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Para Oswaldo Osorio, crítico, profesor y programador del Festival de Cine de Jardín (Antioquia), el cine es un factor y un medio para reflexionar sobre la vida y los problemas de Colombia. Por ello, en el octavo festival que tuvo ocasión el pasado fin de semana, hicieron coincidir esas ideas en una conversación alrededor del narcotráfico, la restitución de tierras, las drogas y la justicia. Durante el evento, El Espectador habló con el experto sobre la forma en que las grandes temáticas de las proyecciones se piensan y retratan a Colombia a través del cine.
El festival tuvo como temática central el “Narcotráfico: De una Guerra Impuesta a Nuevas Posibilidades”. ¿Cuáles son esas nuevas posibilidades que podemos tener desde el cine para ver o entender el narcotráfico?
En realidad esas nuevas posibilidades no están en las películas, apenas si acaso están perfiladas, entonces el cine habla de lo que ya existe (a no ser que haga ciencia ficción o cine futurista). Esto de nuevas posibilidades es, justamente, a lo que nos indujeron desde las instituciones del gobierno invitadas y ciertas mentes más modernas más liberales como Rodrigo Uprimny, que opinan que el problema de los cultivos del narcotráfico no se debe tratar con prohibicionismo, ni cárcel, ni represión; sino con alternativas como darle las tierras a los campesinos, y no perseguir a los consumidores sino a los capos. Entonces, esas nuevas posibilidades están es dentro del discurso del querer ser, la posibilidad de conversar, reflexionar y cuestionar el estado de cosas en las que se encuentra ahora el asunto de la guerra contra las drogas. Pero en el cine, en esta muestra, por ejemplo, no hay ninguna película que todavía plantee esas nuevas posibilidades.
Por primera vez hay aliados del festival como el Ministerio de Justicia y la Sociedad de Activos Especiales (SAE). ¿Qué es lo que está permitiendo que se junten, incluso, para contar temas desde lo institucional?
Nosotros estamos en sintonía en cómo el gobierno actual está viendo la realidad del país y la búsqueda de soluciones. Entonces, el año pasado, cuando yo le dije a Víctor Gaviria, el director del festival, que habláramos de este tema, me dijo que todavía no porque estábamos en medio de una presidencia de derecha. Al final se convenció y no sabíamos todavía quién iba a ser el presidente cuando escogimos ese tema y ahora se “alinearon los planetas”. Cuando estábamos planeando el festival, al tiempo estaban todas estas entidades hablando nuestro mismo idioma y queriendo contribuir con este espacio, porque si algo necesitan estas entidades son voceros de la sociedad civil que amplifiquen y dialoguen con ese discurso de cambio que ellos tienen.
¿Cómo considera que el cine colombiano ha abordado el tema de la justicia?
Creo que no se ha contado mucho. Uno pocas veces ve ese componente en Colombia, porque el cine colombiano habla de unas problemáticas como el narcotráfico, el conflicto armado y la delincuencia y cuando el cine habla de esas cosas, casi siempre la institucionalidad está por fuera. Usted ve las películas de Víctor Gaviria y, si mucho, ha visto dos policías en unos cameos. En la mayoría de las películas que traten seriamente el tema, la institucionalidad no está presente. Creo que eso es un reflejo de cómo percibe la sociedad a los operadores de justicia, porque cuando las vemos es por vía del poder corruptor, ya sea de la violencia o del dinero.
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En el cine colombiano, por ejemplo, vemos “Los Reyes del Mundo” de Laura Mora, un personaje que trata de acceder a una restitución de tierras; o en “El Juicio” de Lukas Perro, un tribunal dentro de las mismas fuerzas sicariales contra un violador de un barrio de Medellín…
Dentro de poco van a estrenar una película que es sobre un poeta de Medellín que le hizo la eutanasia a su mamá e intentó envenenarse y al final no pudo, entonces le hicieron un juicio. Pienso que es, tal vez, la primera película colombiana donde veo que hacen un juicio con la lógica gringa; con fiscales, testigos y el juez. Pero en Colombia uno no ve ese tipo de cine. Hay películas dónde hay una escena o un momento donde se evidencia una búsqueda por acceder a la justicia, pero como tema no está y considero que se debe a esa percepción de la pobreza en la institucionalidad que tiene la gente en el país.
