Carlina: la mujer que pasó de víctima a lideresa y referente de paz en Putumayo

Ninguna barrera alguna vez impuesta por ser mujer, negra o integrante de un consejo afro en Putumayo, han logrado que Carlina Esterilla se detenga para encontrar justicia frente a miles de casos de violencia sexual que las mujeres vivieron. Hoy, convertida en lideresa, recibió el premio de Titanes Caracol, que reconoce la importancia de su persistencia para hacer que la inclusión y la reparación lleguen a su territorio.

Tomás Tarazona Ramírez
17 de agosto de 2024 - 03:00 p. m.
En dos décadas, Carlina Esterilla pasó de ser una mujer víctima de la guerra a convertirse en una de las mayores referentes de paz y justicia en Colombia.
En dos décadas, Carlina Esterilla pasó de ser una mujer víctima de la guerra a convertirse en una de las mayores referentes de paz y justicia en Colombia.
Foto: Cortesía

Carlina no sabe a ciencia cierta qué fue lo primero que sintió cuando supo que ganó el premio. En un primer momento, tuvo una sensación de incredulidad: tantos años siendo invisibilizada y silenciada la convencieron de alguna manera de que su trabajo no impactaba. Luego, experimentó una intensa felicidad que, por unos segundos, fue opacada por los recuerdos de que toda su vida como lideresa y vocera de derechos humanos en Putumayo, se dieron gracias a una violencia que la marcó toda la vida: la sexual.

Esta semana, Carlina ganó el premio Titanes Caracol, una iniciativa organizada por Caracol que busca aplaudir el trabajo que algunos colombianos han emprendido en su búsqueda del bien común, pero el caso de Carlina es único.

De 5.000 postulados, fue la única mujer afro que recibió el galardón y de ahora en adelante podrá decir que luego de 20 años de liderazgo social y defensa de la justicia por las mujeres, habrá un reconocimiento nacional para su recorrido.

Aprendiendo a liderar

Carlina Esterilla lleva dos décadas de liderazgo por los derechos de aquellos que más han sufrido la exclusión, la guerra y las violencias que ella vivió en carne propia. Fue violentada por ser mujer, amenazada por buscar verdad y justicia frente a las agresiones sexuales y ahora, en su etapa como lideresa, estigmatizada.

“Mi vida estuvo atravesada por un conflicto que ni pedí, ni del que fui partícipe. No estaba llamada a esto, pero me tocó enfrentarlo. Viví años terribles de esconderme de mí misma y de estar en un estado constante de nervios. Hasta que la comunidad y la valentía me ayudó a empoderarme, impulsarme y decir un día ´no más´”, asegura Carlina.

Los vientos de agresiones no son un caso único en la vida de Carlina. Según han documentado organizaciones, colectivos e incluso algunos estados, las mujeres afrodescendientes sufren, desde el momento en que nacen, vidas diferenciadas marcadas por el racismo, los estereotipos y la discriminación. En el caso de Colombia, una nueva endemia llegó a la cotidianidad de estas mujeres: la guerra. Los datos del Centro Nacional de Memoria Histórica concluyen que, aparte de ser desplazadas de sus territorios, velado a sus familiares asesinados u observado cómo sus hijos son reclutados por actores armados, las mujeres negras sufrieron en mayor medida la violencia sexual. De cerca de 35.000 mujeres que han sido víctimas de violencia sexual durante la guerra, casi el 90 % de ellas pertenecen a grupos afro o se reconocen como mujeres negras, específicamente en Chocó, Valle del Cauca, Nariño o Cauca.

“La justicia para nosotras no llegaba, o cuando lo hacía, tardaba ocho, nueve o 10 años en llegar. Después de una violencia sexual, había casos en que ellas solo querían morirse, o no volvían a hablar. Y desde nuestro liderazgo dijimos que teníamos que hacer algo para evitar que esta impunidad y este dolor siguiera perpetuándose”, dijo Carlina en entrevista con este diario.

