Pablo Escobar: la historia de la publicación que desenmascaró al capo criminal
Hoy, hace exactamente 40 años, El Espectador reveló que el entonces congresista Pablo Escobar Gaviria había sido detenido por narcotráfico, publicación que lo obligó a huir y que lo desnudó como criminal. Esta es la historia de una revelación periodística que alentó la primera ofensiva real de la justicia contra los narcos.
Jhoan Sebastian Cote
jcote@elespectador.com / @SebasCote95
A mediados de 1983, la información periodística más valiosa para la época llegó a los oídos del editor judicial de El Espectador, Luis de Castro. Una fuente del extinto DAS le avisó que en los archivos del periódico había un tesoro. Una revelación que, de ser publicada, podría cambiar para siempre la forma en que Colombia veía al entonces cuestionado congresista Pablo Escobar Gaviria. Un hombre que decía haber llegado al Congreso alzado en los hombros del pueblo humilde de Antioquia, pero cuya fortuna solo podría explicarse por sus negocios de cocaína. El tesoro era la prueba irrefutable de que Escobar sí tenía nexos con el narcotráfico: una nota periodística de 1976 que, republicada por este diario hoy hace 40 años, significó el inicio de la caída del narco de narcos.
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A mediados de 1983, la información periodística más valiosa para la época llegó a los oídos del editor judicial de El Espectador, Luis de Castro. Una fuente del extinto DAS le avisó que en los archivos del periódico había un tesoro. Una revelación que, de ser publicada, podría cambiar para siempre la forma en que Colombia veía al entonces cuestionado congresista Pablo Escobar Gaviria. Un hombre que decía haber llegado al Congreso alzado en los hombros del pueblo humilde de Antioquia, pero cuya fortuna solo podría explicarse por sus negocios de cocaína. El tesoro era la prueba irrefutable de que Escobar sí tenía nexos con el narcotráfico: una nota periodística de 1976 que, republicada por este diario hoy hace 40 años, significó el inicio de la caída del narco de narcos.
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“En 1976 Escobar estuvo preso”, fue el titular publicado el 25 de agosto de 1983. Un texto de cuatro párrafos que confirmaba una historia que el jefe del cartel de Medellín, entonces honorable parlamentario, había negado hasta la saciedad. La circulación de ese periódico significó un impulso para las autoridades de la justicia que, a partir de entonces, perfilaron su guerra contra el narcotráfico. Y fue el punto de quiebre para Escobar, quien luego de la publicación no tuvo de otra que abandonar la vida en sociedad que siempre anheló, huir hacia la clandestinidad y dejar atrás sus aspiraciones de hacer de la política el arma para sostener sus negocios de cocaína y la de sus socios criminales. Esta es la historia de la publicación.
El “Robin Hood paisa”
“Su principal preocupación política actualmente es la de la extradición de colombianos”. “Con la misma intensidad con la que se dedica a las obras cívicas, se dedica a la política”. “Sus hobbies están en la misma dimensión: un zoológico con animales traídos de África”. Esa era la descripción de Escobar para abril de 1983 que publicó la revista Semana. También lo llamó el “Robin Hood paisa”, pero el artículo de prensa alertó que también provocaba dudas sobre la fuente de sus recursos para comprar la imponente hacienda Nápoles, un safari personal y cientos de propiedades en Estados Unidos, donde lo catalogaron como uno de los cinco hombres más ricos del planeta, según la publicación de Semana. La llegada de Escobar al Congreso fue una sorpresa para la política del país, cuyo discurso, aliado al del también congresista Alberto Santofimio Botero, apuntaba a solo un objetivo: frenar la extradición.
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Al tiempo, El Espectador peleaba otra de sus luchas más memorables. Este diario estaba descubriendo irregularidades del Grupo Grancolombiano, considerado el más poderoso de los grupos financieros del país, el cual estaba defraudando a millones de los ahorradores. El Grupo retiró su pauta del diario, intentando asfixiar a un periódico que respondió así: “No cedemos nuestra conciencia, ni nuestra dignidad, a cambio de un puñado de billetes”, escribió el director Guillermo Cano Isaza en su columna “Libreta de Apuntes”. “Estábamos trabajando fuerte el caso del Grupo Grancolombiano y, en esas, vimos cómo empezaban debates en el Congreso donde se insinuaba alianzas de Escobar con el narcotráfico”, recordó Juan Guillermo Cano, hijo mayor de Guillermo Cano y exdirector de El Espectador.
