La huerta que funciona como aula libre en el Magdalena
Al integrar las huertas en la educación infantil, el ICBF empodera a la primera infancia, proporcionándoles herramientas para su aprendizaje y desarrollo.
Leidy Barbosa
En el municipio de Pijiño del Carmen, ubicado en el corazón del departamento de Magdalena, una iniciativa está transformando la educación de la primera infancia. El Centro de Desarrollo Infantil (CDI) Pijiño del Centro Zonal Santa Ana ha dado vida a un proyecto que fusiona aprendizaje, naturaleza y desarrollo sostenible.
Se trata de una huerta escolar que ha evolucionado para convertirse en mucho más que una área de siembra y se ha convertido en un aula al aire libre, en la que los niños exploran los ciclos de la vida vegetal y siembran no solo semillas, sino también una conciencia ecológica. Y es que a través de juegos y actividades prácticas, aprenden sobre reforestación y cuidado ambiental, convirtiendo el aprendizaje en una actividad interesante mientras fortalecen habilidades motrices, sociales y de inteligencia emocional.
“La huerta educativa surge como parte integral de nuestra estrategia en el Centro de Desarrollo Infantil (CDI). Este proyecto se fundamenta en nuestro componente pedagógico, que es el eje transversal de todas nuestras actividades”, explica María del Rosario Blanco, directora regional del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) del área del Magdalena, en entrevista con El Espectador.
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¿Cuál es el propósito de esta huerta?
Los Centros de Desarrollo Infantil (CDI) están diseñados para proporcionar educación inicial, cuidado y nutrición a niños menores de 5 años, en el marco de la Atención Integral y Diferencial del ICBF. Estos centros ofrecen un servicio gratuito durante 220 días al año, con jornadas de 8 horas diarias, cinco días a la semana, en donde, además de la atención pedagógica, brindan cuidado especializado y cubren el 70% de los requerimientos nutricionales diarios de los niños.
Según Blanco, cada acción de estos centros está planteada para que vaya más allá del propósito educativo, y además impacte directamente en el desarrollo familiar y comunitario. “Este enfoque de ‘familia, comunidad y redes’ pretende inculcar en los niños la importancia de su entorno y cómo cuidarlo, comenzando desde su aula y extendiéndose al CDI, al barrio y al municipio. En este sentido, las huertas estudiantiles, concebidas como aulas vivas, se alinean perfectamente con el plan de desarrollo local, que enfatiza la soberanía alimentaria y la conservación del medio ambiente, pues estamos sembrando no solo plantas, sino también conciencia ambiental y hábitos saludables desde la primera infancia”, afirma.
La huerta nació en 2019, cuando el equipo profesional del CDI, siguiendo las directrices técnicas del ICBF, se percató de la falta de vegetación en la infraestructura recién entregada. Como respuesta, iniciaron el proyecto “Un niño, un árbol”, buscando transformar el espacio agreste en un entorno verde y educativo, en donde se fomenta la agricultura urbana y el consumo de alimentos saludables, así como se mejoran las condiciones climáticas del centro educativo.
Hasta ahora, se han sembrado frutales como árboles de mango, limón, guayaba dulce, guayaba agria, naranja, toronja y otros cítricos adaptados a la zona. Además, se cultiva maíz, plátano (conocido localmente como “cuatro filos” u “ocho”) y yuca, un alimento básico presente en al menos una de las tres comidas diarias. También se han incluido hortalizas y aromáticas como cebollino, ajo, cebolla larga y orégano.
“Desde su inicio, el programa ha logrado una transformación significativa del espacio, pasando de tener un patio sin árboles a un entorno verde con abundante sombra, en donde los niños participan activamente en la siembra y cuidado de los árboles. Esta experiencia no solo es educativa, sino que también genera un sentido de responsabilidad y conexión con la naturaleza”, señala la directora.
Otros beneficios que menciona son:
- Desarrollo Integral: Fortalece habilidades en las dimensiones social, económica, física y psicológica. Además, mejora las habilidades manuales a través de actividades de jardinería.
