Solo cicatrices: el proyecto de la U. Rosario para reparar su pasado esclavista
Durante 370 años la historia de la Universidad del Rosario ha estado entrelazada con la de Colombia. Una investigación hecha por la misma institución reveló que la esclavización fue un episodio que ambos protagonistas compartieron y ahora busca ofrecer verdad y reparación a un problema que aún hoy, casi 400 años después, sigue influyendo en el país.
Tomás Tarazona Ramírez
A sus 16 años, Francisco caminó varias veces por los pasillos y aulas del Claustro de la Universidad del Rosario. Sus pies, de color ébano, lo movilizaron por las mismas instalaciones del centro de Bogotá en que presidentes, ministros y próceres cumplieron su formación académica. Pero su infancia, en contraste con la de otros jóvenes que frecuentaban el Colegio Mayor, como se le conocía en ese entonces, fue particular. Tenía cicatrices en su piel, hechas por hierros hirviendo para demostrar “rótulos de propiedad” y desde sus 10 años, ya había sido vendido y comprado al menos a cuatro nuevos “dueños”. Como muchos otros niños afrodescendientes de la época fue separado de su familia y obligado a tener “nombre católico y apellido español”. La razón: Francisco fue esclavizado en 1738 y durante su infancia sirvió al Colegio Mayor de la Universidad del Rosario bajo órdenes y directrices de quienes la administraban.
Una investigación, realizada por la misma universidad y denominada Solo Cicatrices, encontró que, al igual que Francisco, más de 400 personas fueron esclavizadas por la institución entre 1653, año en que fue fundada la universidad, y 1851, cuando la legislación derogó la esclavitud en el Nuevo Reino de Granada. A través de documentos de archivo, algunos con más de tres siglos de existencia, la investigación revela que “sin la esclavización de personas de origen o ascendencia africana o el despojo de los pueblos indígenas”, el Rosario no habría alcanzado los logros e influencia que tuvo en Colombia. La exposición fue organizada por Fabio Melecio Palacios, un artista afrocolombiano que se encargó de dar rostro a las personas esclavizadas del pasado rosarista.
El Espectador habló con Diana Angulo y Bastien Bosa, curadores que lideraron la investigación y quienes resaltaron los “aspectos dolorosos, pero necesarios de la historia de la institución”, según explicaron. Las pesquisas son un intento por parte de la universidad para hablar sobre un tema incómodo y resaltar las repercusiones del esclavismo y el racismo que aún persisten en Colombia. Pero también son una forma para ofrecer verdad, justicia y reparación a un tema que, para los investigadores, aún le falta mucho análisis y estudio, como es la esclavización.
“Como instituciones dedicadas a la producción de conocimiento, las universidades no deben temer enfrentar los aspectos más dolorosos o incómodos de su historia (...) No se trata únicamente de abogar por la ‘búsqueda de la verdad´, sino de emprender una apuesta ética: para una universidad del Siglo XXI inclusiva y comprometida con la diversidad es indispensable hacer un proceso de reconocimiento y curación de las heridas del pasado”, explicó Angulo a este diario.
(Lea también: Universidad de Cambridge investigará sus vínculos con la esclavitud)
Una historia entrelazada
La historia del Rosario “ha sido inseparable de la de Colombia; una y otra se han alimentado y desarrollado juntas”, resume la investigación. La universidad fue fundada en 1653 y en sus 370 años de existencia ha participado en el Grito de Independencia de 1810, la expedición botánica, la gestación de la Séptima Papeleta, entre otros. Pero la esclavización también ha tenido varios capítulos en el pasado de ambos.
La investigación nació de una idea que Angulo, Bosa y otros integrantes del Semillero de Estudios Afrocolombianos de la universidad tuvieron en 2020 de cuestionar la historia de la institución y su influencia en el país. Dentro del Rosario hay símbolos, placas de mármol, bustos y emblemas de los logros que ha tenido en su historia, pero no hay menciones sobre el papel que tuvo en el proceso de esclavización. Esta investigación no solo hace un estudio crítico del papel del Rosario en ese proceso, sino que visibiliza la vida de las personas esclavizadas y las situaciones a las que fueron sometidas en esa época.
