El proyecto que le apuesta a la paz a través del emprendimiento
Casi siete años después de firmar el Acuerdo de Paz, son más de 10.000 excombatientes y firmantes los que tienen proyectos productivos que los acercan a la paz y a reincorporarse en la sociedad colombiana. El Espectador habló con Rafael Quishpe, cabeza de una iniciativa que, aparte de visibilizar los emprendimientos de los exguerrilleros, sirve como espacio para la reconciliación y la construcción de una cultura de paz.
Tomás Tarazona Ramírez
Un día, de repente, Rafael Quishpe decidió que tenía que usar las herramientas que aprendió en su carrera como politólogo y magister en construcción de paz para ayudar a que Colombia aprendiera a convivir sin el estruendo de los fusiles. Cuatro años después de la firma del Acuerdo de Paz, Quishpe cofundó una iniciativa llamada Mercadillo por la Paz: un colectivo social que no solo visibiliza los emprendimientos que centenares de excombatientes tienen para reincorporarse a la vida civil, sino que aplaude los esfuerzos de todos aquellos que escogieron la legalidad y los proyectos productivos por encima de la guerra.
El Espectador habló con Quishpe sobre cómo nació esta iniciativa, qué retos ha tenido la paz en Colombia para los firmantes y víctimas luego de seis años, y cuáles son los objetivos que tanto él como confundador del proyecto, como los reincorporados y los demás integrantes del Mercadillo, han tenido hasta el momento. Para el politólogo, y ahora docente de la Universidad de los Andes y la Universidad del Rosario, tener esta iniciativa no solo significa construir paz a través del consumo, sino un modelo que puede replicarse en todo el país para que se haga paz y acerque la justicia a quienes le apuestan a la paz.
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Desde 2020 Quishpe se reunió con un colectivo de estudiantes de la U Rosario llamado Rosaristas por la paz y la Agencia Cultural Vulpes Clan para crear el Mercadillo: un espacio que juntara tanto aportes académicos como el activismo para visibilizar a los firmantes de paz que enfrentaban dificultades en sus emprendimientos a causa de la pandemia.
Tres años después, la iniciativa ha tenido repercusión y ahora junta más de 50 marcas en donde incluyen colectivos de víctimas, firmantes de paz, excombatientes e incluso emprendimientos de mujeres y personas jóvenes que le apuestan a la paz.
¿Cómo nace el proyecto de Mercadillos por la Paz?
Esto es un espacio de feria que reúne marcas de productos firmantes de paz, víctimas y la sociedad civil. Este proyecto inició desde 2020 a partir de una juntanza de mi persona (como docente de la Universidad del Rosario), Maria Paula Herrera (quien lideraba un colectivo de estudiantes llamado Rosaristas por la Paz) y la Agencia Cultural Vulpes Clan (conformada por Sergio Hernández y Yalima Morales). Junto con ellos pensamos que había una necesidad de que entraran estos productos a ciertos espacios donde no habían llegado y en ese momento se sumó la pandemia. Empezamos con un Mercadillo virtual y un programa en vivo en donde promocionamos e invitamos marcas a que hablaran de su emprendimiento y dieran su número de contacto para que la gente hiciera pedidos online.
¿Cómo fue creciendo la iniciativa?
Cuando se reactiva la ciudad nos juntamos con la cervecería La Trocha (que es una iniciativa de excombatientes) y nos reunimos en la Casa de la Paz en Bogotá e hicimos el primer Mercadillo presencial donde asistieron ocho marcas. Ahí nos dimos cuenta que había un potencial no solo online sino presencial para este tipo de espacios. A esta feria la gente fue, compró y se dio cuenta que había otra forma de apoyar los productos. Quizá es la forma más fácil en que la gente conecte con los discursos de paz; detrás de lo que compramos conocemos la historia detrás del producto.
Ha habido más de 10 Mercadillos por la Paz, ¿cómo han logrado mantener la iniciativa?
Ya llevamos 10 Mercadillos propios y 10 colaboraciones con distintas instituciones, colectivos y espacios culturales. Mercadillos tiene tres fases: el componente de la feria donde invitamos a las personas a que compren y conozcan. El segundo componente es cultural, pues hacemos presentaciones culturales con músicos y artistas solidarios con el proceso de paz. Y el tercer componente es académico: que busca discusiones sobre temas relevantes y relativos a la paz aliándonos con el Instituto Colombo-alemán para la paz (CAPAZ), invitando magistrados de la JEP, Comisión de la Verdad, activistas sociales, firmantes de la paz. En otras palabras es una feria que tiene una parte cultural y una parte académica porque no basta solo con que la gente vaya y compre, hay que aprovechar para dar a conocer las discusiones que se están dando. Damos un mensaje para hacer entender que comprar un producto implica conocer lo que pasa alrededor de ese producto como la reincorporación, la paz o los proyectos productivos.
