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Esta es la huerta de Ciudad Bolívar que trata de recuperar un vertedero de basura

La huerta comunitaria pasó de ser un espacio abandonado a un proyecto sostenible que promueve la autosuficiencia alimentaria y fortalece el tejido social.

Leidy Barbosa
21 de septiembre de 2024 - 12:28 a. m.
Algunos participantes ahora producen y venden aceites esenciales y otros productos hechos con lo cultivado, comercializándolos en ferias de mercados campesinos y huerteros urbanos.
Algunos participantes ahora producen y venden aceites esenciales y otros productos hechos con lo cultivado, comercializándolos en ferias de mercados campesinos y huerteros urbanos.
Foto: Leidy Barbosa

La localidad de Ciudad Bolívar, ubicada en el sur de Bogotá, tiene una gran fortaleza: su trabajo comunitario. Este esfuerzo colectivo ha logrado vincular a una amplia gama de actores locales, incluyendo estudiantes de jardines infantiles, colegios públicos y privados, así como diversos grupos comunitarios y ambientales, alrededor de propuestas que buscan mejorar las condiciones de vida en la localidad.

En el marco de la colaboración y el aprendizaje colectivo, han surgido iniciativas innovadoras como las huertas comunitarias. Estos proyectos se inspiran en el saber tradicional de los abuelos campesinos que migraron a las periferias urbanas, enfocándose en la autosuficiencia alimentaria y el fortalecimiento de los lazos comunitarios a través del intercambio de conocimientos y recursos. Un ejemplo es la huerta comunitaria del barrio Amapola, liderada por María Celis, miembro de la mesa de agricultura y vocera distrital de la localidad. Allí, durante más de 12 años han trabajado en la recuperación de un espacio que antes era un vertedero improvisado, lleno de retamo espinoso y escombros, lo que convertía el espacio en un foco de delincuencia y degradación ambiental.

“Comenzamos cuatro familias, unidas por el mismo sueño: transformar un espacio abandonado en algo productivo y beneficioso. Cuando llegamos, el terreno estaba en un estado deplorable, cubierto de escombros, basura y objetos viejos. Era un lugar que la gente evitaba, pasando de largo y frunciendo el ceño ante el deterioro y el abandono. Además, había robos, expendio de sustancias y otras actividades delictivas. Sin embargo, nosotros vimos algo diferente. Vimos el potencial no solo para recuperar un pedazo de tierra, sino también para cambiar nuestras vidas y fortalecer nuestra comunidad”, relata Celis.

Cuenta que, día tras día, trabajaron incansablemente para limpiar el terreno. Este proceso duró varios meses, enfrentándose al calor, la lluvia y, en ocasiones, al desánimo. Sin embargo, poco a poco, con mucha paciencia y esfuerzo, comenzaron a notar los cambios.

“Fue como si la tierra misma nos estuviera hablando, pues donde antes solo había basura, empezamos a ver brotes verdes asomándose tímidamente. Plantas que nadie había sembrado comenzaron a crecer, como si hubieran estado esperando todo este tiempo a que alguien les diera la oportunidad. Eso nos demostró que nuestro esfuerzo valía la pena, que estábamos haciendo algo importante. No solo estábamos limpiando un terreno, estábamos devolviendo la vida a un lugar que había sido olvidado”, dijo.

Por su parte, Óscar Mejía, también participante de la huerta y miembro de la mesa de agricultura y cuidador de semillas de la localidad, relata que, en medio de la inexperiencia inicial en temas legales, fue el Instituto de Líderes el que los alertó sobre la necesidad de poner en regla todos los asuntos relacionados con la huerta.

“Nuestro inicio fue complicado. Aunque los espacios son públicos, necesitan un administrador, y en nuestro caso el terreno estaba bajo la administración del Instituto de Recreación y Deporte (IRB). Afortunadamente, contamos con el apoyo del Jardín Botánico de Bogotá, que nos animó a que la toma de decisiones fuera colectiva. Así surgió la Mesa de Agricultura Urbana de la localidad, un espacio que reúne a todas las huertas comunitarias de la zona y promueve la colaboración entre sus participantes para fortalecer este tipo de iniciativas”, dijo Mejía.

La Mesa de Agricultura Urbana forma parte de la Red de Agricultoras y Agricultores, una iniciativa centrada en la promoción de modelos colaborativos para la agricultura urbana sostenible en Bogotá. Su objetivo principal es fortalecer el liderazgo comunitario y el tejido social a través del intercambio de conocimientos y experiencias entre huerteros. Según el Jardín Botánico de Bogotá, esta red tiene como propósito desarrollar un plan de acción que refuerce los procesos comunitarios y mejore la calidad de las huertas urbanas, en donde la meta sea crear 20 mil huertas urbanas y 19 redes locales de agricultores urbanos y periurbano para contribuir así al crecimiento de la agricultura urbana sostenible.