Carlina asegura que parte de su éxito se debe a los apoyos que recibió tanto de otras lideresas, como de programas que fortalecieron los procesos comunitarios en el Putumayo. Uno de ellos, por ejemplo, es el de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), que desde hace años llegó a fortalecer los procesos judiciales de los consejos negros en Putumayo para que pudieran ser más eficaces y justos con quienes lo solicitaran.

Luego de creer que sus heridas, tanto físicas como psicológicas de la guerra habían sanado, Carlina empezó a documentar por su propia cuenta casos de agresiones sexual en el departamento. Inició con algunos registros puntuales, hasta que, tras años de escuchar y ofrecer un abrazo a las mujeres que llevaban conviviendo años con el silencio, organizó la información y creó informes departamentales de este delito.

Sus registros fueron minuciosos: narraba hechos, recuerdos, violencias y actores de al menos 30 casos de violencia sexual, tanto en medio de la guerra como cometida por terceros en las selvas del Putumayo. Tanto así, que junto a la organización de mujeres que crearon, entregaron informes a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para que se abriera el macrocaso 11, referente a violencia y crímenes sexuales cometidos por actores armados.

Su voz, se convirtió, con el paso de los años, en un referente de paz y de justicia. Tanto así, que la Comisión de la Verdad, mientras elaboró el Informe Final sobre la guerra en Colombia, abrió sus micrófonos a Carlina para escuchar cómo deberían ser los procesos de justicia y reparación que miles de mujeres esperan tras la violencia sexual.

El arte de sanar

Cuando Carlina se enteró que Caracol le otorgó el galardón de Titán Caracol, pensó cuál habría sido el más valioso de los logros que convencieron a los jurados a escogerla a ella sobre miles de historias de superación y de justicia. Sin embargo, asegura que cada paso ha sido fundamental en su lucha por encontrar paz para Putumayo y defender los derechos, ya vulnerados, de las mujeres agredidas sexualmente.

Pero dentro de toda una vida de ideas para lograr que la justicia llegue para las mujeres negras, Carlina apeló al arte para que las víctimas sanaran, y así, pudieran transformar sus dolores en gasolina para convertirse en defensoras de derechos y lideresas.

Al empezar a ser reconocida por su comunidad como una líder, le llegó la oferta de convertirse en la representante legal de la Federación de Consejos Comunitarios de Putumayo (Fedecap), que es la máxima organización administrativa en donde los grupos negros de ese territorio discuten políticas y demandas para poder continuar sus procesos comunitarios.

Allí, desde uno de los cargos afro más importantes del Putumayo, Carlina ideó un programa en el que las personas tejieran, cosieran y confeccionaran telares y enseres como forma de sanación. Con cada punzada en la tela, Carlina le enseñó a las personas a cicatrizar las heridas que se abrieron con la violencia y que a causa del abandono del Estado y el silencio de las víctimas, seguían abiertas.

Desde Asomunep, que es la organización de mujeres negras víctimas de violencia sexual en el conflicto, organizó talleres y capacitaciones para que, tras utilizar el arte como forma de sanación, llegaran los emprendimientos para que las víctimas retomaran sus vidas y contruyeran nuevos proyectos, siempre orientados a la paz y la búsqueda de justicia. Con educación, cultura y las enseñanzas afro, docenas de personas aprendieron a crear microempresas para sostenerse y, como dice Carlina, “mostrarle al mundo que sí existe un futuro después de la violencia. Todo puede sanarse, aunque a veces el dolor intente robarse los logros, trabajar con las uñas y por un objetivo como este, siempre va a tener sus réditos”.

Aún faltan muchos pendientes en la lista de tareas de Carlina para lograr que la justicia, en lugar de una cuestión de suerte, sea un servicio para todos los putumayenses. Sin embargo, se siente agradecida porque, después de 20 años de dolor, revictimización y esfuerzos para curar las violencias, será catalogada como una “titana” y una mujer que venció a la guerra y sus violencias.

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Tomás Tarazona Ramírez

Por Tomás Tarazona Ramírez

Periodista de investigación con énfasis en conflicto, memoria y paz.ttarazona@elespectador.com

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