El jardín en el que hay más de 40 variedades de maíz nativo cultivado y conservado
Este jardín busca conservar y promover la diversidad del maíz nativo y criollo a través de la educación, la celebración cultural y un festival emblemático.
Leidy Barbosa
En Cundinamarca, el municipio de Gachetá alberga una valiosa iniciativa comunitaria conocida como el Jardín del Maíz, que se dedica a revitalizar la conservación de un cultivo milenario y esencial: el maíz nativo. Este grano, símbolo de las civilizaciones precolombinas, en el proyecto trasciende su función como simple cultivo, para convertirse en un legado biocultural que ha perdurado a lo largo de generaciones.
El Jardín del Maíz no solo se enfoca en la preservación y reproducción de semillas nativas y criollas, sino que también promueve una red de colaboración entre campesinos, citadinos, horticultores urbanos y todos aquellos comprometidos con el patrimonio agrícola. Este espacio tiene como objetivo fomentar el cuidado de semillas ancestrales, algunas de más de 60 años de historia, que han sido cultivadas y recreadas a lo largo de generaciones por campesinos. De este modo, se busca revitalizar en el propio jardín la base genética que ha sustentado las cosechas de los agricultores de Cundinamarca y sus alrededores a lo largo de los siglos.
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“Esta iniciativa no solo busca conservar la biodiversidad, sino también rescatar y transmitir el valioso legado cultural vinculado al maíz en las Américas. Contamos con un Festival Americano del Maíz, donde hemos descubierto que todos los pueblos de América, comparten un profundo respeto por el maíz y las semillas nativas. Un ejemplo es la leyenda muisca, que relata cómo un jefe, al derramar granos de oro, sembró inadvertidamente las primeras plantas de maíz amarillo. Esta historia no solo explica el origen del ‘grano dorado’, sino que también se entrelaza con el mito de El Dorado, simbolizando la abundancia y riqueza que el maíz representaba para estas culturas”, cuenta Ciro Martínez Báez, ingeniero químico y fundador del proyecto.
Actualmente, el proyecto cultiva cerca de 40 variedades de maíz nativo y criollo. Esta distinción se debe a que los maíces nativos cuentan con una historia milenaria en el territorio, mientras que los criollos, aunque originarios de otras regiones, se han adaptado al entorno local con el tiempo. Por otro lado, la diversidad es notable en este espacio, pues de esas variedades hay desde texturas como tunicadas, blandas, duras y una amplia gama de colores que incluye tonos como morado, blanco, naranja, negro y rojo.
“Nuestro objetivo es expandir esta colección para representar la mayor diversidad posible de este cultivo esencial”, señala Martínez. Para lograrlo, implementan prácticas agrícolas tradicionales mesoamericanas, como la milpa, un sistema de policultivo tradicional y ancestral que combina el cultivo de maíz, frijoles y calabazas en una interrelación que optimiza el uso de los recursos y promueve la biodiversidad. En este sistema, el maíz se planta como la planta dominante, proporcionando soporte vertical para los frijoles, que se trepan por sus tallos. Los frijoles, además, enriquecen el suelo al fijar nitrógeno, lo que mejora su fertilidad. Por su parte, las calabazas, con sus grandes hojas que se extienden por el suelo, ayudan a conservar la humedad y su sombra protege el suelo de la erosión, creando un ecosistema equilibrado.
Y es que según el experto, en la cosmovisión de los pueblos americanos, este trío de cultivos tiene un profundo simbolismo: el frijol representa al individuo, el maíz a la familia y las calabazas a la comunidad. Esta cosmovisión resalta la interdependencia entre los cultivos y su importancia no solo en términos de producción agrícola, sino también en la construcción de la identidad y los valores culturales.
“En nuestra búsqueda por preservar la diversidad del maíz, hemos descubierto campesinos de avanzada edad, algunos con 60, 70 u 80 años que cultivan unas variedades las cuales han pasado de generación en generación. Al preguntarles sobre el origen de sus semillas, responden con orgullo: “Las cultivo desde que era niño. Mi padre las cultivaba, y antes que él, mi abuelo”. Estas narrativas revelan linajes de semillas que se remontan a casi 200 años, portadoras de una memoria genética invaluable y adaptadas a las condiciones locales a lo largo de décadas”, cuenta Martínez.
Sin embargo, a pesar del gran apoyo de la comunidad, el proyecto ha sido sostenido principalmente por la pasión y el compromiso de sus participantes, por ejemplo el jardín está ubicado en una terraza de sus colaboradores, lo que ha presentado desafíos en áreas como la investigación y el cuidado de más semillas.
“Recientemente, hemos comenzado a recibir reconocimiento y apoyo institucional. La Secretaría de Agricultura del Departamento de Cundinamarca nos ha asignado una partida presupuestaria significativa, un gesto que agradecemos profundamente tanto al secretario como al gobernador”, puntualiza Martínez.
