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Conciliación y paz, la herencia que le dejaron a Ligia y que ahora es su vocación

Promover la resolución de problemas en su amado Tumaco es una tarea que le ha tomado gran parte de su vida, pero que le ha permitido llevar paz a su comunidad. Ligia no solo es conciliadora, sino también ejemplo del servicio y la voluntad de cambio. Esta es su historia.

Laura Sofía Solórzano Cárdenas
22 de julio de 2024 - 04:32 p. m.
Conciliadora de Tumaco.
Conciliadora de Tumaco.
Foto: Catalina Mesa Urquijo

Decir que Ligia lleva la esperanza y el servicio en las venas no es una simple frase bonita. Cuenta, y con seriedad, que en realidad se trata de la herencia que le dejaron su padre y su abuelo paterno: “ellos también tenían ese entusiasmo de que en su pueblo hubiera paz y tranquilidad”.

Para la época de su infancia y juventud, existía la figura de “corregidores”, quienes por medio del diálogo resolvían problemas familiares y evitaban que los conflictos se complicaran al interior de las comunidades. Ese fue el ejemplo con el que creció en el Río Qualajo San Agustín del Carmen, una vereda perteneciente a Tumaco, en donde dio sus primeros pasos, y que sin darse cuenta, le fue trazando el camino.

A los 16 años, Ligia Mirella Ospina, una mujer fuerte y no solo por su contextura, dejó la vereda en la que había nacido, junto a su padre, quien se dedicaba a vender coco, y sus hermanos para estudiar en el colegio y a los 18, por allá, en el 75, tomó la decisión de alzar vuelo y mudarse a Venezuela. Estuvo cinco años, en los cuales trabajó como cocinera y como secretaria de un consultorio dental. Estaba haciendo su vida, se acercaba a los 24, pero la noticia de que su madre biológica había fallecido la obligó a regresar a Tumaco.

Por varios años acompañó a su padre y a sus cinco hermanos, pero en 1987 se casó y empezó a formar su propia familia, la que hoy en día atesora y es refugio. Con este nuevo rol también llegó con fuerza el foco social que tanto la había marcado. Fue nombrada líder en su barrio, el “Libertadores”, allí ayudaba con papelería y gestiones para Familias en Acción. También presionó para que les pusieran agua y energía. El servicio por su comunidad se convirtió en su bandera.

“Ahí también hacía trabajo con los niños y mujeres del barrio, ayudando a resolver conflictos familiares y vecinales, pero la verdad es que yo no sabía que podía llegar a ser conciliadora, lo hice porque me nacía. Yo ya venía haciendo ese trabajo desde hace mucho tiempo sin saberlo”, cuenta Ligia.

Ese desconocimiento de su labor se fue diluyendo cuando le llegó la oportunidad de hacer un diplomado en conciliación en equidad a través del Ministerio de Justicia y la Universidad de Nariño. Y fue cuando pudo ponerle un nombre concreto a lo que venía haciendo desde hace tiempo. Se graduó en 2009 junto con su amiga Leticia quien, en un principio, la motivó a formalizar.

“Me gusta trabajar por mi pueblo, vivir en paz y eso me ha llevado a estar en esta oficina como conciliadora, a prepararme”, precisa. En 2024, casi dos décadas después de esa decisión, tanto Leticia como Ligia han sido galardonadas por su trabajo y han sido merecedoras de varios reconocimientos, pero ¿qué cambió?

Ligia explica que la principal diferencia entre lo que hacía por vocación y ahora, con un certificado, es que al resolver los conflictos se debe levantar un acta y atender a personas de todas las zonas, edades y condiciones, lo que le pide mayor profesionalismo, paciencia y escucha activa.

La mano de Ligia y el problema de tierras

En su labor ha atendido y recibido conflictos de familia, conflictos de vecinos, de linderos de tierras, de daños en propiedades como goteras, de pagos pendientes, arriendos, deudas y hasta mascotas. Cuenta que una de las labores recurrentes es ayudar a la gente a recuperar el dinero prestado y en ocasiones les ha significado amenazas e inseguridad.

“Todas nos hemos visto amenazadas en algún momento. En mi caso, yo soy una persona muy espiritual. Soy testigo de Jehová y trato de no tener como que alguien que me acompañe, porque me gusta andar libre (...) cuando nos pasan estas cosas, miramos qué hacemos, buscamos a las autoridades y tratamos de solucionar. Buscamos padrinos, que en este caso son los mismos líderes de los barrios, gente que nos conoce. Hemos tenido unos casos bien tremendos, pero los manejamos con cuidado”, cuenta.

Pero pese a esto, explica que ser conciliadora viene con una mayor facilidad para acercarse a las comunidades, que confíen y que aprovechen para resolver sus problemas de manera pacífica sin meterse la mano al bolsillo y es algo que valora. “Podemos ir, decir buenos días, mi nombre es tal. Resuelve el conflicto y no tiene que pagar, tiene que llegar solo con la disponibilidad de querer solucionarlo y eso llama la atención”, dice.

