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Así es el vivero comunitario de Buenos Aires, liderado por mujeres migrantes

Conozca la historia de Vivera Orgánica, un vivero comunitario en la villa Rodrigo Bueno de Buenos Aires, liderado por mujeres migrantes que transformaron un terreno precario en un espacio de cultivo, educación y biodiversidad.

Diego Alejandro Suárez Guerrero
28 de enero de 2025 - 09:30 p. m.
Vivera Orgánica es un vivero comunitario en la villa Rodrigo Bueno de Buenos Aires, liderado por mujeres migrantes que transformaron un terreno precario en un espacio de cultivo, educación y biodiversidad. Con cinco años de esfuerzo, este proyecto combina agroecología y autogestión, impulsando el desarrollo local y el empoderamiento.
Vivera Orgánica es un vivero comunitario en la villa Rodrigo Bueno de Buenos Aires, liderado por mujeres migrantes que transformaron un terreno precario en un espacio de cultivo, educación y biodiversidad. Con cinco años de esfuerzo, este proyecto combina agroecología y autogestión, impulsando el desarrollo local y el empoderamiento.
Foto: Vivera Orgánica
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En la villa Rodrigo Bueno, en el corazón de Buenos Aires, Argentina, un grupo de mujeres migrantes ha transformado su realidad a través de un sueño común: cultivar la tierra, enseñar y recuperar la biodiversidad de la región rioplatense. Este sueño ha dado vida a Vivera Orgánica, un vivero comunitario que no solo produce plantas nativas, sino que también se ha convertido en un espacio de educación y trabajo colectivo. Con la coordinación de Elizabeth Cuenca, esta iniciativa lleva cinco años de existencia, un hito que marca el esfuerzo y la resiliencia de un grupo de mujeres que no solo buscan mejorar sus condiciones de vida, sino también las de su comunidad.

El origen de Vivera Orgánica está vinculado a un taller de jardinería ofrecido por el Instituto de Vivienda de la Ciudad. En un principio, el grupo se dedicaba a la jardinería, pero pronto se dieron cuenta de que los costos de los alimentos orgánicos eran inaccesibles y que, para conseguirlos, debían viajar largas distancias, lo que se volvía una carga. Fue entonces cuando surgió la necesidad de crear una huerta propia, no solo para consumir productos saludables, sino también para enseñar a otros a cultivarlos.

“Al principio, era un taller abierto, cualquiera podía participar, pero la necesidad de conseguir productos orgánicos nos hizo pensar que deberíamos tener algo más cercano, algo propio”, cuenta Cuenca en entrevista con El Espectador. La propuesta de iniciar una huerta en el barrio fue acogida por las mujeres con entusiasmo, aunque con ciertas dudas sobre cómo llevarla a cabo. La idea de tener un vivero que produjera plantas nativas, algo que había sido sugerido por las autoridades, terminó consolidándose como una propuesta de autogestión.

Rodrigo Bueno, un barrio vulnerable al costado de la Reserva Ecológica Costanera Sur y del Río de la Plata, se convirtió en el lugar en el que nació la huerta. Con calles inundadas, carencias de servicios básicos y viviendas precarias, la vida para muchas de estas mujeres era una lucha diaria por salir adelante. “Cuando llegué, me sentí completamente relegada. Nunca había vivido en un lugar tan precario. Para nosotras, tener algo estable era un sueño”, recuerda Cuenca.

Fue en medio de esas carencias que se empezó a gestar el proyecto. El gobierno de la ciudad les otorgó un espacio para iniciar el vivero en 2019, gracias a un convenio con la Reserva Ecológica. A partir de allí, las mujeres comenzaron a transformar un terreno lleno de escombros en un espacio verde, sembrando la primera semilla de lo que hoy es Vivera Orgánica.

“Las chicas me decían que estaba loca, que nunca íbamos a lograrlo. Pero yo sabía que si nos organizábamos, podíamos hacerlo”, rememora Cuenca. En el año 2020, con la pandemia alterando todos los planes, la huerta empezó a producir hortalizas como lechugas, acelgas, mostaza y kale, que comenzaron a comercializar directamente a los vecinos a precios accesibles.

