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La huerta de un comedor comunitario de Cali que impulsa la alimentación saludable

Este espacio tiene como objetivo promover el cultivo saludable de alimentos y fomentar el amor por la naturaleza, contribuyendo al bienestar de la comunidad.

Leidy Barbosa
02 de octubre de 2024 - 01:00 a. m.
A través de esta huerta comunitaria se promueve la unión familiar y el buen uso del tiempo libre de los jóvenes
A través de esta huerta comunitaria se promueve la unión familiar y el buen uso del tiempo libre de los jóvenes
Foto: Alcaldía de Cali
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En el corazón del barrio Llano Verde, en la comuna 15 de Cali, está el Comedor Predex, un proyecto comunitario que va mucho más allá del propósito de brindar alimentos. Este espacio ha logrado entrelazar dos iniciativas esenciales para el bienestar de la comunidad: los comedores comunitarios y las huertas urbanas. Juntos, conforman un modelo que promueve la seguridad alimentaria de manera sostenible y fomenta un sentido de pertenencia.

Y es que el Comedor Predex va mucho más allá de ofrecer una comida: su propósito es generar un cambio significativo a través de la educación y la acción comunitaria. Es aquí donde la huerta juega un papel fundamental, pues no es solo un espacio de cultivo, sino un lugar en el que las personas aprenden a sembrar y cosechar sus propios alimentos, fomentando la autosuficiencia y el respeto por el medio ambiente.

“Mi pasión por el desarrollo comunitario ha sido el motor de nuestras iniciativas. Este proyecto fundado junto a mis hijos, nació de la convicción de que la cultura, es decir, la danza, el teatro, la música y la seguridad alimentaria son pilares fundamentales para el florecimiento de nuestra comunidad”, dijo Zoraya Mena Palacios directora de la Fundación Proyecto Predex y gestora del comedor comunitario.

¿Cuál es el propósito de esta huerta?

La historia del Comedor comenzó en 2008, cuando Mena se acercó a la Arquidiócesis de Cali con el objetivo de establecer una olla comunitaria que respondiera a las urgentes necesidades del barrio en cuanto a la alimentación. En sus primeros pasos, el proyecto ofrecía almuerzos y refrigerios para niños, complementados con apoyo académico, buscando atender tanto el bienestar físico como el educativo de los menores de edad.

Con el tiempo, el proyecto fue ampliando su alcance, formando alianzas estratégicas que lo fortalecieron. Un ejemplo destacado fue el programa Civilitos, desarrollado junto a la Defensa Civil, que ofrecía a los niños actividades educativas y de formación entretenidas sobre la defensa, los derechos y demás, permitiéndoles experimentar un mundo más allá de su entorno cotidiano. Además, se incluyeron clases de danza y teatro, para inspirar a los jóvenes a tener más habilidades mientras se divertían.

El éxito del comedor fue posible gracias a la solidaridad de la comunidad. Carnicerías locales donaban carne, mientras que tiendas de verduras proporcionaban productos frescos. Cada contribución se convertía en una pieza fundamental para el funcionamiento y crecimiento del proyecto.

“Mi hija y amigos cercanos también dedicaron su tiempo y recursos para mantener vivo este proyecto. Sin embargo, el apoyo de la Arquidiócesis fue invaluable, ya que nos proporcionaron los enseres básicos para poder operar y aunque ha sido un camino difícil, realmente hemos tenido la convicción de aprender sobre nuestra comunidad y nos enorgullecemos de la ayuda que le damos”, expresó Mena.

Mena resaltó el papel crucial de la Arquidiócesis de Cali en el desarrollo de este programa de comedores comunitarios, conocido originalmente como “Ollas Comunitarias”, que nació en 1990. Creado por el arzobispo Isaías Duarte Cancino, con el propósito de combatir el hambre en los barrios más vulnerables de la ciudad, en sus primeros años apoyó más de 20 ollas comunitarias permanentes y otras 20 de forma intermitente, proporcionando alimentos a personas en situación de extrema necesidad. Este esfuerzo permitió que miles de familias tuvieran acceso a un sustento diario, marcando un hito en la lucha contra la inseguridad alimentaria en la ciudad.

Reconociendo el impacto positivo de esta iniciativa liderada por la iglesia en la cohesión comunitaria y la reducción de la violencia, la Alcaldía de Cali decidió apoyar y expandir el programa, por lo que en 2015 comenzaron a apoyar 47 ollas comunitarias, que evolucionaron a comedores comunitarios. Desde entonces, el programa ha crecido exponencialmente, pasando de 47 comedores que atendían a 4.400 personas en 2016 a 759 comedores en donde entregan un alrededor de 74.445 raciones de comida diariamente en 2024.

