Rusia insiste en deportar a Yair Klein
El Espectador revela la petición del gobierno ruso al Tribunal de Estrasburgo para que permita el envío del mercenario al país.
Daniella Sánchez Russo
Las autoridades del gobierno de Rusia están empeñadas en deportar a como dé lugar a Colombia al siniestro mercenario israelí Yair Gal Klein, el coronel retirado que a finales de la década de los 80, con el combustible del dinero sucio de la cocaína y sus mafias, adiestró en tácticas de guerra y explosivos a los nacientes ejércitos privados en el Magdalena Medio que constituyeron la piedra angular de los grupos de autodefensa. El 22 de junio de 2001, el Tribunal Superior de Manizales lo condenó a 128 meses de cárcel por el entrenamiento de hordas de sicarios que llenaron de crímenes el país y que, aupados por el narcotráfico, exterminaron la Unión Patriótica y multiplicaron los carros bomba y atentados contra el Estado.
En virtud de esa sentencia, una vez fue detenido el 27 de agosto de 2007 en el aeropuerto Domedédovo en Moscú, cuando pretendía abordar un avión a Tel Aviv, el gobierno buscó las vías diplomáticas para que Klein cumpliera su deuda con la justicia colombiana en una prisión de alta seguridad. Aunque las autoridades de la Federación Rusa avalaron la petición de Colombia, el oficial retirado se ha valido de toda suerte de explicaciones absurdas para evitar ser deportado al país. El 1° de abril pasado, la Corte Europea para los Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, Francia, determinó que Rusia no podía deportar a Klein porque su vida correría riesgo. Un fallo que provocó desconcierto nacional. La saga criminal del israelí no tendría un capítulo de reparación en Colombia.
El gobierno de Dmitri Medvédev, sin embargo, acaba de apelar la polémica sentencia del Tribunal de Estrasburgo. El Espectador conoció el documento en el que el representante de Rusia Georgy Matyushkin sostiene que no hay evidencias de que, en caso de que Yair Klein fuera deportado a Colombia, su vida esté en peligro y pueda ser objeto de torturas o tratos inhumanos, los mismos que instruyó en sus escuelas de matones que extendió por el Magdalena Medio hace apenas dos décadas. Como también lo consideraron dos de los siete jueces de la Corte de Derechos Humanos de Europa, Colombia integra y acata pactos internacionales sobre derechos humanos y, además, “el acusado ha fracasado en demostrar el riesgo individualizado de maltrato que correría si fuese extraditado”.
El coronel retirado del ejército israelí, nacido en 1942 en Kibutz Nizanim, paracaidista experto, padre de cuatro hijos, condecorado en la guerra que libró Israel contra Siria y Egipto en 1973 y que extendió en otras como la del Líbano; el hombre que a finales de los 70 comenzó a trabar alianzas en Latinoamérica y en los 80 utilizó fachadas de empresas de seguridad para comercializar armas, cuyas huellas pudieron rastrear los investigadores en países como Panamá, Nicaragua, Honduras, Sudáfrica, Liberia o Sierra Leona; el mercenario que se instaló en el corazón del Magdalena Medio, Puerto Boyacá, patrocinado por los capos Pablo Escobar, el clan de los Ochoa Vásquez, Gonzalo Rodríguez Gacha, Ariel Otero y Henry Pérez; en fin, el veterano que orientó la guerra sucia que llenó de pánico a Colombia, alega hoy que teme que aquí se le violen sus derechos humanos.
El memorial presentado por el gobierno ruso no deja lugar a dudas. Sostiene que muy a pesar de que la situación general de derechos humanos en Colombia está lejos de ser perfecta, nada indica que Klein pueda ser asesinado, como él dice, “por militares bajo el pretexto de una confrontación con paramilitares”. La apelación advierte que el Estado colombiano ha dado garantías sobre el lugar de detención que le espera al coronel (r), que éste no respaldó con ningún documento confiable sus temores y miedos ni brindó a las cortes de la Federación Rusa pruebas de que “la situación personal del acusado sería peor que la de cualquier otro colombiano si fuese deportado”.