“Es necesario reconocer que las celebraciones institucionales, por lo general, se han centrado en aspectos positivos, invisibilizando aspectos problemáticos o incómodos de la historia”, aseguraron los investigadores a este diario. Y es que en los estantes y vitrinas del Rosario hay condecoraciones y méritos tanto nacionales como internacionales. Gustavo Petro, a los pocos meses de posesionarse como presidente, en 2022, entregó la Orden Nacional Cruz de Plata a la universidad. Iván Duque, en 2019, otorgó la Orden de Boyacá al Rosario, también en el grado de Cruz de Plata. Ambas condecoraciones resaltan el trabajo de la institución por el progreso de la educación. No obstante, en las menciones a la universidad no se mencionan aspectos sobre el engranaje del que fue parte en la maquinaria de la esclavización.
Para Angulo y Bosa, la investigación es importante para el Rosario y Colombia, pues “nadie puede negar que la esclavización ha sido un aspecto de la historia que ha moldeado tanto el pasado de la universidad como del país”. Los investigadores pusieron la lupa sobre documentos de archivo: inventarios, contratos, acuerdos de compraventa, correspondencia o artículos de periódico para concluir que “la universidad logró mantenerse económicamente durante casi dos siglos, en parte gracias a la esclavización tanto en las haciendas que poseía como en el Claustro, en el centro de Bogotá (...) Los documentos no son solamente el reflejo de la violencia del pasado. También constituyen una violencia en sí misma”.
El Acta de Constitución de 1654, que dio vida legal a la Universidad, es un ejemplo de ello. El documento revela que había un presupuesto de $150.000 destinados a mantener las ovejas, cultivos, ganado, haciendas y a los esclavos que trabajaban en terrenos que hoy están ubicados en Mesitas del Colegio, Cundinamarca.
La principal hacienda que poseía el Rosario era la de Calandaima, un extenso terreno que llegó a abarcar hasta 10.000 hectáreas y que Fray Cristóbal Torres, fundador del Rosario, calificó como “las tierras más provechosas de este reino”, según se lee en el acta de constitución de la universidad. En esa zona, la investigación reveló que hubo al menos 140 personas esclavizadas para mantener los cultivos y hacer servidumbre. Además, se encontró que hubo procesos de esclavización contra afrodescendientes y de encomienda a los indígenas, que era la repartición de “indios” y tierras a miembros de la Colonia con el fin de “protegerlos y evangelizarlos”. La esclavización también estuvo presente en las ciudades, pues hay pruebas de que el Claustro de Santa Fé, que funciona hoy como sede principal de la universidad, también hubo personas esclavizadas obligadas a realizar labores de servidumbre, cocina o limpieza.
(Recomendado: La U. de Harvard apoyó la esclavitud. Ahora quiere resarcirse con US $100 millones)
El proyecto inició con la afiliación del Rosario a Universities Studying Slavery (USS), un consorcio internacional de más de 100 universidades del mundo que se dedican a estudiar las huellas de la esclavización en su historia. Por ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, publicó un informe en 2019 en que admitió que desde su fundación en el Siglo XV tuvo conexiones con la economía esclavista. Por esa razón autorizó US$100 millones para seguir estudiando este episodio de su historia y “abordar los efectos persistentes y corrosivos de las prácticas (esclavistas) en los individuos, en Harvard y en nuestra sociedad”, según dijo Lawrence Bacow, expresidente de la prestigiosa institución. El Rosario es la primera institución latinoamericana en unirse al consorcio y en investigar su pasado esclavista para avanzar en “el proceso de eliminar el rezago de discriminación racial que persiste en muchas instituciones de educación superior de la región”, según explicó la USS.
La investigación del Rosario encontró que muchos de los rectores de la época participaron en la economía esclavista. Incluso grandes nombres de próceres también tenían relación con la esclavización. Antonio Nariño, por ejemplo, es referenciado en los documentos vendiendo a una niña de ocho años llamada María Josefa al rector del Rosario apenas unos años antes de realizar la traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre. El “sabio” Francisco José de Caldas incluyó en su testamento la entrega no solo de su casa y objetos personales antes de ser fusilado; también la sucesión de una “mujer (esclavizada) de su propiedad”.
Angulo y Bosa le dijeron a El Espectador que esta investigación no se limita únicamente a la historia de la Universidad del Rosario: también puede extenderse a la historia de Colombia. “Todos los descubrimientos archivísticos que presentamos nos ayudan a comprender mejor cómo se ha construido nuestro discurso de Nación. Nos obligan también a reconocer que muchos de los discursos y prácticas racistas del pasado continúan teniendo consecuencias en nuestro presente. Se conectan con las desigualdades contemporáneas y representan cicatrices que aún no han sanado”, explica Bosa, quien también es antropólogo.
