Veinte años sin Jesús María Valle Jaramillo
Su fuerza interior lo mantenía a flote. En él comenzó a gestarse un hombre valeroso cuyas sólidas convicciones lo convirtieron, equivocadamente, en un enemigo para aquellos que se atribuían el poder de asesinar a quienes quisieran.
José Ricardo Mejía Jaramillo
"Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir.
No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias".
Carl Sagan
Agradezco a dios o al azar (a veces pienso que son lo mismo) haber conocido a Jesús María Valle Jaramillo, el séptimo de una familia campesina de 13 hijos oriunda de Ituango (Antioquia), asesinado por sicarios un día antes de cumplir 55 años, el 27 de febrero de 1998. Veinte años pasaron ya.
A los 6 años llegó a vivir a Envigado y en medio de adversidades económicas logró hacerse bachiller del Liceo Antioqueño en 1964 y luego abogado de la Universidad de Antioquia en 1970. Sus profundas convicciones cristianas y su devoción por la búsqueda de la armonía social lo hicieron un hombre de inspiración conservadora que, con su liderazgo, autenticidad y fuerza llegó a ser el presidente del Consejo Estudiantil de la Universidad de Antioquia, nuestra alma mater y, también, representante estudiantil ante su consejo superior.
Creyó que desde el Partido Conservador podría ayudar a la sociedad colombiana y aceptó ser diputado de la Asamblea de Antioquia en 1972; sin embargo, pronto tuvo que renunciar pues no encontró respaldo para hacerle un debate por contaminación ambiental a la organización Ardila Lülle. Al renunciar a su curul y a su partido citó esta frase del político conservador Gilberto Alzate Avendaño: “Soy como un barco que se hunde con las luces encendidas”.
(Para entender este caso lea nuestra nota de hoy: Jesús María Valle, 20 años de un asesinato que dejó “infinita tristeza”)
Pero la fuerza interior de Jesús María lo mantenía a flote y, a partir de ese momento, comenzó a gestarse el hombre valeroso que años después conocí; ese comprometido con los que, como él, tenían un origen humilde, ese que nunca abandonó a sus paisanos más pobres y desamparados, a los campesinos, a los venteros ambulantes, a las juntas de acción comunal, a los sindicatos de trabajadores.
Mucho más que un penalista
Jesús María Valle fue un extraordinario penalista. Desde lo más profundo de su ser sabía que aun la conducta humana sin justificación tenía explicación y con las palabras del sacerdote y abogado Antonio Beristain Ipiña nos enseñó: “De la misma manera que Jesús odiaba el pecado, pero amaba al pecador, todos los abogados comprometidos con el derecho penal, sean jueces, fiscales, procuradores o defensores, deben odiar el delito, pero amar al delincuente”.
De sus proezas como defensor todavía hablan quienes lo enfrentaron en audiencias, impartieron justicia en sus casos, lo acompañaron en sus defensas o simplemente presenciaron sus alegatos. Era un orador clásico y académico que sabía despertar emociones. De discurso claro, sencillo y alegre, aunque riguroso, cuando una sonrisa aparecía en su rostro, se volvía casi un argumento adicional a favor de su causa. Con todo, eran su solvencia moral y el convencimiento íntimo de la justicia de la causa que representaba los que hacían más poderosas sus defensas.
Su prestigio pudo haberlo hecho millonario, pues sus servicios eran requeridos por conocidos narcotraficantes para los que siempre estuvo ocupado o a los que defendió por modestos honorarios. Nunca cobró altas tarifas: a los ricos les cobraba poco y a los pobres, nada. Muchas veces, en especial en épocas del Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay Ayala, viajaba a Bogotá con sus propios recursos a defender estudiantes que habían sido encarcelados injustamente.
A su vez, siempre defendió en consejos verbales de guerra a policías y soldados, y participaba en sus rescates cuando eran retenidos por los guerrilleros en las montañas de Antioquia. A los guerrilleros también los defendió con carácter, especialmente cuando eran cruelmente juzgados por los militares.
