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Este miércoles es un día de sensaciones agridulces y recuerdos contradictorios para casi medio millón de mujeres. Entre escapularios, recuadros con la imagen de su familiar desaparecido y memorias de toda una vida esperando encontrarlos, las mujeres buscadoras ven que por primera vez, desde que vieron la desaparición forzada de frente, son reconocidas por el Estado.
Este 23 de octubre se conmemora por primera vez en la historia de Colombia el Día de la Mujer Buscadora de Desaparecidos: una fecha que exalta la lucha que hermanas, madres, esposas e hijas han emprendido por años para buscar pistas sobre el paradero de sus familiares desaparecidos en la guerra.
Aunque la fecha busca redimir décadas de violencia y estigmas que recayeron sobre estas mujeres mientras hacían sus pesquisas, hay quienes murieron sin que su labor fuese reconocida y aplaudida, como Fabiola Lalinde, una mujer que dedicó su vejez, tiempo e ideas a encontrar a su hijo desaparecido a manos del Batallón Ayacucho.
Lalinde es considerada como una de las primeras personas que “ondeó la bandera de justicia en el cielo para nosotras y nuestras familias, pues se convirtió en un referente de la búsqueda a pesar de tener todo en contra”, según recuerda Martha Soto, una buscadora que durante dos décadas compartió espacios junto a Fabiola para hallar a su hermano, Jorge Enrique, también desaparecido.
“Las (mujeres) buscadoras son portadoras de la memoria de sus muertos y desaparecidos y evitan que el resto de la sociedad caiga anestesiada por el olvido”, detalló la Comisión de la Verdad al reconocer la tarea tan importante que Fabiola y las demás buscadoras han emprendido por encontrar justicia.
Fabiola logró, según recuerdan sus colegas y conocidas, algunos de los primeros pasos de justicia para las mujeres buscadoras de desaparecidos. Hizo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos encontrara responsable al Estado por la desaparición de Luis Fernando; ayudó a crear organizaciones de víctimas para luchar por sus derechos “y demostró que aun con 81 años, edad en la que seguía ayudando a las demás mujeres a buscar a sus familiares, nada es imposible cuando se trata de buscar justicia. Cuando murió nos sentimos huérfanos, porque ella nos ayudó a consolidar unos lazos indestructibles y dejó un legado”, aseguran Martha Soto y otras de sus compañeras buscadoras en Antioquia.
Lalinde fue una de las cabezas visibles del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), que durante 20 años han hecho activismo para lograr que llegue la justicia y la verdad a las familias afectadas por el conflicto.
Prefacio de una lucha
Durante casi 40 años, Fabiola Lalinde despertó cada mañana pensando alguna nueva forma de aliviar el dolor que ella y 450.000 mujeres más sentían a causa de su familiar desaparecido. En la década de los 80 se despidió de su hijo Luis Fernando y jamás volvió a verlo vivo. Ella empezó a preguntar dónde estaba “mi muchacho”; no era habitual que se ausentara durante tantos días sin dar noticias.
Luis Fernando, que estaba a pocos meses de graduarse como sociólogo, fue detenido mientras prestaba ayuda humanitaria a un grupo de guerrilleros del EPL en la Operación Cuervos. Lo apresaron, torturaron en Jardín (Antioquia) y según documentó el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, “fue expuesto frente a los niños de la escuela del municipio para luego ser asesinado y desaparecido”.
“La gente nos llamaba ´locas´. El Estado, cada vez que preguntábamos sobre nuestros desaparecidos, nos contaron que ellos se habían enlistado en alguna guerrilla y por eso no volvían. Pero Fabiola nunca creyó esas versiones y empezó por su cuenta a recoger pistas”, cuenta Martha Soto.
Federico Andreu, experto en desaparición forzada que estudió a fondo este crimen en la Comisión de la Verdad recalca la importancia del trabajo de “doña Fabiola”: “En esa época la desaparición era invisibilizada por el Estado e incluso llegó una ponencia al Congreso en la que se decía que ´los desaparecidos forzados eran probablemente borrachos o ´guachimanes´ que si no volvían a sus hogares, era porque encontraron nuevos rumbos´. Ella logró poner a hablar de desaparición a un país que lo sufría, pero que no hablaba de eso. Solo hasta el 2000, recordemos, se tipificó esto como un delito”.
