“Se trazó con sangre una frontera invisible entre El Dorado y El Castillo": Tatiana Duplat
Por medio de la obra “Paz en la guerra”, la historiadora Tatiana Duplat Ayala describe cómo hace 20 años se logró un inédito acuerdo de reconciliación en el Alto Ariari, que, a pesar de la violencia, demostró que la concordia es posible, sin depender de élites políticas y militares.
Redacción Judicial
Hace veinte años, cuando el conflicto armado en Colombia pasaba por uno de sus momentos más críticos, en la región del Alto Ariari, entre las llanuras de la Orinoquia y las estribaciones de la cordillera oriental, se desarrolló una experiencia de reconciliación y convivencia impulsada por las comunidades y los gobiernos locales que fue reconocida. En 2002, esa iniciativa fue exaltada con el Premio Nacional de Paz y surgió la Asociación de Municipios del Alto Ariari para preservar el proceso. No obstante, la guerra se atravesó a los buenos propósitos y aunque en la región nunca se olvidó que habían sido capaces de parar la guerra, también quedaron aprendizajes para no repetir errores y conservar la concordia.
La historiadora Tatiana Duplat Ayala fue testigo de excepción de estos acontecimientos, al punto de que los convirtió en su tesis de doctorado en 2003. Pero además de la calificación de sobresaliente cum laude, hasta ahora sus contenidos solo circulaban en el mundo académico. Por fortuna, las universidades Eafit y el Rosario pusieron en marcha una colección titulada Justicia y Conflicto, dentro de la cual esa tesis es hoy el libro Paz en la guerra, reconciliación y democracia en el Alto Ariari, un documento distribuido en ocho capítulos que detallan cómo en Colombia existe una larga experiencia de construcción de paz desde la gente, por medio de comunidades que han resistido la violencia con creatividad.
:: La palabra desarmada: una plataforma web para construir memoria::
El pretexto de la obra es profundizar en los acuerdos que, entre los años 1998 y 2003, concertaron dos pueblos enfrentados por la guerra: El Castillo y El Dorado, situados en la región del Alto Ariari. En medio de la confrontación entre guerrilla, paramilitarismo y Fuerzas Armadas, era tan grave la situación de orden público, que la vía que unía a estos dos pueblos se conocía como “la carretera de la muerte”. Y justamente el primer gesto de las comunidades y sus alcaldes fue rehabilitarla y renombrarla como “la vía de la paz”. Sin embargo, más allá de la disputa por el control territorial, desde cada esquina existía una larga historia de colonización, estrategias de resistencia, organización de masas y lucha agraria.
Ese contexto y sus particularidades permitieron a Tatiana Duplat desenredar una gruesa madeja que explica todo lo que se guarda en la memoria del Alto Ariari, entre otros aspectos cruciales para entender la verdad de lo sucedido en los últimos tiempos en Colombia. Desde mediados del siglo XIX y principios del XX, cuando surgieron en la zona formas de economía extractiva para la exportación de quina y caucho, luego con la llegada de empresarios agrícolas y ganaderos estimulados por la adjudicación de baldíos y después con la migración de decenas de colonos que huían de la sevicia partidista o de los conflictos agrarios. Una secuencia de hechos y protagonistas que fueron apareciendo en la medida en que la violencia se extendió.
Entre los colonizadores, desde el norte del Huila y a lo largo de una depresión geográfica en la cordillera oriental, llegaron pobladores del Sumapaz o el Tolima, que terminaron asociados al Partido Comunista. Tiempo después, en Pueblo Sánchez, que hoy hace parte del municipio de El Dorado y Medellín del Ariari, última inspección de El Castillo, “se trazó con sangre una frontera invisible” que separó a las comunidades. De un lado, los grupos armados de defensa privada al servicio de terratenientes, con el apoyo de la Fuerza Pública; y del otro, las guerrillas y grupos de autodefensa campesina, fortalecidas por las columnas de marcha. En los años 80 del siglo XX, con el combustible del narcotráfico a bordo, la región se volvió una caldera.
