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Voces de Verbenal: la tragedia del 9S

El Espectador reconstruyó parte de lo que pasó el pasado 9 de septiembre en Verbenal con tres personas que esa noche salieron también heridas.

Robert Valencia muestra su herida en el pecho. Ferney Peralta, de 17 años, quedó herido por ayudar a su amigo Jaider. Farley Garzón tiene una bala incrustada en la pierna derecha.
Robert Valencia muestra su herida en el pecho. Ferney Peralta, de 17 años, quedó herido por ayudar a su amigo Jaider. Farley Garzón tiene una bala incrustada en la pierna derecha.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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Ha pasado un mes desde que Bogotá fue el escenario sin precedentes de una oleada de manifestaciones, especialmente contra estaciones de la Policía, luego de que un hombre llamado Javier Ordóñez sufriera una muerte violenta a manos de dos uniformados. Uno de los puntos más críticos de la ciudad durante el llamado 9S fue el barrio Verbenal, en el norte, donde al menos tres personas —uno de ellos menor de edad— murieron durante las protestas, luego de que la Policía decidiera usar armas de fuego contra los manifestantes. La Policía, consultada por este diario, dijo que no podía hablar al respecto porque todo lo que ocurrió esa noche es objeto de investigación de Fiscalía y Procuraduría.

El Espectador reconstruyó parte de lo que pasó el pasado 9 de septiembre en Verbenal con tres personas que esa noche salieron heridas. Uno, amigo de Jaider Fonseca -joven de 17 años que murió- estaba participando en la protesta. Otro cuenta que fue a ver, pero que no duró más de dos minutos porque de inmediato recibió un disparo en la pierna. Uno más ni siquiera estaba con los manifestantes: se encontraba en su casa, resguardándose de los disparos que empezó a escuchar luego de ver que llegaron 10 motos de la Policía, cuando una bala rompió su ventana y se incrustó a dos centímetros de su corazón. Estos son sus relatos.

“Lo mío fue un milagro”.

Robert Valencia tiene 35 años y es ingeniero de sistemas. A las 6:30 p.m. del 9 de septiembre pasado llegó de trabajar a su casa, ubicada en Verbenal, a 100 metros del CAI que resultó incendiado en esa tarde de protestas. Mientras entraba notó las manifestaciones, pero, hasta ese momento, nada transcurría fuera de la normalidad. Vio la escena e ingresó a su casa, que queda en el tercer piso de un edificio de cuatro plantas donde él y su familia tienen un restaurante de comida del Pacífico. Cuando estaba en su habitación, a eso de las 7:00 p.m., las protestas subieron de tono y empezó el choque entre manifestantes y agentes del CAI.

Por eso decidieron resguardarse en la parte más alta de la vivienda, lejos de las ventanas que daban a la calle. El Esmad dispersó a los manifestantes con lacrimógenos y el insoportable humo se filtró en las habitaciones. No pudieron aguantar más el ardor de ojos y garganta y, cerca de las 8:00 p.m., bajaron al restaurante, donde hay más espacio y circula más el aire. Las cosas, aparentemente, se tranquilizaron: los lacrimógenos se dispersaron y el ruido de las protestas cesó. Su hermano menor, quien tiene un bebé de nueve meses, optó por irse a su casa por si las cosas volvían a complicarse.

Casi al tiempo, también buscando resguardo de las protestas, llegó a la casa su hermano mayor, Henry, y la aparente calma no demoró en romperse. Hacia las 9:40 p.m., cuando solo se oían arengas, por las ventanas del restaurante los Valencia identificaron unas 10 motos de la Policía que se dirigían hacia los manifestantes. “En cuestión de segundos empezaron a disparar y una de esas balas ingresó y me impactó en el centro del pecho”, le dijo Valencia a este diario. Eran las 9:45 p.m. cuando cayó herido. Su hermano Henry también quedó lastimado, pero por una cortada en la nariz que le provocó al parecer un vidrio.

Luego una ráfaga de nueve balas rebotó en los cuatro pisos de la casa. “Yo caí al suelo. Mi padre, quien tiene encima dos infartos, me arrancó la camisa muy angustiado y me limpió la sangre. Ahí vio que yo tenía un agujero en el pecho y empezó a gritar”, contó Robert Valencia sobre ese momento. Él, que era consciente de casi todo, también vio el orificio en su pecho y cuenta que lo único que se le ocurrió fue empezar a despedirse de su familia. Su hermano Henry, con la nariz ensangrentada, corrió a buscar el carro y se dirigieron al hospital Simón Bolívar, el más cercano al barrio Verbenal.

