Margie Duque, la sobreviviente de explotación sexual que sueña crear una fundación
“La libertad es yo poder decir que voy a salir adelante”, dice Margie Duque mientras recuerda las cicatrices de la prostitución dejó en su cuerpo. Ahora, trabaja con la Fundación Empodérame y sueña con su propio proyecto para ayudar a otras mujeres a tener condiciones de vida más dignas.
Valentina Arango Correa
A los 12 años fue víctima de abuso sexual. A esa misma edad, le ofrecieron drogas y hasta irse para Medellín. Pero fue a los 15 que llegó de lleno a la prostitución, y esa misma cantidad de años estuvo en una vida que recuerda como un infierno. Conoció hoteles en el centro de la ciudad, en la Veracruz, en la calle Colombia. Y también fue de las primeras en llegar al Parque Lleras, cuando la explotación sexual todavía era paisaje en la capital antioqueña y no el problema desbordado que se contempla en la actualidad.
Margie Duque, una mujer negra con acento paisa, creció en el barrio Alameda, cerca al centro de Quibdó (Chocó). Nació en 1989, cuando su madre era apenas una adolescente, entonces los abuelos fueron sus cuidadores desde la crianza. “Crecí con ese vacío afectivo de no tener madre y padre, pero tuve una buena educación y buenos principios, nunca me faltó nada en mi casa”, cuenta con un poco de nostalgia. Era feliz en aquel entonces. “Quería ser modelo, actriz. De niña, utilizaba los maquillajes de mis tías y modelaba en mi casa”, dice.
Pero llegó la adolescencia y con ella el abuso sexual, el dolor y las ganas de huir de casa. Todo pasó porque al cumplir sus 12 años, su madre regresó y comenzó a vivir con ella y su padrastro. Pero comenzó el acoso y las agresiones sexuales por parte de ese hombre. Nadie le creyó. “Mi vida dio un giro, tuve compañeras de estudio que ya consumían drogas. Me hice amiga de ellas. Ahí conocí a pandilleros y a personas del bajo mundo”, recuerda.
Los únicos que le creyeron fueron esos amigos que andaban entre drogas y pandillas en la capital del Chocó; y ante el silencio de su testimonio en casa, ellos eran su lugar más seguro en ese entonces. Junto con cuatro amigas llegaron solas a vivir a un hotel del centro de Medellín. No tenían casi dinero, y en menos de una semana comenzaron a rebuscarse la plata. Siendo apenas unas niñas, la única forma de progreso que les ofreció la ciudad fue prostituirse ante la alta demanda sexual, que estaba en auge, en la capital antioqueña.
Apenas iniciaba la primera década de los 2000. Las “peladitas” pasaron unos meses con el tiempo dedicado a vender su cuerpo. Los hombres, cuenta Margie, se aprovechaban de sus necesidades para saciar los fetiches que la sociedad ha creado, para decirles que su valor estaba en la venta de sus cuerpos y que las niñas son objetos de consumo. “Es triste ver cómo un ser humano se aprovecha y explota a otro de esa manera”, declara. Nunca le pidieron cédula en los hoteles donde ingresaba, cuando evidentemente era una menor de edad. La ciudad, recuerda, está diseñada para que el problema de la explotación pase de largo.
***
Una de las evidencias de la problemática de la explotación sexual en Medellín surgió a partir del indignante caso que causó hasta un plantón el pasado 9 de abril en el exclusivo sector de Provenza, donde pocos han presenciado una movilización social, ya que normalmente se realizan en sectores más centrales. El detonante que, por más de 10 años, se ha perpetuado en los alrededores de esa zona del barrio El Poblado, fue el caso del estadounidense Timothy Alan Livigston, quien fue detenido por las autoridades entrando al hotel Gotham con dos menores de edad.