Esta financiación se debe a que el Festival del Maíz, que lega con su cuarta edición programada para el 12 de octubre de 2024, se ha consolidado como un evento emblemático en Cundinamarca. Los líderes del proyecto aspiran a transformarlo en un referente cultural y agrícola para todo el continente americano, con el propósito de celebrar la rica diversidad del maíz y su papel fundamental en las culturas de la región, subrayando su relevancia tanto histórica.
El evento se estructura en torno a tres pilares fundamentales:
- Componente Académico: Cuenta con la participación de expertos nacionales e internacionales que abordan el maíz desde diversas perspectivas. Estos especialistas analizan tanto su dimensión cultural y simbólica como su influencia en procesos sociales a través de conferencias y debates.
- Expresión Cultural: Hay desfiles de comparsas y danzas tradicionales las cuales llenan las calles del pueblo, mientras encuentros de copleros destacan la creatividad popular, con versos improvisados que celebran el maíz, su siembra y sus múltiples usos.
- Gastronomía: El festival ofrece un recorrido por la riqueza culinaria del maíz, con un festín de platos tradicionales que incluye arepas en todas sus variedades, envueltos, tamales, y una amplia gama de panes y amasijos de maíz.
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Entre su oferta, destaca el Museo del Maíz, el cual es un sitio que alberga diversas salas temáticas que destacan la riqueza histórica y cultural del maíz y su entorno. Una de estas es la Sala del Maíz la cual ofrece una exposición sobre la evolución del grano, desde el teocinte hasta las variedades nativas y criollas modernas, algunas de las variedades expuestas vienen desde el jardín que cuidan para que los visitantes pueden admirarla esta colección.
Además, el museo cuenta con una colección paleontológica que presenta fósiles locales, como amonitas y otros especímenes hallados en la provincia del Guavio y exhiben, también artefactos precolombinos, entre los que destacan piezas de cerámica en donde hacían preparaciones con el maíz con aproximadamente 1,000 años de antigüedad, datadas por la Universidad Nacional y prestadas por coleccionistas privados.
“Con toda esta diversidad, los invitamos a todos a ser parte de este proyecto, promoviendo un cambio silencioso en nuestros hábitos de consumo que nos regrese a lo esencial y a lo que la tierra nos ofrece directamente. Podemos cultivar en apartamentos o en casa, tener una huerta pequeña que nos permita consumir los productos directamente de ahí garantizando así un legado agrícola que perdure en el tiempo. Además, los invitamos a que nos conozcan, que vengan al evento que se realizará en octubre”, finaliza Martínez.
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En Cundinamarca, el municipio de Gachetá alberga una valiosa iniciativa comunitaria conocida como el Jardín del Maíz, que se dedica a revitalizar la conservación de un cultivo milenario y esencial: el maíz nativo. Este grano, símbolo de las civilizaciones precolombinas, en el proyecto trasciende su función como simple cultivo, para convertirse en un legado biocultural que ha perdurado a lo largo de generaciones.
El Jardín del Maíz no solo se enfoca en la preservación y reproducción de semillas nativas y criollas, sino que también promueve una red de colaboración entre campesinos, citadinos, horticultores urbanos y todos aquellos comprometidos con el patrimonio agrícola. Este espacio tiene como objetivo fomentar el cuidado de semillas ancestrales, algunas de más de 60 años de historia, que han sido cultivadas y recreadas a lo largo de generaciones por campesinos. De este modo, se busca revitalizar en el propio jardín la base genética que ha sustentado las cosechas de los agricultores de Cundinamarca y sus alrededores a lo largo de los siglos.
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“Esta iniciativa no solo busca conservar la biodiversidad, sino también rescatar y transmitir el valioso legado cultural vinculado al maíz en las Américas. Contamos con un Festival Americano del Maíz, donde hemos descubierto que todos los pueblos de América, comparten un profundo respeto por el maíz y las semillas nativas. Un ejemplo es la leyenda muisca, que relata cómo un jefe, al derramar granos de oro, sembró inadvertidamente las primeras plantas de maíz amarillo. Esta historia no solo explica el origen del ‘grano dorado’, sino que también se entrelaza con el mito de El Dorado, simbolizando la abundancia y riqueza que el maíz representaba para estas culturas”, cuenta Ciro Martínez Báez, ingeniero químico y fundador del proyecto.
Actualmente, el proyecto cultiva cerca de 40 variedades de maíz nativo y criollo. Esta distinción se debe a que los maíces nativos cuentan con una historia milenaria en el territorio, mientras que los criollos, aunque originarios de otras regiones, se han adaptado al entorno local con el tiempo. Por otro lado, la diversidad es notable en este espacio, pues de esas variedades hay desde texturas como tunicadas, blandas, duras y una amplia gama de colores que incluye tonos como morado, blanco, naranja, negro y rojo.