(Lea también: “El lanzamiento del libro es por Jesús María Valle”: abogada María McFarland)
Además de penalista, fue un importante líder de su gremio. Presidió el Colegio Antioqueño de Abogados (Colegas) y con la organización de seminarios y congresos en las distintas áreas del derecho, lo convirtió en un referente obligado para las generaciones de abogados de los 70, 80 y 90. No obstante, su auténtica devoción fue el proyecto de los derechos humanos y el cabal cumplimiento de la Constitución y la ley, por lo cual fue injustamente calificado de comunista.
En los azarosos años 80, Jesús María Valle era tal vez el mejor abogado penalista de Antioquia, además de líder de derechos humanos, profesor de pruebas penales, ética y oratoria forense en tres de las cuatro facultades de derecho en Medellín, y formador de líderes sindicales, venteros ambulantes y juntas de acción comunal. Muchas veces estas personas eran militantes de los partidos tradicionales, pero eso no era obstáculo para Jesús María, porque lo trascendental era formar personas capaces de ejercer sus derechos.
En 1987, cuando tuve la fortuna y alegría de conocerlo, él estaba entusiasmado organizando un seminario en Colegas sobre descentralización política y administrativa. Al año siguiente se inauguraría la elección popular de alcaldes y gobernadores, algo que, en su sentir, era un enorme paso en la realización de la democracia en Colombia. Pero ese mismo año ocurrió el asesinato de todos esos hombres prodigiosos que enarbolaban las banderas de los derechos humanos en Antioquia: Pedro Luis Valencia, Luis Felipe Vélez, Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur, Luis Fernando Vélez, Carlos Gónima. Muchos otros tuvieron que exiliarse para poner a salvo sus vidas, como Carlos Gaviria.
Jesús María Valle era uno de ellos y siempre, hasta sus últimos días, se negó al exilio, así como Sócrates al destierro ofrecido y auspiciado por sus amigos. Estaba convencido de que alguien desde la ciudadanía, solo con su palabra y el derecho, con el blindaje de la integridad y el valor, ayudaría a desenmascarar a quienes estaban detrás de esa máquina aterradora que masacraba a los líderes de la Unión Patriótica, los líderes comunales y sindicales, los líderes de izquierda, los líderes estudiantiles, y que quería exterminar cualquier forma de organización social no subalterna a las estructuras estatales y paraestatales, como efectivamente ocurrió.
A eso se dedicó Jesús María Valle los últimos 10 años de su vida. Con un grupo de valientes mujeres conformó el Comité de Derechos Humanos Héctor Abad Gómez en honor de ese otro mártir y referente de los derechos humanos en Antioquia y Colombia. Con ese grupo acompañó a las familias desplazadas, a las familias de las víctimas asesinadas y al que necesitara defender sus derechos frente a la institucionalidad amenazante.
La constituyente del 91: una esperanza
Cuando la Alianza Democrática M19 le ofreció a Jesús María Valle un lugar seguro en sus listas para ser constituyente, reunió a sus amigos para preguntarnos si debía aceptar o no. A pesar de que casi todos le recalcamos lo significativa que sería su voz en esa asamblea, no aceptó. Nunca pensó en hacerlo. Solo nos había planteado el interrogante como un ejercicio pedagógico pues, en su opinión, no se podían traicionar ni abandonar los ideales por poder, dinero o vanas glorias.
Fue así como surgió la Acción Popular Independiente (API), movimiento político que formamos junto con él y el maestro Jota Guillermo Escobar Mejía para intentar llevar a Jesús María a la Constituyente del 91. Éramos un puñado de jóvenes abogados sin ninguna experiencia política, nadie sabía cómo conseguir votos, y aunque nuestros candidatos eran los mejores, solo obtuvimos 3.066 sufragios anónimos por los cuales sentiremos eterna gratitud.
