¿Jardinería o huerta a gran a escala? Las biofábricas son la respuesta
Estos espacios contribuyen a la autonomía alimentaria de cada localidad, la reforestación y la conservación vegetal.
Las huertas y los viveros se han sumado en importancia a los espacios que en las ciudades ayudan al desarrollo y la conservación del medio ambiente. Solo en Bogotá, de acuerdo con cifras del Observatorio Ambiental, hay por lo menos cerca de 4.000 huertas urbanas en las que se dan distintos tipos de plantas. árboles y vegetales.
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La Secretaría de Ambiente de la capital, por ejemplo, administra tres viveros que son biofábricas para producción de material vegetal nativo.: el Centro de Restauración Ambiental (Ceresa) ubicado en San Cristóbal; Soratama, ubicado en Usaquén; y Entrenubes, que se distribuye entre las localidades Usme, San Rafael Uribe Uribe y San Cristóbal. Allí, se disponen distintos métodos biotecnológicos y convencionales, laboratorios y protocolos de propagación para cultivos frutales, hortalizas, aromáticas, forestales, nativos, café, entre otros, que contribuyen a la producción de bioinsumos y conocimiento agrícola.
Pero vamos por partes: ¿cuál es la importancia de las biofábricas?
Las biofábricas: indispensables para la conservación de materia vegetal
Las biofábricas son centros comunitarios en los que se producen fuentes de nutrientes orgánicos llamados biofermentados, líquidos y sólidos. También se siembran plantas y se incentiva el enriquecimiento del suelo. En paralelo se divulga conocimiento sobre los productos agrícolas, cómo sembrarlos y su conservación. A diferencia de los viveros convencionales, el ritmo de la producción es más activa, se distribuyen semanalmente o mensualmente plantas útiles para proveer a otras huertas.
Enrique Vargas Galindo, ingeniero agrónomo de la biofábrica de Las Margaritas, en Ciudad Bolívar, le explicó a El Espectador la importancia de estos espacios. “Se hace un planteamiento de qué necesidad de plantulas y de qué especies requieren las huertas para llegar a ser productivas. A partir de ese estudio determinan mensualmente o semanalmente la cantidad que nosotros como biofábricas debemos suplir para alimentar esas huertas para que los usuarios puedan convertirlas en una producción para su consumo o para propender un emprendimiento comercial y la puedan ofrecer a distintos públicos”.
Esto ayuda a que los habitantes de cada localidad tengan autonomía alimentaria y adquieran herramientas suficientes para cosechar alimentos necesarios del día a día y volver estos productos comercializables, siempre velando por el buen manejo de estos. “Las buenas prácticas agrícolas son la consolidación del proceso de producción, por el cual ambientalmente hacemos el menor impacto posible y generamos una multiplicación de beneficios en la producción que obtenemos”, señala
Entonces, de acuerdo con el ingeniero, por medio de la pedagogía, la población aprende a cómo reutilizar los desechos biológicos, cómo hacer su vivero autosuficiente y la calidad que debe tener cada cosecha: “Estamos garantizando que el proceso que se desarrolla no tenga factibilidad de propagar enfermedades dentro de los productores o cultivos que se hacen”.
Incluso, para hacer esta tarea más eficiente, cuentan con un banco de semillas del cual cada ciudadano puede hacer uso. “Está direccionado a que aprendamos a valorar las especies nativas que tenemos en nuestra localidad, a valorar las semillas de tubérculos, frutas y hortalizas que se dan en la región. Busca a que la gente dentro de sus plantaciones obtenga las mejores semillas, el mejor material vegetal que sirve para mantener esa especie viva en la localidad”, explica Vargas.
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Otras funciones sociales
De la mano del Instituto Distrital para la Niñez y la Juventud (Idripón), se reincorpora a la sociedad cerca de 900 jóvenes que se encontraban en situación de vulnerabilidad. Gracias al mantenimiento que realizan los ciudadanos en cada uno de los viveros, cada año se producen cientos de plantas. En Ceresa, por ejemplo, se producen al año 56.250 árboles, en Soratama 22.500 y en Enetrenubes 33.750.
Para la preservación del medioambiente, también cumplen con propagar la autosostenibilidad. “Con miras a que sea autosuficiente y que ambientalmente haga un buen uso de los recursos, específicamente del agua, se montó otro proyecto adicional por parte de la administración, de energías alternativas. Se pusieron 12 paneles solares para captar la energía solar y convertirla en energía eléctrica destinada a los motores o sistemas que necesitamos para impulsar el agua. Tanto para sacarla del reservorio como para las bombas que nos ayudan a distribuir el agua en los distintos módulos de producción”, señala Vargas.
La biofábrica, entonces, tiene tres funciones: educar a la ciudadanía sobre la cosecha de plantas para su uso cotidiano o comercial, la preservación de las especies nativas por medio de su divulgación y la reintegración de personas en estado de vulnerabilidad por medio de la contribución al mantenimiento del establecimiento. En sentido simbólico, además, hace que las comunidades construyan un tejido social con base a la autonomía alimentaria y la sostenibilidad, contribuyendo al desarrollo económico y barrial.
