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Una brigada con antecedentes

El Espectador conoció nuevas denuncias por supuestas ejecuciones extrajudiciales en Ocaña.

El Espectador
25 de septiembre de 2008 - 09:41 p. m.
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No es la primera vez que a la morgue de Ocaña (Norte de Santander) llegan padres, esposas o hermanos, desesperados, en busca de saber el destino de sus parientes. Tampoco es la primera vez que en esta zona se escuchan quejas contra la Brigada 30 del Ejército, y en particular, contra el Batallón Contraguerrillas 98, adscrito a esta unidad. En este momento, 19 familias de Bogotá están en vilo, con el único deseo de escuchar una explicación satisfactoria sobre por qué sus hijos, a quienes reportaron como desaparecidos, resultaron muertos, como bajas en combate, en el nororiente, a cientos de  kilómetros de sus hogares. En medio de esta situación, El Espectador conoció otros cuatro casos que siembran dudas acerca del accionar de la mencionada brigada 30 del Ejército.

La primera muerte ocurrió en la madrugada del pasado domingo 15 de junio.  Un día antes, Luis Enrique Devia salió de su casa a las 4 p.m. rumbo a su trabajo, una discoteca de Aguachica (Cesar) en donde laboraba como mesero. En la noche pidió permiso para salir a un receso, pero nunca regresó. Durante tres días su hermana y su madre rezaron por saber de Luis Enrique, quien sufría de ataques de epilepsia desde los 9 meses de edad y a pesar de tener 32 años, mentalmente no era más que un niño. Su cadáver apareció al día siguiente en la morque de Ocaña, y aunque en su billetera —afirman ellas— estaban los datos para contactarlas, nadie se molestó en llamarlas.

Mónica Devia, hermana de Luis Enrique, fue a las emisoras locales a denunciar su desaparición, y el martes en la mañana prendió la radio para saber si estaban transmitiendo la información. “En combates entre tropas del Batallón de Contraguerrillas 98 y guerrilleros del Eln murió el subversivo Luis Enrique Devia Gómez, de 32 años de edad, quien pertenecía a la compañía Capitán Francisco de dicha organización armada ilegal”, fueron las palabras que, en cambio, escucharon salir del aparato. “A nosotros nos dijeron que le habían encontrado una granada en el bolsillo derecho. Que tenía una granada, que era un guerrillero... ¡Por Dios! Si tenía la capacidad de un niño de 9 años!”, expresa Mónica.

Dos semanas más tarde murió Juan Gabriel Carvajal, de 26 años de edad. Salió de su casa en Aguachica a las 9:00 a.m., vestido con una sudadera y una camiseta esqueleto; y apareció ocho horas después, con la misma ropa, en la morgue de Ocaña. Su padre, Luis Carvajal, ni siquiera sospechaba de que su hijo estuviera extraviado cuando, a las 5 p.m. de ese lunes 30 de junio, prendió la radio y escuchó que el Ejército había dado de baja en combate a un subversivo, quien tenía tatuadas las cuatro letras de su nombre en los dedos su mano izquierda. “Al oír eso yo llamé a una hija mía para que fuera a averiguar. Ella fue con el marido y cuatro acompañantes más”, recuerda don Luis. Juan Gabriel, al igual que Luis Enrique, apareció con una granada en el bolsillo.

Juan Gabriel, según asegura don Luis, fue asesinado en la Playa de Belén, al norte de Ocaña, a unas tres horas de Aguachica. “Mi hijo me ayudaba a arreglar lavadoras y manejaba un mototaxi, pero él se mantenía en el pueblo. Desde que


prestó servicio militar nunca volvió por los lados de Ocaña”, dice. También asegura que el único contacto que su hijo tuvo con la guerrilla fue muchos años atrás, cuando un hombre le ofreció integrarse a la organización. “Ni me los nombres, yo no quiero saber nada de esa gente”, recuerda don Luis que fue la respuesta de su hijo. Don Luis, doña Ruperta, su madre, y sus seis hermanos denunciaron el caso ante la Defensoría.

Cuatro días después, apareció un tercer muerto. Esta vez, con el agravante de que no era un ciudadano del común de Aguachica, sino un hombre que por seis años, hasta el día que lo mataron, había sido soldado profesional. Albeiro Bayena, de 25 años de edad, se encontraba incapacitado en su casa, luego de ser impactado por una bomba que lo hizo perder la audición en un oído. La última vez que lo vio su hermano, con quien vivía, fue el viernes cuatro de julio a las 3:00 p.m. “Mi otro hijo se preocupó al ver que Albeiro no llegaba y se puso a buscarlo. Él oyó que habían llevado unos muertos a Ocaña, llamó y así nos enteramos”, recuerda Antonio Bayena, padre de Albeiro.

A la familia Bayena le informaron que su hijo había caído en combate, en un punto de Norte de Santander conocido como el Páramo. Les dijeron que Albeiro, el menor de seis hermanos, hacía parte de la estructura del frente 33 de las Farc. “¿Cómo iba a ser de la guerrilla mi hijo, si hacía parte del Ejército que la combatía? Él pertenecía a la Brigada Móvil 22, él no tenía nada que ver con las Farc”, asevera don Antonio, quien agrega que ya contrató a un abogado para que el proceso de su hijo tome curso ante las instancias que sean necesarias. Casi dos meses más tarde, se supo del cuarto caso, que no ocurrió en Aguachica sino en Gamarra (Santander), situada a una hora y media de Ocaña.

Esta vez, el muerto fue Jonathan Meza Badillo, un joven de 16 años que, al igual que Luis Enrique Devia, presentaba una discapacidad mental. “A mi muchacho me lo desaparecieron el sábado 30 de agosto. Él  era un niño especial, todo el mundo lo quería, con todos hablaba, caminaba por las calles y bailaba, pero no le hacía daño a nadie”, dice su madre, Teresa Badillo. Durante tres días, doña Teresa ignoró el paradero de su hijo menor, hasta que fue a la Personería, donde una funcionaria recibió su declaración y la ayudó a “empapelar” el pueblo con fotos de Jonathan. El 10 de septiembre, a las 6:00 p.m., doña Teresa supo que el cuerpo de su hijo se encontraba en Ocaña.

Al día siguiente partió con una de sus hijas a reconocer el cadáver de su “niño especial”. Según cuenta doña Teresa, a ellas les informaron que Jonathan había muerto en combate y que su cuerpo había sido hallado el primero de septiembre en una vereda de Ábrego, municipio de Norte de Santander, localizado a 20 minutos de Ocaña. “Yo pedí el resumen de la Fiscalía, pero no me lo quisieron dar. A la larga, sólo sé que él me dijo que iba al parque y que lo tuve que recoger en una morgue”, expresa con dolor doña Teresa, quien afirma que en esta región, que comprende los municipios de Aguachica, Gamarra y Ocaña, como el caso de sus hijos hay muchos más. “Ojalá más gente se atreva a denunciar”, agregó.

Por El Espectador

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