Este espacio tiene ahora emprendimientos no solo de firmantes, también hay espacio para las víctimas y colectivos de mujeres, por ejemplo. ¿Cómo funciona?
Desde el primer Mercadillo presencial empezamos a vincular marcas de víctimas y últimamente hemos empezado a mirar otras capas que están alrededor de la paz: gente que es solidaria y que quizá no fue víctima ni firmante, pero que apoya la paz. La idea es pensar cómo podemos replicar este modelo en otras partes del país. La gente está un poco cansada de solo ir y vender y ya, y a veces de ser utilizada por las instituciones para mostrar cifras y llenar indicadores. Nosotros somos justamente un colectivo de la sociedad civil que observó la necesidad de que todos nos vinculemos en torno a la construcción de la paz y mostrar, así, que incluso desde la ciudad se pueden apoyar estos procesos.
¿Mercadillos por la Paz y los proyectos de reincorporación tienen alguna implicación para acercar la justicia a excombatientes y firmantes del Acuerdo?
Los proyectos productivos son la concreción de una voluntad de víctimas y firmantes de paz frente a la falta de avances efectivos de las políticas públicas de reparación y reincorporación. Muchos de esos espacios han servido como espacio de reconciliación y también como espacio de sostenimiento económico. Hay organizaciones que se juntan para crear un proyecto productivo e incluso hay víctimas o firmantes que se invitan entre ellos para mostrar el potencial que estos espacios de iniciativas productivas tienen.
¿Es decir que la idea se centra en fortalecer la paz a través del consumo?
Pero es una idea de consumo diferente. Hay que entender que las marcas que están aquí no son grandes empresas. Primero, hacen parte de un proceso de reincorporación social. Segundo, muchas de ellas están marcadas en la idea de cooperativismo y eso también tiene que ver con tejer relaciones y confianza entre nosotros y las marcas.
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Otra cosa que hay que notar es que la construcción de la paz pasa por una construcción de unos afectos más allá del interés de una foto o una publicación que tienen a veces las instituciones y la academia. Es realmente la construcción de una práctica que pasa por afectos que se construyen en el largo plazo y que se sostienen en el largo plazo.
¿Qué se siente hacer parte de una iniciativa de construcción de paz que ya está teniendo sus frutos?
Siempre he dicho que el hecho de ser profesionales en el momento en que se firmó el Acuerdo de Paz implicaba una responsabilidad histórica de aportar un grano de arena en la forma en que pudiéramos hacerlo. Creo que desde la academia se pueden lograr cosas, pero es un espacio limitado. Sin embargo, al mezclarlo con otras formas de pensar y concebir el mundo tiene potencia. Me da una gran satisfacción por el impacto social tangible de este proyecto. La gente puede cambiar su forma de pensar y no comprar el café en grandes marcas, sino comprarle a una asociación de campesinos de Tolima. La cerveza en lugar de comprarla aPoker o Águila podría hacerlo en la Casa de la Paz.
Este espacio me ha permitido conocer personas maravillosas con las cuales ya tenemos confianza y eso es la paz: potenciar espacios entre gente que nunca se ha encontrado con firmantes de paz. Ese es el primer paso, el reconocimiento mutuo. Pero es mejor aún cuando se tiene la posibilidad de colaborar con ellos y con víctimas; incluso, tenemos un stand con una asociación de madres de soldados. Al final solo nos mueve la intención de construir paz más allá de alguna financiación o premios. Mientras haya voluntad de construir paz siempre estará esa motivación.
¿Qué sigue en el futuro para este proyecto?
Aún hay mucho para hacer todavía. Yo creo que estos espacios hay que seguirlos potenciando. En Bogotá también sería chévere seguirlo haciendo en diferentes barrios y poder llegar a otras partes del país para que se conozca esta manera de construir paz.
¿Cómo hacer para seguir difundiendo el mensaje de paz cuando aún hay polarización, asesinatos y hechos violentos?
Cuando los momentos de polarización son más fuertes abordar el concepto de paz directamente puede ser nocivo, porque justamente la gente está prevenida frente al concepto. Ahí está el tema de la creatividad. Utilizar el arte, la música, el diseño, la fotografía para transmitir paz sin tener necesariamente que utilizar esa palabra, ahí es cuando hablamos de convivencia sin hablar de paz. La pandemia y esa preponderancia por lo digital nos ha hecho olvidar la importancia que tiene el espacio presencial, y la calle es un espacio que se debería aprovechar e impulsar positivamente para reavivar el apoyo social a proyectos de paces completas (o totales como las denomina el Gobierno).
