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Alimentos saludables, estudiantes fuertes: la huerta en Cali que inspira y educa

La huerta educativa del Colegio Siete de Agosto en Cali ha transformado la vida de estudiantes, familias y la comunidad a través de la agricultura orgánica, la educación integral y el fortalecimiento de valores.

Diego Suárez
28 de noviembre de 2024 - 03:00 p. m.
La huerta educativa del Colegio Siete de Agosto demuestra que las soluciones al cambio climático no siempre provienen de grandes instituciones o tecnologías avanzadas. A veces, comienzan con una semilla, un grupo de niños y una comunidad comprometida con cuidar la tierra.
La huerta educativa del Colegio Siete de Agosto demuestra que las soluciones al cambio climático no siempre provienen de grandes instituciones o tecnologías avanzadas. A veces, comienzan con una semilla, un grupo de niños y una comunidad comprometida con cuidar la tierra.
Foto: Alcaldía de Cali
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En el corazón de Cali, un rincón de esperanza y transformación germina desde 2016: la huerta educativa del Colegio Siete de Agosto. Esta iniciativa, liderada por la docente María Melfy Castro, ha trascendido su propósito inicial de ser un espacio para enseñar sobre cultivo limpio y se ha convertido en un motor de cambio comunitario, enfocado en la seguridad alimentaria, la promoción de hábitos saludables y la educación transversal.

“Nuestro objetivo es ayudar a nuestros estudiantes y sus familias a mejorar su calidad de vida”, explica Castro a El Espectador. Desde sus inicios, la huerta ha buscado no solo ofrecer herramientas para una alimentación saludable, sino también inculcar valores de sostenibilidad, trabajo en equipo y resiliencia.

La idea de la huerta surgió en 2016 al observar los hábitos alimenticios de los estudiantes. “En ese entonces, los alimentos del restaurante escolar eran en su mayoría industrializados, llenos de azúcares. Veíamos cómo eso afectaba el comportamiento y la salud de los chicos”, recuerda Castro. Esta preocupación llevó al colegio a implementar un proyecto que articulara ocho hábitos saludables, entre ellos la nutrición, y que promoviera el cultivo de alimentos orgánicos en casa.

La iniciativa buscaba mejorar la economía familiar y la salud de los estudiantes y sus familias. Pero la huerta no tardó en evolucionar más allá de sus objetivos iniciales. “No solo cultivamos alimentos saludables, sino que también comenzamos a enseñar cocina saludable. Organizamos cursos, entregamos recetarios y hasta hicimos ceremonias de graduación para quienes participaron”, relata Castro, quien destaca cómo esta actividad transformó hábitos alimenticios en muchas familias.

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La huerta educativa del Colegio Siete de Agosto es trabajada por estudiantes, padres y docentes, quienes dedican tiempo a sembrar, cuidar y cosechar diversos alimentos. Entre las hortalizas que cultivan se encuentran lechugas, espinacas, cebollas, zanahorias y hierbas aromáticas, todas ellas producidas mediante prácticas de agricultura orgánica.

Los productos obtenidos se destinan principalmente al consumo familiar. Los estudiantes y sus familias los llevan a sus hogares, promoviendo una alimentación más saludable y accesible. Este modelo refuerza el aprendizaje práctico y fomenta hábitos alimenticios sostenibles en la comunidad educativa.

Resultados que cosechan vida

A lo largo de los años, la experiencia ha dejado testimonios que destacan el impacto en la salud y el bienestar de la comunidad. “Un estudiante con problemas de tiroides mejoró su condición solo con cambiar su alimentación. También escuchamos a abuelas decir cómo su salud ha mejorado gracias a los alimentos que ahora cultivan en casa”, cuenta Castro con orgullo.

Gracias a su impacto, la iniciativa fue reconocida como una experiencia significativa por el programa Mi Comunidad, Mi Escuela, liderado por la Universidad del Valle en colaboración con la Alcaldía de Cali. Esta distinción les permitió participar y ganar en convocatorias importantes, como la beca EFI, financiada por organizaciones internacionales, entre ellas Suiza y Bosnia. “Con esos 23 millones de pesos que ganamos, pudimos comprar herramientas, insumos y hasta construir el sendero de los ocho hábitos saludables”, detalla Castro.

El premio también incluyó asesorías con agrónomos y especialistas en plantas, quienes ayudaron a expandir el proyecto. Esto permitió institucionalizar la huerta como un proyecto transversal que involucra a estudiantes desde preescolar hasta grado 11. “Antes trabajaba sola con mis estudiantes en clases de biología y química. Ahora, todos los docentes están involucrados, desde el profesor de ética hasta los de inglés y arte”, comenta Castro.

Retos en el camino

Como en cualquier proyecto comunitario, los obstáculos no han faltado. Uno de los mayores desafíos ha sido ganar la confianza de otros docentes, quienes inicialmente se resistieron a dejar que los estudiantes participaran en la huerta. “Decían que los chicos iban a perder el tiempo, pero yo siempre les digo que aquí trabajan duro. No es un espacio para escaparse de clase, sino para aprender y esforzarse”, afirma Castro.

Sin embargo, la resistencia inicial dio paso a una aceptación generalizada, en parte gracias al apoyo del rector de la institución, Arnulfo Quiñones, quien siempre respaldó la iniciativa. “Él buscaba recursos y autorizaba permisos para que los estudiantes trabajaran en la huerta. Eso fue clave para que el proyecto creciera”, destaca Castro.

Además, la naturaleza y los recursos limitados han sido retos constantes. “A veces la herramienta desaparece, o la cosecha se pierde porque alguien se la lleva. Pero seguimos adelante. Hemos aprendido a empezar de cero cuando es necesario”, dice Castro, mostrando la resiliencia que caracteriza al proyecto.

El impacto de la huerta educativa ha trascendido las fronteras del colegio. Hoy, el proyecto se encuentra bajo el paraguas de la seguridad alimentaria, con la visión de convertirse en una gran huerta comunitaria. “Queremos que las familias cercanas al colegio también se beneficien de este espacio”, explica Castro.

Este enfoque ha atraído el interés de instituciones como la Universidad del Valle, la Universidad Nacional y la Javeriana, que han colaborado con capacitaciones, insumos y asesorías. “Con estas alianzas hemos ganado semillas, abonos y herramientas que enriquecen nuestro proyecto. Ahora ya no trabajamos con las uñas”, comenta Castro con gratitud.

Uno de los aspectos más conmovedores de la huerta ha sido su capacidad para transformar el comportamiento de estudiantes considerados “difíciles”, según Castro. “Mis estudiantes son felices en la huerta. Allí dialogamos, compartimos y reímos. Incluso los chicos más indisciplinados nunca han usado una herramienta como arma. Es un espacio de paz”, afirma Castro, destacando cómo el proyecto ha promovido la convivencia y el respeto mutuo.

La huerta también ha servido como puente entre generaciones. Padres, madres y abuelos han participado activamente, aprendiendo sobre cultivo y alimentación saludable. El camino recorrido por la huerta educativa del Colegio Siete de Agosto es una prueba del poder transformador de la educación cuando se combina con la acción comunitaria. Aunque los desafíos persisten, la visión de María Melfy Castro y su equipo es clara: seguir expandiendo el proyecto para beneficiar a más personas.

“Mi sueño es que esta huerta sea un ejemplo para otras instituciones, que inspire a otros a adoptar prácticas sostenibles y a trabajar juntos por un futuro mejor”, concluye Castro, con la convicción de que cada semilla plantada es un paso hacia una vida más saludable y en paz.

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Por Diego Suárez

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