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                                                                                                                                Sorda y ciega, pero justicia

                                                                                                                                A Soledad Castrillón y a Reinaldo Gómez les dijeron que no tenían lo necesario para ser abogados: la primera, el oído y el segundo, la vista. Pero ambos, contra todo pronóstico, obtuvieron su título y hoy laboran en el sistema judicial colombiano.

                                                                                                                                Diana Carolina Durán Núñez

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Reinaldo Gómez perdió la vista en una situación mucho menos inocente. Transcurría el año 1958. La violencia bipartidista persistía. Su padre, un conservador desde la cuna, sentía su vida y la de su familia amenazada por los liberales que dominaban Caracolí (Magdalena Medio antioqueño), así que tomó a su esposa, sus hijos, una vaca, un caballo y todos salieron huyendo. En el camino Cisneros, Reinaldo se cayó de un puente. Once años después, con 15 años de edad, dejó de ver en un abrir y cerrar de ojos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Reinaldo no sabía que lo suyo era la abogacía hasta que ingresó a la Universidad Pedagógica, en Bogotá, para ser licenciado en educación especial. Un par de semestres más tarde se inscribió en la Universidad Santo Tomás como estudiante de Derecho. “Necesitaba una universidad cercana para poder hacer las dos carreras”, recuerda. Viajó hasta Bucaramanga para conseguir un segundo crédito en el Icetex y así terminó materias en ambas instituciones.

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                                                                                                                                discapacidad fuera una incapacidad. Reinaldo buscó entre sus compañeros a los “menos juiciosos” e hizo un pacto con ellos: si le leían los textos, él hacía los análisis. Soledad, quien recuerda a sus amigos de la U. como “maravillosos”, aprendió a leer los labios para nunca dejar de entenderle a un maestro o a cualquier otra persona. Aun así, su profesor de derecho administrativo la expulsó de su cátedra.

                                                                                                                                Estos dos funcionarios laboran en la rama judicial por la gestión de dos hombres ajenos a sus vidas. El primero fue Aldemar Muñoz, un abogado ciego que, a principios de los años 80, fue trasladado a un juzgado de Envigado, en donde no fue bien recibido. Muñoz denunció la situación ante los magistrados del Tribunal de Medellín, quienes, a su vez, demandaron el Artículo 16 del decreto 250 de 1970, el cual prohibía que invidentes, sordos y mudos se desempeñaran en la Rama Jurisdiccional.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Reinaldo Gómez, en cambio, ha sido más ‘variado’ en su ejercicio. Fue director del Instituto Nacional para Ciegos de la seccional Meta entre 1984 y 1989; inspector de Policía de Villavicencio entre 1990 y 1991; juez promiscuo de Santa Rita (Vichada); asesor jurídico de la Gobernación y de la Lotería del Meta. En 2007 ingresó por primera vez a la Fiscalía, en Puerto Asís, Putumayo; y luego de siete meses, fue trasladado a Villavicencio, en donde es el fiscal 30 local de la Sala de Atención al Usuario (SAU). 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tanto el fiscal como la jueza son una paradoja de su propia vida. El amor por la lectura del primero lo hace buscar una voz amiga que narre lo que él no puede ver. “Hay una máquina que escanea y lee, pero vale unos $5 millones”, dice. Soledad, por su parte, adora la música. Asegura recordar con bastante claridad las melodías de la canción Dos Guitarras, las sinfonías de Beethoven y su favorita, La golondrina, la cual escuchó en la voz de Alfonso Ortiz Tirado. “Si yo recuperara mi oído no volvería a leer: escucharía música y cantaría hasta morir”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Reinaldo Gómez perdió la vista en una situación mucho menos inocente. Transcurría el año 1958. La violencia bipartidista persistía. Su padre, un conservador desde la cuna, sentía su vida y la de su familia amenazada por los liberales que dominaban Caracolí (Magdalena Medio antioqueño), así que tomó a su esposa, sus hijos, una vaca, un caballo y todos salieron huyendo. En el camino Cisneros, Reinaldo se cayó de un puente. Once años después, con 15 años de edad, dejó de ver en un abrir y cerrar de ojos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Reinaldo no sabía que lo suyo era la abogacía hasta que ingresó a la Universidad Pedagógica, en Bogotá, para ser licenciado en educación especial. Un par de semestres más tarde se inscribió en la Universidad Santo Tomás como estudiante de Derecho. “Necesitaba una universidad cercana para poder hacer las dos carreras”, recuerda. Viajó hasta Bucaramanga para conseguir un segundo crédito en el Icetex y así terminó materias en ambas instituciones.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                discapacidad fuera una incapacidad. Reinaldo buscó entre sus compañeros a los “menos juiciosos” e hizo un pacto con ellos: si le leían los textos, él hacía los análisis. Soledad, quien recuerda a sus amigos de la U. como “maravillosos”, aprendió a leer los labios para nunca dejar de entenderle a un maestro o a cualquier otra persona. Aun así, su profesor de derecho administrativo la expulsó de su cátedra.

                                                                                                                                Estos dos funcionarios laboran en la rama judicial por la gestión de dos hombres ajenos a sus vidas. El primero fue Aldemar Muñoz, un abogado ciego que, a principios de los años 80, fue trasladado a un juzgado de Envigado, en donde no fue bien recibido. Muñoz denunció la situación ante los magistrados del Tribunal de Medellín, quienes, a su vez, demandaron el Artículo 16 del decreto 250 de 1970, el cual prohibía que invidentes, sordos y mudos se desempeñaran en la Rama Jurisdiccional.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Reinaldo Gómez, en cambio, ha sido más ‘variado’ en su ejercicio. Fue director del Instituto Nacional para Ciegos de la seccional Meta entre 1984 y 1989; inspector de Policía de Villavicencio entre 1990 y 1991; juez promiscuo de Santa Rita (Vichada); asesor jurídico de la Gobernación y de la Lotería del Meta. En 2007 ingresó por primera vez a la Fiscalía, en Puerto Asís, Putumayo; y luego de siete meses, fue trasladado a Villavicencio, en donde es el fiscal 30 local de la Sala de Atención al Usuario (SAU). 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tanto el fiscal como la jueza son una paradoja de su propia vida. El amor por la lectura del primero lo hace buscar una voz amiga que narre lo que él no puede ver. “Hay una máquina que escanea y lee, pero vale unos $5 millones”, dice. Soledad, por su parte, adora la música. Asegura recordar con bastante claridad las melodías de la canción Dos Guitarras, las sinfonías de Beethoven y su favorita, La golondrina, la cual escuchó en la voz de Alfonso Ortiz Tirado. “Si yo recuperara mi oído no volvería a leer: escucharía música y cantaría hasta morir”.

                                                                                                                                Por Diana Carolina Durán Núñez

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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