La madre de un soldado que estudia derecho para ayudar a otras víctimas
Gladys Acevedo perdió a su hijo en el 2012 a causa de la guerra. Años más tarde, entró a estudiar derecho para trazar un camino que le ayude a buscar justicia. Y, para replicar lo aprendido, ha logrado asesorar a otras mujeres en sus casos.
Santiago Díaz Gamboa
Con una sonrisa de oreja a oreja, doña Gladys Acevedo recibe al equipo periodístico de El Espectador en un restaurante ubicado en la localidad de Chapinero, en el nororiente de Bogotá. De su bolso saca unos tejidos con los nombres y rostros de algunos soldados que murieron durante el conflicto, incluido el de su hijo, Edwin Carranza, quien le fue arrebatado por la guerra en 2012 en Uribe (Meta). Además, en una bolsa aparte, tiene varios muñecos, hechos por ella misma, y que llevan atuendos militares, tejidos con el material de uniformes de soldados. Sobre la mesa pone tres. Luego muestra una muñeca: “es la novia de uno de ellos”, dice entre risas.
Gladys Acevedo es una de las madres víctimas del conflicto armado. Con sus tejidos ha logrado impulsar la fundación Color Y Esperanza Por Nuestros Héroes, que reúne a decenas de mamás de militares y policías que perdieron a sus hijos durante la guerra. A través de sus figuras, resignifican la memoria y la reconciliación, y hacen eco para encontrar algo que, según Gladys, ha estado perdido por mucho tiempo: la verdad y la justicia. Para resolver estas dos incógnitas, ella no sólo ha acudido a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para ser acreditada como víctima, también ha enfrentado a los soldados que se llevaron a su hijo hace más de 20 años.
“Yo quería entender por qué hubo tantas violaciones de derechos humanos por parte del Ejército”. Por esa razón, y a modo de buscar justicia en su caso y en el de otras madres, Gladys decidió estudiar la carrera de derecho e ingresó a la Universidad ECCI, en Bogotá, en el año 2018. Durante sus estudios, se dio cuenta de que lo sucedido con Edwin fue totalmente irregular. “Vivíamos en Zipaquirá. Él estaba jugando con sus amigos y pasó el Ejército y se lo llevó. Todo fue muy rápido porque cuando fuimos a buscarlo ya se lo habían llevado al monte. ¿Cómo se llama eso? Eso no tiene otro nombre que secuestro”, recuerda.
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Gladys cuenta que Edwin salió de las filas del Ejército y volvió a su casa en búsqueda de un trabajo, algo que fue en vano, pues, al no tener experiencia laboral, era imposible conseguir empleo. Durante sus estudios en derecho, años más tarde, identificó esto también como una injusticia, ya que el único camino que pudo tomar su hijo fue volver a las filas para dejarle una pensión. El 16 de febrero de 2012, recibió la noticia de que su hijo había muerto en combate con el Frente 40 de las hoy extintas Farc, una noticia que le sembró dudas debido al auge de los mal llamados falsos positivos. Esa es una verdad que aún sigue buscando.
“Tuvo que pasarme todo esto para darme cuenta lo inhumano que es que las personas poderosas utilicen a nuestros muchachos para la guerra, los convierten en un objeto de la institución”, dice ahora. Aún conserva algunas de las cosas que su hijo tenía cuando estuvo en el Ejército y, como le dijo a este diario, hay algunas que le llaman la atención. “Encontré una camiseta con un estampado que dice: Contraguerrilla. Lo primero que pienso es como si él fuera un antídoto, como las pastillas contra la gripe, contra el cáncer. Ellos eran seres humanos, de carne y hueso, que no tuvieron oportunidades, eso nunca se ha entendido”, sostiene.
El estudio ha sido una herramienta fundamental para Gladys, pues ha logrado identificar en qué momentos sus derechos fueron vulnerados y cómo puede buscar justicia tanto en su caso como en el de sus compañeras de la fundación, así como de otras madres que buscan asesoría legal. Pero para llegar hasta ese punto, ella decidió terminar el bachillerato para luego formarse como abogada. A finales de 2016 culminó sus estudios en el Colegio Miguel Antonio Caro, en Bogotá. “Ahí están todas mis notas, todo en 5″, dice.