Entre 2020 y 2023, según cifras de la Fiscalía, en Medellín se cometieron 885 delitos de explotación sexual contra niños, niñas y adolescentes. “Nunca se te ha interpelado ni se le ha dicho al extranjero, no compre sexo”, le dijo recientemente a este diario Sara Jaramillo, abogada e integrante de la Red Abolicionista de Medellín. La activista ha insistido en el tratamiento lamentable que considera que existe en la ciudad frente a los casos de trata de personas con fines de explotación, especialmente porque no hay una interpelación directa al extranjero, que hace parte de la demanda para comprar sexo.
El problema de fondo para la experta se da porque en Medellín existen dos escenarios perfectos para que la explotación sexual sea “un negocio próspero y rentable” para los proxenetas y sus cómplices: “por un lado, tener una sociedad completamente negligente con las políticas que le permiten ejercer la explotación a los puteros; y, por otro lado, que se da un nivel de impunidad increíblemente alto. Esas condiciones son realmente la raíz del problema, pero las autoridades siguen ignorando completamente”, expone.
De esta manera, Medellín no solo reúne todas esas condiciones para que cualquiera que llegue, y más si es en moneda extranjera, compre sexo, sino que no ha atendido realmente a mujeres como Margie. En casos como este y el de Margie, nunca hubo la posibilidad de que alguien le ofreciera ayuda, ni otras oportunidades diferentes a la prostitución por parte del Estado o fundaciones. “Esta población está totalmente olvidada”, reclama. El pasado 23 de abril, por ejemplo, fue capturado en Miami un ciudadano ecuatoriano estadounidense que abusaba sexualmente de menores en la capital de Antioquia y que viajó a Colombia 45 veces durante 2023, sin que llamara —en ningún momento— la atención de las autoridades.
La única ayuda que recibió Margie cuando era menor de edad fue que, a sus 13 años, una tía vino desde Quibdó y la internó en un centro de rehabilitación en Bogotá. Tras año y medio de dejar las drogas y sobrevivir a la explotación, volvió a su ciudad natal en época de vacaciones de diciembre. Pero se encontró con esos mismos amigos en los que veía respaldo y confianza. Sin dudarlo mucho, a sus 14 años, decidió volver a Medellín. “Ahí ya me interno totalmente en el centro de Medellín y conocí la trágica vida de la prostitución”, recuerda. En bares, calles y viajando, hizo lo que en su momento consideraba un trabajo.
Es tanto que, cuando apenas se enteraron de que los extranjeros que visitaban la ciudad solían reunirse en el Parque Lleras, en el barrio El Poblado, fue de las primeras cuatro mujeres que llegó allí. El mismo lugar donde, hace exactamente un mes, fue sellado un hotel por encontrar a dos menores víctimas de presunto abuso sexual con un extranjero; y el mismo barrio donde el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, anunció la suspensión por seis meses de la oferta de prostitución y limitó los horarios de los locales comerciales discotecas en esa zona por alertas de trata de personas.
***
“Nosotras también nos enamoramos, pero terminamos siendo explotadas por esos mismos hombres”, dice Margie, con voz pausada y tranquila. A sus 21 años fue madre la primera de tres veces. A los 25, tuvo su segundo hijo. Esos dos pequeños fueron el impulso para salir de la prostitución y convivir con una pareja, pero eran pocos los ingresos en casa. En esa época aprovechó y terminó su bachillerato y, gracias a una tía que le pagó la matrícula, comenzó a estudiar psicología en el Tecnológico de Antioquia. Aunque ahí surgió otro problema: mantenerse en la Universidad y aportar en casa se le hacía imposible con el mero ingreso del trabajo de su compañero. Para conseguir recursos, regresó al contexto de la prostitución. Tenía que sacar fotocopias, comer y transportarse.
En medio de la prostitución, también fue víctima de otros abusos sexuales. “Desde ese momento mis sueños quedaron atrás”, revela. Su día a día se convirtió en pensar en conseguir dinero para llevar una vida social activa, poder comprar ropa y salir de fiesta. “Cuando uno entra a la prostitución siendo niña, por problemas con los padres, por abusos y por muchas cosas más; se tienen muchas posibilidades de salir, pero la misma situación o el mismo contexto no nos permite tomar esa iniciativa. Pero después se convierte en el infierno”, relata.