Los investigadores creen que la historia de la esclavización no ocupa el lugar que le corresponde en Colombia. A pesar de que se han publicado numerosos libros y artículos sobre este pasado, las discusiones públicas al respecto son limitadas. Aunque los portugueses fueron los primeros en iniciar esta práctica con sus colonias de Brasil, España clonó el sistema y sus instituciones lo replicaron. Aún hoy no se sabe cuántas personas fueron esclavizadas por los españoles en América durante los tres siglos que ocuparon el poder. El Archivo General de la Nación contabilizó que “la cifra de esclavos (en la Nueva Granada) no fue inferior a 250.000″, mientras que Viajes Esclavistas, una iniciativa internacional para investigar las huellas de la esclavización en América, contabiliza en 11 millones el número de afrodescendientes esclavizados.
“Cuando hablamos de esclavización, muchos colombianos pensamos más en las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos que en nuestro propio país. Es como si la esclavización fuera una historia esencialmente de Norteamérica”, sostuvo Angulo. Para la abogada, el ejemplo de la investigación del Rosario puede servir de inspiración para otras instituciones colombianas que también tienen un pasado esclavista.
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Justicia a la historia
¿Cómo se debe abordar la violencia racista del pasado? Hay argumentos que indican que es un error revivir los dolores a un sistema esclavista que en su época fue legal y moralmente aceptado por los dirigentes colombianos y por lo tanto no puede ser juzgado desde la perspectiva que se tiene actualmente. Pero Angulo y Bosa coinciden que no se puede responsabilizar al Rosario hoy por la violencia sobre la cual se construyó la institución hace siglos, pero se puede “poner un tema incómodo sobre la mesa” para hacer un estudio crítico. Frente a esto los investigadores afirmaron: “El pasado ya ha pasado y no podemos cambiarlo. Sin embargo, podemos decidir, en el presente, enfrentar o no nuestra historia. Esto implica que no podemos juzgar a las instituciones actuales por su trayectoria, pero sí por su disposición a asumir la responsabilidad de abordar, o no, sus pasados problemáticos”.
“El hecho de que la esclavización haya sido un sistema legal y aceptado no disminuye su importancia para un estudio crítico. Por ejemplo, que el nazismo fuera un sistema legal hace aún más necesario estudiar, reconocer y criticar sus acciones. Somos conscientes del riesgo de reabrir heridas del pasado y ser cuidadosos al presentar las historias dolorosas para no revictimizar a las víctimas y sus descendientes. No debemos olvidar que el silencio también causa daño”, señaló Angulo.
Para la Universidad, esta tarea supone un ejercicio de memoria y justicia histórica. Además de la investigación, la institución actualmente tiene becados a casi 300 personas de origen étnico, dicta una asignatura sobre estudios afrocolombianos y ha financiado con más de $100 millones estas investigaciones. Su trabajo ha sido reconocido en varios países y organizaciones del mundo. Incluso fue postulado al premio Antonio Ñariño, un certamen organizado por la Embajada de Francia donde se resalta la labor de proyectos, investigaciones o actividades que contribuyan a reforzar los derechos humanos.
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En la Universidad de Virginia, Estados Unidos, luego de una investigación, se creó un monumento de memoria para los antecesores de los estudiantes que tuvieron que pasar por la esclavitud. Lo mismo ha sucedido en Bristol, Inglaterra, donde los estudiantes derribaron la estatua Edward Colston, un esclavista de la época. En el Rosario, el objetivo es que profesores, egresados y estudiantes conozcan a profundidad el pasado de la institución cuando de esclavitud se habla, teniendo que es una de las más antiguas del país.
Bosa acota que este tipo de investigaciones sirven para ser más conscientes sobre el racismo que aún se sigue perpetuando en Colombia, y como en el caso de los símbolos, narrativas o estatuas, se haga un “ejercicio para repensar cuáles son las figuras y personas que reflejan valores, figuras e ideales que queremos proyectar como institución”.
Desde la perspectiva de Angulo, profesora afrodescendiente, incluir las historias de las personas que fueron esclavizadas por la Universidad del Rosario en las narrativas institucionales constituye un primer paso esencial para la construcción de un mundo sin discriminación. Según ella, fortalecer los ejercicios de memoria y justicia histórica es esencial para tomar conciencia del racismo que aún persiste en Colombia.