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Su curiosidad por aprender más y las dinámicas injustas que tuvo que vivir luego de la muerte de su hijo la llevaron a la universidad. “Yo decido estudiar derecho porque, primero, no sé por qué me quedé con una pensión de $250.000. Segundo, porque no entiendo por qué no recibo un trato digno como mamá, después de lo que pasó con mi hijo. Y, tercero, porque soy constantemente revictimizada, pues me dicen desde la Unidad de Víctimas que mi hijo sabía a lo que iba y que hasta firmó un papel”, señala.
Para ella lo primero fue el estudio, pues decidió sacar sus ahorros destinados a la compra de una casa con el fin de pagar su carrera. En sus primeros días como formante —como decían sus docentes— se dio cuenta de que había “mucha ignorancia sobre el conflicto” porque a sus compañeros no les tocó la guerra como sí la vivió ella, de primera mano. “Ni los profesores, que algunos eran jueces y magistrados, sabían a profundidad lo que se vive en la violencia”, rememora.
Ya en las aulas, Gladys se interesó, sobre todo, en el derecho penal. Aunque fue difícil al comienzo, dice, tuvo una especial fijación por los derechos fundamentales, con el objetivo de aplicar lo aprendido en el caso de su hijo, al momento de solicitar la acreditación como víctima del conflicto ante la JEP y, además, con miras a ayudar a otras madres que están en una situación similar. “Todo esto lo empecé a hilar cuando llegó una profesora de argumentación, quien me dijo que no debía tener temor al hablar”, recuerda ahora.
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“Yo me empodero de mis aprendizajes, y de la mano de algunos maestros, logramos construir los argumentos para exponer ante la JEP y solicitar nuestra acreditación. Con esto también ayudamos a algunas mamás que, desafortunadamente, no tuvieron acceso a la educación”, agrega. Para ella, los aprendizajes en derecho son una dinámica de justicia, no solo por su intención de ayudar a otras madres en sus casos, sino también para sí misma. Un ejemplo de ello es la percepción de los seres humanos, la cual cambió para ella, por ejemplo, con el caso de Luis Alfredo Garavito.
En su concepto, la justicia también es tener una mirada de humanidad, hasta con quien ha cometido los peores crímenes. “Se volvió normal pensar que a ese señor había que matarlo, entonces yo creo que soy anormal, porque él es también un ser humano y esa no es la solución”. Ese es el punto de partida, apunta, para sentarse a conversar con otras mujeres “farianas”, a quienes ha escuchado en diferentes mesas de diálogo, lo que la ha llevado a más mamás, de soldados y guerrilleros, que también han sido víctimas de la violencia.
Su gratitud con los profesores es notoria. Gladys reconoce que, incluso, ha llegado a contradecirlos, porque no siempre se tiene en cuenta la voz de las víctimas en algunos ejercicios académicos. Por ejemplo, recuerda que en un evento sobre justicia restaurativa en la universidad, una charla fue dirigida por una mayor del Ejército, algo que despertó la inconformidad de Gladys. “Pensé: ¿por qué no dejan más bien que hablen las víctimas?”
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“Cuando llegó el momento de hacer preguntas al público, mis compañeros y compañeras de clase me alentaron a hablar; levanté la mano y dije: ‘como sugerencia, para la próxima, deberían hablar las víctimas, no los representantes del Ejército, porque ellos han violado los derechos humanos’”, recuerda, dejando ver su indignación. Se refirió a que, en las clases, los docentes impulsan a los estudiantes a investigar y les recomendó hacer lo mismo a los directivos y docentes antes de organizar los invitados a un panel.
Esto, cuenta, le costó que un funcionario de la universidad le negara un caso de asesoría gratis que iba a dar a una víctima del conflicto, a través del Consultorio Jurídico. Tras dar la queja, Gladys dice que “se hizo justicia” porque recibió el apoyo de los altos directivos de la institución y el funcionario fue despedido. Ella, por su parte, sigue en la institución y está próxima a iniciar el sexto semestre de derecho.
Así, la justicia ha tocado a su puerta, pero no ha logrado pasar. Ha llegado a la JEP y a la Comisión de la Verdad contando su historia y la de decenas de madres que, como ella, han perdido a los suyos. Espera que la justicia transicional realice investigaciones exhaustivas y determine la responsabilidad de las Fuerzas Militares en el conflicto.
Guardando de nuevo sus tejidos, al finalizar esta entrevista, Gladys señala que para ella la justicia también es sanar, por lo que está haciendo una investigación sobre el dolor: “En Colombia se prioriza el odio, la maldad y la venganza, pero hay víctimas que hay que acompañar en su dolor y en su búsqueda de justicia”.
