Raúl Carvajal: la eterna lucha de un padre sin justicia
En 2011, Raúl Carvajal dijo que se iba de viaje, cargó su deseo más profundo en un furgón y se adueñó de la carrera 7ª con Jiménez, en Bogotá. Allí murió exigiendo justicia por el Mono, su hijo, un cabo asesinado en circunstancias por esclarecer y que tiene relación con los falsos positivos de Norte de Santander.
Jhoan Sebastian Cote Lozano / jcote@elespectador.com / @SebasCote95
El abuelo Bombón es un héroe. Eso le dijeron, una y otra vez, a la nieta de Raúl Carvajal en el colegio. Era el lunes siguiente a la muerte de Carvajal, un hombre de 73 años, cuya vida se parqueó en la esquina de la carrera 7ª con Av. Jiménez, en el centro de Bogotá. A un lugar de Colombia, desde donde la familia del abuelo esquiva las amenazas y le llegó la noticia de que había muerto por COVID-19 el pasado 12 de junio. A la niña de 10 años le dijeron que su abuelo prefirió descansar en un lugar mejor. Ella se pregunta quién volverá a esconder un bombón en el bolsillo para entregárselo en la mano y darle la vuelta a la manzana en un viejo camión.
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El abuelo Bombón es un héroe. Eso le dijeron, una y otra vez, a la nieta de Raúl Carvajal en el colegio. Era el lunes siguiente a la muerte de Carvajal, un hombre de 73 años, cuya vida se parqueó en la esquina de la carrera 7ª con Av. Jiménez, en el centro de Bogotá. A un lugar de Colombia, desde donde la familia del abuelo esquiva las amenazas y le llegó la noticia de que había muerto por COVID-19 el pasado 12 de junio. A la niña de 10 años le dijeron que su abuelo prefirió descansar en un lugar mejor. Ella se pregunta quién volverá a esconder un bombón en el bolsillo para entregárselo en la mano y darle la vuelta a la manzana en un viejo camión.
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Hablar de don Raúl, como llegó a ser conocido Carvajal, es hablar de persistencia. Desde 2006, con lentes y sombrero paisa, acompañado de su furgón blanco, denunció las irregularidades que rodean la muerte de su hijo: el cabo del Ejército Raúl Antonio Carvajal Londoño. Antes de ser baleado en un supuesto ataque de la guerrilla en Norte de Santander -versión de la Fuerza Pública-, en una llamada él advirtió a su padre que en el batallón le habían pedido asesinar a dos civiles y presentarlos como bajas en combate. Una conducta del conflicto que para entonces solo era rumor. Hoy se conoce como falsos positivos y habría al menos 6.402 víctimas, según la JEP.
Don Raúl o don Furgón nació en San Andrés de Cuerquia (Antioquia), un pueblo pequeño, situado entre las montañas. “Él era bien paisita, bien montañero. Él siempre usó ese sombrerito que también usaban mi abuelo y los tíos”, explica Doris Carvajal, su hija. Raúl Carvajal cursó hasta segundo de primaria, sin embargo, la experiencia fue su referencia. Matemático como él solo, comercializaba cosechas del campo en pueblos cercanos. En La Chilindrina, un camión tan viejo que Doris Carvajal lo recuerda como un carro antiguo en el que su abuelo vendía plátano, ñame, coco, sandía, mango, aguacate y hasta pescado del río San Jorge, cuando era temporada.
El camión fue el medio de trabajo de don Raúl y su pasaporte a la tranquilidad. Todos los diciembre llevaba a su esposa e hijos a la playa, en viajes a los que, a cuenta gotas, se fueron sumando los vecinos. Doris Carvajal recuerda de aquellos viajes a su hermano Mono, el cabo Carvajal, una víctima de la violencia quien desde niño tenía el destino sellado. Cuando los hermanos llegaban del colegio se armaba un desorden del que poco participaba el niño que llegaría a ser militar. En la noche, cuando todos corrían a limpiar los zapatos, para rendir cuentas a los papás, el Mono ya los tenía lustrados y el uniforme colgado para el siguiente día.