Con estos argumentos las autoridades rusas buscan destrabar el envío de Klein a Colombia, que sus secretos vean la luz en los centenares de expedientes que por paramilitarismo se adelantan en el país y que los cómplices del mercenario queden en evidencia. La petición está siendo evaluada por el Tribunal de Estrasburgo, que también tiene en su poder varias comunicaciones de la Cancillería colombiana en las que se refrenda que Klein sería confinado en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, Boyacá, “que goza de las más altas calificaciones y estándares en materia de protección de derechos humanos, tal como lo certificó Naciones Unidas”. En una nota diplomática firmada por el ex canciller Jaime Bermúdez, dirigida a Cristos Rosakis, presidente del Tribunal de Estrasburgo, se lee que no hay antecedentes que afirmen que Klein “ha sido torturado en el pasado por agentes colombianos”.
A renglón seguido refiere que el proceso penal en contra de Yair Klein, que se inició en septiembre de 1989, tuvo en cuenta los estándares internacionales en materia de derechos humanos y que se documentó que estos grupos de autodefensa que tuvieron formación del coronel (r) israelí fueron financiados “por caciques del narcotráfico como Gonzalo Rodríguez, Pablo Escobar o Víctor Carranza”, este último el denominado ‘zar de las esmeraldas’. Su referencia llama la atención porque aunque ha sido salpicado en varios expedientes y ha estado detenido en dos ocasiones, Carranza ha capoteado una y otra vez la mano de la justicia y hoy es un hombre libre.
Como si ya no fuera tanto, la comunicación del entonces canciller advierte que por cuenta de las técnicas terroristas enseñadas por Klein a los sicarios de las mafias, “sus alumnos”, como Gerardo Zuluaga, alias Ponzoña; Alonso de Jesús Vaquero, alias Vladimir; Rigoberto Rojas Mendoza, alias El Escorpión, y otros como Chilingo, Pequeño, Cochise o Gerónimo, perpetraron masacres a diestra y siniestra, asesinaron a candidatos presidenciales como Luis Carlos Galán, accionaron explosivos a control remoto y volaron aviones y, a destiempos, segaron las vidas de todo lo que les oliera a Unión Patriótica, “muertos que servían para escarmentar a aquellos que no hicieran caso, que se mataban y se descuartizaban”, como refirió El Escorpión en versión ante la Fiscalía.
A finales de septiembre de 1989 Yair Gal Klein fue llamado a rendir cuentas por la justicia y desde entonces se le procesó como reo ausente. En junio de ese año, el Noticiero Nacional reveló un video en el que se le veía adiestrando a paramilitares; su nombre empezó a rondar los titulares y pronto desapareció del mapa. No obstante, el daño ya estaba hecho. Los hombres que entrenó para las mafias del narcotráfico desangraban a Colombia ese año. Ya habían asesinado al dirigente de la UP José Antequera; al gobernador de Boyacá, Álvaro González, y su colega de Antioquia, Antonio Roldán Betancur; al magistrado Carlos Valencia García, al coronel de la Policía, Valdemar Franklin Quintero, y al candidato presidencial, Luis Carlos Galán; le pusieron un bombazo a El Espectador y después harían estallar un avión de Avianca con 106 pasajeros y dinamitarían el DAS.
Todos crímenes que con el correr de los años terminaron atribuyéndosele al siniestro triunvirato conformado por Gonzalo Rodríguez Gacha, Pablo Escobar Gaviria y Fidel Castaño Gil, alias Rambo, el primero de la saga Castaño —lo sucederían Vicente y Carlos cuando Fidel murió en 1994— que se enroló en esa guerra fratricida y que asistió a cursos con Yair Klein. Precisamente el mercenario israelí aprovechó que a mediados de los 80 hizo aparición en Puerto Boyacá la Acdegam, Asociación Campesina de Agricultores y Ganadores del Magdalena Medio, ni más ni menos que la plataforma del paramilitarismo, que fue fundada por Gonzalo Pérez y cuyas riendas tomó su hijo Henry más pronto que tarde.
