Así fue el motín de La Modelo en los ojos de un interno
EL ESPECTADOR CONOCIÓ el testimonio de un pospenado, quien vivió el intento de fuga en la cárcel La Modelo y relató detalles inéditos de esa noche, en la que murieron 24 internos y que, por ahora, tiene en juicio a tres dragoneantes por tortura.
Hace dos años, en la noche del 21 de marzo de 2020, la cárcel La Modelo de Bogotá fue el escenario de una batalla campal entre los internos y guardias del Inpec, para evitar un intento de fuga. El resultado fue mortal: murieron 24 presos y por lo menos cien resultaron heridos, muchos de ellos con heridas gravísimas. Las evidencias de lo que se vivió dentro del penal tienen hoy a tres dragoneantes en juicio por tortura y dejaron entrever el uso excesivo de la fuerza que terminó en torturas, abusos y en una masacre. El Espectador publica el testimonio de uno de los internos que, ahora en libertad, revivió el horror de esa noche de hace dos años.
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Hace dos años, en la noche del 21 de marzo de 2020, la cárcel La Modelo de Bogotá fue el escenario de una batalla campal entre los internos y guardias del Inpec, para evitar un intento de fuga. El resultado fue mortal: murieron 24 presos y por lo menos cien resultaron heridos, muchos de ellos con heridas gravísimas. Las evidencias de lo que se vivió dentro del penal tienen hoy a tres dragoneantes en juicio por tortura y dejaron entrever el uso excesivo de la fuerza que terminó en torturas, abusos y en una masacre. El Espectador publica el testimonio de uno de los internos que, ahora en libertad, revivió el horror de esa noche de hace dos años.
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“Días antes se hablaba mucho del cacerolazo. En medios sonaba la llegada del covid a Colombia y eso nos tenía a todos en alerta. Esa noche yo estaba en el patio tercero y desde ahí se podía ver el patio cuarto, donde están los de delincuencia común; son unos 800. Todo comenzó como a las 9:00 p.m. Estábamos viendo un programa de televisión y de un momento a otro se escucharon ruidos del patio cuarto. Bulla por aquí y por allá. Me asomé y empezaron a mover las rejas. Y, de un momento a otro, empiezan a hacer sonar esas rejas duro. Cuando ¡pum! fue que tumbaron una puerta. Y nosotros: ¡uy jueputa se nos están metiendo estos manes!
Empezaron a montarse en el techo del baño, a saltar una pared que daba a la cancha. Se salió un combo de gente impresionante por esa puerta. Ahí empezaron los tiros por parte de la guardia. Un compañero que es canero viejo [que ha estado varias veces en la cárcel], que estuvo en los motines de La Modelo en 2001, cuando se confrontaban los paracos y los guerrillos, me dijo que eso eran chancletazos en la pared. ¿Chancletazos en la pared? A los cinco minutos ya se escuchaban los tiros de fusil. Y, como diez minutos después, empiezan a echar gas lacrimógeno.
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Entonces, a los que se habían salido los empiezan a devolver a plomo. Ahí empieza la balacera que todos conocen. Lo que me parecía absurdo es que todo el viento se vino para donde estábamos nosotros, y todo el gas nos cayó. Entramos en pánico. Yo me metí en un último rincón del baño como con cuatro manes, porque no podíamos ni respirar. Cuando bajó un poquito el humo, unos manes del patio cuarto empiezan a devolverse por la puerta chiquitica que habían roto. Y gritaban: “¡Devuélvanse que los están matando! Ya mataron a fulanito, le pegaron un tiro en la cabeza. Vea que a este se lo pegaron en el brazo”. Y todos se empiezan a devolver corriendo.
Hubo una calma como de media hora y de un momento a otro suena un “boom”. No eran bombas, ni tiros, sino un golpe a la pared. Se sentía un cimbronazo en los muros, que aparte son de ladrillo. Entonces, yo saco un espejo por la reja y alcanzó a mirar. Era un niche [afrodescendiente] con esas pesas de concreto que se hacen con un tubo de metal. Le había quitado una parte y el man la estaba cogiendo tipo bolo ¡Estaba rompiendo la pared de nuestro patio! Todo el mundo se escondió en las celdas. Y no demoraron en coronar las paredes. Rompieron segundo y tercer piso.
