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La huerta que ayuda a personas con discapacidad cognitiva

Esta huerta terapéutica para personas con discapacidad cognitiva, ofrece un espacio inclusivo para niños y adultos

Leidy Barbosa
13 de junio de 2024 - 12:27 a. m.
El Jardín Botánico los asesora técnicamente en su programa "Huertas Urbanas" y les provee insumos.
El Jardín Botánico los asesora técnicamente en su programa "Huertas Urbanas" y les provee insumos.
Foto: Freepik

Liliana Sanabria, se refunde en el pequeño invernadero ubicado detrás de las instalaciones de ACONIR (Asociación Colombiana Pro Personas con Discapacidad Cognitiva). Es terapeuta ocupacional, y va acompañada de cuatro niños que saltan y hablan alegremente mientras se dirigen a la huerta para cosechar sus cultivos.

De repente en el lugar reina el silencio. Las instrucciones son claras: deben cosechar tomates -solo los rojos- de manera ordenada, tomando la planta con todos los dedos y haciendo rodar el fruto de forma repetitiva hasta que se desprenda del tallo. De las cuatro hileras de cultivo de tomate, que están distribuidas en un espacio de 7 metros de frente por 12 de profundidad, cada uno toma su propia hilera para comenzar la cosecha. De a poco van depositando los frutos en una canasta blanca ubicada en el centro del invernadero mientras Sanabria los supervisa.

Quince minutos después de iniciada la labor, los frutos maduros ya estaban cosechados. La producción de la huerta está destinada al autoconsumo, por lo que la cosecha se lleva primero a la cocina de ACONIR donde se determina cuánto se utilizará esa semana para la alimentación de los usuarios y cuánto se puede destinar a la venta para generar ingresos adicionales.

La escena se repite desde hace más de 15 años, cuando se construyó el invernadero, donado por la Corporación Nacional para el Desarrollo Sostenible (CONADES) a ACONIR y con el que Sanabria ha trabajado para que las personas con discapacidad cognitiva tengan un espacio terapéutico en donde obtengan beneficios físicos, psicológicos y sociales. “No solo se trabaja la operatividad al realizar actividades repetitivas, sino también la toma de decisiones y el control de emociones. Es bonito poder ver la conexión que los niños establecen con las plantas porque es algo único debido a que incluso en ocasiones, lo que se logra aquí, es difícil de lograr con otras actividades”, dice la terapeuta.

ACONIR es una institución sin ánimo de lucro fundada en mayo de 1963 por un grupo de padres que tenían hijos con discapacidad cognitiva. “En esa época, las personas con discapacidad casi no tenían derechos y eran marginadas por la sociedad. Los niños incluso eran excluidos de salir a la calle, vistos de forma despectiva debido a creencias culturales erróneas que culpaban a los padres o los vinculaban con acciones pasadas, ideas que nada tienen que ver con la realidad”, explica María Elsy Palacios, su directora.

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Ante esta realidad de exclusión y falta de oportunidades, ACONIR surgió como un espacio inclusivo donde los niños y niñas con discapacidad cognitiva pudieran desarrollar sus capacidades a través de estrategias terapéuticas innovadoras, no solo con el objetivo de brindarles acceso a la educación especializada y a recreación y deporte, sino también para potenciar sus habilidades de manera integral. Luego de unos años, en 1971 pudieron establecerse en unos predios del barrio Tuna Baja, en la localidad de Suba, una zona que en ese entonces contaba con terrenos amplios. Durante años, la organización interactuó de manera informal con animales como vacas y conejos, y cultivó varios productos, permitiendo que los niños se vincularan con estas actividades.

Sin embargo, fue con la llegada de Sanabria que el proyecto de huerta se formalizó y estructuró mejor. Dentro del invernadero sembraron ají, tomate de guiso, perejil, apio, quinua, brócoli, sábila y yuca. Adicionalmente, montaron un espacio al lado para cultivar maíz, calabaza, un injerto de naranja con limón, curuba, tomate de árbol, feijoa, brevo, papa y eugenia. En otra zona verde acondicionaron un lugar especial para plantas aromáticas y medicinales como toronjil, hierbabuena, menta, albahaca, caléndula y tomillo.

“Con las sábilas quiero mantener un terreno aparte donde solamente estén estas plantas y de ahí empezar a hacer el tema de productos transformados. Ya estamos vendiendo las pencas de sábila según el tamaño, pero con el Jardín Botánico estamos mirando la posibilidad de que nos enseñen en algún taller a hacer un bálsamo, una crema o un protector labial con la sábila”, dice la terapeuta.

Bajo su dirección, y con la colaboración de voluntarios como Ancizar Arredondo, quien ha sido el cuidador de la HuertAconir durante más de dos años, se han implementado metodologías específicas. Una de ellas consiste en utilizar plantas que estimulen los sentidos, como hierbas aromáticas y flores de colores brillantes, para mejorar la percepción sensorial de los niños. Otra es involucrarlos diariamente en todas las etapas del cultivo de plantas que luego podrán ver en su plato, ayudándoles a comprender cómo se obtienen los alimentos desde la siembra hasta la cosecha.

A lo largo de los 15 años de existencia de la huerta, el número exacto de beneficiarios o participantes ha sido difícil de precisar. Según Liliana, esta cifra varía cada año. Sin embargo, en la actualidad, ACONIR brinda atención a 60 personas de diversas edades, desde niños, adolescentes, hasta adultos mayores, aunque no todos participan en el proyecto de la huerta.

