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Juan David Ramírez es docente e investigador en derecho penal, conocido por sus posturas críticas frente al sistema penitenciario en Colombia. A través de su experiencia académica y práctica en la Universidad de Antioquia, ha dedicado su carrera a analizar las falencias del modelo de justicia punitiva y a proponer alternativas que prioricen la humanidad y la rehabilitación de quienes han delinquido. Con una mirada que integra contextos internacionales y locales, Ramírez invita a pensar en un sistema de justicia que trascienda el castigo y se enfoque en la transformación social.
En el marco de la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos en el Congreso de la República, Posada recibió la medalla por los derechos humanos “Antonio Nariño”. Según la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, este reconocimiento exalta “su incansable labor en defensa de los derechos humanos de las personas privadas de la libertad en las cárceles de Colombia y América Latina, contribuyendo al desarrollo de políticas con resultados visibles y medibles”.
Para Posada, el sistema penitenciario en Colombia tiene profundas fallas estructurales. “Claro que no ha funcionado para lo que nos dijeron que funcionaba. Era controlar el crimen o tener una sociedad sin delito, ¿no? Y siendo 230 años, 234, ya no lo ha hecho. Algo debería invitarnos a pensar o reflexionar que puede ser que no sirva para eso”. Esta afirmación resume su postura crítica, basada en el análisis de cómo las cárceles en el país no cumplen con los objetivos de rehabilitación ni prevención del delito.
Desde su experiencia como investigador y docente, Juan David ha llegado a una conclusión: el sistema carcelario no se inventó para rehabilitar ni para prevenir el crimen. “Debe ser que se inventó para otra cosa y que sirve para otra cosa”, reflexiona, abriendo la puerta a discusiones que trascienden los dogmas tradicionales de la justicia punitiva. Su perspectiva se nutre de ejemplos y lecciones internacionales. Por ello, menciona los casos de los Países Bajos, donde las prisiones han comenzado a cerrarse gracias a políticas que priorizan la rehabilitación y el uso de alternativas al encarcelamiento. “Yo siempre pensé que a mí no me tocaría el cierre de la prisión, que eso desaparecería inevitablemente. Es un asunto lógico, toda construcción humana desaparece en algún momento”, subraya.
El tiempo y la proporcionalidad son claves en su análisis. Según él, los países que han limitado las penas privativas de libertad a un máximo de 15 años han entendido que “en algún momento [el delincuente] vuelve a ser uno de nosotros. Simplemente, hizo algo que está reprobado, reprochado, y que, como está reprochado, pues vamos a aplicar una sanción mientras tanto”.
Sin embargo, la reflexión sobre justicia y derecho no solo se queda en la crítica. Juan David también propone alternativas concretas al sistema actual, como los castigos basados en restricciones de espacio y tiempo mediante dispositivos electrónicos. “Te ponen un brazalete satelital, te dicen: ‘Mira, tú no puedes salir de tu casa, o no puedes salir de tu barrio, o de tu municipio, dependiendo de la gravedad de la conducta’. Hoy día son muy fáciles”. Para él, sin embargo, el mayor obstáculo no es técnico, sino cultural. Mientras la sociedad siga guiándose por el deseo de venganza, será difícil avanzar hacia modelos de justicia más efectivos.
“Mientras sigamos creyendo que el mejor camino es el sufrimiento al sujeto que delinquió, estamos perdiendo el norte. El castigo no puede pasar nunca por deshumanizar al sujeto. Sigue siendo un ser humano antes que cualquier cosa”, puntualiza. Además, Juan David argumenta que esta lógica ya ha sido superada en otros ámbitos, como el castigo físico a los niños: “Solo en una generación logramos pasar de que se nos moliera a golpes a que ahora los hijos de uno no se les pega. Eso no tiene sentido, no tiene ninguna utilidad práctica, no tiene ningún beneficio”. Para él, este cambio muestra que las transformaciones culturales profundas son posibles, siempre y cuando exista voluntad y un cuestionamiento serio a las tradiciones dañinas.
Más allá de las prisiones, su enfoque siempre vuelve a la humanidad. En sus palabras, “el que violó la ley penal sigue siendo un ser humano. Y si se pierde el norte de eso, el que se degrada no es ese ser humano, sino nosotros mismos como sociedad”. Esta convicción guía su trabajo y sus reflexiones, tanto en el aula como en el ámbito público.
Por ejemplo, desde el Grupo de Investigación Sistema Penitenciario y el Semillero de Penitenciario y Derechos Humanos, se ha enfocado junto con todo un grupo de estudiantes apasionados, en el estudio de la problemática penitenciaria desde una perspectiva socio-jurídica, con el objetivo de promover la investigación y contribuir al debate sobre los derechos de las personas privadas de la libertad en Colombia y América Latina. Entre sus logros destacados se encuentran el desarrollo de proyectos de investigación que analizan las condiciones de los centros de reclusión y proponen mejoras en las políticas penitenciarias, cuyos resultados han sido difundidos mediante publicaciones académicas y ponencias en eventos especializados.
De esta manera, Juan David y el semillero no solo buscan cuestionar el sistema actual, sino motivar a otros estudiantes y colegas a imaginar algo mejor. Por eso, el profesor considera que el reconocimiento del Congreso no solamente fue valioso para él, sino “útil en términos de motivación de los estudiantes para seguir haciendo cosas”. Es así que, para Posada, el desafío más grande no está en lo técnico, sino en lo cultural. Mientras la sociedad siga valorando el sufrimiento y la venganza como mecanismos de justicia, será difícil avanzar hacia modelos que prioricen la humanidad y la rehabilitación.
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