Con un infierno, Margie se refiere, no solamente a que estuvo en la prostitución durante sus embarazos, sino que también sobrevivió a intentos de feminicidio. Encerrada en habitaciones, la agredieron, hasta que fue insoportable verse en ese contexto. A más de cinco de sus amigas las mataron los hombres que entraron con ellas solas en una habitación; se enteraban porque ellos salían, pero ellas no. Dejaron solas sus hijas y familias, porque por más que haya sectores que consideren la prostitución un trabajo, no hay seguros ni pensiones que, actualmente, protejan económicamente a quienes fueron víctimas de un asesinato. Tras 15 años de estar en esa situación, pensó: “si sigo aquí me van a matar”.
Hasta que hace tres años, en su tercer embarazo, contando con la compañía de un hombre que la apoya en el camino de sanar la violencia; decidió irse hasta Bogotá. Su refugio fue una iglesia cristiana. Allí, supo que podía hacer nuevos oficios como la peluquería y también, tomar rumbo con una idea que ya le había picado en su interior, la de ayudar a otras mujeres en situaciones similares. El interés se fue puliendo con búsquedas y lecturas en internet relacionadas con la explotación sexual y la defensa de derechos humanos. Descubrió entonces a la Fundación Empodérame y contactó a su lideresa, Claudia Yurley Quintero, una activista que acompaña a víctimas y mujeres en riesgo de trata de personas y explotación sexual, y quien le ha dedicado el tiempo para enseñarle a Margie todo lo que sabe del abolicionismo de la prostitución y la solidaridad.
Desde entonces, Margie está dedicada a aprender. Su compromiso actual es crear una fundación llamada Renovando Vidas, con la de Quintero como referente, y darle a las mujeres el ejemplo de fortaleza para avanzar. “No es fácil”, dice, pero está segura de que si ella pudo, cualquiera de esas decenas de mujeres que conoce de las calles de Medellín, pueden salir también de la prostitución. Hoy llega hasta el Parque Lleras, o a la Veracruz, la mayoría la conocen, pero la ven como referente, siendo una sobreviviente de Empodérame.
“La mayoría de las mujeres que están allí tienen muchas habilidades. Muchas me dicen que lo que realmente necesitan es ayuda con un emprendimiento para poder cuidar a sus hijos desde casa. Me gustaría poder ayudar a esas mujeres, como activando el turismo, de tal manera que puedan ejercer también su trabajo con actividades como aprender a coser, aprender a hacer cositas. Así podrían volver a esos sitios donde vivieron sus momentos tan difíciles y amargos, de una manera diferente. No quiero pasar por el centro y ver a 10 o 15 mujeres ahí paradas, esperando a que llegue un hombre que las abuse, las maltrate y las viole. Quiero verlas en otra posición”. Estos son los anhelos de Margie.
En sus metas más grandes también está impactar a mujeres a través del cristianismo, pero no como una creencia arraigada, sino como una conversación que les permita fortalecer su espíritu y saber de su dignidad y su valor como mujeres al poder salir de la prostitución. Hace un año la persona que la apoyaba para cursar Psicología en la universidad no le pudo seguir pagando la matrícula y por eso, prefirió enfocarse en apoyar a sus hijos, aunque desea terminar su carrera y busca el apoyo para hacerlo. Al mismo tiempo, trabaja para que la Alcaldía de Medellín cumpla con sus recientes propuestas relacionadas con mejorar la calidad de vida de estas mujeres, con oportunidades de estudio, de manutención, de trabajo.
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“En ese momento la libertad para mí era el poder salir a rumbas, vestirme como se vestían jóvenes de mi edad. Pero, para mí, la libertad, en estos momentos de mi vida, es lo que estoy experimentando. La explotación sexual es una esclavitud, la de las drogas, el maltrato. Ahora me siento libre, he logrado cosas buenas para mí y ser un ejemplo para otras compañeras que ya puedan salir de esos contextos”, reflexiona Margie.