El cartel de Medellín de Pablo Escobar y su socio de andanzas Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, extendió su poder criminal al Magdalena Medio, por la región rodaban ríos de dinero sucio, con fusiles se armaron los secuaces de Henry Pérez, Ariel Otero y las mafias y comenzaron las masacres, como la de los 19 comerciantes, en octubre de 1987, y la de La Rochela, en enero de 1989. Incursiones por las que el Estado colombiano ya fue condenado y en donde se probó que fueron los discípulos de Yair Klein, entrenados en las escuelas de la muerte El Tecal, 01, La Cincuenta, La Cero Ochenta, la famosa Isla de la Fantasía o el sitio conocido como Galaxias en Pacho, Cundinamarca, los que perpetraron las masacres.
Puerto Boyacá se erigió como la capital antisubversiva de Colombia y las alianzas entre el narcoparamilitarismo y algunos miembros corruptos de las fuerzas militares comenzaron a hacer estragos. Fue otro israelí, Itzhack Shoshany Meraiot, un teniente coronel de la reserva, también condenado en el mismo proceso de Yair Klein, el que primero se ocupó de Colombia y el que hizo los primeros contactos con las mafias bajo la fachada de Acdegam. Dicha organización contrató los servicios de los mercenarios Klein, Shoshany, Tzedaka Abraham, Terry Melnik y otros más de origen británico para desarrollar su guerra. A la sombra, el congresista Pablo Emilio Guarín, la reivindicaba, hasta que lo mataron en 1987. Uno de los cursos dictados por los mercenarios fue bautizado con su nombre.
Carlos Castaño reveló en su libro Mi confesión que en la finca La Cincuenta asistió a varios cursos con Klein que eran patrocinados por El Mexicano. “Mi sobrenombre para la época era El Pelao”. Desde Acdegam se instauró un régimen de terror en el Magdalena Medio, El Espectador no podía circular y Henry Pérez y sus hombres hacían y deshacían. En la trasescena se movía Iván Roberto Duque, quien con los años y ya bajo el mando de Carlos Castaño en las autodefensas, tomó el alias de Ernesto Báez. Son tantos los crímenes que se extendieron por cuenta de la instrucción en técnicas de terrorismo de Yair Klein y otros mercenarios, como el cinismo del coronel (r), quien lleva 20 años evadiendo su responsabilidad en el baño de sangre colombiano.
En entrevista exclusiva con El Espectador en octubre de 1989, cuando ya tenía orden de captura por la justicia colombiana, desde Tel Aviv, Yair Klein relató que un viceministro de la época, “de muy lindo nombre”, le dijo “con lágrimas en los ojos que nosotros éramos la última esperanza de Colombia”. Se refería a que el país estaba secuestrada por la guerrilla. Sin decirlo lo dice: un alto funcionario del Estado respaldó sus prácticas. Enseguida añadió Klein que no es cierto que dictara cursos a ilegales, “pero, si los necesitas, con gusto los dictaría”; que instruyó a 75 personas para “autodefenderse” por iniciativa de Acdegam y que sus cursos apenas le dejaron US$60 mil de ganancia.
Las autoridades documentaron que fueron muchos más sus discípulos, que los recursos que consiguió por sus vueltas en el Magdalena Medio fueron muchísimo mayores y que, no obstante, sus crímenes y condena siguen impunes. El colmo de su cinismo se vio reflejado cuando El Espectador le preguntó en la mencionada entrevista lo siguiente:
—¿Está arrepentido por lo hecho en Colombia y por lo que sus alumnos han consumado: muerte y destrucción?