¿Sabe qué es la justicia centrada en las personas? Visite Justicia Inclusiva de El Espectador
A sus 16 años, Francisco caminó varias veces por los pasillos y aulas del Claustro de la Universidad del Rosario. Sus pies, de color ébano, lo movilizaron por las mismas instalaciones del centro de Bogotá en que presidentes, ministros y próceres cumplieron su formación académica. Pero su infancia, en contraste con la de otros jóvenes que frecuentaban el Colegio Mayor, como se le conocía en ese entonces, fue particular. Tenía cicatrices en su piel, hechas por hierros hirviendo para demostrar “rótulos de propiedad” y desde sus 10 años, ya había sido vendido y comprado al menos a cuatro nuevos “dueños”. Como muchos otros niños afrodescendientes de la época fue separado de su familia y obligado a tener “nombre católico y apellido español”. La razón: Francisco fue esclavizado en 1738 y durante su infancia sirvió al Colegio Mayor de la Universidad del Rosario bajo órdenes y directrices de quienes la administraban.
Una investigación, realizada por la misma universidad y denominada Solo Cicatrices, encontró que, al igual que Francisco, más de 400 personas fueron esclavizadas por la institución entre 1653, año en que fue fundada la universidad, y 1851, cuando la legislación derogó la esclavitud en el Nuevo Reino de Granada. A través de documentos de archivo, algunos con más de tres siglos de existencia, la investigación revela que “sin la esclavización de personas de origen o ascendencia africana o el despojo de los pueblos indígenas”, el Rosario no habría alcanzado los logros e influencia que tuvo en Colombia. La exposición fue organizada por Fabio Melecio Palacios, un artista afrocolombiano que se encargó de dar rostro a las personas esclavizadas del pasado rosarista.
El Espectador habló con Diana Angulo y Bastien Bosa, curadores que lideraron la investigación y quienes resaltaron los “aspectos dolorosos, pero necesarios de la historia de la institución”, según explicaron. Las pesquisas son un intento por parte de la universidad para hablar sobre un tema incómodo y resaltar las repercusiones del esclavismo y el racismo que aún persisten en Colombia. Pero también son una forma para ofrecer verdad, justicia y reparación a un tema que, para los investigadores, aún le falta mucho análisis y estudio, como es la esclavización.
“Como instituciones dedicadas a la producción de conocimiento, las universidades no deben temer enfrentar los aspectos más dolorosos o incómodos de su historia (...) No se trata únicamente de abogar por la ‘búsqueda de la verdad´, sino de emprender una apuesta ética: para una universidad del Siglo XXI inclusiva y comprometida con la diversidad es indispensable hacer un proceso de reconocimiento y curación de las heridas del pasado”, explicó Angulo a este diario.
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Una historia entrelazada
La historia del Rosario “ha sido inseparable de la de Colombia; una y otra se han alimentado y desarrollado juntas”, resume la investigación. La universidad fue fundada en 1653 y en sus 370 años de existencia ha participado en el Grito de Independencia de 1810, la expedición botánica, la gestación de la Séptima Papeleta, entre otros. Pero la esclavización también ha tenido varios capítulos en el pasado de ambos.
La investigación nació de una idea que Angulo, Bosa y otros integrantes del Semillero de Estudios Afrocolombianos de la universidad tuvieron en 2020 de cuestionar la historia de la institución y su influencia en el país. Dentro del Rosario hay símbolos, placas de mármol, bustos y emblemas de los logros que ha tenido en su historia, pero no hay menciones sobre el papel que tuvo en el proceso de esclavización. Esta investigación no solo hace un estudio crítico del papel del Rosario en ese proceso, sino que visibiliza la vida de las personas esclavizadas y las situaciones a las que fueron sometidas en esa época.
“Es necesario reconocer que las celebraciones institucionales, por lo general, se han centrado en aspectos positivos, invisibilizando aspectos problemáticos o incómodos de la historia”, aseguraron los investigadores a este diario. Y es que en los estantes y vitrinas del Rosario hay condecoraciones y méritos tanto nacionales como internacionales. Gustavo Petro, a los pocos meses de posesionarse como presidente, en 2022, entregó la Orden Nacional Cruz de Plata a la universidad. Iván Duque, en 2019, otorgó la Orden de Boyacá al Rosario, también en el grado de Cruz de Plata. Ambas condecoraciones resaltan el trabajo de la institución por el progreso de la educación. No obstante, en las menciones a la universidad no se mencionan aspectos sobre el engranaje del que fue parte en la maquinaria de la esclavización.