Un legado humanista
La experiencia de la API fue tomada con alegría por Jesús María. Para él fue muy significativo haber participado defendiendo la dignificación de la vida del maestro, del juez y del policía y promoviendo el control fiscal popular sobre las empresas de servicios públicos domiciliarios a través de ligas de usuarios y de consumidores, pues solo hay democracia real cuando la sociedad civil está organizada, conoce sus derechos y los hace respetar.
Recuerdo que, en vigencia de la constitución de 1991, Colegas organizó un foro al respecto. Uno de los expositores dijo que era lo peor que nos había podido pasar. Otro dijo que era el mejor suceso de nuestra historia republicana. Jesús María, serenamente, señaló que a su juicio había avances y retrocesos: que era muy importante para el país la incorporación de las acciones de tutela, populares y de grupo, la creación del Defensor del Pueblo y la Defensoría Pública y la consagración de derechos humanos de primera, segunda y tercera generación, aunque lamentó que la Corte Constitucional hubiera sido separada de la Suprema y que el Veedor del Tesoro fuera solo transitorio, entre muchas otras precisiones.
Fiel a sus principios continuó educando a sus conciudadanos, haciendo pedagogía constitucional para las nuevas generaciones. Entre tanto, se mantenía la alianza entre el narcotráfico y el paramilitarismo con algunos sectores del poder civil y militar, incluso de la Iglesia. Antioquia, pionera en el país en desarrollo industrial, comercial, minero y cultural, comenzó a exportar un modelo de violencia tenebroso a lugares pacíficos del país, tal como lo señaló Jesús María Valle Jaramillo el 25 de agosto de 1997 en la conmemoración de los diez años de la muerte de Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur.
Sus denuncias públicas sobre la situación de los corregimientos ituanguinos La Granja, donde él había nacido, y El Aro, que estaban siendo sitiados por grupos paramilitares con la aquiescencia de la fuerza pública, fueron al parecer el factor detonante para que alguien desde el poder impartiera la orden de segar la vida de uno de los seres humanos más valiosos que yo haya conocido.
(Lea: Piden investigar a Uribe por dos masacres, él se defiende)
Enseñanzas inolvidables
Son muchas las enseñanzas de Jesús María que conservo en mi memoria. Hoy quiero destacar estas dos. La primera es que, a propósito del posible origen de la palabra “sincero” entre los artesanos griegos, que se dividían entre los que eran capaces de producir su obra en una sola pieza y los que tenían que juntarla por partes viéndose obligados a tapar sus agujeros con cera, él nos invitaba siempre a ser hombres sinceros, sin agujeros en el alma, hombres de una sola pieza.
La segunda está relacionada con un episodio del Quijote en el que Sancho, al momento de compartir el pan con su amo, solo le ofrece una parte muy pequeña, y éste, indignado, le increpa algo como esto: “Quieto ahí, hideputa, has de aprender hoy y para siempre la más elemental fórmula de la justicia: el que parte no escoge”. Jesús María solía comparar esta enseñanza de Cervantes con el dicho muy colombiano: “El que pone la plata pone las condiciones”. Luego de confrontar estos dos principios podíamos entender por qué los países nórdicos llevaban una vida social más armónica y equitativa que nosotros y nuestros vecinos.
Este es un perfil incompleto del ser humano más valiente, íntegro y generoso que he conocido. Aunque no fui capaz de aprender todas sus virtudes, creo que recrear su bellísimo ejemplo a los 20 años de su execrable asesinato es, de alguna manera, una muestra de que sus sueños están todavía vigentes en el corazón de muchas personas.
¡¡¡Al viento restallen las banderas!!!
Hölderlin
*José Ricardo Mejía, abogado penalista, es discípulo de Jesús María Valle en oratoria y pruebas penales.