—¿Qué culpa tiene un ministro de educación si sus alumnos fuman droga en las escuelas?
Las autoridades del gobierno de Rusia están empeñadas en deportar a como dé lugar a Colombia al siniestro mercenario israelí Yair Gal Klein, el coronel retirado que a finales de la década de los 80, con el combustible del dinero sucio de la cocaína y sus mafias, adiestró en tácticas de guerra y explosivos a los nacientes ejércitos privados en el Magdalena Medio que constituyeron la piedra angular de los grupos de autodefensa. El 22 de junio de 2001, el Tribunal Superior de Manizales lo condenó a 128 meses de cárcel por el entrenamiento de hordas de sicarios que llenaron de crímenes el país y que, aupados por el narcotráfico, exterminaron la Unión Patriótica y multiplicaron los carros bomba y atentados contra el Estado.
En virtud de esa sentencia, una vez fue detenido el 27 de agosto de 2007 en el aeropuerto Domedédovo en Moscú, cuando pretendía abordar un avión a Tel Aviv, el gobierno buscó las vías diplomáticas para que Klein cumpliera su deuda con la justicia colombiana en una prisión de alta seguridad. Aunque las autoridades de la Federación Rusa avalaron la petición de Colombia, el oficial retirado se ha valido de toda suerte de explicaciones absurdas para evitar ser deportado al país. El 1° de abril pasado, la Corte Europea para los Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, Francia, determinó que Rusia no podía deportar a Klein porque su vida correría riesgo. Un fallo que provocó desconcierto nacional. La saga criminal del israelí no tendría un capítulo de reparación en Colombia.
El gobierno de Dmitri Medvédev, sin embargo, acaba de apelar la polémica sentencia del Tribunal de Estrasburgo. El Espectador conoció el documento en el que el representante de Rusia Georgy Matyushkin sostiene que no hay evidencias de que, en caso de que Yair Klein fuera deportado a Colombia, su vida esté en peligro y pueda ser objeto de torturas o tratos inhumanos, los mismos que instruyó en sus escuelas de matones que extendió por el Magdalena Medio hace apenas dos décadas. Como también lo consideraron dos de los siete jueces de la Corte de Derechos Humanos de Europa, Colombia integra y acata pactos internacionales sobre derechos humanos y, además, “el acusado ha fracasado en demostrar el riesgo individualizado de maltrato que correría si fuese extraditado”.
El coronel retirado del ejército israelí, nacido en 1942 en Kibutz Nizanim, paracaidista experto, padre de cuatro hijos, condecorado en la guerra que libró Israel contra Siria y Egipto en 1973 y que extendió en otras como la del Líbano; el hombre que a finales de los 70 comenzó a trabar alianzas en Latinoamérica y en los 80 utilizó fachadas de empresas de seguridad para comercializar armas, cuyas huellas pudieron rastrear los investigadores en países como Panamá, Nicaragua, Honduras, Sudáfrica, Liberia o Sierra Leona; el mercenario que se instaló en el corazón del Magdalena Medio, Puerto Boyacá, patrocinado por los capos Pablo Escobar, el clan de los Ochoa Vásquez, Gonzalo Rodríguez Gacha, Ariel Otero y Henry Pérez; en fin, el veterano que orientó la guerra sucia que llenó de pánico a Colombia, alega hoy que teme que aquí se le violen sus derechos humanos.
El memorial presentado por el gobierno ruso no deja lugar a dudas. Sostiene que muy a pesar de que la situación general de derechos humanos en Colombia está lejos de ser perfecta, nada indica que Klein pueda ser asesinado, como él dice, “por militares bajo el pretexto de una confrontación con paramilitares”. La apelación advierte que el Estado colombiano ha dado garantías sobre el lugar de detención que le espera al coronel (r), que éste no respaldó con ningún documento confiable sus temores y miedos ni brindó a las cortes de la Federación Rusa pruebas de que “la situación personal del acusado sería peor que la de cualquier otro colombiano si fuese deportado”.