Uno de los aspectos más importantes de Vivera Orgánica ha sido su rol educativo. El proyecto no solo busca producir alimentos y plantas, sino también enseñar a los demás sobre el cultivo y la agroecología. El vivero se ha convertido en un espacio abierto a las escuelas y jardines de la zona, y el grupo ha trabajado en estrecha colaboración con el Ministerio de Educación para recibir estudiantes que realizan pasantías. “Es un lugar donde compartimos lo que sabemos, pero también aprendemos. Es muy enriquecedor ver cómo los chicos se entusiasman con las plantas y luego quieren llevarse esa experiencia a sus hogares”, comenta Cuenca.

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Este año, el proyecto también se vinculará con la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde los estudiantes podrán aprender sobre plantas autóctonas y contribuir a la investigación del vivero. Para que esto fuera posible, las autoridades del Ministerio de Educación hicieron una evaluación exhaustiva del espacio, garantizando que no representara un riesgo para los estudiantes. “Nos evaluaron y, al final, nos aceptaron porque se dieron cuenta de que somos serias en lo que hacemos, que tenemos una historia de trabajo y compromiso”, afirma Cuenca.

La producción de Vivera Orgánica se centra en plantas nativas de la región rioplatense. Con el avance del desarrollo urbano, muchas de estas especies han ido desapareciendo. A través de este proyecto, las mujeres han logrado recuperar varias de ellas, contribuyendo a la biodiversidad local. “Las plantas nativas tienen un valor enorme para la zona, no solo porque son autóctonas, sino porque son resistentes y no necesitan fertilizantes químicos. Nosotros cultivamos con agroecología, respetando el ciclo natural de las plantas”, explica Cuenca.

La huerta también produce una variedad de hortalizas, como acelgas, lechugas y tomates. De hecho, Vivera Orgánica ha recuperado 19 variedades de tomates a través del cultivo de semillas. “Cada temporada vamos cambiando lo que sembramos, dependiendo de las necesidades del momento. Siempre tenemos algo nuevo para ofrecer a la comunidad”, asegura Cuenca.

Sin embargo, uno de los mayores desafíos que enfrentaron las mujeres fue la gestión interna del equipo. Inicialmente, el grupo estaba compuesto por 14 mujeres de diferentes edades y países. La falta de acuerdos en la toma de decisiones y la dificultad para coordinarse fue un obstáculo que casi pone fin al proyecto. “El problema más grande fue el equipo humano. Todas somos muy diferentes, con experiencias y culturas distintas. A veces no podíamos ponernos de acuerdo”, confiesa Cuenca.

Para solucionar estos problemas, decidieron incorporar psicólogos y coaches para facilitar la comunicación y mejorar la dinámica grupal. “Tuvimos que hacer muchos ajustes, incluso tuvimos que excluir a algunas compañeras. Ahora somos 11, ”, explica Cuenca.

A pesar de los obstáculos internos y las dificultades económicas, el proyecto sigue creciendo. Sin embargo, las mujeres enfrentan el desafío de mantener la sostenibilidad financiera del vivero. Aunque las ventas no han sido suficientes para generar ganancias importantes, la cosecha sigue quedando para ellas, y se han involucrado en otros proyectos para obtener ingresos. “Nos dedicamos con mucho amor a lo que hacemos, pero a veces no es suficiente para alcanzar los grandes mercados. Sin embargo, lo que más nos interesa es poder enseñar a otros y replicar este modelo en otros barrios”, dice Cuenca.

El apoyo del gobierno de la ciudad ha sido fundamental para el desarrollo del proyecto. Aunque no han recibido apoyo directo del gobierno nacional, la infraestructura del vivero fue proporcionada por el gobierno local, y las mujeres han podido vender sus productos a través de una red de emprendedores y empresas que las apoyan.

Con los años, Vivera Orgánica se ha consolidado como un ejemplo de superación y solidaridad en un barrio vulnerable. Cuenca y sus compañeras sueñan con expandir su iniciativa a otras villas y asentamientos del país, para que más mujeres tengan la oportunidad de aprender sobre agricultura y autocultivo. “Nosotras somos un faro, un ejemplo de que sí se puede. Queremos que otras personas vean que, si nosotras pudimos, ellas también pueden. Ese es nuestro mensaje”, afirma Cuenca.

Hoy, después de cinco años, Vivera Orgánica sigue siendo un refugio de esperanza, un lugar donde la tierra y las mujeres se encuentran para cultivar no solo alimentos, sino también sueños y oportunidades. “Amamos lo que hacemos. Es un trabajo que nos da vida”, concluye Cuenca.

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Por Diego Alejandro Suárez Guerrero

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