¿Sabe qué es la justicia centrada en las personas? Visite Justicia Inclusiva de El Espectador
Con una sonrisa de oreja a oreja, doña Gladys Acevedo recibe al equipo periodístico de El Espectador en un restaurante ubicado en la localidad de Chapinero, en el nororiente de Bogotá. De su bolso saca unos tejidos con los nombres y rostros de algunos soldados que murieron durante el conflicto, incluido el de su hijo, Edwin Carranza, quien le fue arrebatado por la guerra en 2012 en Uribe (Meta). Además, en una bolsa aparte, tiene varios muñecos, hechos por ella misma, y que llevan atuendos militares, tejidos con el material de uniformes de soldados. Sobre la mesa pone tres. Luego muestra una muñeca: “es la novia de uno de ellos”, dice entre risas.
Gladys Acevedo es una de las madres víctimas del conflicto armado. Con sus tejidos ha logrado impulsar la fundación Color Y Esperanza Por Nuestros Héroes, que reúne a decenas de mamás de militares y policías que perdieron a sus hijos durante la guerra. A través de sus figuras, resignifican la memoria y la reconciliación, y hacen eco para encontrar algo que, según Gladys, ha estado perdido por mucho tiempo: la verdad y la justicia. Para resolver estas dos incógnitas, ella no sólo ha acudido a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para ser acreditada como víctima, también ha enfrentado a los soldados que se llevaron a su hijo hace más de 20 años.
“Yo quería entender por qué hubo tantas violaciones de derechos humanos por parte del Ejército”. Por esa razón, y a modo de buscar justicia en su caso y en el de otras madres, Gladys decidió estudiar la carrera de derecho e ingresó a la Universidad ECCI, en Bogotá, en el año 2018. Durante sus estudios, se dio cuenta de que lo sucedido con Edwin fue totalmente irregular. “Vivíamos en Zipaquirá. Él estaba jugando con sus amigos y pasó el Ejército y se lo llevó. Todo fue muy rápido porque cuando fuimos a buscarlo ya se lo habían llevado al monte. ¿Cómo se llama eso? Eso no tiene otro nombre que secuestro”, recuerda.
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Gladys cuenta que Edwin salió de las filas del Ejército y volvió a su casa en búsqueda de un trabajo, algo que fue en vano, pues, al no tener experiencia laboral, era imposible conseguir empleo. Durante sus estudios en derecho, años más tarde, identificó esto también como una injusticia, ya que el único camino que pudo tomar su hijo fue volver a las filas para dejarle una pensión. El 16 de febrero de 2012, recibió la noticia de que su hijo había muerto en combate con el Frente 40 de las hoy extintas Farc, una noticia que le sembró dudas debido al auge de los mal llamados falsos positivos. Esa es una verdad que aún sigue buscando.
“Tuvo que pasarme todo esto para darme cuenta lo inhumano que es que las personas poderosas utilicen a nuestros muchachos para la guerra, los convierten en un objeto de la institución”, dice ahora. Aún conserva algunas de las cosas que su hijo tenía cuando estuvo en el Ejército y, como le dijo a este diario, hay algunas que le llaman la atención. “Encontré una camiseta con un estampado que dice: Contraguerrilla. Lo primero que pienso es como si él fuera un antídoto, como las pastillas contra la gripe, contra el cáncer. Ellos eran seres humanos, de carne y hueso, que no tuvieron oportunidades, eso nunca se ha entendido”, sostiene.
El estudio ha sido una herramienta fundamental para Gladys, pues ha logrado identificar en qué momentos sus derechos fueron vulnerados y cómo puede buscar justicia tanto en su caso como en el de sus compañeras de la fundación, así como de otras madres que buscan asesoría legal. Pero para llegar hasta ese punto, ella decidió terminar el bachillerato para luego formarse como abogada. A finales de 2016 culminó sus estudios en el Colegio Miguel Antonio Caro, en Bogotá. “Ahí están todas mis notas, todo en 5″, dice.
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Su curiosidad por aprender más y las dinámicas injustas que tuvo que vivir luego de la muerte de su hijo la llevaron a la universidad. “Yo decido estudiar derecho porque, primero, no sé por qué me quedé con una pensión de $250.000. Segundo, porque no entiendo por qué no recibo un trato digno como mamá, después de lo que pasó con mi hijo. Y, tercero, porque soy constantemente revictimizada, pues me dicen desde la Unidad de Víctimas que mi hijo sabía a lo que iba y que hasta firmó un papel”, señala.