¿En cuáles otras películas colombianas podemos abrir esa conversación sobre lo que es el narcotráfico?
La película clave para entender el problema es “Ilegal.co” de Alessandro Angulo, la cual es una película tremendamente dinámica e informativa sobre le negocio de las drogas. Hay otra que se llama “La tía rica”, está gratuita en RTVC y es sobre los campesinos cocaleros, es decir, habla de la coca, pero desde otra dimensión. La gente piensa en la coca relacionada con la cocaína, el narcotráfico y la muerte. Pero en esta producción, los cocaleros preparan bebidas con eso, lo conocen ancestralmente, le crean canciones, y el gobierno lo que hace es fumigarlos y dañarles su cultivo. Otra película puede ser “Narcocultura”, un documental chicano que da cuenta de cómo han penetrado los narcorridos a la mentalidad de la gente.
¿Cuál considera entonces que es el papel concientizador del cine?
Es hacer lo que no hace la televisión, ya se está acabando un poco, pero venimos de una avalancha de las narconovelas y las narcoseries donde toman el tema del narcotráfico desde el punto de vista más llamativo del conflicto. No le hacen apología al delito, pero sí a la inteligencia y el éxito del traqueto, como Escobar y Narcos. Uno de lo que se da cuenta en esas producciones es que siguen la misma lógica de las películas de gánsteres gringas. Muestran a los narcos como personas inteligentes, vivas, audaces que tienen un éxito rápido, poder, riqueza y mujeres; y se quedan en esa narrativa, que es muy llamativa en términos dramatúrgicos, visuales, argumentales, pero el cine siempre se ha resistido a hacer eso.
El cine siempre ha tratado de manera reflexiva y analítica este problema, la cuestión es que el grueso del público cuando ven una película sobre el narcotráfico les da pereza, porque lo asocian con la narrativa de la televisión y de las series. Haría falta, no sé cómo, pero festivales como este ayudan, a que la gente sea consciente y mire el tema del narcotráfico de una manera distinta a la de la televisión, y ese es uno de los diálogos que hay que sostener con el público.
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En la película guatemalteca “El silencio del Topo” de Anaís Taracena o “Argentina 1985″ de Santiago Mitre vemos como responsables de crímenes durante las respectivas dictaduras de cada país son, por los menos, señalados por la justicia y se denota una urgencia de las víctimas por la verdad, por hacer memoria. ¿Hay alguna expectativa de su parte dentro del cine que viene después del Acuerdo Paz y con la justicia especial?
La expectativa mía y la certeza es que se van a empezar a contar historias del posconflicto, pero que todavía no ha arrancado bien eso. Hay algunos documentales tales como: Amor rebelde, El otro lado, El silencio de los fusiles, La niebla de paz, que apenas están registrando el después de la firma del Acuerdo. El problema es que por culpa del anterior gobierno tuvimos cuatro años en los que no se implementaron diligentemente los acuerdos, entonces la violencia volvió a tomar unos lugares y un protagonismo; incluso en el cine, que todavía está pensando en las dos cosas que estamos: el conflicto y el posconflicto. Lo que hace falta y sé que van a llegar son ficciones sobre el posconflicto.
Menciona ese deber ser a partir de la institucionalidad, ¿cuál sería ese deber ser a partir del cine para estas nuevas narrativas?
El deber ser a partir del cine es tratar de comprender el tema como lo estamos tratando de hacer nosotros desde este festival. El narcotráfico es una cosa más compleja que un asunto de policías y ladrones o de adictos. Aquí hay otra cantidad de cosas puestas, están los campesinos cocaleros, la coca como una planta ancestral y la posibilidad de la legalización de la droga e, incluso, hablar de la droga como una forma de conocimiento. Entonces, claro, el cine tiende a ser muy inmediato y en términos narrativos hay unas prioridades, muchos imperativos, como que pasen cosas, que haya conflicto, y estas nuevas posibilidades no dan tanto para esto, pero la confrontación sí da para que se den este tipo de narrativas. Entonces el deber ser puede ser justamente abrir la mente a pensar el tema de una manera más compleja, con otros actores, otras perspectivas.
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