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Desde una parroquia de arquitectura victoriana en Turbo, Antioquia, el presbítero Neil Quejada Mena sigue repitiendo la importancia de la justicia afro en Colombia. Con su sotana, sus atuendos coloridos, y una sonrisa que muestra cada vez que predica a los urabeños que asisten a la misa, este pastor afro se ha convertido en un ejemplar de cómo a través del trabajo social y un amplio conocimiento en la cultura africana, se puede enseñar uno de los preceptos más importantes de la justicia afro: el de la armonía.
Hace 24 años decidió que pasaría sus días, desde las eucaristías de 6 a.m. hasta la noche, luchando por la igualdad de las personas negras y difundiendo la justicia afrocolombiana. Esta es su historia.
Importancia ancestral
El “ekobio” (palabra africana que significa hermano) nació en Riosucio, Chocó, en 1974. Presenció de cerca cómo los vientos del conflicto armado se convirtieron en un vendaval de violencias en Urabá que también terminaron por afectar su comunidad, pues Urabá contabiliza en sus registros del conflicto a más de medio millón de personas, que equivale a qué dos de cada tres habitantes de esos municipios entre Antioquia y Chocó se reconocen víctimas ante la JEP.
En más de dos décadas dedicado a la etnoeducación, justicia afro y prédicas evangélicas, Neil ha logrado convertirse en un referente de justicia para los demás en la región. Cuando una comunidad, especialmente negra, se veía afectada y desarmonizada por el conflicto y los líos legales, Neil llegaba con la disposición de suturar esa herida que afectaba a las personas. “La justicia ancestral es un mecanismo por medio del cual los pueblos ancestrales solucionan sus temas de convivencia, del estar y el ser como territorios”, explica el pastor.
Su historia de defensa por la justicia de larga data comenzó cuando tenía tan solo 12 años. Por aquel entonces, en medio de tantas preguntas que enfrentan los niños, tuvo la que definiría su vida: en qué creer y cómo intentar sanar un departamento chocoano a través de las enseñanzas afro. “Escuché un texto en la Biblia sobre un hombre, un Moisés, que era de piel oscura, descendiente de los judíos y que fue criado por los egipcios. Él recibe el llamado de Dios y le cuenta que ha visto cómo ha visto la humillación del pueblo judío. Yo escuché eso y pensé que quizá podía ser un Moisés, porque nosotros, mi familia, estamos del lado de los vulnerados también”, contó Neil a Pacifista para un documental que exaltó su liderazgo en Urabá.
Las violencias a las que “su pueblo” ha sido sometido han venido de todas partes, pero a través de la etnoeducación y los pilares de la cosmovisión afro los ha logrado sortear. El primero llegó por parte del Estado, cuando en 1991, recién proferida la Constitución, su justicia propia no fue reconocida por la ley, mientras que la de los grupos indígenas sí. Las otras exclusiones, cuenta, llegaron por parte de la sociedad con el racismo y la exclusión que las personas afro en Chocó y Urabá han sido sometidas.
Desde entonces escogió que las prédicas religiosas serían su forma de lograr justicia por su pueblo afro. Pero le faltaba el camino para hacerlo. Y esa vía llegó a través de incorporar las enseñanzas de la Justicia Propia Afrocolombiana que se practica en su consejo comunitario y en al menos otras 238 comunidades afro que hay en el país. Eso fue a mediados de los 80. Desde ese momento, ha fungido como trabajador social, profesor, pastor e incluso activista que hace parte de mesas de diálogo interinstitucional para exigir que el Estado salde la deuda de reconocer la justicia afro que dejó rezagada desde 1991.
Articular la justicia, una lucha constante
Uno de los mayores propósitos que este líder ha tenido en Urabá ha versado en que las costumbres afro sean respetadas y reconocidas, en especial la justicia. El pastor recuerda que esa forma de resolver las controversias dentro de los consejos comunitarios o municipios negros ha servido para evitar los conflictos y que el tejido social se desgarre.
Por ejemplo, en la época de la pandemia, cuando el aparato estatal se pausó y la justicia de todo el país tuvo que administrarse de forma virtual, los consejos comunitarios utilizaron sus costumbres ancestrales para solucionar los líos. Un caso memorable fue el de un grupo de Consejos Afro del norte de Cauca, que a falta de presencia institucional y jueces y fiscales que les ofrecieran justicia, apelaron a sus líderes y conocimientos más antiguos para que una controversia, por más espinosa que fuera, se resolviera con un apretón de manos y sin violencia.
Esto se ha logrado gracias a las estrategias que los líderes negros han implementado en su territorio, pero también debido a algunos programas que buscan fortalecer estas costumbres. Justicia Inclusiva de Usaid ha logrado que como este pastor afro de Turbo, haya al menos otros 133 autoridades negras que han pasado por su programa para poder impartir mejor su justicia y, además, poder articularse con la jurisdicción ordinaria.
El futuro de las luchas afro
Neil reconoce que desde su experiencia y la de su comunidad aún ve muchas necesidades y deudas pendientes. La primera es que el Estado, especialmente el Congreso, reconozca dentro de la legislación que la Justicia Propia Afrocolombiana existe y que, aunque no esté incluída en la Constitución, ha servido durante décadas para traer armonía, justo como él lo hace en Turbo.
Pero los otros pedidos versan más sobre la importancia de preservar algunas costumbres afro que, considera él, han logrado mitigar el desarraigo cultural que tanto indígenas como afros han sufrido a causa de la exclusión y el conflicto. Desde su iglesia habla sobre la cultura afro, sus costumbres y enseñanzas y a esto le denomina “etnoeducación”, un modelo educativo que ha servido para salvar a pueblos enteros de desaparecer, justo como sucedió en San José de Uré, que estaba amenazado por factores climáticos, la guerra y la pobreza multidimensional.
En su futuro, Neil considera que seguirá siendo un líder: el mismo vocero que a través del respeto, la armonía y los pilares de la justicia afro ha hecho de Turbo, un municipio tan conflictivo, en el intento de ser un remanso de paz.
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