Para Angulo y Bosa, la investigación es importante para el Rosario y Colombia, pues “nadie puede negar que la esclavización ha sido un aspecto de la historia que ha moldeado tanto el pasado de la universidad como del país”. Los investigadores pusieron la lupa sobre documentos de archivo: inventarios, contratos, acuerdos de compraventa, correspondencia o artículos de periódico para concluir que “la universidad logró mantenerse económicamente durante casi dos siglos, en parte gracias a la esclavización tanto en las haciendas que poseía como en el Claustro, en el centro de Bogotá (...) Los documentos no son solamente el reflejo de la violencia del pasado. También constituyen una violencia en sí misma”.
El Acta de Constitución de 1654, que dio vida legal a la Universidad, es un ejemplo de ello. El documento revela que había un presupuesto de $150.000 destinados a mantener las ovejas, cultivos, ganado, haciendas y a los esclavos que trabajaban en terrenos que hoy están ubicados en Mesitas del Colegio, Cundinamarca.
La principal hacienda que poseía el Rosario era la de Calandaima, un extenso terreno que llegó a abarcar hasta 10.000 hectáreas y que Fray Cristóbal Torres, fundador del Rosario, calificó como “las tierras más provechosas de este reino”, según se lee en el acta de constitución de la universidad. En esa zona, la investigación reveló que hubo al menos 140 personas esclavizadas para mantener los cultivos y hacer servidumbre. Además, se encontró que hubo procesos de esclavización contra afrodescendientes y de encomienda a los indígenas, que era la repartición de “indios” y tierras a miembros de la Colonia con el fin de “protegerlos y evangelizarlos”. La esclavización también estuvo presente en las ciudades, pues hay pruebas de que el Claustro de Santa Fé, que funciona hoy como sede principal de la universidad, también hubo personas esclavizadas obligadas a realizar labores de servidumbre, cocina o limpieza.
(Recomendado: La U. de Harvard apoyó la esclavitud. Ahora quiere resarcirse con US $100 millones)
El proyecto inició con la afiliación del Rosario a Universities Studying Slavery (USS), un consorcio internacional de más de 100 universidades del mundo que se dedican a estudiar las huellas de la esclavización en su historia. Por ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, publicó un informe en 2019 en que admitió que desde su fundación en el Siglo XV tuvo conexiones con la economía esclavista. Por esa razón autorizó US$100 millones para seguir estudiando este episodio de su historia y “abordar los efectos persistentes y corrosivos de las prácticas (esclavistas) en los individuos, en Harvard y en nuestra sociedad”, según dijo Lawrence Bacow, expresidente de la prestigiosa institución. El Rosario es la primera institución latinoamericana en unirse al consorcio y en investigar su pasado esclavista para avanzar en “el proceso de eliminar el rezago de discriminación racial que persiste en muchas instituciones de educación superior de la región”, según explicó la USS.
La investigación del Rosario encontró que muchos de los rectores de la época participaron en la economía esclavista. Incluso grandes nombres de próceres también tenían relación con la esclavización. Antonio Nariño, por ejemplo, es referenciado en los documentos vendiendo a una niña de ocho años llamada María Josefa al rector del Rosario apenas unos años antes de realizar la traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre. El “sabio” Francisco José de Caldas incluyó en su testamento la entrega no solo de su casa y objetos personales antes de ser fusilado; también la sucesión de una “mujer (esclavizada) de su propiedad”.
Angulo y Bosa le dijeron a El Espectador que esta investigación no se limita únicamente a la historia de la Universidad del Rosario: también puede extenderse a la historia de Colombia. “Todos los descubrimientos archivísticos que presentamos nos ayudan a comprender mejor cómo se ha construido nuestro discurso de Nación. Nos obligan también a reconocer que muchos de los discursos y prácticas racistas del pasado continúan teniendo consecuencias en nuestro presente. Se conectan con las desigualdades contemporáneas y representan cicatrices que aún no han sanado”, explica Bosa, quien también es antropólogo.
