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Cuando Álex Cifuentes Villa entró a la sala de la Corte Federal del Distrito de Brooklyn en su primer día de declaración, lo primero que hizo fue buscar, entre las muchas caras que había en el recinto, un rostro familiar. Al hallarlo, con una sonrisa amable y una mirada cómplice lo saludó. Era la primera vez que veía a su socio Joaquín el Chapo Guzmán sentado en el banquillo de los acusados, enfrentándose a una condena de cadena perpetua por haber traficado más de 155 toneladas de cocaína a Estados Unidos en 25 años. Y a pesar de que Cifuentes entraba al recinto como uno de los testigos estrella de la Fiscalía en su contra, el Chapo le devolvió el saludo.
En esa primera comparecencia, Hildebrando Alexánder Cifuentes Villa se encargó de contarle al jurado los detalles de su relación con el capo mexicano, con quien trabajó tan de cerca que durante por lo menos tres años se fue a vivir con él en la sierra del Triángulo Dorado, una zona del norte de México que comprende los estados de Chihuahua, Durango y Sinaloa, donde el Chapo tenía buena parte de su centro de operaciones.
Durante varios días, los asistentes al que se ha denominado el juicio del siglo contra el narcotráfico escucharon en la voz de Cifuentes decenas de historias y relatos que dieron cuenta de momentos desconocidos de la vida del escurridizo narco en la época en la que se recluyó en las montañas, huyendo del cerco de las autoridades que por entonces lo buscaban por cielo y tierra luego de que se fugara —en julio de 2015— de una cárcel de máxima seguridad en México. El Chapo finalmente fue recapturado en enero de 2016 y extraditado a Estados Unidos un año después.
Cifuentes contó, por ejemplo, que en aquellos años de huida en los que acompañó de cerca al Chapo se movieron constantemente entre varias de las siete propiedades que el capo tenía en el Triángulo Dorado, todas acondicionadas con residencias sencillas y sin grandes lujosos para no llamar la atención del Ejército. Eso sí, provistas de acceso a internet, televisión satelital y ventanas de vidrios polarizados.
Durante esa época Hildebrando Alexánder ayudó a Guzmán Loera —a quien califica como un hombre amable y un buen negociante— a comprar cientos de kilos de cocaína no solo en Colombia sino también en Ecuador, Panamá y Bolivia y a vender la droga en Nueva York y Canadá. “Me describía como su ‘secre’ (secretario), su brazo derecho y su brazo izquierdo”, dijo Cifuentes Villa durante el juicio al explicar su cercanía con el capo.
Esa cercanía con el Chapo fue determinante para que terminara siendo uno de los testigos estrellas del caso que acapara la atención mundial. Y aunque el nombre de Alexánder Cifuentes sonaba ajeno para muchos en la corte, se trata de un viejo conocido para las autoridades colombianas y norteamericanas, integrante de un poderoso clan familiar que estuvo ligado al narcotráfico desde los tiempos de los grandes carteles colombianos de la droga.
Y es que los Cifuentes Villa lograron, por muchos años, pasar desapercibidos ante el radar de las autoridades que centraron sus esfuerzos y atención en las andanzas de otros grupos familiares como los Escobar Gaviria, los Ochoa Vásquez o los Rodríguez Orejuela. Manteniendo un perfil bajo, Francisco Cifuentes Villa, hermano de Álex, comenzó su carrera en el mundo del narcotráfico trabajando como piloto y luego como socio del jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria. En contraste, y cuando se fue acabando el poderío de los narcos de Medellín, otros dos hermanos del clan —Fernando y Jorge Milton— decidieron abrirse camino en el mundo de la mafia, pero esta vez de la mano del cartel de Cali.
De hecho, fue Fernando Cifuentes Villa quien, por orden de Wilber Varela, alias Jabón, asesinó a uno de los grandes capos del cartel del norte del Valle: Efraín Hernández, alias Don Efra. Tiempo después fue el mismo Jabón quien ordenó la muerte de Fernando para borrar cualquier evidencia y relación. La suerte de Francisco no fue muy distinta. Tras el asesinato de Fernando hizo alianzas con la casa Castaño y en 2007 fue asesinado por aparentes discrepancias y problemas de negocios de droga con el jefe paramilitar Diego Fernando Murillo, alias Don Berna.
