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Santiago estuvo aquí todo el día con su novia, el 1.º de mayo pasado. En la mañana hizo sus quehaceres. Debía barrer y trapear diariamente. Aunque tenía 19 años, para mí era un niño. En la tarde, salimos a comprar lo del almuerzo y volvimos porque una paciente llegaba a las 3:30 p.m. Yo soy cosmetóloga. Almorzamos y luego él quedó en el comedor recochando con su novia. Como a las 4:30 p.m. se puso su licra de montar cicla, su casco y sus tenis. Media hora después yo estaba en la camilla con mi paciente. Él pasó por detrás y me dijo: “Mami, voy con Estefanía a la casa. Chao ma”. Yo le dije: “Chao”. Y esa fue la última vez que hablamos.
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Su padre llevó a la novia en el carro, a Estefanía, y él se fue con su cicla al lado. El papá los escoltó a la casa. Yo terminé de atender a mi clienta. Procedí a descansar. Llegó la noche. Pensé que de pronto él se quedara allá. Asumí que eso iba a pasar, porque Estefanía vive cerca. Ya en la noche, tipo 8:30, escuché unos disparos. Me di cuenta de que mis vecinos entraron corriendo en la portería. Entraron desesperados diciéndole al celador que abrieran rápido. Pero nunca me imaginé que mi hijo estuviera por ahí. Luego llegó mi hermana y me dijo que mi hijo estaba herido en una clínica. Llegamos y estábamos confundidos. Al final de la noche murió. Un disparo le atravesó el corazón.
Nosotros nunca en la vida nos imaginamos viéndonos como víctimas de la Policía. El mayor Jorge Molano, comandante la Estación Norte de la institución en Ibagué, está en juicio por el caso de mi hijo. Lo que más me interesa es que se sepa la verdad. No puedo decir que todos los uniformados son iguales, pero condeno a la institución. Los que cometen este tipo de actos delictivos en su mayoría son personas de alto rango y la Policía no los castiga; por el contrario, los cubren. Y por eso es que se ven muchos más casos de abuso. Si la institución no permitiera esto, mi hijo y muchas personas hoy no estarían muertas.
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Ya han pasado siete meses. La vida nos dio un giro. Toda cambió de manera drástica y repentina. Mi esposo no volvió a trabajar, yo tampoco he sido capaz de hacerlo. Todo nos recuerda a Santiago. En todas las actividades estaba presente él. Hemos sido incapaces de seguir con la vida que llevábamos. Mi esposo tenía un taxi, lo vendió inmediatamente después del suceso. Yo no he tenido el valor para volver a atender a las clientas que veía regularmente. Ese día que salió Santiago y se despidió de mí, yo estaba con una paciente. No he sido capaz de volver porque todo me recuerda a él. Desde entonces no hemos celebrado un solo cumpleaños.
Hace unos días el Colegio Europeo-Campestre, donde Santiago cursó octavo y noveno, hizo una ceremonia de graduación en su honor. Mi hijo recibió varios diplomas y un reconocimiento. Volver al colegio fue muy doloroso, porque los años anteriores lo hacíamos llenos de felicidad y orgullo. La clausura, sin embargo, fue muy bonita. Tuvimos la solidaridad de directivos, profesores y padres de familia. También creé unas cuentas en redes sociales, donde publico cada avance. Además, como madre me corresponde mostrarle al mundo quién es Santiago. Diariamente vivo porque se muestre la verdad y porque mi hijo no quede burlado, como quedan muchos.
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Mi misión como madre es limpiar su nombre. No logramos entender cómo un niño tan de casa, una noche, se ve involucrado en esto. Era único hijo. Era la luz de esta familia. Era un niño cuidado, amado. Ciertos sectores han querido manchar su imagen o justificar el actuar de la Policía. Pero aquí en Ibagué nadie puede decir que le hizo daño a alguien o tenía algún antecedente. Nos pueden investigar como familia y se darán cuenta de que nunca le hicimos daño a nadie. Santiago era un niño inocente a quien le faltaba mundo. Le faltaba mucha experiencia. Yo creo que incluso cuando él cuando pasó por ahí y vio los policías se sintió protegido.
A mí el dinero no me interesa en lo absoluto. No podré disfrutar nada en esta vida sin él. Ni el viaje más grande, la casa más grande o el carro más lujoso. Él siempre está y estará en mi mente. Todos los días me digo: él debería estar yendo a donde estoy yendo, comiendo lo que estoy comiendo. Pero es algo con lo que tengo que vivir. La vida me puso en esta posición y tengo que sacar la cara por él. Lucharé para que mi hijo no quede burlado. Ahí yo podría morir en paz, porque en esta ciudad y en este país me siento prisionera. Que mi Dios me tenga viva para que se sepa la verdad. Y, después de ello, quiero que Dios me reúna con mi hijo.