Vea más de nuestro especial sobre los 20 años del asesinato de Jesús María Valle:
Palabras de Jesús María Valle en el décimo aniversario del asesinato de Héctor Abad Gómez
Elegía para un maestro de los derechos humanos
"Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir.
No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias".
Carl Sagan
Agradezco a dios o al azar (a veces pienso que son lo mismo) haber conocido a Jesús María Valle Jaramillo, el séptimo de una familia campesina de 13 hijos oriunda de Ituango (Antioquia), asesinado por sicarios un día antes de cumplir 55 años, el 27 de febrero de 1998. Veinte años pasaron ya.
A los 6 años llegó a vivir a Envigado y en medio de adversidades económicas logró hacerse bachiller del Liceo Antioqueño en 1964 y luego abogado de la Universidad de Antioquia en 1970. Sus profundas convicciones cristianas y su devoción por la búsqueda de la armonía social lo hicieron un hombre de inspiración conservadora que, con su liderazgo, autenticidad y fuerza llegó a ser el presidente del Consejo Estudiantil de la Universidad de Antioquia, nuestra alma mater y, también, representante estudiantil ante su consejo superior.
Creyó que desde el Partido Conservador podría ayudar a la sociedad colombiana y aceptó ser diputado de la Asamblea de Antioquia en 1972; sin embargo, pronto tuvo que renunciar pues no encontró respaldo para hacerle un debate por contaminación ambiental a la organización Ardila Lülle. Al renunciar a su curul y a su partido citó esta frase del político conservador Gilberto Alzate Avendaño: “Soy como un barco que se hunde con las luces encendidas”.
(Para entender este caso lea nuestra nota de hoy: Jesús María Valle, 20 años de un asesinato que dejó “infinita tristeza”)
Pero la fuerza interior de Jesús María lo mantenía a flote y, a partir de ese momento, comenzó a gestarse el hombre valeroso que años después conocí; ese comprometido con los que, como él, tenían un origen humilde, ese que nunca abandonó a sus paisanos más pobres y desamparados, a los campesinos, a los venteros ambulantes, a las juntas de acción comunal, a los sindicatos de trabajadores.
Mucho más que un penalista
Jesús María Valle fue un extraordinario penalista. Desde lo más profundo de su ser sabía que aun la conducta humana sin justificación tenía explicación y con las palabras del sacerdote y abogado Antonio Beristain Ipiña nos enseñó: “De la misma manera que Jesús odiaba el pecado, pero amaba al pecador, todos los abogados comprometidos con el derecho penal, sean jueces, fiscales, procuradores o defensores, deben odiar el delito, pero amar al delincuente”.
De sus proezas como defensor todavía hablan quienes lo enfrentaron en audiencias, impartieron justicia en sus casos, lo acompañaron en sus defensas o simplemente presenciaron sus alegatos. Era un orador clásico y académico que sabía despertar emociones. De discurso claro, sencillo y alegre, aunque riguroso, cuando una sonrisa aparecía en su rostro, se volvía casi un argumento adicional a favor de su causa. Con todo, eran su solvencia moral y el convencimiento íntimo de la justicia de la causa que representaba los que hacían más poderosas sus defensas.
Su prestigio pudo haberlo hecho millonario, pues sus servicios eran requeridos por conocidos narcotraficantes para los que siempre estuvo ocupado o a los que defendió por modestos honorarios. Nunca cobró altas tarifas: a los ricos les cobraba poco y a los pobres, nada. Muchas veces, en especial en épocas del Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay Ayala, viajaba a Bogotá con sus propios recursos a defender estudiantes que habían sido encarcelados injustamente.
A su vez, siempre defendió en consejos verbales de guerra a policías y soldados, y participaba en sus rescates cuando eran retenidos por los guerrilleros en las montañas de Antioquia. A los guerrilleros también los defendió con carácter, especialmente cuando eran cruelmente juzgados por los militares.
