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Cuando el Informe Final de la Comisión de la Verdad (CEV) fue publicado eran varios los retos que tenía por delante. Una creciente polarización de las funciones de ese organismo, que el documento fuese bien recibido por la sociedad y la cúpula política, y uno de los más difíciles: que Colombia conociera los hallazgos de más de medio siglo de guerra.
Tanto organizaciones de víctimas, colectivos y medios de comunicación, junto a la CEV, emprendieron un camino para dar a conocer los relatos y episodios más críticos del conflicto en Colombia. Este objetivo, que ya ha sido desplegado por algunos protagonistas, como reseñó este diario el pasado 4 de octubre, ahora está en manos de decenas de adolescentes que le apuestan a la paz.
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Esta es precisamente la labor de Paza la Verdad, una iniciativa de jóvenes que motivados por su deseo de construir paz y generar reflexiones sobre los efectos del conflicto, difunden desde hace meses el Informe Final en parques, plazas y eventos de todo el país. El proyecto, organizado por UNICEF, la Embajada de Alemania en Colombia y la Fundación Mi Sangre, ha capacitado a más de 300 jóvenes para que sean las voces de mando de una generación pacífica.
Con folletos, mapas y breves charlas a los transeúntes de más de 20 ciudades, los integrantes de Paza la Verdad se han propuesto que las personas que los escuchen logren reflexionar sobre conductas cotidianas que nacieron en medio del conflicto, como es el caso de la violencia entre actores armados ilegales.
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“Conocer el Informe es una mirada al espejo”, explica David Rodríguez, abogado de la Comisión Colombiana de Juristas, que también tiene un proyecto para difundir las recomendaciones de la CEV. “Es un documento fundamental para comprender las dinámicas del conflicto: precisa los responsables de violaciones a derechos humanos e indica estrategias que deben seguirse para superarlo. Es el documento más acabado y profundo sobre la manera en que la guerra impactó a la sociedad colombiana”, precisa Rodríguez.
Una generación de paz
Durante tres generaciones, niños, niñas y adolescentes fueron adentrados dentro del ciclo de violencia que se vivió en el país. Solo los registros del Centro Nacional de Memoria Histórica recogen que hubo al menos 17.800 víctimas menores de edad que, o bien presenciaron la guerra a través del reclutamiento y la instrumentalización por parte de grupos armados, o tuvieron un papel indirecto, como aquellos menores que quedaron huérfanos luego que sus padres fueran desaparecidos, secuestrados o asesinados.
Ese era el ciclo que los integrantes de Paza la Verdad querían romper. Pocos meses después de que el Informe fuera publicado, en junio de 2022, un grupo de jóvenes se reunió para terminar ese ciclo dentro del círculo de violencia. Desde inicios de 2023, fueron capacitados en habilidades de comunicación y sobre el contenido del extenso documento. Semana tras semana, los jóvenes diseñaron estrategias, pancartas y charlas que ellos consideran importantes tratar con el público.
“No queríamos que el Informe Final se quedara cogiendo polvo en los anaqueles de las bibliotecas, sino que nosotros lo pudiéramos copiar y conocer cuáles son las heridas que nos da el conflicto y también entender cómo sanar esas heridas para construir un país distinto”, explica Daniel Bedoya, funcionario de la Fundación Mi Sangre.
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Y es que la difusión del Informe presenta una dificultad desde que se publicó: quiénes y cuántas personas pueden acceder a él. “La gente no va a leer las más de 800 páginas (que componen el informe), porque algunas no tienen conocimiento siquiera de que se haya publicado o porque no tienen conectividad para acceder a él”, le dijo a este diario Diego Herrera, director de Viva la Ciudadanía, un colectivo que hace pedagogía y difusión del Informe.
Siguiendo la misma línea, Sophie Waszkiewicz, una de las participantes de Paza la Verdad, señala que “primero pasamos por un proceso de formación en el que se buscó transformar esos patrones de violencia que tenemos arraigados en la cultura. A raíz de eso también hacemos seguimiento a las recomendaciones que hizo la CEV de forma muy sencilla”.