¿Sabe qué es la justicia centrada en las personas? Visite Justicia Inclusiva de El Espectador.
A los 12 años fue víctima de abuso sexual. A esa misma edad, le ofrecieron drogas y hasta irse para Medellín. Pero fue a los 15 que llegó de lleno a la prostitución, y esa misma cantidad de años estuvo en una vida que recuerda como un infierno. Conoció hoteles en el centro de la ciudad, en la Veracruz, en la calle Colombia. Y también fue de las primeras en llegar al Parque Lleras, cuando la explotación sexual todavía era paisaje en la capital antioqueña y no el problema desbordado que se contempla en la actualidad.
Margie Duque, una mujer negra con acento paisa, creció en el barrio Alameda, cerca al centro de Quibdó (Chocó). Nació en 1989, cuando su madre era apenas una adolescente, entonces los abuelos fueron sus cuidadores desde la crianza. “Crecí con ese vacío afectivo de no tener madre y padre, pero tuve una buena educación y buenos principios, nunca me faltó nada en mi casa”, cuenta con un poco de nostalgia. Era feliz en aquel entonces. “Quería ser modelo, actriz. De niña, utilizaba los maquillajes de mis tías y modelaba en mi casa”, dice.
Pero llegó la adolescencia y con ella el abuso sexual, el dolor y las ganas de huir de casa. Todo pasó porque al cumplir sus 12 años, su madre regresó y comenzó a vivir con ella y su padrastro. Pero comenzó el acoso y las agresiones sexuales por parte de ese hombre. Nadie le creyó. “Mi vida dio un giro, tuve compañeras de estudio que ya consumían drogas. Me hice amiga de ellas. Ahí conocí a pandilleros y a personas del bajo mundo”, recuerda.
Los únicos que le creyeron fueron esos amigos que andaban entre drogas y pandillas en la capital del Chocó; y ante el silencio de su testimonio en casa, ellos eran su lugar más seguro en ese entonces. Junto con cuatro amigas llegaron solas a vivir a un hotel del centro de Medellín. No tenían casi dinero, y en menos de una semana comenzaron a rebuscarse la plata. Siendo apenas unas niñas, la única forma de progreso que les ofreció la ciudad fue prostituirse ante la alta demanda sexual, que estaba en auge, en la capital antioqueña.
Apenas iniciaba la primera década de los 2000. Las “peladitas” pasaron unos meses con el tiempo dedicado a vender su cuerpo. Los hombres, cuenta Margie, se aprovechaban de sus necesidades para saciar los fetiches que la sociedad ha creado, para decirles que su valor estaba en la venta de sus cuerpos y que las niñas son objetos de consumo. “Es triste ver cómo un ser humano se aprovecha y explota a otro de esa manera”, declara. Nunca le pidieron cédula en los hoteles donde ingresaba, cuando evidentemente era una menor de edad. La ciudad, recuerda, está diseñada para que el problema de la explotación pase de largo.
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Una de las evidencias de la problemática de la explotación sexual en Medellín surgió a partir del indignante caso que causó hasta un plantón el pasado 9 de abril en el exclusivo sector de Provenza, donde pocos han presenciado una movilización social, ya que normalmente se realizan en sectores más centrales. El detonante que, por más de 10 años, se ha perpetuado en los alrededores de esa zona del barrio El Poblado, fue el caso del estadounidense Timothy Alan Livigston, quien fue detenido por las autoridades entrando al hotel Gotham con dos menores de edad.
Entre 2020 y 2023, según cifras de la Fiscalía, en Medellín se cometieron 885 delitos de explotación sexual contra niños, niñas y adolescentes. “Nunca se te ha interpelado ni se le ha dicho al extranjero, no compre sexo”, le dijo recientemente a este diario Sara Jaramillo, abogada e integrante de la Red Abolicionista de Medellín. La activista ha insistido en el tratamiento lamentable que considera que existe en la ciudad frente a los casos de trata de personas con fines de explotación, especialmente porque no hay una interpelación directa al extranjero, que hace parte de la demanda para comprar sexo.
