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Primero fue la violencia. Vivía en San Pedro de Los Milagros (Antioquia), pero con apenas dos años de vida, en medio de la violencia en la región, asesinaron a su papá. Llegó en 1964 a Bello, el municipio vecino, y fue criada dentro de un matriarcado donde aprendió que el cuidado era la mayor forma de expresar el amor y que la decisión de ningún hombre estaría sobre su deseo. Siempre supo que su voz era fuerte y poderosa, que nadie podía violentarla ni gritarla y que ella podía decir que no. En esa familia de nueve hermanos, Marta Lida Arias fue la quinta, la única morenita, la única lesbiana, la única activista. Creció apasionada por el fútbol y aprendiendo de sus derechos. Actualmente, es una de las adultas mayores activistas más recordada de la población LGBTIQ+ en Medellín.
“Siempre he sido muy inteligente, muy defensora de los derechos”, describe. Apenas a los 16 años, luego de terminar la primaria, se casó y tuvo una hija. Empezó a hacer tamales. “A mí me llaman Marta tamales, mis tamales son muy famosos, llegaron a ir hasta Chocó. Sin saber empecé a hacerlos, también tortas y comidas para fiestas”, cuenta Arias. Hasta que, a mediados de los años 80, comenzó a jugar fútbol de manera profesional. Con la selección Bello de microfútbol conoció Medellín. “No me montaba en tacones, para montarme en zapatos de taches, pero me fui acostumbrando”, dice. Su equipo fue uno de los primeros en ingresar a la Liga Antioqueña de Fútbol, jugadoras que ella entrenó llegaron a competir hasta en la selección colombiana.
Con el fútbol, Marta Arias comenzó su activismo. No solamente era la lideresa de un equipo, sino que se dedicaba a crear iniciativas para conseguir recursos para las jugadoras. “Promovimos el deporte no como un enfrentamiento de enemigos, sino como un entrenamiento deportivo, en el que detrás de bambalinas todos somos jugadoras, todas somos mujeres”, dice la lideresa.
La gente de sus familias y vecinos las calificaron de machorras, las estigmatizaban como mujeres jugadoras. Aunque eso cambió, “tuvimos que enfrentarnos al patriarcado tan arraigado que hay en Colombia”, explica. Eso implicó crear formas de cuidado, no solo en las canchas sino en las calles. Caminaban juntas, al igual que en el juego, esa fue su manera de sostenerse.
La Colectiva 69
De bar en bar, Marta comenzó la parte de su historia que más la ha marcado. Durante 12 años, trabajó los fines de semana y el resto de días se dedicó al chance, un oficio que heredó de su madre a finales de los años 90. El Paisa, Punto de Encuentro, una bolera y otros locales, ubicados en la calle Barbacoas, en el centro de la ciudad y el sector Laureles, fueron sus espacios de llegada durante los inicios de este siglo. Fue tanto el gusto por trabajar en estos espacios que, en 2005, junto a Alexandra Gómez, una profesora de inglés, montaron su propio negocio en la zona rosa de la 70. Se trata del icónico Ruta 69.
Aquel espacio fue un refugio tan necesario para muchas mujeres lesbianas de la ciudad. Era como un hogar donde podían ser ellas mismas, sintiéndose libres en medio de una sociedad que a menudo las invisibilizaba. “Al entrar, dejaban sus zapatos en la entrada, colgaban sus bolsos en la barra y elegían la música que querían escuchar mientras decidían qué comer. A veces, ya en la noche, pedían una aromática o un agua de panela. Era como la casa. Yo mantenía hasta cobijitas, por si se recostaban y si me tocaba las dejaba amaneciendo y les pedía un carro o las llevaba hasta su casa”, describe Arias. En ese lugar, estaba el calor de un hogar, un espacio seguro. Incluso, doce parejas de lesbianas celebraron allí su matrimonio.
En los clubes nocturnos que trabajó y el que fundó, Marta no solo creó espacios de encuentro y diversión, sino que también abrió las puertas a la comunidad LGBTQ+ de Medellín, ofreciéndole a cada persona que llegaba, especialmente a las mujeres lesbianas, un refugio seguro. Con las uñas, dice, sacó adelante el equipo de fútbol, apoyó a mujeres lesbianas y trans. Hacía rifas para la que necesitara, se inventó eventos y de esa forma apoyaba a otras, dándoles “desde un mercadito, hasta atención médica”. En Ruta 69 proyectaban películas sobre el lesbianismo y las luchas LGBTIQ+, se reunían en conversatorios relacionados con sus derechos, aprendieron juntas. Hasta que un día decidieron agruparse como Colectiva 69. “Nos identifica porque es más sugestivo, orgásmico, y se nombra como el bar”, recuerda.
