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La mirada de Carolina Ramírez busca rostros en medio del auditorio. Las niñas escuchan atentas y observan curiosas la camiseta que porta la educadora, que es de sus princesas favoritas, pero con sangre en medio del cuerpo. Esas mujeres de los cuentos de fantasía son traídas a la realidad de las mujeres. Menstrúan, sangran, ovulan. Y hablan de los cambios y del crecimiento y de esas experiencias únicas en el cuerpo para conectarse entre ellas. De esta manera, Carolina lidera una revolución educativa, acompañando a niñas y mujeres con información para gestionar dignamente su menstruación.
Desde 2015, la psicóloga social se dedicó a meterle todos sus impulsos y corazón a Princesas Menstruantes, un proyecto pionero en la construcción de prácticas de educación menstrual para Latinoamérica. Sin embargo, para ella la relación con la sangre llegó antes de su propia experiencia como mujer. Nació en Segovia, al nordeste de Antioquia, un pueblo minero que en 1988 sufrió una de las más atroces masacres de la violencia de la época. Un viernes 11 de noviembre, los paramilitares mataron a 46 personas. Ese día, la lluvia y la sangre se mezclaron en una especie de arroyo por las calles. El papá de Carolina, Arly Ramírez, tenía un bar en el parque del pueblo. Diez minutos después de él salir, asesinaron a siete personas dentro de su negocio. Por eso, mucho antes de las princesas, la familia de esta activista ya tenía su propia historia de resistencia y supervivencia.
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Carolina recuerda que cuando usó por primera vez una copa menstrual, pensó fue en las imágenes de todas esas personas que mataron en su tierra. Aunque tanta sangre acumulada por la violencia era distinta a la que salía de su cuerpo, la conexión era inevitable. La única sangre que ella quiere que derramen las mujeres es la sangre menstrual.
Su activismo nació después de sus estudios en educación superior. Lo que llamó su atención fue que, acompañando a mujeres en proceso de psicoterapia, comenzó a enterarse de la relación tan difícil que tenían muchas mujeres con su menstruación. “A través de las voces y relatos de las otras, yo empecé a entender que había una falta de reconocimiento de la experiencia menstrual situada en el cuerpo. Es como que la vivimos, pero no la acuerpamos; o sea, es algo que sucede, pero no lo hablamos, no sabemos qué sentimos, porque nos enseñaron a vivirla como una experiencia ajena”, dice la educadora.
De esta manera es que nace Princesas Menstruantes y, tras ochos años de trabajo y con la compañía de su compañera, Claudia Monsalve, también educadora menstrual, ya consolida una estrategia para ampliar los saberes alrededor de la menstruación, ha desarrollado materiales pedagógicos y literarios que posibilitan a las familias, maestras, terapeutas y activistas abordar el tema del cuerpo de una manera cercana a las niñas.
Aunque el primer libro de la activista fue el recuerdo del secuestro del que fue víctima a sus 16 años a manos del ELN, su imaginación y creatividad la llevó mucho más allá. Nunca publicó esa memoria, pero sí creó y divulgó los relatos: El vestido de Blancanieves se manchó de rojo (tercera edición 2020) Jardines Mágicos (2017) El aquelarre de las princesas (2018), La aventura del óvulo (2018) y el Oráculo EmpoderHadas (2019). Ahora, estos materiales componen su proyecto social y acompaña a las mujeres a través de consultorías, asesorías familiares, talleres y seminarios en temas de pubertad.
Sus talleres llegan, principalmente, al contexto escolar y son hechos para las mujeres. Preguntan, sin invadir el miedo, a través del juego lo que es la experiencia de la pubertad. “Nosotras abogamos mucho por los espacios separatistas, porque las chicas no han tenido oportunidad de hablar de eso que sucede en sus cuerpos, y necesitan, en lo que hemos percibido, espacios seguros para trabajar un tema que ha sido históricamente tabú”, explica la psicóloga. Además, según ha estudiado esta activista, son los imaginarios que se han construido contra el cuerpo de las mujeres aquellos que han sido utilizados para oprimir y violentarlas. Por eso, la formación educativa está centrada en un proceso situado en el cuerpo.
Justo en la misma subregión nordeste que la vio crecer, en Remedios (Antioquia), Carolina cuenta que se encontró uno de los contextos más complicados. Y eso que con el proyecto ya ha recorrido 11 países de Latinoamérica y Guinea Bissau en África, en los cuales expone que los tabúes y estigmas son muy parecidos. En este municipio se encontró con una población de una mirada muy adversa frente al cuerpo de las mujeres, según la educadora, “como de una idea muy marcada de la sociedad sobre los cuerpos. Por ejemplo, en uno de los talleres yo hablaba con una niña y tenía el modelo de órgano sexual en la mano. La niña me preguntaba si no me daba asco tocar eso, y todas nos hacían preguntas de ese tipo, lo que mostraba muy arraigado el tema de la suciedad y de la repulsión hacia los cuerpos de las niñas”.
Además del tabú, hay otras adversidades que han señalado este trabajo. La autogestión y los pocos recursos no les permiten ir a todos los lugares que sueñan. Muchas veces, llegan a los colegios a través de profesoras curiosas por nuevas formas de enseñar a las niñas sobre el crecimiento. De esta manera, tras cinco años de recorrido formativo, su conocimiento educativo y las dudas de otras profesionales para enseñar el tema, las dispuso a crear algo más grande. Las, porque ya no solo era Carolina. Actualmente, son nueve educadoras que expandieron su apuesta en la Escuela de Educación Menstrual Emancipadas, todas ellas, profesionales con amplia trayectoria, saberes y experiencias en torno de la sexualidad, la salud, la educación y los activismos menstruales.
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Carolina, quien también es especialista en Cultura de Paz y Derecho Internacional Humanitario, detalla al respecto: “La escuela se posiciona como una de educación no formal que ofrece diplomados de diversas áreas de la salud menstrual, protocolos de atención ante el dolor menstrual, educación menstrual. De hecho, también tiene un programa solo en portugués y princesas menstruantes entra a ser el proyecto social de la escuela”.
Para Monsalve, también educadora, esa educación emancipadora va mucho más allá, pues su apuesta es el autoconocimiento del cuerpo. Entregan insumos pedagógicos para transformar el tabú de que menstruar es malo o es sucio. “Ese ha sido un discurso que le es rentable a la industria del “cuidado femenino”, es por eso que una educación menstrual emancipadora no es una educación menstrual que le interese a tanta gente, porque rompe con un status quo”, dice. Con lo anterior, la trabajadora social se refiere a la narrativa de que menstruar es antihigiénico, asqueroso y hasta innombrable. Para ella, están basados en estigmas contra los cuerpos de las mujeres, de que sus flujos y sus olores son malos.
Por ahora, el sueño más grande de estas educadoras es ver sus materiales en la mesa de noche de todas las niñas del mundo, el juego que diseñaron en todos los colegios. Masificar su voz a través de alianzas con las instituciones gubernamentales, integrar sus metodologías de transformación menstrual como material formativo de base en las escuelas. Además, las dos profesionales consideran importante que se comprenda la educación menstrual más allá de la entrega de productos higiénicos o del acceso a productos para gestionar el sangrado. Su objetivo entonces es que se comprenda que la principal necesidad es el acceso a una información de calidad, suficiente, asertiva y oportuna para que las niñas, adolescentes y mujeres puedan tener un digno agenciamiento del cuerpo.
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