🌳 ☘️ 🌿 Encuentre en La Huerta toda la información sobre plantas, jardinería, cultivos y siembra. 🍂🌺 🌼
Las huertas y los viveros se han sumado en importancia a los espacios que en las ciudades ayudan al desarrollo y la conservación del medio ambiente. Solo en Bogotá, de acuerdo con cifras del Observatorio Ambiental, hay por lo menos cerca de 4.000 huertas urbanas en las que se dan distintos tipos de plantas. árboles y vegetales.
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La Secretaría de Ambiente de la capital, por ejemplo, administra tres viveros que son biofábricas para producción de material vegetal nativo.: el Centro de Restauración Ambiental (Ceresa) ubicado en San Cristóbal; Soratama, ubicado en Usaquén; y Entrenubes, que se distribuye entre las localidades Usme, San Rafael Uribe Uribe y San Cristóbal. Allí, se disponen distintos métodos biotecnológicos y convencionales, laboratorios y protocolos de propagación para cultivos frutales, hortalizas, aromáticas, forestales, nativos, café, entre otros, que contribuyen a la producción de bioinsumos y conocimiento agrícola.
Pero vamos por partes: ¿cuál es la importancia de las biofábricas?
Las biofábricas: indispensables para la conservación de materia vegetal
Las biofábricas son centros comunitarios en los que se producen fuentes de nutrientes orgánicos llamados biofermentados, líquidos y sólidos. También se siembran plantas y se incentiva el enriquecimiento del suelo. En paralelo se divulga conocimiento sobre los productos agrícolas, cómo sembrarlos y su conservación. A diferencia de los viveros convencionales, el ritmo de la producción es más activa, se distribuyen semanalmente o mensualmente plantas útiles para proveer a otras huertas.
Enrique Vargas Galindo, ingeniero agrónomo de la biofábrica de Las Margaritas, en Ciudad Bolívar, le explicó a El Espectador la importancia de estos espacios. “Se hace un planteamiento de qué necesidad de plantulas y de qué especies requieren las huertas para llegar a ser productivas. A partir de ese estudio determinan mensualmente o semanalmente la cantidad que nosotros como biofábricas debemos suplir para alimentar esas huertas para que los usuarios puedan convertirlas en una producción para su consumo o para propender un emprendimiento comercial y la puedan ofrecer a distintos públicos”.
Esto ayuda a que los habitantes de cada localidad tengan autonomía alimentaria y adquieran herramientas suficientes para cosechar alimentos necesarios del día a día y volver estos productos comercializables, siempre velando por el buen manejo de estos. “Las buenas prácticas agrícolas son la consolidación del proceso de producción, por el cual ambientalmente hacemos el menor impacto posible y generamos una multiplicación de beneficios en la producción que obtenemos”, señala
Entonces, de acuerdo con el ingeniero, por medio de la pedagogía, la población aprende a cómo reutilizar los desechos biológicos, cómo hacer su vivero autosuficiente y la calidad que debe tener cada cosecha: “Estamos garantizando que el proceso que se desarrolla no tenga factibilidad de propagar enfermedades dentro de los productores o cultivos que se hacen”.
Incluso, para hacer esta tarea más eficiente, cuentan con un banco de semillas del cual cada ciudadano puede hacer uso. “Está direccionado a que aprendamos a valorar las especies nativas que tenemos en nuestra localidad, a valorar las semillas de tubérculos, frutas y hortalizas que se dan en la región. Busca a que la gente dentro de sus plantaciones obtenga las mejores semillas, el mejor material vegetal que sirve para mantener esa especie viva en la localidad”, explica Vargas.
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Otras funciones sociales
De la mano del Instituto Distrital para la Niñez y la Juventud (Idripón), se reincorpora a la sociedad cerca de 900 jóvenes que se encontraban en situación de vulnerabilidad. Gracias al mantenimiento que realizan los ciudadanos en cada uno de los viveros, cada año se producen cientos de plantas. En Ceresa, por ejemplo, se producen al año 56.250 árboles, en Soratama 22.500 y en Enetrenubes 33.750.
Para la preservación del medioambiente, también cumplen con propagar la autosostenibilidad. “Con miras a que sea autosuficiente y que ambientalmente haga un buen uso de los recursos, específicamente del agua, se montó otro proyecto adicional por parte de la administración, de energías alternativas. Se pusieron 12 paneles solares para captar la energía solar y convertirla en energía eléctrica destinada a los motores o sistemas que necesitamos para impulsar el agua. Tanto para sacarla del reservorio como para las bombas que nos ayudan a distribuir el agua en los distintos módulos de producción”, señala Vargas.
La biofábrica, entonces, tiene tres funciones: educar a la ciudadanía sobre la cosecha de plantas para su uso cotidiano o comercial, la preservación de las especies nativas por medio de su divulgación y la reintegración de personas en estado de vulnerabilidad por medio de la contribución al mantenimiento del establecimiento. En sentido simbólico, además, hace que las comunidades construyan un tejido social con base a la autonomía alimentaria y la sostenibilidad, contribuyendo al desarrollo económico y barrial.
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