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La huerta del Museo del Oro que apuesta por un espacio de aprendizaje

La huerta del Museo del Oro establece un vínculo entre el legado indígena y las problemáticas sociales contemporáneas relacionadas con la alimentación y el uso de las plantas.

Leidy Barbosa
24 de septiembre de 2024 - 05:00 p. m.
Objetos Muiscas exhibidos en este museo.
Objetos Muiscas exhibidos en este museo.
Foto: David Campuzano

En el corazón de Bogotá, el Museo del Oro está revitalizando conocimientos ancestrales a través de un proyecto de huerta urbana. En una terraza ubicada en el cuarto piso del edificio, se ha creado un espacio dedicado a rescatar los saberes sobre plantas tradicionales, funcionando como un aula viva. Aquí, los animadores pedagógicos del museo ofrecen charlas sobre huertas y plantas autóctonas, invitando a los visitantes a desconectarse del bullicio de la ciudad y sumergirse en el intercambio de conocimientos sobre prácticas agrícolas, conectando las tradiciones del pasado con las necesidades del presente.

“La idea de la huerta surgió en 2017, a raíz de una fascinante exposición sobre partería en el Pacífico colombiano. Esta exhibición destacó la importancia de las hierbas y plantas en las tradiciones de las parteras, lo que nos inspiró a crear un jardín de hierbas en el cuarto piso del museo”, explica Luisa Espinoza, profesional de programación cultural del Museo del Oro.

Cuenta que aunque la exposición original concluyó y ahora viaja por el país, el espacio de la huerta ha evolucionado. Se ha convertido en un lugar dinámico donde se cultiva plantas nativas y aromáticas, se realizan talleres y se fomenta la interacción los visitantes. Es un pequeño ecosistema que atrae aves y genera conversaciones enriquecedoras sobre experiencias personales con plantas y métodos de cultivo.

“Nuestros talleres y actividades en la huerta están intrínsecamente ligados a la colección del Museo del Oro. Cultivamos plantas como tabaco, papas, chubas y maíz, que han sido importantes en las culturas indígenas por milenios. Esto nos permite establecer conexiones entre el pasado y el presente, destacando el conocimiento y la tecnología desarrollados por los grupos prehispánicos en relación con la agricultura y la alimentación”, especifica Espinoza.

Para entender la importancia de por qué las plantas son fundamentales en la narrativa del museo, se debe comprender la historia de este. Y es que el Museo del Oro del Banco de la República de Colombia, ubicado en el centro histórico de Bogotá, es una institución pública dedicada a la preservación, investigación y divulgación del patrimonio arqueológico colombiano. Fundado en 1939 con la adquisición del poporo Quimbaya, el museo alberga la colección de orfebrería prehispánica más grande del mundo, con aproximadamente 34.000 piezas de oro y tumbaga, además de 25.000 objetos en cerámica, piedra, concha, hueso y textiles. Esta vasta colección representa la historia milenaria y la diversidad cultural de las culturas indígenas precolombinas de Colombia, incluyendo las culturas Quimbaya, Calima, Tairona, Zenú, Muisca, Tolima y Tumaco, entre otras.

La misión del museo va más allá de la simple exhibición de objetos; busca fortalecer la identidad cultural de los colombianos a través del disfrute, el aprendizaje y la inspiración. Para lograr esto, el museo ofrece una experiencia inmersiva a través de sus diversas salas de exposición, que incluyen “El trabajo de los metales”, “La gente y el oro en la Colombia prehispánica”, “Cosmología y simbolismo”, “La ofrenda” y “El exploratorio”. Estas salas no solo muestran las piezas arqueológicas, sino que también contextualizan su uso dentro de las organizaciones políticas y religiosas de las culturas prehispánicas, explorando temas como la minería antigua, el chamanismo y la simbología que estas culturas tenían.

De ahí la importancia de esta integración entre la huerta y la colección del museo, pues ofrece una perspectiva sobre la continuidad cultural y la relevancia actual de las prácticas agrícolas ancestrales. Así, el espacio no solo educa sobre botánica, sino que también sirve como puente entre el pasado y el presente, honrando el legado de los conocimientos indígenas en la alimentación y agricultura modernas.

¿Cuál es la función de la huerta del museo?

“Los espacios verdes urbanos son invaluables para reconectar a los ciudadanos, especialmente a los niños, con el origen de sus alimentos. En la ciudad, a menudo perdemos la conexión con el proceso de cultivo y la apariencia natural de los alimentos. Por ejemplo, muchos niños conocen el sabor de la uchuva, pero desconocen cómo crece en la planta. Por ello, estos espacios ofrecen una oportunidad única para educar sobre: el ciclo de vida de las plantas comestibles, la distinción entre especies nativas e introducidas y la importancia de la conciencia alimentaria”, dice la experta.

Al fomentar el cultivo doméstico, por pequeño que sea, el museo promueve una reconexión las que son nuestras fuentes de alimentación. Según Espinoza, esta práctica invita a reflexionar sobre los hábitos de consumo y acerca a los procesos naturales, contrarrestando la desconexión que a menudo experimentamos en entornos urbanos.