Entre tanto, los otros hermanos del clan fueron escalando, con menos protagonismo pero con igual importancia, en el mundo del hampa. Jorge Milton, Dolly, Lucía Inés y Alexánder hallaron el camino para seguir en el negocio y conectarse con el cartel de Sinaloa, liderado por Joaquín Guzmán Loera, alias el Chapo.
Para entonces el grupo familiar ya estaba en la mira de las autoridades y la primera en caer fue Patricia, esposa de Francisco, quien había heredado una buena porción de los negocios de su cónyuge. Fue capturada y extraditada en 2010 y dejó el emporio en manos de Dolly. En adelante vino el declive del clan, que había establecido un para nada despreciable emporio de empresas que operaban por medio de testaferros para lavar activos al cartel de Sinaloa. Dolly de Jesús Cifuentes Villa fue detenida en agosto de 2011 en Envigado y extraditada en agosto de 2012; Jorge Milton fue capturado en Venezuela en noviembre de 2012 y extraditado un año después a Estados Unidos, y Lucía fue detenida en marzo de 2014.
Alexánder fue el último integrante de su familia que cayó en manos de la justicia. Fue capturado en 2014 en Culiacán (México), cuando trabajaba con el cartel de Sinaloa. En diciembre del mismo año fue deportado a Colombia y luego extraditado a Estados Unidos por el envío de varios cargamentos de cocaína a ese país entre 2008 y 2014. Y aunque inicialmente se había negado a cooperar con las autoridades en el juicio contra su socio el Chapo Guzmán, fue su hermano Jorge Milton quien lo convenció de que entregara información. “Me dijo que con los americanos debería confesarme como confesarme con Dios. Porque si decidía irme a juicio él sería el primero que se iba a sentar y testificar en mi contra”, relató.
De hecho Jorge Milton Cifuentes, conocido con el alias de J, fue otro de los testigos que la Fiscalía presentó como pieza clave para demostrar las andanzas criminales del Chapo. En sus declaraciones J reveló, por ejemplo, que su relación con el jefe del cartel de Sinaloa comenzó en febrero de 2003, cuando viajó a Culiacán para conocerlo y que el capo tenía planeado traficar cocaína en los buques de la compañía de Petróleos Mexicanos (PEMEX).
Las declaraciones de los dos hombres sobrevivientes de la familia en la corte de Nueva York también han servido para tratar de entender de qué forma operaba el clan y cuáles eran las disputas internas que tenían por cuenta del negocio de la droga. Por ejemplo, Álex Cifuentes contó que en 2008 le pagó a su sobrino Jaime Roll Cifuentes —hijo de Lucía Inés— una suma superior a los US$100.000 (de los cuales el Chapo pondría US$50.000) para que asesinara a la pareja de su sobrina, pues había ingresado a trabajar con ellos en el negocio de la droga y se estaban presentando inconsistencias de dinero, por lo que pensaron que se trataba de un informante. Se supo además que quiso matar a ese mismo sobrino, porque le robó unos kilos de cocaína, a su cuñada Patricia y también a su secretaria y gran amiga Andrea Fernández, culpándola de traición.
Pero más allá de las peleas familiares y la lucha de poderes que llevó a los Cifuentes Villa a la cumbre del mundo de la mafia y luego a la perdición, lo cierto es que el testimonio de Jorge Milton y Alexánder se han convertido en un insumo determinante para la Fiscalía en un juicio en el que intenta demostrar a toda costa el amplio poder que tuvo el Chapo como jefe de uno de los carteles del narcotráfico más grandes del mundo. La defensa, por su parte, ha concentrado sus esfuerzos en dejar claro que la verdadera cabeza del cartel de Sinaloa siempre fue Ismael el Mayo Zambada y que el papel del Chapo dentro de la organización era mucho menor de lo que se ha dicho.