El trabajo de Tatiana Duplat no solo describe paso a paso esta transformación; detallando sombríos capítulos, como el exterminio de la Unión Patriótica en el Meta o la ofensiva paramilitar desde la barbarie, sino también ahonda en explicaciones sobre la incidencia del agrarismo en la región, de qué manera surgieron nuevas formas de participación en el contexto de la elección popular de alcaldes y cómo la violencia generalizada llegó a un punto tan crítico, que desde las entrañas mismas de la comunidad emergió la pausa. La materia prima de la investigación, como lo resalta la propia autora, es que los procesos de construcción de paz llevan mucho tiempo en Colombia y no dependen de los acuerdos de las élites políticas y militares.
De alguna manera, ella lo sabe por el legado de su propia familia. Su madre, primera nutricionista de la Universidad Nacional, hizo parte de la generación que creó el ICBF y, como lo comentó en reciente entrevista con Isa López Giraldo, “ella recorrió el país rural con un metro en una mano y una balanza en la otra, tallando y pesando niños”. Era la política pública de salud y bienestar promovida por el gobierno de Carlos Lleras en los años 60, con la financiación de la Alianza para el Progreso. La herencia paterna le aportó las nociones de la medicina social, la cátedra universitaria y la música. La propia Tatiana estudió violoncello e hizo parte de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional. Solo que la historia la estaba esperando.
Cuando se graduó en la Javeriana, se vinculó al Instituto Colombiano de Cultura como asistente de investigación y producción radial para unas series de historia regional en el siglo XX. Después, hizo parte de los talleres de formación para la implementación de las radios comunitarias. Estuvo un tiempo en Granada (España), gracias a una beca por buena estudiante, y cuando retornó al país, ya en los albores del siglo XXI, decidió avanzar hacia el doctorado con la evaluación del conflicto del Alto Ariari. Entonces, encontró una aliada idónea para su propósito: la recordada Amparo Díaz, que dirigía la oficina de comunicaciones del PNUD, justamente promotor de los acercamientos de paz entre El Castillo y El Dorado.
Así surgió el libro Paz en la guerra, reconciliación y democracia en el Alto Ariari, que primero describe la historia del proceso de reconciliación y sus protagonistas, luego aporta las coordenadas para entender los escenarios en los que se desarrolló en el contexto de la violencia colombiana del siglo XX y después agrega variables como la relación entre el conflicto, el poder privado y el control territorial, para explicar por qué las comunidades de El Castillo y El Dorado lograron ponerse de acuerdo. Infortunadamente, después de 2003, la guerra volvió a arreciar en la zona, y el asesinato de uno de los partícipes de los acuerdos, aunque puso en duda sus alcances, no logró opacar una experiencia articulada en la cultura regional.
Por la misma época, Tatiana Duplat decidió parar el ritmo de funcionaria pública para crear su propia firma especializada en comunicaciones y derechos humanos: Caracola Consultores. Fue así como se empezó a relacionar con las víctimas del conflicto armado y también con desmovilizados de las Farc y de las Auc, lo mismo que exmilitares. Entre 2015 y 2018 ofició como directora de Señal Memoria de RTVC, y desde mayo del año pasado gerencia y opera la Red de Bibliotecas Públicas de Bogotá (Biblo Red), donde ha podido dinamizar más de cien puntos de lectura en la capital, además de incentivar la creación de bibliotecas en 91 parques y diez estaciones de Transmilenio, lo mismo que en áreas rurales de Sumapaz y Ciudad Bolívar.
“Nosotros padecemos la guerra, por esto no la deseamos para nadie”. Esta frase de Fredy Díaz, hijo de El Dorado y uno de los principales promotores de la reconciliación en el Alto Ariari, no solo sirve de epígrafe a la obra de Tatiana Duplat, sino que está extraída del discurso de recibimiento del Premio Nacional de Paz a la Asociación de Municipios del Alto Ariari en 2002. En ella se resume lo que la autora quiere significar: que la experiencia de situar a los ciudadanos en el centro de la discusión y no a los armados constituye la diferencia para crear verdaderos procesos de reconciliación desde las comunidades. Un poder que veinte años después sigue vigente desde la perspectiva de la paz como un presente posible.