“Nuestro objetivo es expandir esta colección para representar la mayor diversidad posible de este cultivo esencial”, señala Martínez. Para lograrlo, implementan prácticas agrícolas tradicionales mesoamericanas, como la milpa, un sistema de policultivo tradicional y ancestral que combina el cultivo de maíz, frijoles y calabazas en una interrelación que optimiza el uso de los recursos y promueve la biodiversidad. En este sistema, el maíz se planta como la planta dominante, proporcionando soporte vertical para los frijoles, que se trepan por sus tallos. Los frijoles, además, enriquecen el suelo al fijar nitrógeno, lo que mejora su fertilidad. Por su parte, las calabazas, con sus grandes hojas que se extienden por el suelo, ayudan a conservar la humedad y su sombra protege el suelo de la erosión, creando un ecosistema equilibrado.
Y es que según el experto, en la cosmovisión de los pueblos americanos, este trío de cultivos tiene un profundo simbolismo: el frijol representa al individuo, el maíz a la familia y las calabazas a la comunidad. Esta cosmovisión resalta la interdependencia entre los cultivos y su importancia no solo en términos de producción agrícola, sino también en la construcción de la identidad y los valores culturales.
“En nuestra búsqueda por preservar la diversidad del maíz, hemos descubierto campesinos de avanzada edad, algunos con 60, 70 u 80 años que cultivan unas variedades las cuales han pasado de generación en generación. Al preguntarles sobre el origen de sus semillas, responden con orgullo: “Las cultivo desde que era niño. Mi padre las cultivaba, y antes que él, mi abuelo”. Estas narrativas revelan linajes de semillas que se remontan a casi 200 años, portadoras de una memoria genética invaluable y adaptadas a las condiciones locales a lo largo de décadas”, cuenta Martínez.
Sin embargo, a pesar del gran apoyo de la comunidad, el proyecto ha sido sostenido principalmente por la pasión y el compromiso de sus participantes, por ejemplo el jardín está ubicado en una terraza de sus colaboradores, lo que ha presentado desafíos en áreas como la investigación y el cuidado de más semillas.
“Recientemente, hemos comenzado a recibir reconocimiento y apoyo institucional. La Secretaría de Agricultura del Departamento de Cundinamarca nos ha asignado una partida presupuestaria significativa, un gesto que agradecemos profundamente tanto al secretario como al gobernador”, puntualiza Martínez.
Esta financiación se debe a que el Festival del Maíz, que lega con su cuarta edición programada para el 12 de octubre de 2024, se ha consolidado como un evento emblemático en Cundinamarca. Los líderes del proyecto aspiran a transformarlo en un referente cultural y agrícola para todo el continente americano, con el propósito de celebrar la rica diversidad del maíz y su papel fundamental en las culturas de la región, subrayando su relevancia tanto histórica.
El evento se estructura en torno a tres pilares fundamentales:
- Componente Académico: Cuenta con la participación de expertos nacionales e internacionales que abordan el maíz desde diversas perspectivas. Estos especialistas analizan tanto su dimensión cultural y simbólica como su influencia en procesos sociales a través de conferencias y debates.
- Expresión Cultural: Hay desfiles de comparsas y danzas tradicionales las cuales llenan las calles del pueblo, mientras encuentros de copleros destacan la creatividad popular, con versos improvisados que celebran el maíz, su siembra y sus múltiples usos.
- Gastronomía: El festival ofrece un recorrido por la riqueza culinaria del maíz, con un festín de platos tradicionales que incluye arepas en todas sus variedades, envueltos, tamales, y una amplia gama de panes y amasijos de maíz.
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Entre su oferta, destaca el Museo del Maíz, el cual es un sitio que alberga diversas salas temáticas que destacan la riqueza histórica y cultural del maíz y su entorno. Una de estas es la Sala del Maíz la cual ofrece una exposición sobre la evolución del grano, desde el teocinte hasta las variedades nativas y criollas modernas, algunas de las variedades expuestas vienen desde el jardín que cuidan para que los visitantes pueden admirarla esta colección.
Además, el museo cuenta con una colección paleontológica que presenta fósiles locales, como amonitas y otros especímenes hallados en la provincia del Guavio y exhiben, también artefactos precolombinos, entre los que destacan piezas de cerámica en donde hacían preparaciones con el maíz con aproximadamente 1,000 años de antigüedad, datadas por la Universidad Nacional y prestadas por coleccionistas privados.
“Con toda esta diversidad, los invitamos a todos a ser parte de este proyecto, promoviendo un cambio silencioso en nuestros hábitos de consumo que nos regrese a lo esencial y a lo que la tierra nos ofrece directamente. Podemos cultivar en apartamentos o en casa, tener una huerta pequeña que nos permita consumir los productos directamente de ahí garantizando así un legado agrícola que perdure en el tiempo. Además, los invitamos a que nos conozcan, que vengan al evento que se realizará en octubre”, finaliza Martínez.
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