- Trabajo en Equipo y Compartir: Fomenta la colaboración y el cuidado mutuo. Además, fomenta una mayor sensibilidad hacia el entorno y la naturaleza, enriqueciendo su desarrollo sensorial y emocional.
- Estimulación Sensorial: Ofrece experiencias como la siembra de plantas aromáticas y la observación de insectos.
- Beneficios Ambientales y Prácticos: La producción de frutas y la sombra proporcionada por los árboles son ideales para actividades pedagógicas, especialmente durante cortes de energía. Además, la presencia de árboles ha mejorado el microclima local, aliviando las altas temperaturas que se viven en el Magdalena.
- Expansión Comunitaria: El impacto del programa se extiende más allá del CDI, promoviendo la creación de huertos caseros y la siembra de árboles frutales en los hogares, ampliando así los beneficios ambientales y nutricionales a toda la comunidad.
“Durante estos años de funcionamiento, se estima que el proyecto ha beneficiado a aproximadamente 450 niños y sus familias. Esta cifra considera tanto a los 250 niños que actualmente asisten al CDI como a aquellos que han pasado por el centro en años anteriores y han llevado consigo los conocimientos y prácticas aprendidas”, explica Blanco.
Otro aspecto fundamental de esta iniciativa es su contribución a la soberanía alimentaria. El programa garantiza el consumo de alimentos orgánicos dentro de las instalaciones y extiende este beneficio a los hogares de las familias participantes, pues al promover el autoabastecimiento, se fomenta el acceso a una alimentación sana, adecuada y equilibrada, apoyando así la salud y el bienestar tanto en el CDI como en la comunidad.
“Este éxito ha llevado a su expansión a otros municipios como Ciénaga, Plato y El Banco. De hecho, aproximadamente 272 profesionales de CDI en estas zonas están siendo formados en esta estrategia, implementando huertas caseras sostenibles y recibiendo formación en agricultura urbana adaptada a cada territorio específico”, dice la directora.
Además, como la iniciativa se desarrolla con un enfoque territorial integral, la directora enfatiza que el ICBF, como articulador del Sistema Nacional de Bienestar Familiar, no actúa en solitario para ofrecer estas actividades, sino que integra diversas entidades clave, incluyendo la Secretaría de Desarrollo Rural, las Juntas de Acción Comunal y el SENA, que aportan asistencia técnica y aseguran la sostenibilidad del proyecto.
De hecho, en Pijiño del Carmen, la colaboración comunitaria ha sido notable. La Alcaldía ha coordinado la obtención de semillas, y los padres beneficiarios del CDI han complementado estas aportaciones con insumos provenientes de sus propios hogares. Esta cooperación ha permitido optimizar los recursos y evitar gastos adicionales del presupuesto asignado por el ICBF a la asociación de padres que gestiona estos centros.
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Sin embargo, no todo ha sido fácil. La directora destaca que la participación de los padres y de la comunidad sigue siendo un reto importante, ya que mientras el CDI puede controlar directamente las actividades con los niños gracias a su equipo de docentes, psicosociales y de salud y nutrición, extender y sostener esta experiencia en el entorno familiar resulta complicado.
“Afortunadamente, hemos logrado avances significativos en este aspecto, principalmente gracias al entusiasmo de los niños, pues ello, al vivir estas actividades de manera lúdica, se convierten en agentes de cambio en sus hogares. Esto se debe a que no ven estas prácticas como tareas obligatorias, sino como experiencias divertidas que incluyen juego, literatura y exploración del entorno y contagian esa emoción en casa. Así, los padres no perciben estas actividades como una imposición del CDI, sino como una oportunidad para compartir momentos lúdicos y de aprendizaje con sus hijos, promoviendo la exploración y el disfrute del medio ambiente en su propio espacio familiar”, puntualiza.
De hecho, destaca que cada actividad que desarrollan está diseñada con la visión de que estas nuevas generaciones crezcan en un entorno pacífico y enriquecedor.
Blanco finaliza mencionando que: “nuestro objetivo final es que todas estas acciones tengan un impacto significativo en la formación de niños y jóvenes comprometidos con la vida y la construcción de paz. Creemos firmemente que al fomentar estos valores desde la primera infancia, estamos sentando las bases para un futuro más armónico y próspero”.