María Jimena Duzán, entonces reportera de la sección internacional y columnista de este diario, recuerda cómo el tema del narcotráfico tomó alto protagonismo en la redacción, así como la idea que germinó en el Congreso sobre la no extradición. “Cuando se eligió ese nuevo Congreso (1982) llegó Escobar, con un puñado de congresistas amparados por Santofimio Botero, que intentaron hacer foros subvencionados por ellos para la no extradición. Y entonces todos los periodistas empezábamos a ver por las noches a estos personajes. En ese momento nadie tenía información de Escobar, solo rumores. Cuando todos veíamos esa cantidad de personajes, fue que Guillermo Cano en las salas de redacción dijo: A ese señor, Pablo Escobar, yo lo he visto en algún lado. Lo he visto en una foto y, es más, en una foto en el periódico’”.
El hallazgo
A comienzos de 1983, el exministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla tomó la vocería de una denuncia hasta entonces inédita: el narcotráfico había infiltrado la política. Lara fue invitado al gobierno Betancur como miembro del movimiento que había quedado tercero en las elecciones presidenciales, el Nuevo Liberalismo, de Luis Carlos Galán, que ya había expulsado a Escobar años antes por las dudas que pesaban sobre su nombre. Para 1983, Lara, ya en el Congreso, señaló con nombre propio a Escobar como probable narcotraficante, ante lo cual este último respondió con una denuncia por injuria y calumnia. Ante las cámaras, el parlamentario repetía que su dinero provenía del campo de la “industria, ganadería y construcción”.
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Todo cambió a mediados de 1983. Una fuente anónima del DAS se comunicó con el editor de El Espectador, Luis de Castro. Le dijo que el congresista del que todos estaban hablando había aparecido en ese mismo diario años atrás y no como un “Robin Hood” criollo o un empresario, sino detenido por narcotráfico, lo cual derrumbaba el discurso que impuso públicamente de que jamás tuvo causas penales en su contra. Luis de Castro avisó a Guillermo Cano, quien a su vez sumó a la pesquisa al periodista Fabio Castillo, entonces jefe de investigaciones del diario. Juntos se propusieron desempolvar el archivo y leer periódico por periódico si era necesario. “Buscaban por la mañana. Pasaron semanas en el archivo, casi un mes”, agrega Duzán.
La prueba reina estaba en la edición del 11 de junio de 1976. La página nueve tenía todos los detalles: “Caen 39 libras de cocaína: detenidos seis narcotraficantes en Itagüí”. El periodista Rodrigo Pareja había reseñado uno de los resultados más importantes del DAS para el momento. En un edificio que tenía fachada de heladería habían sido detenidos seis criminales, entre ellos un joven Pablo Escobar y su primo Gustavo Gaviria. Los descubrieron in fraganti con 18 bolsas de cocaína escondidas en una llanta, regresando de un viaje de Nariño. La noticia ni siquiera había aparecido en la portada, la cual, como dato curioso, sí reseñaba una explosión en un teatro de Medellín como el peor acto terrorista registrado en la ciudad.
Antecedentes: La redacción de Guillermo Cano
Aun así, faltaba confirmar la información. Fue así como las fuentes en la Policía del periodista Hernán Unas fueron claves. El reportero logró obtener una gaceta de DAS, también de 1974, en la cual la propia institución registró las capturas de Pablo Escobar, su primo y otros socios. Con el agravante de que los investigadores de ese caso habían sido cruelmente acribillados y que ese expediente dormía en la impunidad. Con toda esa información a disposición, El Espectador redactó. Su equipo diseñó. Y se mandó a impresión para la edición del 25 de agosto de 1983. Hoy hace 40 años. “La noche anterior hubo mucho silencio de todos, que no se fuera a filtrar la chiva. Yo mismo fui a la imprenta y guardé la plancha, la limpié y me la llevé a la casa”, recuerda Juan Guillermo Cano.
Las repercusiones
“Esa publicación fue contundente para la sociedad colombiana que tenía dudas acerca de quién era este personaje llamado Pablo Escobar”, recuerda Jorge Cardona, exjefe de redacción de El Espectador. “Como no había antecedentes judiciales, no había manera de enfrentarlo desde la justicia. En ese tiempo existía la figura, que hoy no existe, de la inmunidad parlamentaria. Había que despojar al congresista de la inmunidad para que la justicia ordinaria lo pudiera investigar. Entonces, con esa publicación fue más claro que sí existía el antecedente de Pablo Escobar en el narcotráfico. Eso permitió que le abrieran un proceso judicial”, concluye Cardona.
