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Yolanda Perea atiende esta entrevista mientras está pendiente de una mujer víctima de violencia sexual que ha sido amenazada, y que recorre el país sin protección del Estado. Su protección es su red de amigas y mujeres de organizaciones sociales que le siguen el rastro a través de WhatsApp, ubicación en tiempo real, mensajes y llamadas. Cada tanto interrumpe para llamar a esa mujer y preguntarle si está bien. Le recomendó que se cambiara el color del cabello antes de viajar, para no llamar la atención, así eso implique tener que renunciar a su identidad por seguridad.
Yolanda Perea ya olvidó las veces que ha sido amenazada por su liderazgo en temas de género. Pero sí recuerda la última vez, el pasado 21 de enero, el día de su cumpleaños. Ese día, cuenta, recibió un paquete en su casa que, al principio, confundió con un regalo anónimo. Al abrirlo, había un letrero que decía ‘El último es el mejor’. Y debajo, un corazón de vaca con clavos y tornillos. Lo cuenta y le da escalofrío.
Hoy, 25 de mayo, en el Día por la Dignidad de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual en el Conflicto Armado, Yolanda Perea hubiera querido arropar la sede de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), como lo ha hecho en los últimos seis años, pidiendo que esta justicia transicional abra un macrocaso para investigar la violencia sexual en el conflicto armado, pero no lo logró. No alcanzó a reunir los recursos suficientes para la conmemoración. Sin embargo, como todos estos años, alza su voz para reclamar celeridad de estas investigaciones en la justicia.
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Cada año usted hace un balance sobre cómo va el acceso a la justicia para las mujeres víctimas de violencia sexual, y la cifra de impunidad en la Fiscalía no cambia. Hablemos entonces de la justicia restaurativa. ¿Ya tienen propuestas para cuando la JEP abra el caso?
Como víctimas en el marco del conflicto armado, siempre hemos sido las primeras que damos línea sobre cómo se debe reparar. Nosotras desde el equipo de Arrópame, que es nuestra organización que pinta, teje y escribe en tela para hacer un proceso de recuperación emocional; acabamos de presentar un proyecto a ver si logramos tener apoyo sobre lo que nosotras creemos, nosotras, que debe ser la reparación restaurativa. Aquí hablamos de vivienda, salud, empleabilidad y, sobre todo, la atención integral en salud. A las mujeres que tienen cicatrices en su cuerpo, a las que fueron empaladas. Allí radica la importancia de la construcción de un hospital integral para atender a víctimas de violencia sexual. Y tratar el tema cognitivo de las víctimas debe ser prioridad.
Mientras la JEP abre el caso de violencia sexual, ellos han investigado ese delito de manera transversal, ¿qué balance hace usted de esa labor?
Lo primero que diría es que ellos llevan ya seis años de funcionamiento, la pregunta es ¿por qué se han demorado tanto en abrir el caso número 11? Se anunció con bombos y platillos, pero de ahí no ha pasado. Nosotras necesitamos que eso trascienda ya, no necesitamos que sea de manera transversal porque es que cuando a nosotras nos violaron no nos dijeron que iba a ser una violencia transversal. La violencia sexual fue directa. ¿La JEP va a colaborar con la impunidad? Ya entregamos más de 30 casos documentados a la jurisdicción, no sabemos qué más están esperando.
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Ustedes como lideresas han denunciado muchos otros casos de violencia sexual en el conflicto. ¿Cómo pueden acceder esas mujeres a la justicia?
El Acuerdo de Paz de 2016 lo que hizo fue demostrarnos que hay otros actores armados más violentos que insisten en la violencia sexual contra mujeres indígenas, negras y niñas. Y no me refiero sólo a los ilegales, sino también a la Fuerza Pública. Como defensoras de derechos humanos hemos hecho acciones afirmativas desde la Ruta Pacífica de las Mujeres para capacitar y prevenir, pero son mecanismos de autoprotección que implementamos nosotras, no el Estado. Lo que nos hace falta es capacitarnos articuladamente con las instituciones para impactar a más víctimas directas. El problema es que no tenemos ese apoyo de los gobiernos.
¿Qué casos han documentado recientemente?
Antier me encontré con una mujer en Bogotá que me decían que tenía 16 mujeres víctimas de violencia sexual que querían declarar, pero no podían estando en el territorio. Y yo le decía, ‘pero cómo se las saco de allá, no tengo cómo…’. Entonces, con otras compañeras, pensamos en hacer una ‘vaca’, traernos a una o de a dos, hacer recolectas para pagarles el pasaje, recibiéndolas en nuestra casa y así las vamos moviendo. No hay la consciencia en las entidades para apoyar estas iniciativas. Estamos en el Gobierno del cambio, pero hay un silencio frente a todo lo que está ocurriendo, que a uno lo lleva a pensar, ¿qué está pasando? ¿Será que no vieron las noticias? ¿No recibieron mi mensaje?
Esas denuncias recientes de violencia sexual, ¿en qué departamentos se están concentrando en este momento?
En Chocó, Cauca, Nariño, Bajo Cauca Antioqueño, Montes de María, Cesar. Pero no solo violencia sexual, sino también desaparición forzada, desplazamiento, reclutamiento. Esas son zonas donde retumban las violencias porque son los lugares donde más hay microtráfico, eso también hace que estas violencias se incrementen porque los actores armados no se han acabado, ellos cambian de razón social. Primero eran paramilitares, ahora son Agc. Por ejemplo, en mi caso, el que me violó era de la guerrilla y ahora hace parte del Clan del Golfo. Entonces cada vez que voy a Urabá me toca estarme cuidando.
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¿Cuántos casos han documentado lo que va del año?
Hasta hace dos meses, en articulación con otras compañeras, habíamos documentado masomenos unos 40 casos, pero debe haber muchísimos más. 16 de ellos en el departamento de Bolívar. Tenemos un caso colectivo en Chocó, donde hay víctimas hombres y mujeres, y son unos 20. En Medellín hay cuatro más.
¿Y cómo se protege usted? ¿Qué mecanismos de autoprotección deben adoptar?
En mi caso no puedo andar con mi cabello así, que es llamativo por mis trenzas de colores. Tengo que esconder mi cabello usando un gorro. Pero también debo dejar de usar mis vestidos de colores y vestirme más sobrio. Ayer le decía a una compañera que está en riesgo y yo le dije que tenía que pintarse el cabello de negro porque ella era mona, pero tiene que cambiar el color para pasar más desapercibida en ciertas zonas del país. Y verla llorar por ese desarraigo es muy difícil, pero nosotras a veces tenemos que vernos como no somos, ponernos ropa que no deseamos porque nos han obligado para que no nos maten.
Ustedes terminan desarraigadas culturalmente…
Sí, pero nos toca hacerlo porque nuestra identidad puede llevarnos a volver a ser revictimizadas. Y eso nos lleva a pensar si queremos seguir aquí, si queremos seguir en esta lucha o si queremos simplemente irnos del país y empezar una vida de cero. Pero yo creo que eso puede ser más doloroso, porque en otro lugar no puedo defender ni ser defendida.
¿Y cómo ve el panorama del país con la política de paz total?
No es alentadora. La violencia está completamente azuzada, todo tipo de delitos, pero sobre todo los delitos contra las mujeres vuelven a tener un pico. Yo creo que se vienen cosas más difíciles para el país.
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