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Y ahí fue cuando en verdad se metieron y empezaron a llegar por oleadas. Eran combos de treinta manes. No llegaron con cuchillos, llegaron fue con espadas, y con las pesas que cogieron para tumbar todo. Llegaron fue a robarnos. Lo primero que nos dijeron fue —dice imitando su voz—: “Ustedes los del tres no salieron [al intento de motín]. Nosotros pusimos los muertos y ahora vamos a matarlos a ustedes”. Entramos en miedo, porque nuestro patio es de mucha convivencia. No se ven armas. Estábamos con los grandes corruptos, los extranjeros y gente dura del narco. Esa gente arregla todo con plata. Si había un problema, simplemente le pagaban al guardia.
Y llegan con esos machetes y empiezan a darle a las bisagras con las pesas. Lograron meterse como a cuatro pasillos, apuñalearon en el segundo piso a un paisa y un puertorriqueño. No quedó una celda con una media. Todo se lo llevaron. Los televisores que había colgados en los pasillos. En el primer piso, donde estaba la biblioteca, todo se lo robaron. Les iban a prender candela a los libros. Y todo mientras se daba la balacera de la guardia, intentando que no se escaparan de la cárcel. Cada quince minutos llegaba una tanda de veinte o treinta internos. Se escuchaba: “Los vamos a matar, gonorreas”.
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La cárcel quedó suelta. No había un solo guardia dentro de La Modelo. Las luces estaban apagadas. Ahí fue cuando empezaron a quemar colchonetas, como se vio en los videos que se conocieron en redes. Fueron tres horas de puro estrés. Y así fue en todos los pisos del patio. Como a las 4:30 a.m. llegó la guardia. Todavía quedaban como unos 25 manes ahí, de los que querían volarse. Cuando entró la guardia, al que cogieron lo fueron prendiendo. Yo sí me di cuenta cómo los cascaron. Eso los cogieron como a ratas. Claro, hubo un exceso de fuerza; pero nosotros sentimos un alivio, porque por fin llegaron. Y si no llegaban, nos metían, nos mataban, nos apuñaleaban.
Aparte estábamos cercanos a la libertad. Y nos querían matar por no “frentear” en el motín. La guardia entró porque en el pasillo de enfrente había dos exguardias privados de la libertad. Los sacaron y se los llevaron para celdas primarias. Allí fueron trasladados por un mes. La guardia entró a nuestro sector fue por ellos. Ahí aprovecharon y cascaron a todos los que estaban. Les quitaron la ropa, les dieron durísimo. Eso apenas sonaban esos palazos tan hijueputas. Con varillas. Los sacaron cascados, casi privados. Uno veía eso triste porque podía ser uno, pero a la vez sentimos alivio.
En nuestro patio quedaron esos dos huecos gigantes. Al otro día hicimos reunión de patio y nos organizamos para prestar vigilancia. El rumor era que se volvían a meter y todos los días esos manes afilaban los cuchillos contra las celdas. Apenas nos decían —repite emulando la voz—: “Esta noche vamos por ustedes”. Nos tocó empezar a armarnos porque ellos nos doblaban en número. Conseguí cuatro acrílicos e hice un escudo al frente de la celda. Conseguí una escoba y le pegué unas tijeras con una punta que tenía. Pero entonces era triste porque había viejitos con un tenedor y les tocaba prestar guardia. Todo se calmó como en un mes y yo quedé libres días después.
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Recuerdo al dragoneante Julián Piñeros [la Fiscalía intentará probar en juicio que habría castigado violentamente a un par de internos ese 21 de marzo]. Era bacano porque se ponía a jugar microfútbol o voleibol. Pero pienso en la corrupción por parte de los guardias. Muchos pedían dinero. Les quitan el teléfono a los presos y cobran el rescate. De Piñeros se sabe que era el sabueso más sabueso que tenía el Inpec. Y era de los que se enfrentaba con los privados a golpes. Yo recuerdo que había un pasillero costeño. Un man parado que no se aguantó el trato de Piñeros y lo frenteó. Y el guardia no se le aguantó, se fue quitando la ropa para pelear y ahí mismo se dieron.
Pienso que lo que más le falta a la guardia es esa instrucción enfocada al ser humano. De manejar la parte psicológica. Ellos llegan igual que un soldado, de la guerra y para la guerra. Tienen que pensar que el objetivo es el interno, pero les enseñan que aquí todos se llaman preso y tiene el apellido rejas. Les dicen que ni nos den la mano. A pesar de eso, el ejercicio de corrupción es el pan de cada día. Usted en la cárcel no ve una hamburguesa en años. Ellos le dicen: “Ya se la traigo, vale $100.000”. Del motín, por otro lado, yo siempre recordaré a los que alcanzaron a coger. Les dieron unas pelas. Eso se escuchaba: “¡Ay no! ¡No más!”. Y los sacaban arrastrados por el piso”.
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