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“Él tenía su propio dinero. Le hacía mandados a la vecina, le limpiaba el patio al otro y él guardaba de ahí. Su bicicleta se la compró él. Vivía bien encajadito, a diferencia de los demás. Disciplina. No hay quien diga: ‘yo peleé con el Mono’. Por eso cuando él murió fue un impacto grande. No había tía que no lo llorara, no había primo que no lo extrañara. Les celebró el cumpleaños a las tías, armaba la fiesta a la distancia. Les enviaba tortas. De esa forma era mi hermano. Esas bellezas de hijos, que están en la loma con un fusil y que buscan la estrategia para que a la mamá nunca le faltara un regalo de cumpleaños”, agregó Doris Carvajal.
La esposa de Raúl Carvajal lo acompañaba en las noches escuchando Los Visconti, un grupo de música argentina que fastidiaba a los pequeños de casa. Hoy, adultos, confiesan que se saben cada verso y que el abuelo pasaba horas reproduciendo su casete. La hoy viuda, cuyo nombre omite este diario por su seguridad, duró casi tres años de luto y vistiendo el mismo vestido negro, luego de que Israel Carvajal, el menor de los hermanos, fue arrollado por un camión cuando tenía 19 años. Un impacto difícil de asimilar, el cual don Raúl perdonó porque creía en la inocencia de un conductor que “no salió de su casa a matar a alguien”, como explica su hija.
El cabo Carvajal Londoño levantó a su madre. Le dijo, con insistencia, que no podía consumir su vida en la muerte de Israel. El militar, ya miembro del Batallón de Infantería 14 Capitán Antonio Ricaurte, de Bucaramanga, le advirtió que tampoco llorara su muerte, porque podría pasar. En septiembre de 2006, el cabo Carvajal llamó a su padre. Esa fue la génesis de la lucha de don Raúl. “Antes de colgar hablamos cuatro minutos y me dio por preguntarle cómo estaba eso por allá. Me dijo que estaba feo, que lo mandaron a matar a dos muchachos pa hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate. Y no los quiso matar”, le dijo Raúl Carvajal a El Espectador en 2019, en el pódcast Un viaje en camión por la verdad.
Cartas: Ha muerto don Raúl
Doris Carvajal cuenta que su hermano planeaba retirarse, acababa de ser papá y quería montar un negocio de ropa. Días antes de su asesinato lo trasladaron de imprevisto de batallón. El 8 de octubre de 2006 “hubo una operación militar denominada Serpiente, cerca del Alto de la Virgen en El Tarra, Norte de Santander. El Ejército buscaba a la columna móvil Arturo Ruiz de las Farc. Vieron una casa y desde esa casa le dispararon. Un francotirador le disparó al hijo de don Raúl. Esa es la versión oficial. Sin embargo, nunca se pudo determinar cuál fue la bala que lo mató y a qué distancia”, explicó el abogado Sebastián Moreno, en entrevista con la realizadora Xiomara Pedreros.
El análisis de la necropsia del CTI de Cúcuta, en marzo de 2009, señaló que no fue un disparo a quemarropa. No obstante, se registró un orificio de 0,8 cm, un rango que suele darse tras un impacto de distancia mínima, no de francotirador. El supuesto combate de la Operación Serpiente no está registrado en cuaderno alguno de minuta. El cuerpo del cabo Carvajal pasó dos años en un cementerio de Montería. Un día llamaron a Doris Carvajal para pedirle que le buscara lugar, porque el Ejército había cancelado el servicio. Don Raúl dijo que iba a conseguir el espacio, recogió los restos y los metió en un camión azul modelo 1973. Fue a buscar una opinión sobre la necropsia y a contar su verdad pueblo por pueblo, megáfono en mano.