Hace veinte años, cuando el conflicto armado en Colombia pasaba por uno de sus momentos más críticos, en la región del Alto Ariari, entre las llanuras de la Orinoquia y las estribaciones de la cordillera oriental, se desarrolló una experiencia de reconciliación y convivencia impulsada por las comunidades y los gobiernos locales que fue reconocida. En 2002, esa iniciativa fue exaltada con el Premio Nacional de Paz y surgió la Asociación de Municipios del Alto Ariari para preservar el proceso. No obstante, la guerra se atravesó a los buenos propósitos y aunque en la región nunca se olvidó que habían sido capaces de parar la guerra, también quedaron aprendizajes para no repetir errores y conservar la concordia.
La historiadora Tatiana Duplat Ayala fue testigo de excepción de estos acontecimientos, al punto de que los convirtió en su tesis de doctorado en 2003. Pero además de la calificación de sobresaliente cum laude, hasta ahora sus contenidos solo circulaban en el mundo académico. Por fortuna, las universidades Eafit y el Rosario pusieron en marcha una colección titulada Justicia y Conflicto, dentro de la cual esa tesis es hoy el libro Paz en la guerra, reconciliación y democracia en el Alto Ariari, un documento distribuido en ocho capítulos que detallan cómo en Colombia existe una larga experiencia de construcción de paz desde la gente, por medio de comunidades que han resistido la violencia con creatividad.
:: La palabra desarmada: una plataforma web para construir memoria::
El pretexto de la obra es profundizar en los acuerdos que, entre los años 1998 y 2003, concertaron dos pueblos enfrentados por la guerra: El Castillo y El Dorado, situados en la región del Alto Ariari. En medio de la confrontación entre guerrilla, paramilitarismo y Fuerzas Armadas, era tan grave la situación de orden público, que la vía que unía a estos dos pueblos se conocía como “la carretera de la muerte”. Y justamente el primer gesto de las comunidades y sus alcaldes fue rehabilitarla y renombrarla como “la vía de la paz”. Sin embargo, más allá de la disputa por el control territorial, desde cada esquina existía una larga historia de colonización, estrategias de resistencia, organización de masas y lucha agraria.
Ese contexto y sus particularidades permitieron a Tatiana Duplat desenredar una gruesa madeja que explica todo lo que se guarda en la memoria del Alto Ariari, entre otros aspectos cruciales para entender la verdad de lo sucedido en los últimos tiempos en Colombia. Desde mediados del siglo XIX y principios del XX, cuando surgieron en la zona formas de economía extractiva para la exportación de quina y caucho, luego con la llegada de empresarios agrícolas y ganaderos estimulados por la adjudicación de baldíos y después con la migración de decenas de colonos que huían de la sevicia partidista o de los conflictos agrarios. Una secuencia de hechos y protagonistas que fueron apareciendo en la medida en que la violencia se extendió.
Entre los colonizadores, desde el norte del Huila y a lo largo de una depresión geográfica en la cordillera oriental, llegaron pobladores del Sumapaz o el Tolima, que terminaron asociados al Partido Comunista. Tiempo después, en Pueblo Sánchez, que hoy hace parte del municipio de El Dorado y Medellín del Ariari, última inspección de El Castillo, “se trazó con sangre una frontera invisible” que separó a las comunidades. De un lado, los grupos armados de defensa privada al servicio de terratenientes, con el apoyo de la Fuerza Pública; y del otro, las guerrillas y grupos de autodefensa campesina, fortalecidas por las columnas de marcha. En los años 80 del siglo XX, con el combustible del narcotráfico a bordo, la región se volvió una caldera.