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En el municipio de Pijiño del Carmen, ubicado en el corazón del departamento de Magdalena, una iniciativa está transformando la educación de la primera infancia. El Centro de Desarrollo Infantil (CDI) Pijiño del Centro Zonal Santa Ana ha dado vida a un proyecto que fusiona aprendizaje, naturaleza y desarrollo sostenible.
Se trata de una huerta escolar que ha evolucionado para convertirse en mucho más que una área de siembra y se ha convertido en un aula al aire libre, en la que los niños exploran los ciclos de la vida vegetal y siembran no solo semillas, sino también una conciencia ecológica. Y es que a través de juegos y actividades prácticas, aprenden sobre reforestación y cuidado ambiental, convirtiendo el aprendizaje en una actividad interesante mientras fortalecen habilidades motrices, sociales y de inteligencia emocional.
“La huerta educativa surge como parte integral de nuestra estrategia en el Centro de Desarrollo Infantil (CDI). Este proyecto se fundamenta en nuestro componente pedagógico, que es el eje transversal de todas nuestras actividades”, explica María del Rosario Blanco, directora regional del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) del área del Magdalena, en entrevista con El Espectador.
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¿Cuál es el propósito de esta huerta?
Los Centros de Desarrollo Infantil (CDI) están diseñados para proporcionar educación inicial, cuidado y nutrición a niños menores de 5 años, en el marco de la Atención Integral y Diferencial del ICBF. Estos centros ofrecen un servicio gratuito durante 220 días al año, con jornadas de 8 horas diarias, cinco días a la semana, en donde, además de la atención pedagógica, brindan cuidado especializado y cubren el 70% de los requerimientos nutricionales diarios de los niños.
Según Blanco, cada acción de estos centros está planteada para que vaya más allá del propósito educativo, y además impacte directamente en el desarrollo familiar y comunitario. “Este enfoque de ‘familia, comunidad y redes’ pretende inculcar en los niños la importancia de su entorno y cómo cuidarlo, comenzando desde su aula y extendiéndose al CDI, al barrio y al municipio. En este sentido, las huertas estudiantiles, concebidas como aulas vivas, se alinean perfectamente con el plan de desarrollo local, que enfatiza la soberanía alimentaria y la conservación del medio ambiente, pues estamos sembrando no solo plantas, sino también conciencia ambiental y hábitos saludables desde la primera infancia”, afirma.
La huerta nació en 2019, cuando el equipo profesional del CDI, siguiendo las directrices técnicas del ICBF, se percató de la falta de vegetación en la infraestructura recién entregada. Como respuesta, iniciaron el proyecto “Un niño, un árbol”, buscando transformar el espacio agreste en un entorno verde y educativo, en donde se fomenta la agricultura urbana y el consumo de alimentos saludables, así como se mejoran las condiciones climáticas del centro educativo.
Hasta ahora, se han sembrado frutales como árboles de mango, limón, guayaba dulce, guayaba agria, naranja, toronja y otros cítricos adaptados a la zona. Además, se cultiva maíz, plátano (conocido localmente como “cuatro filos” u “ocho”) y yuca, un alimento básico presente en al menos una de las tres comidas diarias. También se han incluido hortalizas y aromáticas como cebollino, ajo, cebolla larga y orégano.
“Desde su inicio, el programa ha logrado una transformación significativa del espacio, pasando de tener un patio sin árboles a un entorno verde con abundante sombra, en donde los niños participan activamente en la siembra y cuidado de los árboles. Esta experiencia no solo es educativa, sino que también genera un sentido de responsabilidad y conexión con la naturaleza”, señala la directora.
Otros beneficios que menciona son:
- Desarrollo Integral: Fortalece habilidades en las dimensiones social, económica, física y psicológica. Además, mejora las habilidades manuales a través de actividades de jardinería.
- Trabajo en Equipo y Compartir: Fomenta la colaboración y el cuidado mutuo. Además, fomenta una mayor sensibilidad hacia el entorno y la naturaleza, enriqueciendo su desarrollo sensorial y emocional.
