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Punto cadeneta, punto. Orlinda de las Misericordias Mesa no sabía cómo tejer, pero en 2017 aprendió al lado de otras mujeres. Siendo ella una líder, encontró en el costurero del Museo Casa de la Memoria de Medellín, un espacio para aplicar ese quehacer de la costura desde el cuidado. Junto con otras buscadoras fue una de las integrantes de Madres de la Candelaria, un colectivo que lleva más de 25 años insistiendo y persistiendo en la búsqueda de sus familiares desaparecidos.
A sus 58 años, Orlinda falleció por una enfermedad el pasado 23 de julio de 2024. Aquí, parte de su historia y los recuerdos de aquellas que honran su memoria al nombrarla.
La buscadora
El 15 de mayo de 2007, uno de sus hijos menores, Andrés Felipe Ramírez Mesa, el mellizo de Andrea Juliana, salió de casa. Ese mismo día fue la última vez que Orlinda lo vio. El joven de 19 años salió en busca de una oferta laboral. Tres años pasaron buscándolo, preguntando por él sin ninguna pista sobre su paradero. Hasta que encontraron su cuerpo en Segovia, al nordeste antioqueño. El joven había sido asesinado por el Ejército durante un supuesto enfrentamiento militar dos días después de su desaparición. La vida de Orlinda, desde entonces, consistió en demostrar que su hijo no era un guerrillero, como los militares lo hicieron pasar en su momento.
Hasta Segovia llegó esta madre después de hacer una colecta de dinero con la que recogió los recursos necesarios para viajar. Encontró a su hijo, pero después vino una lucha con la justicia para demostrar que fue una de las más de 6.402 víctimas que, según la Jurisdicción Especial para la Paz, el Ejército hizo pasar como bajas en combate o falsos positivos. Luego, Andrés fue uno de los primeros desaparecidos que sepultaron en el mausoleo Ausencias que se nombran, del Cementerio Universal de Medellín.
La costurera
Tras la apertura del Museo Casa de la Memoria de Medellín en 2012, la artista Isabel Gonzáles inició en la coordinación de un taller en el que comenzaron a tejer. Orlinda, buscadora y ama de casa, fue participando de ese espacio que tenía el fin de sanar las heridas del conflicto. “Crecimos juntas”, recuerda Luz Amparo Mejía, representante legal de Madres de la Candelaria, amiga y vecina de Orlinda. Se conocieron mucho antes en escenarios donde se juntaban como víctimas, pero en el costurero se unieron más.
El liderazgo de Orlinda y el cariño con el que acogía al resto de madres, terminó por otorgarle un rol como mediadora del Museo, llegó a ser como la profe del costurero o “la madre de todas”, como dicen algunas. “Ella tenía ese componente de mamá cuidadora. Decía que cómo íbamos a quedarnos aquí todo el día tomando tinto aromática, entonces organizaba qué frutas traíamos y hacíamos salpicón, sándwiches, de todo”, cuenta Luz Amparo.
Hasta que a Orlinda le terminaron el contrato en este espacio. Las madres protestaron, querían que Orlinda fuera siempre su mediadora, su amiga. “Ella es de nosotros”, decían. Hasta con derecho de petición y conversaciones con todo el que pudieron, trataron de que la vincularan nuevamente al espacio. Lo lograron, pero no dentro del costurero, sino en otras actividades. Doña Orlinda iba a saludarlas en cualquier momento que pudiera. Nunca las abandonó, su sonrisa no dejó de estar cerca. Además, porque cada miércoles, las madres se reúnen a hora exacta del medio día en la iglesia La Candelaria, la más antigua de la ciudad, para recordar a sus desaparecidos. Orlinda siempre estuvo ahí.
En su memoria
“Me siento muy feliz y agradecido por haber conocido una mujer tan maravillosa, tan grande, tan entregada a nosotros, a las víctimas y a sus seres queridos”, dice Álvaro Gonzáles, el padre integrante de las Madres de la Candelaria, quién también reitera y describe la sonrisa siempre presente y la alegría de Orlinda. Esta descripción la comparten sus amigas y conocidas del costurero. Mariela, Dora, Luz Elena, son otras de ellas, pues en un momento de su historia llegaron a ser hasta 40. En el Museo la recuerdan igual. “Ella era una mujer buscadora que hablaba de su hijo en todos los espacios. Hacía un eco de su búsqueda. Una cosa de dignidad muy grande”, dice Dayana Miranda, ahora mediadora del costurero y heredera del legado de Orlinda.
Esa mirada de la alegría y su ánimo por hablar y escuchar a otros no solo se dieron en los espacios de resistencia. Luis Ramírez, hijo de Orlinda, también la recuerda igual. Fue él, quién el 31 de julio recibió en el Museo una matera grande con mensajes que hablaban de su madre. Todos pintados por aquellos que la recordaban en los espacios de tejido. Su determinada búsqueda de verdad es ahora una semilla que se llevaron también las otras mujeres en forma de planta para su hogar. “Su entrega, su dedicación, su nobleza y ese liderazgo nos lo reflejó a nosotros y es lo que nos va a quedar”, menciona su hijo.
“Ella siempre fue una luchadora que, desde el tejido quiso hacerle homenaje a todas las personas desaparecidas, porque Orlinda le tejía a la paz, a la vida. Ella aprendió a tejer para hacer memoria”, narra Luz Amparo. Ahora, es ella quien heredó el cuidado de la tumba del hijo de Orlinda. Las flores naturales se dañaban con el paso del tiempo, pero con el tejido supo de esas rositas hechas a mano, con hilo y aguja, que resisten mucho más al sol y al agua. Pronto hay que cambiarlas. Justo antes de morir, este par de amigas se prometieron el mismo cuidado y la misma lucha que por tantos años lideraron juntas.
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