“La Colectiva llegó como anillo al dedo. Fue como: ‘¡Fuepucha, esto era!’. Es todo lo que yo venía haciendo en Barbacoas, en la bolera, en Punto de Encuentro. Llegó como una catarsis de mis luchas, como una forma de enfrentarlas con mujeres, con una sapiencia muy importante para mí”, dice la lideresa. Desde entonces, comenzaron a ir juntas a las marchas del orgullo. Incluso, una vez abrieron la marcha junto con la batucada Estallido Feminista y la Red Feminista Antimilitarista. El contexto del bacanal y de la fiesta, se convirtió en un espacio de protesta que reclama más. Algo más político, según Marta Arias.
Mesas y sillas negras, un cuadro de Frida Kahlo, o el famoso “We can do it!” (¡Nosotras podemos hacerlo!) adornaron Ruta 69. Además, “tenía una ubicación privilegiada, entonces el acceso era seguro. Las lesbianas siempre buscamos que los espacios en que nosotras parchamos sean seguros, porque es lo que las estadísticas muestran. La inseguridad con la que corremos y en general, así no seamos lesbianas, las mujeres corremos mucho riesgo en las ciudades”, así es cómo Marta Arias recuerda que se convirtió en una cuidadora de sus compañeras. Hasta que, en 2020, cuando comenzó la pandemia, tuvo que cerrar. No había dinero para sostener el bar. Se marchitaron las plantas aromáticas, como el pronto alivio y la albahaca, que sembraba afuera.
El centro de la ciudad, un espacio de libertad
“La calle no es la misma”, dice Marta Arias. Lo que en su momento fue una zona de tolerancia y espacio de encuentro de las disidencias sexuales y de género en Medellín, ha cambiado. Se trata del sector de Barbacoas, en pleno centro de Medellín. Caminando con Marta es posible comprender cómo han desaparecido muchos de esos lugares. Aunque el bar no estaba ubicado allí, sí es una muestra para ella de cómo no existe un espacio como ese en la actualidad. Por ello también, el cierre de su bar fue muy duro para ella. “Para mí fue una catástrofe”, dice.
“Es demasiado importante sostener los negocios que ayudan a la inclusión y al respeto y a la diversidad, o sea, es demasiado valioso. Esos negocios se vuelven un patrimonio de la comunidad. Por ejemplo, el bar de Marta es tan recordado y tan querido por lo que fue, por lo que representó por el respeto”, explica Natalia, quien hace casi 20 años, también tiene un bar dedicado al encuentro y el goce de la población LBGTIQ+ en Barbacoas.
Al igual que ella, Ramón Pineda, periodista e investigador de la historia del centro de Medellín, explica que esta zona ha vivido un proceso de gentrificación. Ya no existen tantos espacios para la libertad y el goce sin restricciones de género.
Jhon Restrepo, líder de Casa Diversa, organización de la comuna 8 de Medellín y la primera colectiva en ser declarada sujeta de reparación colectiva como víctima del conflicto armado, lo explica también. El centro de la ciudad era ese espacio donde podían llegar a expresarse sin ser estigmatizados, a usar la ropa que quisieran, a sentarse con su pareja en un bar. El centro fue el lugar que les permitía sentirse seguros a los jóvenes que no encajan en los márgenes de lo hetero normativo, de las expresiones de género tradicionales. Si el barrio no les permitía ser, el centro sí. Y todavía, aunque da la apariencia de que en menor medida. Aquí han estado siempre: lesbianas, maricas, travestis, prostitutas.
Aunque el contexto cambió y las nuevas generaciones continúan luchando por espacios seguros, la nostalgia por esos años de camaradería y colectividad permanece. Hoy, Marta Arias aún mantiene el espíritu de comunidad, apoyando desde su experiencia a nuevas iniciativas y recordando con orgullo todo lo que vivieron y construyeron juntas en Ruta 69, que fue mucho más que un negocio. Por eso, su anhelo más grande es que un bar como el suyo vuelva a existir en la ciudad.
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