El trabajo de Tatiana Duplat no solo describe paso a paso esta transformación; detallando sombríos capítulos, como el exterminio de la Unión Patriótica en el Meta o la ofensiva paramilitar desde la barbarie, sino también ahonda en explicaciones sobre la incidencia del agrarismo en la región, de qué manera surgieron nuevas formas de participación en el contexto de la elección popular de alcaldes y cómo la violencia generalizada llegó a un punto tan crítico, que desde las entrañas mismas de la comunidad emergió la pausa. La materia prima de la investigación, como lo resalta la propia autora, es que los procesos de construcción de paz llevan mucho tiempo en Colombia y no dependen de los acuerdos de las élites políticas y militares.
De alguna manera, ella lo sabe por el legado de su propia familia. Su madre, primera nutricionista de la Universidad Nacional, hizo parte de la generación que creó el ICBF y, como lo comentó en reciente entrevista con Isa López Giraldo, “ella recorrió el país rural con un metro en una mano y una balanza en la otra, tallando y pesando niños”. Era la política pública de salud y bienestar promovida por el gobierno de Carlos Lleras en los años 60, con la financiación de la Alianza para el Progreso. La herencia paterna le aportó las nociones de la medicina social, la cátedra universitaria y la música. La propia Tatiana estudió violoncello e hizo parte de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional. Solo que la historia la estaba esperando.
Cuando se graduó en la Javeriana, se vinculó al Instituto Colombiano de Cultura como asistente de investigación y producción radial para unas series de historia regional en el siglo XX. Después, hizo parte de los talleres de formación para la implementación de las radios comunitarias. Estuvo un tiempo en Granada (España), gracias a una beca por buena estudiante, y cuando retornó al país, ya en los albores del siglo XXI, decidió avanzar hacia el doctorado con la evaluación del conflicto del Alto Ariari. Entonces, encontró una aliada idónea para su propósito: la recordada Amparo Díaz, que dirigía la oficina de comunicaciones del PNUD, justamente promotor de los acercamientos de paz entre El Castillo y El Dorado.
Así surgió el libro Paz en la guerra, reconciliación y democracia en el Alto Ariari, que primero describe la historia del proceso de reconciliación y sus protagonistas, luego aporta las coordenadas para entender los escenarios en los que se desarrolló en el contexto de la violencia colombiana del siglo XX y después agrega variables como la relación entre el conflicto, el poder privado y el control territorial, para explicar por qué las comunidades de El Castillo y El Dorado lograron ponerse de acuerdo. Infortunadamente, después de 2003, la guerra volvió a arreciar en la zona, y el asesinato de uno de los partícipes de los acuerdos, aunque puso en duda sus alcances, no logró opacar una experiencia articulada en la cultura regional.
Por la misma época, Tatiana Duplat decidió parar el ritmo de funcionaria pública para crear su propia firma especializada en comunicaciones y derechos humanos: Caracola Consultores. Fue así como se empezó a relacionar con las víctimas del conflicto armado y también con desmovilizados de las Farc y de las Auc, lo mismo que exmilitares. Entre 2015 y 2018 ofició como directora de Señal Memoria de RTVC, y desde mayo del año pasado gerencia y opera la Red de Bibliotecas Públicas de Bogotá (Biblo Red), donde ha podido dinamizar más de cien puntos de lectura en la capital, además de incentivar la creación de bibliotecas en 91 parques y diez estaciones de Transmilenio, lo mismo que en áreas rurales de Sumapaz y Ciudad Bolívar.
“Nosotros padecemos la guerra, por esto no la deseamos para nadie”. Esta frase de Fredy Díaz, hijo de El Dorado y uno de los principales promotores de la reconciliación en el Alto Ariari, no solo sirve de epígrafe a la obra de Tatiana Duplat, sino que está extraída del discurso de recibimiento del Premio Nacional de Paz a la Asociación de Municipios del Alto Ariari en 2002. En ella se resume lo que la autora quiere significar: que la experiencia de situar a los ciudadanos en el centro de la discusión y no a los armados constituye la diferencia para crear verdaderos procesos de reconciliación desde las comunidades. Un poder que veinte años después sigue vigente desde la perspectiva de la paz como un presente posible.