- Estimulación Sensorial: Ofrece experiencias como la siembra de plantas aromáticas y la observación de insectos.
- Beneficios Ambientales y Prácticos: La producción de frutas y la sombra proporcionada por los árboles son ideales para actividades pedagógicas, especialmente durante cortes de energía. Además, la presencia de árboles ha mejorado el microclima local, aliviando las altas temperaturas que se viven en el Magdalena.
- Expansión Comunitaria: El impacto del programa se extiende más allá del CDI, promoviendo la creación de huertos caseros y la siembra de árboles frutales en los hogares, ampliando así los beneficios ambientales y nutricionales a toda la comunidad.
“Durante estos años de funcionamiento, se estima que el proyecto ha beneficiado a aproximadamente 450 niños y sus familias. Esta cifra considera tanto a los 250 niños que actualmente asisten al CDI como a aquellos que han pasado por el centro en años anteriores y han llevado consigo los conocimientos y prácticas aprendidas”, explica Blanco.
Otro aspecto fundamental de esta iniciativa es su contribución a la soberanía alimentaria. El programa garantiza el consumo de alimentos orgánicos dentro de las instalaciones y extiende este beneficio a los hogares de las familias participantes, pues al promover el autoabastecimiento, se fomenta el acceso a una alimentación sana, adecuada y equilibrada, apoyando así la salud y el bienestar tanto en el CDI como en la comunidad.
“Este éxito ha llevado a su expansión a otros municipios como Ciénaga, Plato y El Banco. De hecho, aproximadamente 272 profesionales de CDI en estas zonas están siendo formados en esta estrategia, implementando huertas caseras sostenibles y recibiendo formación en agricultura urbana adaptada a cada territorio específico”, dice la directora.
Además, como la iniciativa se desarrolla con un enfoque territorial integral, la directora enfatiza que el ICBF, como articulador del Sistema Nacional de Bienestar Familiar, no actúa en solitario para ofrecer estas actividades, sino que integra diversas entidades clave, incluyendo la Secretaría de Desarrollo Rural, las Juntas de Acción Comunal y el SENA, que aportan asistencia técnica y aseguran la sostenibilidad del proyecto.
De hecho, en Pijiño del Carmen, la colaboración comunitaria ha sido notable. La Alcaldía ha coordinado la obtención de semillas, y los padres beneficiarios del CDI han complementado estas aportaciones con insumos provenientes de sus propios hogares. Esta cooperación ha permitido optimizar los recursos y evitar gastos adicionales del presupuesto asignado por el ICBF a la asociación de padres que gestiona estos centros.
🍂🌺 🌼Le podría interesar: “Los jardines botánicos contribuyen a los esfuerzos de investigación y educación”
Sin embargo, no todo ha sido fácil. La directora destaca que la participación de los padres y de la comunidad sigue siendo un reto importante, ya que mientras el CDI puede controlar directamente las actividades con los niños gracias a su equipo de docentes, psicosociales y de salud y nutrición, extender y sostener esta experiencia en el entorno familiar resulta complicado.
“Afortunadamente, hemos logrado avances significativos en este aspecto, principalmente gracias al entusiasmo de los niños, pues ello, al vivir estas actividades de manera lúdica, se convierten en agentes de cambio en sus hogares. Esto se debe a que no ven estas prácticas como tareas obligatorias, sino como experiencias divertidas que incluyen juego, literatura y exploración del entorno y contagian esa emoción en casa. Así, los padres no perciben estas actividades como una imposición del CDI, sino como una oportunidad para compartir momentos lúdicos y de aprendizaje con sus hijos, promoviendo la exploración y el disfrute del medio ambiente en su propio espacio familiar”, puntualiza.
De hecho, destaca que cada actividad que desarrollan está diseñada con la visión de que estas nuevas generaciones crezcan en un entorno pacífico y enriquecedor.
Blanco finaliza mencionando que: “nuestro objetivo final es que todas estas acciones tengan un impacto significativo en la formación de niños y jóvenes comprometidos con la vida y la construcción de paz. Creemos firmemente que al fomentar estos valores desde la primera infancia, estamos sentando las bases para un futuro más armónico y próspero”.
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