Los investigadores creen que la historia de la esclavización no ocupa el lugar que le corresponde en Colombia. A pesar de que se han publicado numerosos libros y artículos sobre este pasado, las discusiones públicas al respecto son limitadas. Aunque los portugueses fueron los primeros en iniciar esta práctica con sus colonias de Brasil, España clonó el sistema y sus instituciones lo replicaron. Aún hoy no se sabe cuántas personas fueron esclavizadas por los españoles en América durante los tres siglos que ocuparon el poder. El Archivo General de la Nación contabilizó que “la cifra de esclavos (en la Nueva Granada) no fue inferior a 250.000″, mientras que Viajes Esclavistas, una iniciativa internacional para investigar las huellas de la esclavización en América, contabiliza en 11 millones el número de afrodescendientes esclavizados.
“Cuando hablamos de esclavización, muchos colombianos pensamos más en las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos que en nuestro propio país. Es como si la esclavización fuera una historia esencialmente de Norteamérica”, sostuvo Angulo. Para la abogada, el ejemplo de la investigación del Rosario puede servir de inspiración para otras instituciones colombianas que también tienen un pasado esclavista.
(Relacionado: Una condena necesaria por racismo)
Justicia a la historia
¿Cómo se debe abordar la violencia racista del pasado? Hay argumentos que indican que es un error revivir los dolores a un sistema esclavista que en su época fue legal y moralmente aceptado por los dirigentes colombianos y por lo tanto no puede ser juzgado desde la perspectiva que se tiene actualmente. Pero Angulo y Bosa coinciden que no se puede responsabilizar al Rosario hoy por la violencia sobre la cual se construyó la institución hace siglos, pero se puede “poner un tema incómodo sobre la mesa” para hacer un estudio crítico. Frente a esto los investigadores afirmaron: “El pasado ya ha pasado y no podemos cambiarlo. Sin embargo, podemos decidir, en el presente, enfrentar o no nuestra historia. Esto implica que no podemos juzgar a las instituciones actuales por su trayectoria, pero sí por su disposición a asumir la responsabilidad de abordar, o no, sus pasados problemáticos”.
“El hecho de que la esclavización haya sido un sistema legal y aceptado no disminuye su importancia para un estudio crítico. Por ejemplo, que el nazismo fuera un sistema legal hace aún más necesario estudiar, reconocer y criticar sus acciones. Somos conscientes del riesgo de reabrir heridas del pasado y ser cuidadosos al presentar las historias dolorosas para no revictimizar a las víctimas y sus descendientes. No debemos olvidar que el silencio también causa daño”, señaló Angulo.
Para la Universidad, esta tarea supone un ejercicio de memoria y justicia histórica. Además de la investigación, la institución actualmente tiene becados a casi 300 personas de origen étnico, dicta una asignatura sobre estudios afrocolombianos y ha financiado con más de $100 millones estas investigaciones. Su trabajo ha sido reconocido en varios países y organizaciones del mundo. Incluso fue postulado al premio Antonio Ñariño, un certamen organizado por la Embajada de Francia donde se resalta la labor de proyectos, investigaciones o actividades que contribuyan a reforzar los derechos humanos.
(Puede interesarle: La historia de la niña que tuvo que irse del colegio Helvetia por racismo)
En la Universidad de Virginia, Estados Unidos, luego de una investigación, se creó un monumento de memoria para los antecesores de los estudiantes que tuvieron que pasar por la esclavitud. Lo mismo ha sucedido en Bristol, Inglaterra, donde los estudiantes derribaron la estatua Edward Colston, un esclavista de la época. En el Rosario, el objetivo es que profesores, egresados y estudiantes conozcan a profundidad el pasado de la institución cuando de esclavitud se habla, teniendo que es una de las más antiguas del país.
Bosa acota que este tipo de investigaciones sirven para ser más conscientes sobre el racismo que aún se sigue perpetuando en Colombia, y como en el caso de los símbolos, narrativas o estatuas, se haga un “ejercicio para repensar cuáles son las figuras y personas que reflejan valores, figuras e ideales que queremos proyectar como institución”.
Desde la perspectiva de Angulo, profesora afrodescendiente, incluir las historias de las personas que fueron esclavizadas por la Universidad del Rosario en las narrativas institucionales constituye un primer paso esencial para la construcción de un mundo sin discriminación. Según ella, fortalecer los ejercicios de memoria y justicia histórica es esencial para tomar conciencia del racismo que aún persiste en Colombia.
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