A Robert Valencia lo operaron en la madrugada. Cuando despertó, le dijeron que le habían extraído una bala del esternón, un hueso ubicado en medio del pecho que protege el corazón y otros órganos. Sin embargo, al otro día, le dijeron que la Sijín de la Policía se iba a hacer cargo de la “esquirla” que lo impactó. Él no entiende por qué ese cambio de versión sobre un detalle tan importante. En su casa ha recibido casi todos los días a investigadores que hacen preguntas y recogen pruebas. Desde el 9S, él y su familia han recibido acompañamiento de Naciones Unidas y se han reunido con familiares y abogados de otras víctimas, para definir qué tipo de acciones interponer. “Lo mío fue un milagro”.

“Con balas de verdad”

En videos que circulan en redes sociales se ve el momento exacto en el que fue herido de muerte Jaider Fonseca, de 17 años, también por policías que disparaban desde el CAI de Verbenal hacia el parque contiguo. Fonseca y su amigo, Ferney Peralta, también menor de edad, se resguardaban tras una puerta. “Nos empezaron a disparar con balas de verdad. Unos salieron a correr y yo me quedé ahí con Jaider porque él llevaba la puerta y no lo iba a dejar solo. Él empezó a retroceder. Ahí fue cuando recibió los impactos de bala y se cayó. Traté de levantar la puerta porque le había caído encima, la levanté con la mano derecha y sentí el impactó en el brazo izquierdo”, le contó Peralta a este diario.

Esa noche, Peralta había salido de su casa sobre las 8:00 p.m. y menos de una hora después estaba en el hospital con una herida de bala en el brazo. En el barrio se rumoraba que esa noche habría protesta en el CAI, mientras por celulares circulaba el video en el que se ve cómo dos policías redujeron en la madrugada de ese mismo 9 de septiembre a Javier Ordóñez y le aplicaron descargas eléctricas horas antes de que muriera, al parecer, a golpes. Peralta recuerda así la escena que vio cuando llegó a la protesta: “Había mucha gente tirando piedras, una fogata y muchos policías. Yo llegué y también empecé a echar piedra. Eso es normal, y ni siquiera les llegaban las piedras a los policías”.

Él conoce a los agentes que hasta esa noche patrullaron el barrio -los reemplazaron a todos luego de los disturbios-. Dice que no era sino salir a la esquina de su casa para que algún policía lo parara con un: “¿Qué hace por aquí, chino marica?”. A sus amigos les pasaba lo mismo y por eso fueron a protestar hace un mes. Cuando la bala le pegó en el brazo izquierdo, sintió el calor, pero pensó que había sido una bala de salva. Arrastró, como pudo, a su amigo Jaider Fonseca hasta una acera donde había más gente y, una vez allí, se desplomó. “A lo que me caigo, me miro el brazo y lo tenía lleno de sangre. Ahí todos empezaron a decir: ¡Le pegaron un tiro!”, recuerda.

Un grupo de amigos lo levantaron, le quitaron la chaqueta y con ella le hicieron un torniquete para frenar el sangrado del brazo. Se montaron todos en un taxi y le hablaron en el camino para que no se durmiera mientras le hacían reanimación a Fonseca. “Llegamos a la Fundación Cardioinfantil y Jaider ya estaba sin signos vitales. Yo bajé y me estaba desmayando, estaba casi en las últimas”, agrega. El reloj acababa de marcar las 9:00 p.m. El diagnóstico de Peralta no era alentador: la bala le había destruido una vena y tendrían que operarlo para sacarle una de la entrepierna y reemplazarla. Lo último que escuchó antes de entrar a cirugía es que Jaider había muerto.

El procedimiento no tuvo contratiempos, y ahora le esperan 30 sesiones de terapia para recuperar la movilidad total de la mano izquierda. Ferney Peralta es muy consciente de que la bala que le perforó el brazo bien podría haber impactado otro lado de su cuerpo. Dice que tiene suerte de poder estar contando lo que les pasó a él y a su amigo Jaider Fonseca, una de las 11 víctimas mortales del 9S en Bogotá. Espera conseguir trabajo pronto para pagar lo que debe en el colegio y poder graduarse. “Cuando pueda, quiero estudiar diseño gráfico y ponerme a trabajar”, dijo. Por ahora, comenta, solo espera que los nuevos policías que llegaron al barrio no sean como los anteriores.