Con estos argumentos las autoridades rusas buscan destrabar el envío de Klein a Colombia, que sus secretos vean la luz en los centenares de expedientes que por paramilitarismo se adelantan en el país y que los cómplices del mercenario queden en evidencia. La petición está siendo evaluada por el Tribunal de Estrasburgo, que también tiene en su poder varias comunicaciones de la Cancillería colombiana en las que se refrenda que Klein sería confinado en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, Boyacá, “que goza de las más altas calificaciones y estándares en materia de protección de derechos humanos, tal como lo certificó Naciones Unidas”. En una nota diplomática firmada por el ex canciller Jaime Bermúdez, dirigida a Cristos Rosakis, presidente del Tribunal de Estrasburgo, se lee que no hay antecedentes que afirmen que Klein “ha sido torturado en el pasado por agentes colombianos”.
A renglón seguido refiere que el proceso penal en contra de Yair Klein, que se inició en septiembre de 1989, tuvo en cuenta los estándares internacionales en materia de derechos humanos y que se documentó que estos grupos de autodefensa que tuvieron formación del coronel (r) israelí fueron financiados “por caciques del narcotráfico como Gonzalo Rodríguez, Pablo Escobar o Víctor Carranza”, este último el denominado ‘zar de las esmeraldas’. Su referencia llama la atención porque aunque ha sido salpicado en varios expedientes y ha estado detenido en dos ocasiones, Carranza ha capoteado una y otra vez la mano de la justicia y hoy es un hombre libre.
Como si ya no fuera tanto, la comunicación del entonces canciller advierte que por cuenta de las técnicas terroristas enseñadas por Klein a los sicarios de las mafias, “sus alumnos”, como Gerardo Zuluaga, alias Ponzoña; Alonso de Jesús Vaquero, alias Vladimir; Rigoberto Rojas Mendoza, alias El Escorpión, y otros como Chilingo, Pequeño, Cochise o Gerónimo, perpetraron masacres a diestra y siniestra, asesinaron a candidatos presidenciales como Luis Carlos Galán, accionaron explosivos a control remoto y volaron aviones y, a destiempos, segaron las vidas de todo lo que les oliera a Unión Patriótica, “muertos que servían para escarmentar a aquellos que no hicieran caso, que se mataban y se descuartizaban”, como refirió El Escorpión en versión ante la Fiscalía.
A finales de septiembre de 1989 Yair Gal Klein fue llamado a rendir cuentas por la justicia y desde entonces se le procesó como reo ausente. En junio de ese año, el Noticiero Nacional reveló un video en el que se le veía adiestrando a paramilitares; su nombre empezó a rondar los titulares y pronto desapareció del mapa. No obstante, el daño ya estaba hecho. Los hombres que entrenó para las mafias del narcotráfico desangraban a Colombia ese año. Ya habían asesinado al dirigente de la UP José Antequera; al gobernador de Boyacá, Álvaro González, y su colega de Antioquia, Antonio Roldán Betancur; al magistrado Carlos Valencia García, al coronel de la Policía, Valdemar Franklin Quintero, y al candidato presidencial, Luis Carlos Galán; le pusieron un bombazo a El Espectador y después harían estallar un avión de Avianca con 106 pasajeros y dinamitarían el DAS.
Todos crímenes que con el correr de los años terminaron atribuyéndosele al siniestro triunvirato conformado por Gonzalo Rodríguez Gacha, Pablo Escobar Gaviria y Fidel Castaño Gil, alias Rambo, el primero de la saga Castaño —lo sucederían Vicente y Carlos cuando Fidel murió en 1994— que se enroló en esa guerra fratricida y que asistió a cursos con Yair Klein. Precisamente el mercenario israelí aprovechó que a mediados de los 80 hizo aparición en Puerto Boyacá la Acdegam, Asociación Campesina de Agricultores y Ganadores del Magdalena Medio, ni más ni menos que la plataforma del paramilitarismo, que fue fundada por Gonzalo Pérez y cuyas riendas tomó su hijo Henry más pronto que tarde.