Mientras continuó indagando, preguntando sobre posibles pistas, Fabiola inició a hacer su propia “inteligencia” sobre la desaparición de Luis Fernando. En pequeñas libretas escolares anotaba todas las pistas, elaboró mapas y pegaba los recortes de prensa que empezaron a hablar de su búsqueda. Estos archivos fueron declarados en 2015 un patrimonio de la humanidad por la Unesco.
“A Fabiola y muchas otras mujeres el Estado les quedó debiendo este reconocimiento de hoy. No solo el de la verdad, la justicia y reparación, sino también el de aceptar y exaltar su lucha”, recuerda una de sus compañeras de búsqueda en Antioquia.
La “Operación Sirirí”
“Un día estábamos algunas familias de desaparecidos en Medellín y Fabiola llegó. Nos dijo: ´si ellos pudieron crear operaciones militares para desaparecer a nuestra gente, pues nosotras diseñemos una operación para buscarlos´. Así nació la Operación Sirirí, que hace alusión a ese pequeño pajarito que pelea contra los gavilanes que se llevan a sus polluelos y, a veces, logra recuperarlos”, recuerda Martha Soto.
Mientras Fabiola recorría las montañas antioqueñas en la búsqueda de su hijo, empezó a sufrir de amenazas y estigmas. La etiqueta de “loca” ya la tenía desde hacía años. Pero en los 90, llegó una violencia mayor. Mientras estaba en su casa, un escuadrón de la Fuerza Pública allanó su vivienda, la arrestó e inició un proceso judicial en su contra por ser “auxiliar de la guerrilla” e intentaron imputarla con cargos falsos de narcotráfico.
Fabiola fue trasladada a la cárcel de mujeres El Buen Pastor, de Medellín y aunque “fue una reclusión corta, tuvo daños graves. En ese entonces venía el grupo de la ONU sobre desaparecidos, y todas las otras buscadoras decidimos que fueran a la cárcel para solo escuchar a Fabiola y ver lo que le estaban haciendo”, comenta Martha.
Los pendientes de la búsqueda
Después de 12 años de peleas, el alivio llegó para Fabiola. El 18 de noviembre de 1996, ella estaba recorriendo una montaña más junto con forenses, peritos y otras buscadoras en busca de su hijo. En esos terrenos empinados, los forenses encontraron algunas vértebras bajo la tierra, pero Fabiola sabía que no era suficiente para identificar plenamente a su hijo.
Todo el equipo estaba a punto de desistir de la búsqueda y ella, gracias a una “corazonada” y unos instantes pidiéndole a Dios, les dijo a los encargados que siguieran subiendo, algunos de ellos incluso argumentaron que no tenía sentido seguir buscando cuesta arriba, pero ella contestó que “las leyes de la impunidad van incluso en contra de las leyes de la gravedad”, y los convenció de continuar buscando. “Vi un rayo de sol entre los pinos que iluminó el lugar. Cerca estaba la antropóloga forense y allí, al levantar la tierra, encontramos la ropa y algunos otros restos de Luis Fernando”, comentó Fabiola antes de morir.
Fabiola murió en 2022 a causa de su vejez. Como las otras mujeres buscadoras, somatizó el dolor que la desaparición de su familiar le causó, pues contrajo lupus. Con su muerte quedaron dos pendientes. El primero, que se hiciera justicia y se le ofreciera verdad a esa mujer que nunca supo en realidad lo que pasó con su hijo ni conoció los motivos de su desaparición. El segundo, es una tarea que le queda ahora al Estado y a las demás mujeres buscadoras: continuar con su lucha y hacer que su tarea, considerada como una de las más importantes en la búsqueda de justicia, siga siendo reconocida y respetada.
“Celebrar el primer Día de las Mujeres Buscadoras es algo nuevo para nosotros, pues en nuestros casos llevamos 30 o 40 años peleando contra el silencio. Pero gracias a Fabiola, ese reconocimiento llegó, aunque ella no lo pudiera vivir directamente”, explica Martha.
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