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Regar jardines ajenos: crónica de la maternidad sustituta y el derecho al cuidado

Las periodistas Carolina Londoño y Mateo Ruiz escribieron Regar jardines ajenos, un libro que recopila los testimonios de las profundas dificultades que enfrentan las madres sustitutas por la falta de reconocimiento y de garantías para desarrollar su labor. Una investigación sobre el derecho al cuidado y las necesidades de los niños en Colombia.

Valentina Arango Correa
25 de julio de 2024 - 12:49 a. m.
Paro de madres sustitutas y comunitarias en Bogotá, Colombia. Intervención foto-textil: Maria Paula De La Gala Salinas.
Paro de madres sustitutas y comunitarias en Bogotá, Colombia. Intervención foto-textil: Maria Paula De La Gala Salinas.
Foto: Maria Paula De La Gala Salinas

Teresa, Lucía, Kathy, Virginia, Martha, Rocío y Betty son apenas unas de las más de 16 millones de mujeres colombianas que dedican la mayoría de su tiempo al trabajo de cuidado. De acuerdo con un informe del DANE de 2022, si su labor fuera remunerada, equivaldría al 21 % del Producto Interno Bruto del país. Pero la historia es otra y Regar Jardines Ajenos es un libro de periodismo narrativo que la ilustra con toda la profundidad y el detalle. “La maternidad en este contexto implica acoger a un niño en una casa y cuidarlo como si fuese un hijo propio. De hecho, los niños comienzan a integrarse y sentirse como si fueran parte de una familia propia, y las madres también comienzan a encariñar”, esta es parte del núcleo de la historia en palabras de una de sus autoras.

En cuatro capítulos, las periodistas Carolina Londoño y Mateo Ruiz, narran las dificultades que afrontan las madres sustitutas en Colombia. A diferencia de las madres comunitarias, ellas prestan un servicio voluntario de tiempo completo, llevan niños a sus hogares y los cuidan como si fueran propios, les consiguen desde lo elemental: ropa y comida; hasta atenciones más complejas como tratamientos de salud. “Decidimos embarcarnos en esta historia, por las mismas dificultades que enfrentaba mi mamá en el ejercicio de su labor y por el desconocimiento de esa labor”, dice Ruiz sobre la motivación para contar esos relatos. Su mamá, doña Teresa, es una de esas madres sustitutas.

Madres sustitutas nació en la década de 1960 como parte de la labor en restitución de derechos que tiene el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), un programa que se encarga de acoger a niños y niñas que han sido separados de sus hogares de origen en casas de familias. Sin embargo, existen problemáticas alrededor de la precarización laboral de esta mano de obra. A las madres, quienes acogen a los menores de forma voluntaria, les pagan, pero una suma mínima y, además, es una dedicación horaria de 24 horas, 7 días a la semana, durante todo el año, por todos los años que los niños permanecen en esos hogares. Para abril de 2023, según expone el libro y las cifras del ICBF, 5.016 responsables de los hogares sustitutos eran mujeres, y apenas 53 eran hombres.

“Llegamos a tres grandes temas: uno era el apego entre madres y niños, otro era el de las luchas que las mujeres han emprendido para lograr sus derechos, y el último era cómo, a pesar de que este programa es complejo, hay una razón por la que las mujeres siguen ahí, una razón que va mucho más allá del amor, más allá de la remuneración”, dice Carolina. La idea de la autora conecta en el libro con historias como la de Teresa, ella también es una de las madres que luchó para adoptar a uno de los niños que cuidó en su hogar. Acudió a cuantas instituciones pudo, para ella era su hijo, pero el ICBF le dijo que ella no era la madre. Aunque lo recibió con apenas un año y medio de nacido y lo acogió con el mismo cariño y dedicación que crio a Mateo, el Estado le negó la adopción.

De manera sistemática, concluye la investigación del libro, el ICBF ha vulnerado los derechos de las mujeres que prestan servicio como madres sustitutas. Incluso, en 2011, marcharon juntas en Bogotá en medio de la coyuntura del gran paro nacional de aquel año. Su justificación siempre va encaminada a enfatizar la voluntad de la labor de las madres, sin tomar en la cuenta el trabajo del cuidado.

“El ICBF no establece una relación contractual con las madres sustitutas, sino que las considera voluntarias. De hecho, el formato técnico llamado “Modelo de resolución por el cual se aprueba a un hogar sustituto”, establece que la labor “es de carácter voluntario y solidario con la niñez, la adolescencia, la familia y la comunidad; por consiguiente, dicha constitución no implica que exista relación laboral”, se lee en el libro.

Las madres no solo cambian pañales, ellas entregan su corazón a los menores. Los abrazan cuando lloran, se ríen con ellos, les enseñan a hablar, a escribir, a caminar, a vestirse. La relación crece, no hay límites para el apego. Y, al exterior de toda esa labor, hay dificultades que también generan indignación al avanzar en la lectura de Regar Jardines Ajenos, la misma que, en su momento, detonó que ellas comenzaran a asociarse y hablar de derechos dentro de la experiencia de maternar. Uno de los detonantes de esas protestas fue que el lineamiento de la edad de las mujeres para ejercer esta labor tenía un límite de 50 años, varias de ellas lograron que esta norma cambiara y pasara a ser a los 62.

“Tras una lucha sindical que comenzó en 1988, años después, en 2012, la Corte Constitucional reconoció que las madres comunitarias debían tener una relación laboral, debido al principio de primacía de la realidad sobre las formalidades. Es decir, aunque en el papel se afirmara que la labor era voluntaria, en términos reales tenía todas las características de un trabajo y no era remunerado justamente”, detalla el texto sobre uno de los logros que tuvieron las madres cuando se unieron para exigirle al ICBF sus derechos como cuidadoras.

Además, en la investigación se muestra cómo esta entidad no reconoce esta situación y se niega a contratar a las madres, argumentando que no hay recursos para pagar una labor de veinticuatro horas al día. Asimismo, mencionan que no existe un marco legal que lo permita y que sería contrario al principio de voluntariedad, el cual, según ellos, es la esencia del programa.

Actualmente, varios países latinos como Colombia y Argentina se encuentran a la espera de un pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el derecho al cuidado. La intensión de varias organizaciones es que el alto tribunal defina el contenido y el alcance del derecho al cuidado, además de las obligaciones que debería tener el Estado frente al mismo. Que sea un derecho, como podría concluirse tras leer Regar jardines ajenos, que las mujeres, que son quienes ejercen estas labores en mayoría, puedan dedicarse a hacerlo sin que sean violentadas. Todavía más en una labor que termina reemplazando los lazos familiares y el amor maternal, un bienestar de niños y mujeres que no debería estar por fuera de las responsabilidades del Estado.

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Valentina Arango Correa

Por Valentina Arango Correa

Periodista de la Universidad de Antioquia y realizadora audiovisual.@negruracorreavarango@elespectador.com

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