El programa no solo atiende el hambre, sino que también fortalece la solidaridad y la participación comunitaria. Cuenta con cerca de 2.393 gestores sociales, de los cuales el 85% son mujeres, quienes reciben, preparan y distribuyen los alimentos que entrega la Secretaría de Bienestar Social. El programa se ha convertido en una de las iniciativas más importantes de la administración caleña en la última década, con tres diferentes jefaturas locales manteniéndolo y ampliándolo a pesar de los cambios de gobierno. Hoy, están en 22 comunas y 13 corregimientos de Cali, lo que demuestra su crucial impacto en las poblaciones más vulnerables de la ciudad.

“El inicio de la huerta aquí fue porque yo estudié agropecuaria en Buga, y eso despertó en mí una pasión por el cultivo y la vida rural que he transmitido a mis hijos. Esta conexión con la tierra nos llevó a optar por una alimentación más saludable y libre de químicos, creando nuestra propia huerta Urbana. Pero realmente, lo que fue un punto de inflexión para muchos, y que nos llevó a expandirnos, fue la pandemia de COVID-19, ya que la escasez de alimentos frescos nos hizo valorar aún más nuestro entorno. En esa época nació la Huerta Predex, un espacio pedagógico donde enseñamos a niños y jóvenes a cultivar sus propios alimentos y reconectar con la naturaleza”, comenta Mena.

En la huerta han cultivado una amplia variedad de alimentos, como lechuga, tomates, tomates cherry, rábanos, ajo, cilantro, espinaca, cebollino y pimentón. Además, se ha logrado formar una colección de plantas medicinales, lo que ha fortalecido el vínculo con la comunidad, pues según Mena, las personas llegan en busca de hierbas natural para alguna dolencia y encuentran productos totalmente sanos y cuidados de manera natural.

Sin embargo, el proyecto aún enfrenta un desafío significativo: el del aspecto económico, debido a la constante necesidad de materiales como madera, mallas, postes y herramientas, que no siempre están disponibles por falta de recursos.

Y es que esta fundación opera de forma gratuita, pues en el proyecto de comedores comunitarios los beneficiarios se inscriben proporcionando sus datos de ubicación, y el programa los asigna al comedor comunitario más cercano. Allí pueden recibir de lunes a viernes una ración diaria de 800 calorías, llevando su propio recipiente.

“Nuestro impacto va más allá de la alimentación. Hemos desarrollado una variedad de iniciativas culturales y educativas: festivales de poesía enfocados en la paz y la reconciliación, picnics literarios, cine al aire libre, y programas de danza y teatro. Además, hemos establecido colaboraciones valiosas con instituciones como el SENA y el ICBF, implementando proyectos de capacitación y desarrollo comunitario no solo en nuestro barrio, sino en diversas áreas de Cali”, señala Mena.

De hecho, una iniciativa por la que han sido reconocidos es por la BiblioCasa, un espacio versátil dentro de la Fundación que surgió de una colaboración con el proyecto “Comunidad es Arte, Biblioteca y Cultura” el cual se adapta a diversas necesidades: desde un área de lectura y conversación hasta un espacio para danza, música o actividades de desarrollo comunitario.

“Yo quería que este espacio no solo fuera uno más de la fundación, donde solo se albergan libros, sino que también representará el corazón de la comunidad, ofreciendo un ambiente donde los miembros pueden reunirse, aprender y crecer juntos. La Biblio Casa encarna la visión de un lugar comunitario, flexible y acogedor, dedicado a nutrir el desarrollo personal y colectivo a través de la cultura y la educación”, menciona la directora.

En cuanto a la huerta, se realizan diversas actividades centradas en la siembra, pues gracias a la colaboración de la Alcaldía y la Arquidiócesis, quienes aportan semillas y plántula, la fundación aprovecha esas herramientas para crear un entorno educativo para enseñar a niños y jóvenes sobre el cultivo y cuidado de las plantas. Cuentan además con actividades creativas como la de transformar zapatos viejos en macetas: los participantes llevan su calzado en desuso, el cual se pinta y se prepara con agujeros para el drenaje. Luego, con abono proporcionado por los colaboradores, se llenan las macetas con tierra fértil y se siembra cilantro u otras plántulas. Al finalizar, cada participante se lleva a casa su propia planta, creando un vínculo especial con el proceso de cultivo.

“Estas experiencias prácticas no solo educan sobre agricultura urbana, sino que también fomentan la sostenibilidad y la conexión con la naturaleza en nuestra comunidad. A futuro me quiero expandir, porque los sueños siempre están, y espero ver a muchas más personas beneficiadas que se apoyen en nuestro proyecto, que vengan niños y adultos mayores a este espacio bonito, dedicado para ellos”, afirma Mena.

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Leidy Barbosa

Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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