“Ahí se ve el bultico"

“Mi nombre es Farley Garzón Marín. Tengo 24 años. Quedé desempleado dos días antes de la manifestación (del 9 de septiembre). Trabajaba como ayudante de obra, pañetando, enchapando, pintando. Yo soy independiente, estaba en la búsqueda de trabajo cuando me pasó esto... Yo estudié, soy bachiller, y estaba buscando algo de la carrera cuando empezó lo del virus. Quería de pronto recursos humanos, la estaba averiguando, pero pues toca mirar costos. Tengo un hijo de 2 años y mi compañera trabaja en un ‘pagatodo’. Mi papá está desempleado, le salió algo en una pierna, en la sangre, y no puede trabajar. Mi mamá, no sé cómo se llama ese trabajo, pero acompaña a una señora viejita.

Las manifestaciones no sé a qué hora empezaron, yo me encontraba en la casa. Mi casa es lejitos, en otro barrio, pero como bajaba a recoger a la mamá de mi hijo, fui por ella. Eran las 8:30 p.m. Ella cerró y nos fuimos a caminar al Verbenal, ahí escuchamos lo de las manifestaciones. Nos acercamos y me encontré con unos compañeros que estaban en la manifestación. Me acerqué y estaban calmados, cuando yo llegué no estaban tirando piedra ni nada. Me hice hacia el lado del parque, a unos 15 metros del CAI, y fue cuando empezaron los muchachos a tirar piedra y quemar los árboles. Yo me quedé mirando y los policías empezaron a disparar. Oí tiros y pensé que eran balas de salva. Sonaban duro.

Nos corrimos más hacia la esquina, más cerca del CAI. Eran como las 9:05 p.m. Vi el Esmad. De un momento a otro salieron unos policías detrás del grupo del Esmad, unos por la derecha y otros por la izquierda. Le dije al compañero que estaba al lado mío: ‘¡Marica, van a disparar! ¿Por qué más se están formando?’. Luego alcancé a ver a un policía empuñando su arma. Vi que me apuntaba a mí. Me quedé quieto, no me moví. De repente sentí como un corrientazo. Pensé que me habían dado con un taser o algo, pero agaché la mirada y no veía el alambre. Me toqué la pierna derecha y sentí el huequito. Empecé a sangrar por la herida.

Mi amigo y yo corriendo cuando me impactaron, corrí unos 30 metros y ahí ya la pierna no me dio más, empecé a cojear. El compañero me decía: ¿lo alzo? Me puso el hombro, me agarré de él. Mi compañera estaba entre la multitud que estaba grabando, yo me había ido más cerquita. En el lugar duramos como dos minutos, hay hasta un video que muestra cuándo llegamos y cuándo salimos corriendo. Por ir de sapo a chismosear de cerca me pegaron el tiro. Había unos grabando alrededor mío, otros más allá tirando piedras. Al momento que yo corro creo que es cuando cae Jaider, el muchacho que murió. Vi a un muchacho tirado en el piso que se cogía el pecho y la gente empezó a gritar “¡cayó, cayó!”.

Cuando vi al policía apuntarme se me quedó la mente en blanco, no sabía si quedarme o correr. Debían ser como las 9:07 cuando me dispararon. Mi compañera no se dio cuenta, mi compañero fue a buscarla para que nos fuéramos en un taxi hasta el Cardioinfantil. Allá llegué a las 9.30. Me dejaron en una silla de ruedas afuera. Me pusieron una inyección, porque me dolía mucho la pierna, y empezamos los trámites. Me hicieron radiografía y un TAC, vieron que la bala no comprometía ninguna vena ni tendón y me dijeron que no me iban a operar porque si me la sacaban había más riesgo. Pero es que ahí se ve el bultico, yo quiero que me la saquen y poder conseguir trabajo pronto.

Por Felipe García Altamar

Bogotano. Periodista de Uninpahu. Vinculado a El Espectador desde 2014. fgarcia@elespectador.com

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