(Lea también: “El lanzamiento del libro es por Jesús María Valle”: abogada María McFarland)
Además de penalista, fue un importante líder de su gremio. Presidió el Colegio Antioqueño de Abogados (Colegas) y con la organización de seminarios y congresos en las distintas áreas del derecho, lo convirtió en un referente obligado para las generaciones de abogados de los 70, 80 y 90. No obstante, su auténtica devoción fue el proyecto de los derechos humanos y el cabal cumplimiento de la Constitución y la ley, por lo cual fue injustamente calificado de comunista.
En los azarosos años 80, Jesús María Valle era tal vez el mejor abogado penalista de Antioquia, además de líder de derechos humanos, profesor de pruebas penales, ética y oratoria forense en tres de las cuatro facultades de derecho en Medellín, y formador de líderes sindicales, venteros ambulantes y juntas de acción comunal. Muchas veces estas personas eran militantes de los partidos tradicionales, pero eso no era obstáculo para Jesús María, porque lo trascendental era formar personas capaces de ejercer sus derechos.
En 1987, cuando tuve la fortuna y alegría de conocerlo, él estaba entusiasmado organizando un seminario en Colegas sobre descentralización política y administrativa. Al año siguiente se inauguraría la elección popular de alcaldes y gobernadores, algo que, en su sentir, era un enorme paso en la realización de la democracia en Colombia. Pero ese mismo año ocurrió el asesinato de todos esos hombres prodigiosos que enarbolaban las banderas de los derechos humanos en Antioquia: Pedro Luis Valencia, Luis Felipe Vélez, Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur, Luis Fernando Vélez, Carlos Gónima. Muchos otros tuvieron que exiliarse para poner a salvo sus vidas, como Carlos Gaviria.
Jesús María Valle era uno de ellos y siempre, hasta sus últimos días, se negó al exilio, así como Sócrates al destierro ofrecido y auspiciado por sus amigos. Estaba convencido de que alguien desde la ciudadanía, solo con su palabra y el derecho, con el blindaje de la integridad y el valor, ayudaría a desenmascarar a quienes estaban detrás de esa máquina aterradora que masacraba a los líderes de la Unión Patriótica, los líderes comunales y sindicales, los líderes de izquierda, los líderes estudiantiles, y que quería exterminar cualquier forma de organización social no subalterna a las estructuras estatales y paraestatales, como efectivamente ocurrió.
A eso se dedicó Jesús María Valle los últimos 10 años de su vida. Con un grupo de valientes mujeres conformó el Comité de Derechos Humanos Héctor Abad Gómez en honor de ese otro mártir y referente de los derechos humanos en Antioquia y Colombia. Con ese grupo acompañó a las familias desplazadas, a las familias de las víctimas asesinadas y al que necesitara defender sus derechos frente a la institucionalidad amenazante.
La constituyente del 91: una esperanza
Cuando la Alianza Democrática M19 le ofreció a Jesús María Valle un lugar seguro en sus listas para ser constituyente, reunió a sus amigos para preguntarnos si debía aceptar o no. A pesar de que casi todos le recalcamos lo significativa que sería su voz en esa asamblea, no aceptó. Nunca pensó en hacerlo. Solo nos había planteado el interrogante como un ejercicio pedagógico pues, en su opinión, no se podían traicionar ni abandonar los ideales por poder, dinero o vanas glorias.
Fue así como surgió la Acción Popular Independiente (API), movimiento político que formamos junto con él y el maestro Jota Guillermo Escobar Mejía para intentar llevar a Jesús María a la Constituyente del 91. Éramos un puñado de jóvenes abogados sin ninguna experiencia política, nadie sabía cómo conseguir votos, y aunque nuestros candidatos eran los mejores, solo obtuvimos 3.066 sufragios anónimos por los cuales sentiremos eterna gratitud.