El problema de fondo para la experta se da porque en Medellín existen dos escenarios perfectos para que la explotación sexual sea “un negocio próspero y rentable” para los proxenetas y sus cómplices: “por un lado, tener una sociedad completamente negligente con las políticas que le permiten ejercer la explotación a los puteros; y, por otro lado, que se da un nivel de impunidad increíblemente alto. Esas condiciones son realmente la raíz del problema, pero las autoridades siguen ignorando completamente”, expone.
De esta manera, Medellín no solo reúne todas esas condiciones para que cualquiera que llegue, y más si es en moneda extranjera, compre sexo, sino que no ha atendido realmente a mujeres como Margie. En casos como este y el de Margie, nunca hubo la posibilidad de que alguien le ofreciera ayuda, ni otras oportunidades diferentes a la prostitución por parte del Estado o fundaciones. “Esta población está totalmente olvidada”, reclama. El pasado 23 de abril, por ejemplo, fue capturado en Miami un ciudadano ecuatoriano estadounidense que abusaba sexualmente de menores en la capital de Antioquia y que viajó a Colombia 45 veces durante 2023, sin que llamara —en ningún momento— la atención de las autoridades.
La única ayuda que recibió Margie cuando era menor de edad fue que, a sus 13 años, una tía vino desde Quibdó y la internó en un centro de rehabilitación en Bogotá. Tras año y medio de dejar las drogas y sobrevivir a la explotación, volvió a su ciudad natal en época de vacaciones de diciembre. Pero se encontró con esos mismos amigos en los que veía respaldo y confianza. Sin dudarlo mucho, a sus 14 años, decidió volver a Medellín. “Ahí ya me interno totalmente en el centro de Medellín y conocí la trágica vida de la prostitución”, recuerda. En bares, calles y viajando, hizo lo que en su momento consideraba un trabajo.
Es tanto que, cuando apenas se enteraron de que los extranjeros que visitaban la ciudad solían reunirse en el Parque Lleras, en el barrio El Poblado, fue de las primeras cuatro mujeres que llegó allí. El mismo lugar donde, hace exactamente un mes, fue sellado un hotel por encontrar a dos menores víctimas de presunto abuso sexual con un extranjero; y el mismo barrio donde el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, anunció la suspensión por seis meses de la oferta de prostitución y limitó los horarios de los locales comerciales discotecas en esa zona por alertas de trata de personas.
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“Nosotras también nos enamoramos, pero terminamos siendo explotadas por esos mismos hombres”, dice Margie, con voz pausada y tranquila. A sus 21 años fue madre la primera de tres veces. A los 25, tuvo su segundo hijo. Esos dos pequeños fueron el impulso para salir de la prostitución y convivir con una pareja, pero eran pocos los ingresos en casa. En esa época aprovechó y terminó su bachillerato y, gracias a una tía que le pagó la matrícula, comenzó a estudiar psicología en el Tecnológico de Antioquia. Aunque ahí surgió otro problema: mantenerse en la Universidad y aportar en casa se le hacía imposible con el mero ingreso del trabajo de su compañero. Para conseguir recursos, regresó al contexto de la prostitución. Tenía que sacar fotocopias, comer y transportarse.
En medio de la prostitución, también fue víctima de otros abusos sexuales. “Desde ese momento mis sueños quedaron atrás”, revela. Su día a día se convirtió en pensar en conseguir dinero para llevar una vida social activa, poder comprar ropa y salir de fiesta. “Cuando uno entra a la prostitución siendo niña, por problemas con los padres, por abusos y por muchas cosas más; se tienen muchas posibilidades de salir, pero la misma situación o el mismo contexto no nos permite tomar esa iniciativa. Pero después se convierte en el infierno”, relata.
