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Una familia feliz

Entre de las decisiones judiciales del año estuvo la de la Corte Constitucional a favor de dos mujeres para aprobar la adopción de Raquel, la mayor de los dos hijos de la pareja. Un paso más hacia la igualdad de derechos de género, aunque todavía falta mucho por hacer.

Catalina Ruiz - Navarro *
07 de diciembre de 2014 - 02:00 a. m.
/ Cesar Krrillo
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“A los niños los molestan por cualquier razón: por ser altos u orejones, o lo que sea. A los nuestros los podrían molestar por tener dos mamás, pero por eso los van a molestar sólo si otros padres crían hijos homofóbicos”, dicen Ana Leiderman y Verónica Botero, quienes desde 2009 lideran la batalla judicial por el derecho a la adopción igualitaria en Colombia. Ana y Verónica explican que sin la adopción su familia se encuentra desprotegida: “¿Qué pasa si yo falto? ¿Qué pasa si hay un accidente y hay que tomar una decisión?”, dice Ana, la madre biológica de los hijos de la pareja. Por otro lado, si un día Ana y Verónica se separan, Verónica podría decir que no es su responsabilidad seguir haciéndose cargo de los niños o Ana podría prohibirle las visitas. “Es un asunto de protección mutua”, dicen. Por ejemplo, en estos momentos Verónica tiene un trabajo estable y cotiza salud y pensión, pero Ana trabaja como freelance. Verónica no puede incluir a los niños en su seguro y Ana tiene que afiliarse como beneficiaria independiente para que ellos puedan tener servicios de salud.

En agosto de este año, la Corte Constitucional falló a favor de Ana y Verónica para aprobar la adopción de Raquel, la mayor de los dos hijos de la pareja. Aunque en los medios, la decisión se presentó como “un fallo histórico”, para Ana y Verónica fue un poco decepcionante: el fallo sólo permite la adopción en casos en que uno de los o las demandantes sea el padre o madre biológico del hijo, dejando desprotegidas a muchas familias. “El fallo ratifica algo que no estaba prohibido”, dice Ana; “además, la adopción de Raquel aún no es un hecho y en Colombia muchas leyes se quedan en el papel”. Sin embargo, ambas esperan que el fallo anime a muchas familias que están en la misma situación a reclamar sus derechos. Ana y Verónica se consideran “activistas accidentales”. “Nos parece importante dar la pelea porque podemos, tenemos la formación y la energía para aguantar la exposición mediática. Es una causa justa y creemos que si uno lo puede hacer, pues tiene que hacerlo”, explica Verónica y agrega: “El fin ulterior, más allá del caso nuestro, es crear una sociedad igualitaria”.

Cuando comenzó el proceso, ninguna de ellas estaba interesada en ser una figura pública; sin embargo, ante las declaraciones homofóbicas que suscitó el caso de Chandler Burr, decidieron hacer público su proceso: “No estaban hablando de alguien en abstracto, estaban hablando de nosotras”. Sin duda, esta exposición mediática ayudó. Ana cuenta que la magistrada María Victoria Calle le dijo que, en paralelo a la discusión en la Corte, hubo una discusión pública en la que empezó a cambiar el imaginario de la gente: “Habíamos cambiado la imagen de lo que es una familia homoparental. No todas las personas tienen una opinión formada al respecto y lo que se escucha es el grito de unos cuantos homofóbicos”, dice Verónica. Por eso desde entonces Ana y Verónica buscan mostrarles a todos, desde su vida cotidiana, que son una familia como cualquier otra y piden a quienes están a favor de la adopción igualitaria que lo digan públicamente. “Nos sentamos a conversar con otros padres y hablamos de los mismos problemas. Algunas mamás hasta nos han dicho: tan de buenas ustedes que se reparten; seguro porque tienen unos maridos que no las ayudan en nada”, cuenta Verónica, y Ana añade: “Lo importante en la crianza de los niños en este país es que lo haga gente que quiera hacerlo, gente amorosa, solidaria que lo haga con ganas”. Cuando otros padres, o niños, o la misma Raquel les han preguntado por qué sus hijos tienen dos mamás, ellas simplemente contestan: “Porque son muy de buenas”. Basta con conocer la historia de esta familia para saber que es verdad.

* Columnista de El Espectador

Por Catalina Ruiz - Navarro *

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