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El gobierno colombiano ha anunciado, con bastante optimismo, la desaparición de uno de los grupos criminales más fuertes del país. El 1 de junio, el ministro de Defensa, Diego Molano, afirmaba que los Caparros, un grupo de narcotráfico con base en los departamentos de Antioquia y Córdoba, había sido eliminado.
“Hoy podemos asegurarle a Colombia que los Caparros llegaron a su fin, no nos dejamos distraer de nuestra labor, haremos caer a todos los símbolos del mal,” señaló Molano.
Esta declaración se produjo después de que el comandante de los Caparros, Robinson Gil Tapias, alias “Flechas,” fuera asesinado por un francotirador del ejército el 27 de mayo en Cáceres, Antioquia. La noticia fue celebrada por el presidente Iván Duque, quien declaró en su cuenta de Twitter que Tapias había sido vinculado a “secuestros, desplazamientos forzados, asesinatos de líderes sociales, reclutamiento forzado y extorsión.”
Es cierto que en los últimos meses los Caparros han sido blanco de diversos operativos de seguridad. Como resultado, han perdido algunos de sus comandantes clave. También siguen siendo atacados por sus rivales criminales, los Urabeños (también conocido como el Clan del Golfo o las Autodefensas Gaitanistas de Colombia). En breve, no hay duda que los Caparros se han debilitado, pero hablar de su eliminación es prematuro. Muy prematuro.
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Hay cuatro razones principales por las que no se debe perder de vista a los Caparros. En primer lugar, mantienen un control territorial significativo de gran parte del Bajo Cauca, lo que garantiza el acceso a los recursos delictivos, como la coca, la extorsión y el oro.
En segundo, los Caparros están conformados por una estructura jerárquica, lo que garantiza la continuidad y una línea de sucesión para el liderazgo. Tapias asumió el mando de los Caparros en noviembre de 2020 después de que el anterior comandante, Emiliano Alcides Osorio, alias “Caín,” también fuera asesinado por el Ejército colombiano en Antioquia. Flechas era un poderoso comandante en los Caparros, pero de ninguna manera y el único. Detrás de él, hay otro. Se llama “Antonio.” Y detrás de él, varios más. Eliminar a los cabecillas del grupo armado es más como cortarle una pata a una araña que cortarle la cabeza a la serpiente.
En tercero, los Caparros continúan reclutando a niños, niñas y adolescentes para reponer sus filas. El Bajo Cauca tiene una de las tasas más altas de reclutamiento forzoso en Colombia. Además de los jóvenes, no hay escasez de personas dispuestas a emprender una vida delictiva frente al desempleo y la pobreza.
Y por último, el gobierno siempre tiene prioridades de seguridad cambiantes y ahora puede desviar la atención del Bajo Cauca, lo que permitiría a los Caparros reformarse o renovarse mas fácilmente.
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A pesar de la pérdida de Tapias, Los Caparros siguen muy activo en su base, el Bajo Cauca Antioqueño. Se dividen en tres frentes. Los tres comandantes se reúnen regularmente y forman un comando central “piramidal.” Cada frente sigue una cadena de mando jerárquica con subsecciones de la cadena dedicadas a una actividad particular: la minería o la extorsión, por ejemplo.
El territorio de Caucasia se divide entre cada uno de los frentes, mientras que el frente Elmer Ordoñez Beltrán también opera en la zona urbana de Tarazá y el frente Norberto Olivares en Cáceres. El frente Carlos Mario Tabares controla zonas rurales de Tarazá y sale hacia San José de Uré.
Es cierto que estos frentes no son tan grandes como solían ser, pero aún existen. La muerte de Tapias no hace nada para cambiar esta situación. De hecho, lo único que trae es el mismo peligro y miseria a las comunidades del Bajo Cauca, donde los residentes continúan pagando extorsión y en muchas áreas rurales continúan viviendo bajo el control de los Caparros. En algunas veredas, se monitorea el uso de teléfonos móviles, se imponen toques de queda y la gente se convierte en mano de obra forzada.
Los Caparros comenzaron como una facción de las AUC, encargada de la protección personal de algunos de los principales comandantes de los paramilitares. Su nombre tiene origen en 1996 cuando Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias “Macaco,” reunió a un grupo de elementos vinculados a grupos paramilitares en Caparrapí, Cundinamarca y los integró a su facción Bloque Mineros de las AUC que operaba en el Bajo Cauca.
Contexto: Alias “Flechas”, líder de los Caparros, murió en combate con la Fuerza Pública
En 2017, los Caparros se separaron de la franquicia de Los Urabeños bajo el mando de “Otoniel” debido a una debilidad percibida en el comando central. Habían pertenecido a esta facción desde la desmovilización de las AUC en 2006, pero sus comandantes se sintieron consternados por lo que percibieron como una debilidad increíble en el liderazgo de Otoniel.
Estalló una guerra encarnizada y sangrienta entre los Caparros y sus antiguos amos criminales. Como resultado, la tasa de homicidios en el Bajo Cauca llegó a 124 por cada 100,00 personas en 2019, lo que lo convirtió en el segundo lugar más asesino del mundo, después de la ciudad mexicana de Tijuana.
Los Caparros luchan contra varias facciones de los Urabeños: el Frente Julio César Vargas, que enfrentan en la zona rural de Cáceres; el Frente Francisco Morelos Peñate, con quien se disputan el municipio de Caucasia; y el Frente Rubén Darío Ávila en el norte de Tarazá en los límites de San José de Uré en Córdoba e Ituango en Antioquía.
En un esfuerzo por expulsar a los Urabeños del Bajo Cauca, los Caparros y el Frente 18 de los disidentes de las FARC formaron una alianza en 2017, pero después de una campaña militar sostenida en 2020, el Frente 18 sufrió grandes pérdidas. Esto solo ha dejado a los Caparros más vulnerables. Vulnerables, pero no derrotados.
Por lo tanto, descartar a los Caparros por completo sería ingenuo. Disparar a los capos es la opción más sencilla. Desmantelar la estructura de los Caparros y las economías ilícitas sobre las que se construye, requiere mucho más esfuerzo.
El presente análisis tiene la autoría de Mathew H. Charles, investigador del Observatorio Colombiano de Crimen Organizado (OCCO), de la Universidad del Rosario*