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Caminar, escuchar y conciliar. Son tres acciones, en apariencia sencillas, las que Osvaldo Rafael Valdés ha aplicado para que los Montes de María sean una subregión de paz. En una Colombia sacudida por los conflictos y agitada por las formas violentas en que se resuelven, ha pasado los últimos 13 años de su vida dedicado a solucionar discrepancias con un apretón de manos y un arreglo pacífico.
Sin necesidad de jueces, abogados o trámites judiciales, ha resuelto más de 40 conflictos en los Montes de María con solo escucharlos, ser imparcial y, como él asegura, “teniendo el carisma y la empatía para entender que cada conflicto es entre seres humanos y se debe actuar para no perjudicar a nadie”.
Nacido y criado en San Isidro Labrador, Bolívar, Osvaldo creció escuchando el eco de las balas y las amenazas que colonizaban la región. Guerrilla, paramilitares y Ejército recorrieron la zona durante una década en la búsqueda de controlar los territorios en medio de un conflicto constante, a base de miedo, desplazamientos, asesinatos y masacres. Y, 20 años más tarde, a causa de esa niñez sacudida por la guerra, Osvaldo entendió que el diálogo era el camino más eficaz, y a la vez menos espinoso, para resolver disputas.
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“Sufrí el conflicto en carne propia. Perdí amigos y familiares. A mí me retuvieron los paramilitares durante todo un día. Eso me permitió tener empatía con las otras personas y comunidades donde ahora trabajo”, le contó Osvaldo a El Espectador. Sus recuerdos de una niñez y una adolescencia rodeada por el conflicto, junto con las enseñanzas de su padre de “siempre cultivar el amor y dar lo mejor de si mismo”, fueron los cimientos para que en la actualidad sea un líder comunitario que se preocupa por los derechos de las mujeres, campesinos, la población montemariana y por la reconstrucción del tejido social.
“Todos fuimos víctimas acá. Los grupos armados dañaron un tejido social; digamos que lo quebraron. Quedan esas huellas de violencia del conflicto y al fin y al cabo eso es lo que hicimos recobrar”, asegura Valdés.
De acuerdo con investigaciones de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ), los Montes de María fueron el epicentro de una extensa violencia por su riqueza hídrica y sus extensiones de tierra fértil. Allí, explica la CCJ, se consolidaron los hermanos Castaño y los paramilitares bajo su mando, grupos insurgentes y “un Estado altamente represivo”. El desplazamiento convirtió a los Montes de María en la segunda subregión con mayores índices de destierro, solamente después del Urabá, acompañado de casi medio centenar de masacres, como la de El Salado, Canutal o San Juan Nepomuceno.
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Los grupos armados se sumaron a otro problema que como conciliador Osvaldo ha tenido que enfrentar: la desconfianza en la institucionalidad y en la justicia. “En las zonas rurales se mira que la justicia son señores que visten de verde: llámese Policía, Ejército o Infantería. Se tiene muy poco en cuenta que civiles puedan impartir justicia. Las personas no creen en la institucionalidad, pero puede que sí en las personas que la imparten”.
El problema de confianza en la justicia, asegura el líder, puede solucionarse a través de la conciliación en equidad: se solucionan conflictos rápido, de forma transparente, con un sustento jurídico y donde siempre prevalece el sentido de amistad, familiaridad y vecindad entre las partes.
“Este proceso evita que cualquier conflicto llegue a instancias mayores, porque la conciliación tiene en cuenta la parte humana, la comunitaria y la amistad, mientras que la institucionalidad hace la ley sin tener en cuenta qué o a quién se perjudique. Esto genera confianza para que la gente nos busque y pregunte cómo solucionar algún caso”, cuenta Osvaldo.
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El diálogo, la solución
Osvaldo se define como un líder comunitario con varias causas en su vida: la primera, servir a su comunidad. La segunda, ver que sus hijos cumplan su sueño de graduarse. Y la tercera, entender quién es: “Soy conciliador en equidad, técnico social y campesino por naturaleza (...) desde niño fui una persona muy equilibrada, que sirve a las personas y le busca solución a las cosas. Antes, personas amigas se distanciaron por algún conflicto, y ahora, a través de la conciliación, se puede evitar que el tejido social se rompa por esa razón”.
En 2011, gracias al acompañamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y el Ministerio de Justicia, Osvaldo se certificó como conciliador en equidad: una figura que existe hace 30 años para resolver conflictos pequeños entre particulares sin necesidad de jueces o abogados. Junto con él hubo otros 21 graduados.
Pero conciliar, describe Osvaldo, es una tarea en apariencia sencilla, pero difícil de ejecutar. Su trabajo no es remunerado económicamente y en muchas ocasiones, desplazarse de un municipio a otro en esa región que él llama “la alta montaña”, es difícil. Por esa razón, junto con el paso de los años, él es el único conciliador que queda de la promoción que Minjusticia certificó en 2011.
“Las soluciones acá dentro de las comunidades se hacen con una ventaja: que la comunidad te conozca. La mayoría de temas que ha tocado conciliar son de linderos, de vecinos, de ganado que se meten a los lotes, pero hay uno que otro donde una comunidad entera tenía un problema con el propietario de alguna propiedad, esos casos son difíciles”, cuenta el líder.
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El Consejo Superior de la Judicatura, que se encarga del buen funcionamiento de la rama judicial, explicó en 2023 que administrar justicia se ha convertido en un reto: mientras que la demanda ha crecido en un 145,5% en los últimos 25 años, la oferta de jueces, fiscales e investigadores tan solo ha tenido un aumento de 41,5%. Esto, añadido a que en cada despacho, donde en algunas ocasiones solo hay dos o tres funcionarios, hay un promedio de 345 casos pendientes, es otro de los retos que Osvaldo ha tenido que enfrentar.
“Muchas veces la presencia de un juez, un inspector, un policía atemoriza a la población y complica los procesos. La conciliación ha logrado que la justicia se afiance como un ente, las personas entienden que no es necesario acudir a la jurisdicción ordinaria para que sus conflictos se solucionen”, asegura Osvaldo.
A pesar de no recibir un sueldo, Osvaldo agradece a Dios cada mañana por permitirle cumplir esa meta que desde hace 20 años se prometió: arreglar el tejido social desgarrado. Sus vecinos, los miembros de otras comunidades e incluso altos funcionarios del Ministerio de Justicia y de USAID, reconocen que su trabajo, aunque desconocido, es importante para que la paz en los territorios perdure.
“Es una cosa hermosa, algo grande, lo que uno puede hacer como conciliador. Las comunidades me reconocen por imparcial, por no pelear. Ojalá este modelo se refleje en ciudades grandes, donde hay violencia en lugar de diálogo. Aquí se demuestra una problemática social que hay que atacar, pues mientras se recupera el tejido social acá en Montes de María, puede que se esté quebrando en otros sitios”, concluye Osvaldo con preocupación.
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