¿Sabe qué es la justicia centrada en las personas? Visite Justicia Inclusiva de El Espectador
Un día, de repente, Rafael Quishpe decidió que tenía que usar las herramientas que aprendió en su carrera como politólogo y magister en construcción de paz para ayudar a que Colombia aprendiera a convivir sin el estruendo de los fusiles. Cuatro años después de la firma del Acuerdo de Paz, Quishpe cofundó una iniciativa llamada Mercadillo por la Paz: un colectivo social que no solo visibiliza los emprendimientos que centenares de excombatientes tienen para reincorporarse a la vida civil, sino que aplaude los esfuerzos de todos aquellos que escogieron la legalidad y los proyectos productivos por encima de la guerra.
El Espectador habló con Quishpe sobre cómo nació esta iniciativa, qué retos ha tenido la paz en Colombia para los firmantes y víctimas luego de seis años, y cuáles son los objetivos que tanto él como confundador del proyecto, como los reincorporados y los demás integrantes del Mercadillo, han tenido hasta el momento. Para el politólogo, y ahora docente de la Universidad de los Andes y la Universidad del Rosario, tener esta iniciativa no solo significa construir paz a través del consumo, sino un modelo que puede replicarse en todo el país para que se haga paz y acerque la justicia a quienes le apuestan a la paz.
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Desde 2020 Quishpe se reunió con un colectivo de estudiantes de la U Rosario llamado Rosaristas por la paz y la Agencia Cultural Vulpes Clan para crear el Mercadillo: un espacio que juntara tanto aportes académicos como el activismo para visibilizar a los firmantes de paz que enfrentaban dificultades en sus emprendimientos a causa de la pandemia.
Tres años después, la iniciativa ha tenido repercusión y ahora junta más de 50 marcas en donde incluyen colectivos de víctimas, firmantes de paz, excombatientes e incluso emprendimientos de mujeres y personas jóvenes que le apuestan a la paz.
¿Cómo nace el proyecto de Mercadillos por la Paz?
Esto es un espacio de feria que reúne marcas de productos firmantes de paz, víctimas y la sociedad civil. Este proyecto inició desde 2020 a partir de una juntanza de mi persona (como docente de la Universidad del Rosario), Maria Paula Herrera (quien lideraba un colectivo de estudiantes llamado Rosaristas por la Paz) y la Agencia Cultural Vulpes Clan (conformada por Sergio Hernández y Yalima Morales). Junto con ellos pensamos que había una necesidad de que entraran estos productos a ciertos espacios donde no habían llegado y en ese momento se sumó la pandemia. Empezamos con un Mercadillo virtual y un programa en vivo en donde promocionamos e invitamos marcas a que hablaran de su emprendimiento y dieran su número de contacto para que la gente hiciera pedidos online.
¿Cómo fue creciendo la iniciativa?
Cuando se reactiva la ciudad nos juntamos con la cervecería La Trocha (que es una iniciativa de excombatientes) y nos reunimos en la Casa de la Paz en Bogotá e hicimos el primer Mercadillo presencial donde asistieron ocho marcas. Ahí nos dimos cuenta que había un potencial no solo online sino presencial para este tipo de espacios. A esta feria la gente fue, compró y se dio cuenta que había otra forma de apoyar los productos. Quizá es la forma más fácil en que la gente conecte con los discursos de paz; detrás de lo que compramos conocemos la historia detrás del producto.
Ha habido más de 10 Mercadillos por la Paz, ¿cómo han logrado mantener la iniciativa?
Ya llevamos 10 Mercadillos propios y 10 colaboraciones con distintas instituciones, colectivos y espacios culturales. Mercadillos tiene tres fases: el componente de la feria donde invitamos a las personas a que compren y conozcan. El segundo componente es cultural, pues hacemos presentaciones culturales con músicos y artistas solidarios con el proceso de paz. Y el tercer componente es académico: que busca discusiones sobre temas relevantes y relativos a la paz aliándonos con el Instituto Colombo-alemán para la paz (CAPAZ), invitando magistrados de la JEP, Comisión de la Verdad, activistas sociales, firmantes de la paz. En otras palabras es una feria que tiene una parte cultural y una parte académica porque no basta solo con que la gente vaya y compre, hay que aprovechar para dar a conocer las discusiones que se están dando. Damos un mensaje para hacer entender que comprar un producto implica conocer lo que pasa alrededor de ese producto como la reincorporación, la paz o los proyectos productivos.