El cartel de Medellín de Pablo Escobar y su socio de andanzas Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, extendió su poder criminal al Magdalena Medio, por la región rodaban ríos de dinero sucio, con fusiles se armaron los secuaces de Henry Pérez, Ariel Otero y las mafias y comenzaron las masacres, como la de los 19 comerciantes, en octubre de 1987, y la de La Rochela, en enero de 1989. Incursiones por las que el Estado colombiano ya fue condenado y en donde se probó que fueron los discípulos de Yair Klein, entrenados en las escuelas de la muerte El Tecal, 01, La Cincuenta, La Cero Ochenta, la famosa Isla de la Fantasía o el sitio conocido como Galaxias en Pacho, Cundinamarca, los que perpetraron las masacres.
Puerto Boyacá se erigió como la capital antisubversiva de Colombia y las alianzas entre el narcoparamilitarismo y algunos miembros corruptos de las fuerzas militares comenzaron a hacer estragos. Fue otro israelí, Itzhack Shoshany Meraiot, un teniente coronel de la reserva, también condenado en el mismo proceso de Yair Klein, el que primero se ocupó de Colombia y el que hizo los primeros contactos con las mafias bajo la fachada de Acdegam. Dicha organización contrató los servicios de los mercenarios Klein, Shoshany, Tzedaka Abraham, Terry Melnik y otros más de origen británico para desarrollar su guerra. A la sombra, el congresista Pablo Emilio Guarín, la reivindicaba, hasta que lo mataron en 1987. Uno de los cursos dictados por los mercenarios fue bautizado con su nombre.
Carlos Castaño reveló en su libro Mi confesión que en la finca La Cincuenta asistió a varios cursos con Klein que eran patrocinados por El Mexicano. “Mi sobrenombre para la época era El Pelao”. Desde Acdegam se instauró un régimen de terror en el Magdalena Medio, El Espectador no podía circular y Henry Pérez y sus hombres hacían y deshacían. En la trasescena se movía Iván Roberto Duque, quien con los años y ya bajo el mando de Carlos Castaño en las autodefensas, tomó el alias de Ernesto Báez. Son tantos los crímenes que se extendieron por cuenta de la instrucción en técnicas de terrorismo de Yair Klein y otros mercenarios, como el cinismo del coronel (r), quien lleva 20 años evadiendo su responsabilidad en el baño de sangre colombiano.
En entrevista exclusiva con El Espectador en octubre de 1989, cuando ya tenía orden de captura por la justicia colombiana, desde Tel Aviv, Yair Klein relató que un viceministro de la época, “de muy lindo nombre”, le dijo “con lágrimas en los ojos que nosotros éramos la última esperanza de Colombia”. Se refería a que el país estaba secuestrada por la guerrilla. Sin decirlo lo dice: un alto funcionario del Estado respaldó sus prácticas. Enseguida añadió Klein que no es cierto que dictara cursos a ilegales, “pero, si los necesitas, con gusto los dictaría”; que instruyó a 75 personas para “autodefenderse” por iniciativa de Acdegam y que sus cursos apenas le dejaron US$60 mil de ganancia.
Las autoridades documentaron que fueron muchos más sus discípulos, que los recursos que consiguió por sus vueltas en el Magdalena Medio fueron muchísimo mayores y que, no obstante, sus crímenes y condena siguen impunes. El colmo de su cinismo se vio reflejado cuando El Espectador le preguntó en la mencionada entrevista lo siguiente:
—¿Está arrepentido por lo hecho en Colombia y por lo que sus alumnos han consumado: muerte y destrucción?
—¿Qué culpa tiene un ministro de educación si sus alumnos fuman droga en las escuelas?