Para Waszkiewicz, los jóvenes en Colombia deben tener protagonismo para conocer y difundir el informe: “Estamos en el momento perfecto para hacer algo. Muchos no lo vivimos pero sí pudimos ver que nuestros padres y abuelos estuvieron involucrados en el conflicto y sí los marcó profundamente. Una de las mejores maneras de respetar ese legado y esos hechos atroces es la construcción de memoria y verdad. Hay muchos jóvenes que estamos queriendo la construcción de paz y ser transformadores de nuestro contexto; si se habla de justicia restaurativa, parte de la restauración debe pasar por nosotros los jóvenes”.
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Un ciclo diferente
Paza la Verdad se ha dividido en tres cohortes que han reunido más de 300 jóvenes encargados de difundir el Informe y apropiarse de los hallazgos de la CEV. Con presencia en 14 de los 32 departamentos, el proyecto ha tenido presencia en más de 26 ciudades, entre las cuales están Bogotá, Cali, Barranquilla y Medellín y algunos municipios donde aún coexisten los recuerdos del conflicto.
“También tenemos presencia en territorios donde sabemos que hay dificultades y es importante fortalecer habilidades para la vida (como liderazgo o comunicación) y también brindarles herramientas a los jóvenes para comprender los hallazgos y las recomendaciones de la CEV”, explica Bedoya.
Aunque el programa no contabilice a cuántas personas han llegado con la divulgación del Informe, los miembros de Paza la Verdad aseguran que han logrado tener un amplio impacto. Solo en un evento que se hizo en Bogotá a mediados de octubre hubo participación de estudiantes, trabajadores, miembros de la Policía Nacional y personas extranjeras.
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“Creemos que los jóvenes no somos el futuro, sino que somos el presente y que tenemos las ganas, las fuerzas, las energías y los conocimientos para transformar las cosas. Tenemos un poder transformador y la capacidad de encontrar jóvenes que han vivido el conflicto armado en carne propia y que tienen la intención de construir paz y además llevar esa construcción de paz al siguiente nivel”, asegura Bedoya.
Las actividades de este colectivo están divididas en varios escalones. El primero, por ejemplo, es brindar un contexto sobre el conflicto armado e intentar vincular los hallazgos de la CEV con la vida cotidiana de los colombianos. En esta etapa se habla sobre los actores y los responsables que hubo en medio de la guerra y el papel que cada uno tuvo en las diferentes dinámicas de violencia.
Para Juliana Molano, de UNICEF, es también importante hablar de aquellos momentos del último medio siglo en donde se intentó buscar la paz, es decir, los más de tres intentos en que el Estado se sentó con grupos armados para buscar un cese de hostilidades, por ejemplo, con la guerrilla del ELN, o los procesos de desmovilización que hubo con el M-19 y las Autodefensas Unidas de Colombia.
Finalmente se hace énfasis en estudiar las resistencias y liderazgos que surgieron en medio de los fusiles y los enfrentamientos.
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Entre más verdad, ¿más paz?
Dar a conocer el Informe Final y que sean los colombianos quienes se apropien de los testimonios y vivencias que la Comisión de la Verdad encontró es una de las etapas más importantes de la difusión del documento. Así lo considera Stefan Peters, director del Instituto CAPAZ, entidad que se dedica al estudio de paz y su implementación en el mundo.
“Los informes finales de cualquier comisión de la verdad en el mundo son muy importantes, por eso es que siempre se dejan recomendaciones: porque se busca esclarecer y tener como objetivo central que las violaciones de derechos humanos no se repitan y se construya paz”, afirma.
Para Peters, el impacto de las recomendaciones no solo está dirigido a modificar estructuras u órdenes políticos. Para él, son otros sectores cotidianos que buscan una transformación de carácter “institucional y cultural”, concluye.
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