Eso ha permitido que al interior de las comunidades sí se valore esta figura, se busque y se aplique. La buena acogida, incluso, ha terminado en jornadas conocidas como “conciliatones” en compañía de organizaciones como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y su programa Nuestra Tierra Próspera, en los que hay un foco en la resolución de problemas relacionados con la tierra.

“Es un orgullo y un honor formar parte de USAID y poder apoyar a Tierra Próspera. Porque estábamos engañados respecto a las tierras que poseíamos. Es provechoso porque por lo general las personas dicen: “Esta tierra es mía y viene por herencia, esta era de mi papá desde hace muchos años”, pero esas tierras a veces no tienen titulación. Entonces, hacer despertar a las personas que sus tierras deben estar legalizadas es muy importante”, cuenta.

Junto con el programa de Justicia Inclusiva de USAID y Nuestra Tierra Próspera, conciliadoras como Ligia han ayudado a las personas de Tumaco a legalizar sus tierras en paz y con agilidad. A la fecha se han realizado cuatro jornadas de conciliatones en los que de 40 casos convocados se ha logrado resolver de manera exitosa 22. Además de tres casos de conflictos conocidos durante estas jornadas a los que se les prestó acompañamiento en el Registro de Sujeto de Ordenamiento.

“Es importante porque resulta que hoy están los hermanos, mañana los nietos, los hijos de sus hermanos, y así sucesivamente. La situación se vuelve un poquito complicada. Mejor dejar las cosas claras desde el principio. Las personas van a estar contentas”, comenta Ligia, quien señala que esto también evita conflictos entre familias y entre vecinos, pues al tener las cosas claras, hay mayor tranquilidad, por ejemplo, a la hora de vender o sembrar alguna cosecha que les permita ingresos y seguridad económica.

Los altos y bajos

Y aunque disfruta de su labor, esa que es más una herencia, reitera que no es fácil, porque requiere tiempo y dedicación. “A veces nuestras jornadas se extienden más de 12 horas, porque no se puede dejar a la gente si atender. Necesitan ser escuchadas y eso es esencial para llegar a la raíz del problema y encontrar una solución duradera”, dice.

Confiesa que es muy difícil dejar una conciliación a media, pero mucho más lidiar con ser huérfanos del Estado, de políticas que los favorezcan y de respaldo. Una de sus compañeras, en busca de mayor voz, por ejemplo, tuvo que lanzarse al Consejo y es desde allí que han encontrado puertas abiertas, pero muchos mandatarios les han hecho sentir que su trabajo “es insignificante”. Eso hizo que compañeros dudaran en seguir con la labor porque, como dicen, ni les pagaban ni los apoyaban.

“Lo que pedimos es vinculación, porque se supone que esto se creó para personas que tuvieran trabajo y pudieran sostenerse, esa dificultad la tenemos y queremos seguir en la lucha. Alguien tiene que haber porque la gente viene todo el día y todos los días, el servicio es para la comunidad, no para nosotros, pero también queremos que nos pongan atención, que somos de carne y hueso, que necesitamos transporte, comer, no vivimos de aire”, señala.

Ligia expresa que, aunque es una labor con impacto y, además, la llena de felicidad, siguen existiendo falencias. Su ideal es sentir que hay un equipo que la respalda y que se le garantice tanto a ella como a los demás y las demás conciliadoras elementos básicos. “Ahorita no nos están ayudando, mandamos el listado para que nos den papelería, lapicero, a veces nos dan en algunos eventos, pero estamos falta de herramientas”.

Hay alcaldes que no la han volteado a mirar, empresarios que han apadrinado la labor y algunos funcionarios, cuenta como la coordinadora actual de los conciliadores, Rudy Mercadona, que les ha prometido trabajar duro. “Esas palabras nos motivan”, dice.

Pero además de los fondos y de buscar el sustento, hay otra cuenta que las y los conciliadores tienen que pagar: el estrés. Enterarse de todo y además tener que buscar soluciones, cuenta Ligia, ha terminado en sesiones de psicología para ella y sus compañeras en busca de que las situaciones a las que se enfrentan no les arrebate la paz mental y la tranquilidad. En su caso se refugia en su esposo, quien la apoya y aconseja, y en sus hijas.

El día a día lo disfruta, le recuerda a su padre, a sus abuelos, ayuda a la gente, fortalece las comunidades, y aun así, esa labor que viene resguardando hace varias décadas, no la idealiza. Ligia anhela mayor respaldo y consciencia de que los conciliadores no siempre pueden mantenerse por su cuenta y de que si abandonan, la mayor repercusión se la lleva el tejido social. Por ahora, su resistencia la hace desde sus largas jornadas y el agradecimiento de los otros, pues desde estos pequeños pasos, dice, es que se construye la paz en Tumaco.

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Laura Sofía Solórzano Cárdenas

Por Laura Sofía Solórzano Cárdenas

Periodista de la Universidad de La Sabana y editora de Justicia Inclusiva. Cuenta con experiencia en medios escritos y digitales. Actualmente cursa una maestría en Filosofía. @sofiaenletrasslsolorzano@elespectador.com

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