Para ella lo primero fue el estudio, pues decidió sacar sus ahorros destinados a la compra de una casa con el fin de pagar su carrera. En sus primeros días como formante —como decían sus docentes— se dio cuenta de que había “mucha ignorancia sobre el conflicto” porque a sus compañeros no les tocó la guerra como sí la vivió ella, de primera mano. “Ni los profesores, que algunos eran jueces y magistrados, sabían a profundidad lo que se vive en la violencia”, rememora.
Ya en las aulas, Gladys se interesó, sobre todo, en el derecho penal. Aunque fue difícil al comienzo, dice, tuvo una especial fijación por los derechos fundamentales, con el objetivo de aplicar lo aprendido en el caso de su hijo, al momento de solicitar la acreditación como víctima del conflicto ante la JEP y, además, con miras a ayudar a otras madres que están en una situación similar. “Todo esto lo empecé a hilar cuando llegó una profesora de argumentación, quien me dijo que no debía tener temor al hablar”, recuerda ahora.
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“Yo me empodero de mis aprendizajes, y de la mano de algunos maestros, logramos construir los argumentos para exponer ante la JEP y solicitar nuestra acreditación. Con esto también ayudamos a algunas mamás que, desafortunadamente, no tuvieron acceso a la educación”, agrega. Para ella, los aprendizajes en derecho son una dinámica de justicia, no solo por su intención de ayudar a otras madres en sus casos, sino también para sí misma. Un ejemplo de ello es la percepción de los seres humanos, la cual cambió para ella, por ejemplo, con el caso de Luis Alfredo Garavito.
En su concepto, la justicia también es tener una mirada de humanidad, hasta con quien ha cometido los peores crímenes. “Se volvió normal pensar que a ese señor había que matarlo, entonces yo creo que soy anormal, porque él es también un ser humano y esa no es la solución”. Ese es el punto de partida, apunta, para sentarse a conversar con otras mujeres “farianas”, a quienes ha escuchado en diferentes mesas de diálogo, lo que la ha llevado a más mamás, de soldados y guerrilleros, que también han sido víctimas de la violencia.
Su gratitud con los profesores es notoria. Gladys reconoce que, incluso, ha llegado a contradecirlos, porque no siempre se tiene en cuenta la voz de las víctimas en algunos ejercicios académicos. Por ejemplo, recuerda que en un evento sobre justicia restaurativa en la universidad, una charla fue dirigida por una mayor del Ejército, algo que despertó la inconformidad de Gladys. “Pensé: ¿por qué no dejan más bien que hablen las víctimas?”
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“Cuando llegó el momento de hacer preguntas al público, mis compañeros y compañeras de clase me alentaron a hablar; levanté la mano y dije: ‘como sugerencia, para la próxima, deberían hablar las víctimas, no los representantes del Ejército, porque ellos han violado los derechos humanos’”, recuerda, dejando ver su indignación. Se refirió a que, en las clases, los docentes impulsan a los estudiantes a investigar y les recomendó hacer lo mismo a los directivos y docentes antes de organizar los invitados a un panel.
Esto, cuenta, le costó que un funcionario de la universidad le negara un caso de asesoría gratis que iba a dar a una víctima del conflicto, a través del Consultorio Jurídico. Tras dar la queja, Gladys dice que “se hizo justicia” porque recibió el apoyo de los altos directivos de la institución y el funcionario fue despedido. Ella, por su parte, sigue en la institución y está próxima a iniciar el sexto semestre de derecho.
Así, la justicia ha tocado a su puerta, pero no ha logrado pasar. Ha llegado a la JEP y a la Comisión de la Verdad contando su historia y la de decenas de madres que, como ella, han perdido a los suyos. Espera que la justicia transicional realice investigaciones exhaustivas y determine la responsabilidad de las Fuerzas Militares en el conflicto.
Guardando de nuevo sus tejidos, al finalizar esta entrevista, Gladys señala que para ella la justicia también es sanar, por lo que está haciendo una investigación sobre el dolor: “En Colombia se prioriza el odio, la maldad y la venganza, pero hay víctimas que hay que acompañar en su dolor y en su búsqueda de justicia”.
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