“La red ofrece capacitaciones obligatorias para los huerteros de la localidad, de hecho como parte del programa, se entregan uniformes para identificación, para que nos identifiquemos. Además, la alcaldía está promoviendo otra capacitación que incluye la entrega de kits de herramientas e insumos. Estas iniciativas han impulsado no solo el desarrollo de las huertas, sino también la creación de pequeñas empresas, pues algunos participantes ahora producen y venden aceites esenciales y otros productos hechos con lo cultivado, comercializándolos en ferias de mercados campesinos y huerteros urbanos”, cuenta Mejía.

¿Cuál es el propósito de la huerta?

En este momento, la huerta alberga una gran variedad de productos, entre los que s se encuentran tomate de árbol, papayuela, mora, aguacate, perejil liso, lechuga y arracacha. También cultivan plantas ornamentales como cartuchos, rosas y hierbabuena.

“La transformación del espacio ha sido notable. Antes, este lugar era un foco de contaminación donde la gente abandonaba animales muertos, como gatitos y perritos. El olor era insoportable. Ahora, gracias a nuestro esfuerzo, esas prácticas han cesado. Logramos cercar la huerta con una malla de corral de pollo, lo que ha ayudado a proteger el espacio y mantenerlo limpio”, recalca la fundadora.

Los beneficios de la huerta para la comunidad son múltiples. Según Celis, esta iniciativa les permite acceder a una alimentación más saludable y fomenta la sostenibilidad. Aunque no cubre todas las necesidades alimentarias, sí contribuye significativamente a reducir los gastos familiares. Además, han adoptado prácticas sostenibles, como la creación de compost a partir de desechos orgánicos generados en las cocinas, en donde toda la comunidad ha participado, y en donde a cambio por su esfuerzo, reciben productos frescos de la huerta, como lechugas y cubios.

“De hecho, esta huerta comunitaria es un espacio seguro y acogedor, abierto a personas de todas las edades y condiciones, pues tanto niños como adultos mayores han encontrado en la actividad hortícola una manera cómoda y segura de participar y disfrutar”, puntualiza Mejía.

El apoyo institucional ha sido fundamental para el desarrollo de estos proyectos. El Jardín Botánico proporciona plántulas y abonos, mientras que la alcaldía local ha contribuido con herramientas y, recientemente, con uniformes para los participantes. Además, se han ofrecido oportunidades de formación, como un diplomado en agricultura. El Jardín Botánico ha sido fundamental en este proceso, asesorando en técnicas de siembra, proporcionando semillas y plántulas. A través de ellos, se gestionan los permisos necesarios con otras entidades del distrito.

Sin embargo, los participantes destacan la necesidad de un mayor apoyo para garantizar la sostenibilidad de estos proyectos. “Nos gustaría recibir más respaldo, ya que es relevante encontrar una forma de sostener este trabajo y es que aunque participamos regularmente en encuentros locales donde exhibimos y vendemos nuestros productos, lo que nos ayuda a cubrir parte de los costos de producción, todo es trabajo voluntario y no remunerado por lo que muchas veces no podemos costear los gastos. Por ello nos gustaría contar con un mayor respaldo gubernamental para los agricultores urbanos y huerteros, pues nuestro trabajo no solo genera alimentos, sino que también fortalece el tejido social y contribuye a la mejora del entorno urbano”, comenta Celis.

Aunque la huerta ha brindado numerosos beneficios a la comunidad, también ha enfrentado desafíos significativos, siendo el vandalismo uno de los más desalentadores. Los participantes han vivido momentos frustrantes al encontrar frutos listos para cosechar que han sido robados, o cultivos pisoteados y destrozados. Estos incidentes representan un duro golpe para quienes han invertido tanto tiempo y esfuerzo en mantener el proyecto y hacer de la huerta un espacio comunitario sostenible.

Además de los problemas de vandalismo, la huerta ha enfrentado desafíos ambientales. La sequía actual ha dificultado aún más el mantenimiento, ya que regar las plantas y mantenerlas con vida se ha vuelto un reto diario. El racionamiento de agua y la falta de lluvias han agravado la situación, haciendo que el cuidado de los cultivos sea especialmente complicado en estos tiempos.

“A pesar de estas dificultades, seguimos adelante. El vandalismo y los retos climáticos son obstáculos duros de superar, pero estamos decididos a mantener viva nuestra huerta. Cada planta que sobrevive, cada cosecha que logramos, es un triunfo contra la adversidad. Aunque a veces es desalentador, sabemos que el valor de lo que hacemos va más allá de los productos que obtenemos. Estamos construyendo comunidad, enseñando sobre sostenibilidad y resistencia, y demostrando que con dedicación y trabajo duro, podemos crear espacios verdes y productivos, incluso en las circunstancias más difíciles”, dice Celis.

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Leidy Barbosa

Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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