“En la ciudad, nos hemos distanciado considerablemente de los procesos de siembra y cultivo. Por ello, la misión es fomentar estos espacios verdes, ya que actúan como puentes educativos, permitiéndonos redescubrir nuestra relación con la naturaleza y nuestros alimentos. Nos brindamos la oportunidad de repensar nuestros hábitos de consumo y nos acercan a los procesos naturales, incluso desde el corazón de la ciudad”, comenta.

Menciona que esto se vio mucho más tangible en la pandemia, ya que esta los obligó a reinventar sus talleres, llevándolos al ámbito virtual. Esta adaptación, aunque desafiante, resultó ser una oportunidad para innovar en la forma de conectar con el público, manteniendo su objetivo principal: vincular el pasado con temas relevantes en la actualidad, reflejando la misión del museo de ser un puente entre épocas.

Es por ello que un tema crucial que abordaron y más en aquella época fue la seguridad alimentaria. Este taller destacó la importancia de consumir productos nativos, señalando cómo la dependencia excesiva de importaciones puede poner en riesgo nuestra nutrición.

“Nuestros talleres buscan constantemente establecer conexiones entre el patrimonio cultural representado en el museo y las preocupaciones contemporáneas. Exploramos la abundante representación de animales y plantas en las colecciones del museo, evidenciando cómo la relación con la naturaleza ha sido una preocupación humana milenaria. La huerta nos permite subrayar la importancia de preservar la biodiversidad en la actualidad”, señala la experta.

Esto es un proyecto totalmente financiado por el museo, como parte de su compromiso con la educación y la preservación de lo cultural, sin embargo, han tenido ayudas como la que se le ha brindado por parte del el Jardín Botánico, el cual ha sido un aliado desde el inicio de la huerta. Y es que la institución les ha proporcionado plantas, abono y, lo más importante, su conocimiento en botánica.

“Esta colaboración ha sido especialmente crucial durante los ciclos de reinicio de la huerta, pues nuestra huerta experimenta ciclos naturales de crecimiento y renovación. A veces, ciertas plantas como las uchuvas tienden a dominar el espacio, lo que nos obliga a replantar y reorganizar periódicamente. Por otro lado, actualmente, estamos trabajando en establecer conexiones con otras huertas urbanas cercanas. Nuestro objetivo es crear una red de intercambio de conocimientos y experiencias a través de talleres y actividades conjuntas”, puntualiza.

Otro enfoque que desean puntualizar con la huerta es que la diversidad alimentaria del país es amplia y diversa. Esta abundancia no es casual; es el resultado de miles de años de trabajo humano, de cuidadosa observación de la naturaleza y selección de plantas.

Espinoza señala que es crucial reconocer que nuestros alimentos actuales son el fruto de una larga historia de innovación y biotecnología tradicional. Cultivos como la yuca o el maíz son creaciones humanas, transformadas desde sus formas silvestres originales a través de generaciones de cuidadoso cultivo y selección. Este proceso continúa hoy en día, con comunidades indígenas manteniendo y desarrollando variedades de plantas.

La huerta del museo busca transmitir ese mensaje fundamental: que nuestra alimentación está intrínsecamente ligada a la historia humana y a nuestra relación con la naturaleza. Por lo que las reflexiones sobre cómo podemos restaurar y fortalecer nuestra conexión con el entorno natural y nuestra alimentación, aspectos esenciales para nuestra vida son esenciales que lo toquen espacios de memoria como los museos.

Beneficios y desafíos de la huerta

“Hemos notado un aspecto fascinante de nuestro espacio verde desde que se instaló: La huerta se ha convertido en un espacio urbano de tranquilidad inesperado, esto lo notamos porque los visitantes, a menudo inmersos en recorridos turísticos por Bogotá, descubren en este pequeño rincón un lugar para la pausa y el descanso. Sorprendentemente, algunos incluso aprovechan para tomar breves siestas, lo que demuestra el nivel de comodidad y tranquilidad que proporciona el museo”, dijo la experta.

Sin embargo, el museo se ha enfrentado a un desafío para el cual no estaba completamente preparado: la necesidad de un cuidado constante. Algo que se agravó en la pandemia, pues el museo se vio obligado a dejar el espacio sin atención durante un período prolongado, lo que llevo a que algunas plantas eclipsaran el espacio.

“Somos nuevos en esto, por lo que las plantas nos enseñan constantemente sobre sus cuidados, y eso es lo que tratamos de trasmitirle a la gente con nuestros talles, el reconocer la importancia de una constancia constante”, subrayó.

Comenta que mirando hacia el futuro, el proyecto de la huerta seguirá evolucionando, pues al no tener un conjunto fijo de plantas, pueden tener una huerta dinámica y relevante, alineándola con las exposiciones temporales y temas de actualidad. De hecho, planean continuar ofreciendo una variedad de talleres y actividades que fomentan diferentes formas de conexión con la naturaleza. Este año, por ejemplo, han realizado talleres de ilustración botánica, tintes naturales y cocina.

“Desde el museo, buscamos constantemente nuevas maneras de conectar el patrimonio con la diversidad. Este enfoque nos permite ir más allá de los objetos tangibles, explorando el conocimiento asociado a ellos. Es por ello que nos gustaría tender una invitación a todas y todos lo colombianos, sobre que nos visiten y vean cómo materializamos estas ideas pasadas con contextos actuales, ofreciendo una experiencia vivencial de nuestra herencia cultural y natural”, finaliza.

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Leidy Barbosa

Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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