. Estamos hablando de racismo, pero no sabemos el impacto que tuvo en las vidas de quienes lo vivimos a diario.

¿Qué impactos ha tenido el racismo en su vida?

Bueno: económicos. El hecho de que se me niegue el derecho al trabajo genera un efecto mortal. Yo estoy a punto de perder mi casa, mi salud mental, mi estabilidad están en juego, en todos los sentidos. Se ha creído que el racismo es el insulto, pero va más allá de una agresión verbal: es un sistema. Por ejemplo, una vez me presenté a una vacante para auxiliar administrativo y la persona de selección, a pesar de que yo tenía el perfil, salió tres veces a preguntarme si realmente sabía prender el computador. Tres veces. A los demás no les hacía esas preguntas. Era obvio: yo era una persona afro en un lugar que no es común.

(Le recomendamos: El proyecto de ley que busca incentivar la inclusión laboral de comunidades étnicas)

¿Qué balance hace del cumplimiento de las órdenes que dio la Corte?

El balance yo lo veo muy triste. El gobierno saliente no asumió las banderas como debió haberlo hecho: haberme involucrado en la implementación, indagar más para comprender la problemática. A ciencia cierta, hoy no sabemos cómo está la problemática, si se crearon los mecanismos y rutas de atención.

¿Cómo se imagina esos mecanismos que hacen falta?

Una cosa importantísima es contar nuestra historia. El 21 de mayo se celebra el día de la afrocolombianidad y se trata como un tema folclórico, exótico. En esas fechas se debe visibilizar que somos sujetos de derechos y que hemos hecho aportes enormes a la Nación. Hay muchas maneras: los estudios afrocolombianos, la etnoeducación. Todo esto puede ayudar a que la gente entienda que somos humanos, porque nos siguen viendo como animales, o nos reducen a que somos buenos para bailar o para el fútbol.

Este año, el país ha hablado más de racismo que en el pasado por la aparición de figuras como Francia Márquez, ¿cómo ve la situación?

La elección de Francia Márquez es un avance en materia de participación. Sin embargo, se requieren políticas públicas que nos permitan garantías reales. Hay cosas que a veces se vuelven como una moda, pero necesitamos acciones concretas: políticas que realmente vayan dirigidas a encontrar soluciones.

Mirando hacia atrás, ¿habría hecho algo distinto en el proceso de tutela?

Quizás ir a instancias internacionales. Pero no me voy a arrepentir, porque yo estoy reclamando un derecho fundamental. Y es algo que no solamente me pasó a mí, quizás ahorita mismo le está pasando a alguien más, pero está callado porque, al verme a mí y lo que me ha pasado, no va a querer lo mismo.

¿Cómo le explicaría a una empresa que a usted esto le parece innegociable, porque son sus derechos, pero igual quiere trabajar?

Es muy complejo. En el sector privado estamos sujetos a la buena voluntad de un empresario que quiera marcar la diferencia. Yo le diría a ese empleador que nosotros también somos competentes, tenemos capacidades, pero hay una realidad en el país que debe cambiarse y que se hace a través de la lucha y el activismo que he venido adelantando, al que, además, no pienso renunciar. No es justo que deba renunciar a mis luchas por un plato de lentejas. Lo que debemos es desmontar el racismo naturalizado. Desde cosas que parecen insignificantes, como que no me digan por mi nombre, sino “hey, negro”. Pero las empresas no saben cómo abordar el problema.

¿Cómo interpelar a quienes no viven el racismo en carne propia para que sientan la obligación de combatirlo?

Inicialmente hay que cuestionar el privilegio blanco. Yo voy a ciertos lugares y se me dificulta hacer algo que fácilmente hace una persona blanca o mestiza. Por ejemplo, cuando voy a un centro comercial, se me mira con cara de que soy peligroso o violento. Son prejuicios raciales. El país tiene que salir de esta negación que dicta que el problema no está en la sociedad, sino en nosotros, en los que exigimos nuestros derechos. No podemos seguir con el argumento de que el problema no es el racismo, sino el clasismo, aunque no niego que también haya clasismo.

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