Con un infierno, Margie se refiere, no solamente a que estuvo en la prostitución durante sus embarazos, sino que también sobrevivió a intentos de feminicidio. Encerrada en habitaciones, la agredieron, hasta que fue insoportable verse en ese contexto. A más de cinco de sus amigas las mataron los hombres que entraron con ellas solas en una habitación; se enteraban porque ellos salían, pero ellas no. Dejaron solas sus hijas y familias, porque por más que haya sectores que consideren la prostitución un trabajo, no hay seguros ni pensiones que, actualmente, protejan económicamente a quienes fueron víctimas de un asesinato. Tras 15 años de estar en esa situación, pensó: “si sigo aquí me van a matar”.
Hasta que hace tres años, en su tercer embarazo, contando con la compañía de un hombre que la apoya en el camino de sanar la violencia; decidió irse hasta Bogotá. Su refugio fue una iglesia cristiana. Allí, supo que podía hacer nuevos oficios como la peluquería y también, tomar rumbo con una idea que ya le había picado en su interior, la de ayudar a otras mujeres en situaciones similares. El interés se fue puliendo con búsquedas y lecturas en internet relacionadas con la explotación sexual y la defensa de derechos humanos. Descubrió entonces a la Fundación Empodérame y contactó a su lideresa, Claudia Yurley Quintero, una activista que acompaña a víctimas y mujeres en riesgo de trata de personas y explotación sexual, y quien le ha dedicado el tiempo para enseñarle a Margie todo lo que sabe del abolicionismo de la prostitución y la solidaridad.
Desde entonces, Margie está dedicada a aprender. Su compromiso actual es crear una fundación llamada Renovando Vidas, con la de Quintero como referente, y darle a las mujeres el ejemplo de fortaleza para avanzar. “No es fácil”, dice, pero está segura de que si ella pudo, cualquiera de esas decenas de mujeres que conoce de las calles de Medellín, pueden salir también de la prostitución. Hoy llega hasta el Parque Lleras, o a la Veracruz, la mayoría la conocen, pero la ven como referente, siendo una sobreviviente de Empodérame.
“La mayoría de las mujeres que están allí tienen muchas habilidades. Muchas me dicen que lo que realmente necesitan es ayuda con un emprendimiento para poder cuidar a sus hijos desde casa. Me gustaría poder ayudar a esas mujeres, como activando el turismo, de tal manera que puedan ejercer también su trabajo con actividades como aprender a coser, aprender a hacer cositas. Así podrían volver a esos sitios donde vivieron sus momentos tan difíciles y amargos, de una manera diferente. No quiero pasar por el centro y ver a 10 o 15 mujeres ahí paradas, esperando a que llegue un hombre que las abuse, las maltrate y las viole. Quiero verlas en otra posición”. Estos son los anhelos de Margie.
En sus metas más grandes también está impactar a mujeres a través del cristianismo, pero no como una creencia arraigada, sino como una conversación que les permita fortalecer su espíritu y saber de su dignidad y su valor como mujeres al poder salir de la prostitución. Hace un año la persona que la apoyaba para cursar Psicología en la universidad no le pudo seguir pagando la matrícula y por eso, prefirió enfocarse en apoyar a sus hijos, aunque desea terminar su carrera y busca el apoyo para hacerlo. Al mismo tiempo, trabaja para que la Alcaldía de Medellín cumpla con sus recientes propuestas relacionadas con mejorar la calidad de vida de estas mujeres, con oportunidades de estudio, de manutención, de trabajo.
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“En ese momento la libertad para mí era el poder salir a rumbas, vestirme como se vestían jóvenes de mi edad. Pero, para mí, la libertad, en estos momentos de mi vida, es lo que estoy experimentando. La explotación sexual es una esclavitud, la de las drogas, el maltrato. Ahora me siento libre, he logrado cosas buenas para mí y ser un ejemplo para otras compañeras que ya puedan salir de esos contextos”, reflexiona Margie.
¿Sabe qué es la justicia centrada en las personas? Visite Justicia Inclusiva de El Espectador.