El trabajo en este espacio ha permitido aprovechar al máximo los beneficios terapéuticos que ofrece el cuidado y cultivo de las plantas:

  • Fortalecer habilidades personales de manera integral. Al ser seres humanos multidimensionales, no solo se trabaja la cognición o las emociones, sino que se logra una integración de todas las dimensiones (social, económica, física, psicológica)
  • Cuando un niño ingresa al invernadero, tiene presente que sembró esa planta o que la trajo desde su casa, y entiende que para cuidarla, necesita realizar movimientos, tener pensamientos y emociones. Todo esto complementa y habilita todas las dimensiones de la persona.
  • Los niños realizan movimientos manuales, fortaleciendo sus destrezas motrices. Aprenden sobre el trabajo en equipo, compartir, el cuidado al prójimo, tienen experiencias diseñadas para estimular los sentidos, como la siembra de plantas aromáticas o la observación de insectos, y lo más importante, aprenden sobre el valor del dinero, del peso de los productos y del consumo propio.
  • Impacto en la familia, ya que, de acuerdo a la política ambiental de ACONIR, los padres han recibido capacitaciones para el reciclaje, el uso de plásticos, el compostaje. Además, incluso algunos padres han donado materiales, o mano de obra propia, para cultivar o arreglar los espacios de siembra.

“Medimos las mejoras con indicadores de efectividad de las actividades y productos. Por ejemplo, evaluamos si reconocen plantas, texturas, si logran regar cierta cantidad en un tiempo determinado, si siguen indicaciones. Todo esto, a largo plazo, nos indica si están mejorando integralmente”, comenta Sanabria.

Todos los usuarios pueden participar en la huerta, aunque algunos lo hacen de manera indirecta. Por ejemplo, para aquellos con autismo, se implementan estrategias adaptadas, ya que podrían tener dificultades para diferenciar las plantas durante la cosecha, lastimarlas o podrían caminar por los senderos pisando los cultivos. “Con ellos trabajamos fuera del invernadero, realizando tareas de mantenimiento de la tierra o actividades de riego. Adaptamos estas actividades para aquellos que encuentran difícil seguir instrucciones directas y cuidar las plantas de manera convencional. Sin embargo, todos participan de alguna forma”, explica.

Comenta también que las actividades se adaptan según las discapacidades: “Por ejemplo, no pueden trabajar solos con herramientas, siempre bajo supervisión. Una adaptación es que utilicen adecuadamente su biomecánica corporal para evitar lesiones o dolores musculares, es decir, les enseñamos como agacharse, estirarse, tomar pausas activas. Otra estrategia de seguridad es mantenerlos alejados cuando otros usan herramientas, para prevenir accidentes. Eso se acopla según la discapacidad de cada uno”.

Y no están solos, de hecho, Sanabria dice que han tenido un apoyo grande de varias instituciones y organizaciones, por ejemplo, la Policía Nacional, a través de su escuela de equitación, la cual realiza actividades ecuestres para los niños y les ha brindado insumos y ayuda para la construcción de nuevos terrenos de cultivo. El Jardín Botánico también los ha asesorado técnicamente en su programa “Agricultura Urbana” y les provee insumos. Por otro lado, La Alcaldía Local de Suba los ha capacitado en temas de agricultura, además trabajan de la mano con las Juntas de Acción Comunal de los barrios Tuna Baja y Monarca en proyectos agroecológicos.

El programa de la huerta, forma parte de un proyecto ambiental dentro de la institución, con el cual se concientiza sobre la reutilización de los residuos, se produce compost, se recolecta agua, lluvia, y se le da un segundo uso al plástico. Es un ciclo donde todo está interconectado, por ello, incluso han tenido alianzas con la Asociación de Recicladores Aire Urbano, con quienes reciclan y se capacitan en separación de residuos cada tres meses para el compost, y con la empresa Colombiana de Clavos (EMCOCLAVOS), quienes los han apoyado donando materiales, donando dinero y recolectando botellas plásticas para la Fundación Botellas de Amor en Medellín.

Sin embargo, Palacios explica que ACONIR se enfrenta actualmente a diversos retos que ponen en riesgo la continuidad de sus objetivos, los cuales se derivan principalmente de los cambios en las políticas gubernamentales y la situación económica del país. Por ello, en estos momentos la organización subsiste fundamentalmente gracias a donaciones y sus propios recursos, los cuales han logrado reunir a lo largo de los años mediante distintas vías. Entre ellas, se encuentran los aportes de pensiones de particulares, la participación en ferias externas, el apoyo de padres de familia y el acompañamiento constante de sus fundadores.

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“Siempre he tenido claras esas dificultades, pero no me he detenido. Trabajo constantemente con instituciones como el Jardín Botánico, a pesar de las limitaciones en recursos y personal. Aquí tratamos de aprovechar todo; los ingresos por ventas de productos se reinvierten en semillas y plántulas. De hecho, este proyecto se mantiene con donaciones y aportes voluntarios de padres y la comunidad”, sostiene Sanabria.

Por ello, hace un llamado: “Queremos que en Bogotá conozcan nuestra labor. Actualmente, tenemos cupos disponibles y los invitamos a que nos donen insumos para la huerta. Además, buscamos ayuda empresarial, pues ahora solo recibimos donaciones esporádicas y padrinazgos, sin aportes fijos de empresas aliadas. Pero, como somos una entidad legal, podemos entregar certificados de donación, lo que nos permitiría subsistir y expandir proyectos, como un hotel de polinizadores. Quiero que vean, que todo lo que hacemos aquí lo hacemos con pasión y dedicación.”

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Leidy Barbosa

Por Leidy Barbosa

Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con énfasis en la producción audiovisual y en animación digital. Apasionada por temas medioambientales y sociales.@leidyramirezbLbarbosa@elespectador.com

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Maribel(27840)13 de junio de 2024 - 03:09 a. m.
Excelente de eso se trata la vida cultivar.
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