Este espacio tiene ahora emprendimientos no solo de firmantes, también hay espacio para las víctimas y colectivos de mujeres, por ejemplo. ¿Cómo funciona?
Desde el primer Mercadillo presencial empezamos a vincular marcas de víctimas y últimamente hemos empezado a mirar otras capas que están alrededor de la paz: gente que es solidaria y que quizá no fue víctima ni firmante, pero que apoya la paz. La idea es pensar cómo podemos replicar este modelo en otras partes del país. La gente está un poco cansada de solo ir y vender y ya, y a veces de ser utilizada por las instituciones para mostrar cifras y llenar indicadores. Nosotros somos justamente un colectivo de la sociedad civil que observó la necesidad de que todos nos vinculemos en torno a la construcción de la paz y mostrar, así, que incluso desde la ciudad se pueden apoyar estos procesos.
¿Mercadillos por la Paz y los proyectos de reincorporación tienen alguna implicación para acercar la justicia a excombatientes y firmantes del Acuerdo?
Los proyectos productivos son la concreción de una voluntad de víctimas y firmantes de paz frente a la falta de avances efectivos de las políticas públicas de reparación y reincorporación. Muchos de esos espacios han servido como espacio de reconciliación y también como espacio de sostenimiento económico. Hay organizaciones que se juntan para crear un proyecto productivo e incluso hay víctimas o firmantes que se invitan entre ellos para mostrar el potencial que estos espacios de iniciativas productivas tienen.
¿Es decir que la idea se centra en fortalecer la paz a través del consumo?
Pero es una idea de consumo diferente. Hay que entender que las marcas que están aquí no son grandes empresas. Primero, hacen parte de un proceso de reincorporación social. Segundo, muchas de ellas están marcadas en la idea de cooperativismo y eso también tiene que ver con tejer relaciones y confianza entre nosotros y las marcas.
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Otra cosa que hay que notar es que la construcción de la paz pasa por una construcción de unos afectos más allá del interés de una foto o una publicación que tienen a veces las instituciones y la academia. Es realmente la construcción de una práctica que pasa por afectos que se construyen en el largo plazo y que se sostienen en el largo plazo.
¿Qué se siente hacer parte de una iniciativa de construcción de paz que ya está teniendo sus frutos?
Siempre he dicho que el hecho de ser profesionales en el momento en que se firmó el Acuerdo de Paz implicaba una responsabilidad histórica de aportar un grano de arena en la forma en que pudiéramos hacerlo. Creo que desde la academia se pueden lograr cosas, pero es un espacio limitado. Sin embargo, al mezclarlo con otras formas de pensar y concebir el mundo tiene potencia. Me da una gran satisfacción por el impacto social tangible de este proyecto. La gente puede cambiar su forma de pensar y no comprar el café en grandes marcas, sino comprarle a una asociación de campesinos de Tolima. La cerveza en lugar de comprarla aPoker o Águila podría hacerlo en la Casa de la Paz.
Este espacio me ha permitido conocer personas maravillosas con las cuales ya tenemos confianza y eso es la paz: potenciar espacios entre gente que nunca se ha encontrado con firmantes de paz. Ese es el primer paso, el reconocimiento mutuo. Pero es mejor aún cuando se tiene la posibilidad de colaborar con ellos y con víctimas; incluso, tenemos un stand con una asociación de madres de soldados. Al final solo nos mueve la intención de construir paz más allá de alguna financiación o premios. Mientras haya voluntad de construir paz siempre estará esa motivación.
¿Qué sigue en el futuro para este proyecto?
Aún hay mucho para hacer todavía. Yo creo que estos espacios hay que seguirlos potenciando. En Bogotá también sería chévere seguirlo haciendo en diferentes barrios y poder llegar a otras partes del país para que se conozca esta manera de construir paz.
¿Cómo hacer para seguir difundiendo el mensaje de paz cuando aún hay polarización, asesinatos y hechos violentos?
Cuando los momentos de polarización son más fuertes abordar el concepto de paz directamente puede ser nocivo, porque justamente la gente está prevenida frente al concepto. Ahí está el tema de la creatividad. Utilizar el arte, la música, el diseño, la fotografía para transmitir paz sin tener necesariamente que utilizar esa palabra, ahí es cuando hablamos de convivencia sin hablar de paz. La pandemia y esa preponderancia por lo digital nos ha hecho olvidar la importancia que tiene el espacio presencial, y la calle es un espacio que se debería aprovechar e impulsar positivamente para reavivar el apoyo social a proyectos de paces completas (o totales como las denomina el Gobierno).
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