“Cuando él llegó a Bogotá (febrero de 2011), que metió el camión a la Plaza de Bolívar, me llamó una amistad y me dijo: ‘Patri, corre, prende el televisor, que tu papá llevó el cadáver de tu hermano a la plaza’. Yo juraba que mi papá estaba de viaje. Yo estaba barrigona de mi hija y me llamó el compañero de mi papá y me dijo: ‘a tu papá lo tiraron del camión y se golpeó una rodilla’. Yo pagué un avión y me fui para Bogotá. Ahí fue el escándalo público, lo capturaron por unas horas. Allá le pregunté: ‘Papá, ¿por qué tú hiciste esto?’ Me dijo: ‘Porque lo próximo que van a hacer, si yo no hago esto, es matarnos’”, recuerda Doris Carvajal.
“Ojalá le mataran un hijo a usted pa que usted supiera lo que duele. Lo que duele la muerte de un hijo cuando es bueno”, le gritó ese día don Raúl al expresidente Álvaro Uribe al frente del Capitolio. El CTI recogió el cuerpo y el abuelo se devolvió a Montería. Tiempo después hizo un último viaje de pesca y dijo que volvía a Bogotá a hacer una manifestación. Pero se quedó el resto de su vida. A finales de 2011 se instaló en la capital. Antes de llegar gastó $10 millones en los colgantes propios de su furgón. Nadie quería imprimirlos, pues estaban pesos pesados como Uribe y Juan Manuel Santos.
Don Raúl gastó todos sus ahorros, una buena persona le prestó asilo cerca del Centro de Memoria Histórica y desde entonces contó, a sol y sombra, hasta el último aliento, la historia de su Mono. Luz Ángela Nader, una de las incontables personas que escucharon al abuelo, entabló una relación de amistad con él. Tanto, que le ayudó a conseguir a un abogado. “La última vez que lo vi no pudo salir del camión, se sentía muy mal. Estaba mal de los ojos, casi no veía y no escuchaba. Él me dijo que si un abogado se atrevía a ayudarlo, lo amenazaban”. Finalmente, el abogado Miguel Ángel del Río tomó el expediente una semana antes del fallecimiento de don Raúl.
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En diálogo con este diario, Del Río aseguró que trabajará para que el asesinato del cabo Carvajal sea declarado crimen de lesa humanidad. “Raúl dejó un vacío muy grande en esa esquina. Nosotros le pusimos la ‘Esquina Internacional de la Resistencia, Dignidad y Educación’. Ahí sale mucha gente a vender cachivaches, pero ese espacio de Raúl lo respetan. Nos dedicamos a hacer resistencia y trabajo de memoria. No fueron en vano 15 años de lucha, creo que dejó la semilla sembrada en los jóvenes, quienes se interesaron en la realidad. Sobre todo, en los falsos positivos”, agregó Carlos Alberto Castaño, su compadre en la séptima y expositor de una galería fotográfica cercana.
El expediente del Mono, además, tiene freno de mano. Ha pasado más de una década desde que hubo noticias y el único nombre que ha sonado es el del coronel Álvaro Diego Tamayo, oficial que firmó el documento que registró el supuesto combate de la Operación Serpiente. El militar fue despedido en octubre de 2008, cuando el Gobierno sacó a una veintena de militares tras el escándalo de los falsos positivos de Soacha. La JEP lo acogió el 20 de mayo de 2019, no sin antes advertir que habría engañado a personas en “condiciones de vulnerabilidad” para lograr su desplazamiento a zonas donde habría simulado misiones para justificar su asesinato a sangre fría.
Doris Carvajal, por su parte, se quiebra al mencionar el nombre de don Raúl. Su padre. Su todo. No solo exige justicia por su hermano, también pide a las autoridades que la protejan y que pueda permanecer en su sitio sin temor a estar bajo la mira de un arma. No tiene protección. Cuenta que ese mítico furgón blanco, que dejó un vacío inmenso en la séptima, será una galería en el Centro de Memoria Histórica. “En mi familia tengo un héroe y aunque ya no esté, creo que siempre va a quedar vivo. Ahora me toca sacar esa fuerza que él tenía, esa capacidad y valentía que tenía para continuar y esperar conseguir esa justicia y esa verdad que él tanto buscó”, concluyó.