Un legado humanista
La experiencia de la API fue tomada con alegría por Jesús María. Para él fue muy significativo haber participado defendiendo la dignificación de la vida del maestro, del juez y del policía y promoviendo el control fiscal popular sobre las empresas de servicios públicos domiciliarios a través de ligas de usuarios y de consumidores, pues solo hay democracia real cuando la sociedad civil está organizada, conoce sus derechos y los hace respetar.
Recuerdo que, en vigencia de la constitución de 1991, Colegas organizó un foro al respecto. Uno de los expositores dijo que era lo peor que nos había podido pasar. Otro dijo que era el mejor suceso de nuestra historia republicana. Jesús María, serenamente, señaló que a su juicio había avances y retrocesos: que era muy importante para el país la incorporación de las acciones de tutela, populares y de grupo, la creación del Defensor del Pueblo y la Defensoría Pública y la consagración de derechos humanos de primera, segunda y tercera generación, aunque lamentó que la Corte Constitucional hubiera sido separada de la Suprema y que el Veedor del Tesoro fuera solo transitorio, entre muchas otras precisiones.
Fiel a sus principios continuó educando a sus conciudadanos, haciendo pedagogía constitucional para las nuevas generaciones. Entre tanto, se mantenía la alianza entre el narcotráfico y el paramilitarismo con algunos sectores del poder civil y militar, incluso de la Iglesia. Antioquia, pionera en el país en desarrollo industrial, comercial, minero y cultural, comenzó a exportar un modelo de violencia tenebroso a lugares pacíficos del país, tal como lo señaló Jesús María Valle Jaramillo el 25 de agosto de 1997 en la conmemoración de los diez años de la muerte de Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur.
Sus denuncias públicas sobre la situación de los corregimientos ituanguinos La Granja, donde él había nacido, y El Aro, que estaban siendo sitiados por grupos paramilitares con la aquiescencia de la fuerza pública, fueron al parecer el factor detonante para que alguien desde el poder impartiera la orden de segar la vida de uno de los seres humanos más valiosos que yo haya conocido.
(Lea: Piden investigar a Uribe por dos masacres, él se defiende)
Enseñanzas inolvidables
Son muchas las enseñanzas de Jesús María que conservo en mi memoria. Hoy quiero destacar estas dos. La primera es que, a propósito del posible origen de la palabra “sincero” entre los artesanos griegos, que se dividían entre los que eran capaces de producir su obra en una sola pieza y los que tenían que juntarla por partes viéndose obligados a tapar sus agujeros con cera, él nos invitaba siempre a ser hombres sinceros, sin agujeros en el alma, hombres de una sola pieza.
La segunda está relacionada con un episodio del Quijote en el que Sancho, al momento de compartir el pan con su amo, solo le ofrece una parte muy pequeña, y éste, indignado, le increpa algo como esto: “Quieto ahí, hideputa, has de aprender hoy y para siempre la más elemental fórmula de la justicia: el que parte no escoge”. Jesús María solía comparar esta enseñanza de Cervantes con el dicho muy colombiano: “El que pone la plata pone las condiciones”. Luego de confrontar estos dos principios podíamos entender por qué los países nórdicos llevaban una vida social más armónica y equitativa que nosotros y nuestros vecinos.
Este es un perfil incompleto del ser humano más valiente, íntegro y generoso que he conocido. Aunque no fui capaz de aprender todas sus virtudes, creo que recrear su bellísimo ejemplo a los 20 años de su execrable asesinato es, de alguna manera, una muestra de que sus sueños están todavía vigentes en el corazón de muchas personas.
¡¡¡Al viento restallen las banderas!!!
Hölderlin
*José Ricardo Mejía, abogado penalista, es discípulo de Jesús María Valle en oratoria y pruebas penales.
Vea más de nuestro especial sobre los 20 años del asesinato de Jesús María Valle:
Palabras de Jesús María Valle en el décimo aniversario del asesinato de Héctor Abad Gómez
Elegía para un maestro de los derechos humanos