Días después de la publicación, Estados Unidos canceló la visa de turismo de Escobar, la misma que había mostrado a las cámaras como supuesta prueba de su inocencia. Además, la DEA lo señaló oficialmente como narco. Lara logró que el Congreso lo despojara de su inmunidad parlamentaria, lo cual lo obligó a salir por la puerta de atrás del Congreso y a sostener una vida de prófugo hasta el final de sus días. El juez Gustavo Zuluaga le abrió el primer proceso en su contra, por el homicidio de los investigadores del DAS que le abrieron un expediente tras la incautación de la cocaína oculta en un camión. El coronel Jaime Ramírez, comandante de la Policía Antinarcóticos, logró la licencia que necesitaba para perseguir a Escobar y sus socios.
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En marzo de 1984, las autoridades se tomaron y destruyeron el laboratorio de cocaína Tranquilandia, donde permanecían decenas de toneladas de cocaína. Y fue entonces cuando apareció el verdadero Escobar. Su respuesta fue un golpe al corazón de la democracia colombiana, ordenando el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, el cual se ejecutó en abril de 1984. Escobar entró a Nicaragua a establecer rutas de narcotráfico por Centroamérica, mientras silenciaba a quienes podían ajusticiarlo, como el juez Tulio Manuel Castro, quien investigaba el homicidio de Lara Bonilla, y fue asesinado el 23 de julio de 1985. Al año siguiente, el 30 de octubre, fue baleado el juez Zuluaga.
Tres años después de haberlo expuesto en las páginas de El Espectador, y de haber criticado casi a diario la filtración del narcotráfico en casi todas las esferas de la vida cotidiana, Pablo Escobar Gaviria ordenó el asesinato de Guillermo Cano Isaza. El crimen se concretó el 17 de diciembre de 1986, cuando el director del diario salía de las oficinas del periódico. Hoy, la investigación por el asesinato sigue estática. Ese magnicidio fue la estocada inicial de una cadena de violencia que el capo emprendió contra el periódico, aunque meses antes ya había empezado, con el asesinato del corresponsal en Amazonas, Roberto Camacho, en agosto de 1986, corresponsal en Amazonas. Tres años después, el turno fue para el abogado del periódico, Héctor Giraldo, quien fue asesinado en marzo de 1989.
En septiembre de 1989, un camión bomba destruyó el edificio de El Espectador en Bogotá, pero no su espíritu. De hecho, al día siguiente circuló la portada “Seguimos adelante”. En octubre de ese año, con diferencia de pocas horas, sicarios asesinaron a los gerentes administrativo y de circulación del periódico en Medellín, Marta Luz López y Miguel Soler. Semanas más tarde fue asesinado Hernando Tavera, quien atendía labores de distribución del diario en la capital antioqueña, en la cual ardieron ediciones del periódico a petición de Escobar. Esa cacería dejó historias como la del corresponsal Carlos Mario Correa, quien reportaba a Bogotá desde una oficina clandestina. Además, los periodistas Fabio Castillo, Ignacio Gómez, Fernando y Juan Guillermo Cano fueron obligados al exilio.
Cuarenta años después
Al tiempo que la violencia desplegada por Escobar doblegaba a las instituciones, la Corte Suprema de Justicia tumbó la extradición por errores de trámite en 1986. Fue una victoria criminal rotunda. Al final, Escobar hizo todo lo posible por sobrevivir como prófugo, hasta que murió en una operación desarrollada entre la Policía y las autoridades norteamericanas, en Medellín, en diciembre de 1993.
Juan Guillermo Cano considera que la republicación de la foto y el expediente de Escobar fue una hazaña que permitió desvirtuar el verdadero carácter de un delincuente. A partir del 25 de agosto de 1983, Escobar Gaviria nunca pudo volver a aspirar a un escaño en el Congreso o a cualquier espacio en el que se respirara poder institucional. “Cumplimos el deber. Más cuando esta casa periodística luchaba tras haber sido tildada por falta de credibilidad en el caso del Grupo Grancolombiano. Nuestra intención fue favorecer la conciencia ciudadana de que no todo es viable para alcanzar el progreso que se quería. Fue la demostración de que el periódico tenía una visión de país clara y unos valores sólidos. Aunque la pelea fuera muy desigual”, concluye Cano.