Mercado Nacional de Plantas: un espacio que reverdece en Bogotá

El reloj da las 4:00 p.m. y en la bodega que alberga el Mercado Nacional de Plantas se respira vida. Es jueves y aunque la jornada laboral de más de cincuenta viveristas apenas comienza, los sonidos, los colores vibrantes y los follajes intensos que se esparcen por todo el lugar hacen pensar que se trata de un espacio detenido en el tiempo: que siempre está allí, a la espera de compradores, turistas y curiosos que quieran recorrerlo y sentirlo.

El reloj da las 4:00 p.m. y en la bodega que alberga el Mercado Nacional de Plantas se respira vida. Es jueves y aunque la jornada laboral de más de cincuenta viveristas apenas comienza, los sonidos, los colores vibrantes y los follajes intensos que se esparcen por todo el lugar hacen pensar que se trata de un espacio detenido en el tiempo: que siempre está allí, a la espera de compradores, turistas y curiosos que quieran recorrerlo y sentirlo.

El mercado, ubicado en el barrio Samper Mendoza (Calle 23A No 27-41), abre de lunes a jueves de 4:00 pm a 11:00 pm, y martes y viernes de 3:00 am hasta las 9:00 am, en su conocido madrugón de plantas. Actualmente tiene 50 puestos, 45 de ellos ocupados, que ven sus mejores días en las fechas tradicionales y celebraciones especiales: Día del amor y la amistad, Día de la Madre, Día de la Mujer, Navidad y Año Nuevo.

Édgar Burgos, quién llegó hace 40 años al mercado de plantas -cuando ni siquiera estaba establecido-, se mueve como pez en el agua en el lugar. Lo suyo han sido siempre las plantas pequeñas: suculentas, cactus, flores e incluso bromelias sobresalen en ese espacio que volvió propio y que recorre de un lado a otro mientras resuelve tareas varias, responde saludos y atiende preguntas de locales y visitantes.

— Realmente inicié como empleado. Yo fui la primera persona de mi familia que se acercó al mercado de plantas, aunque antes estábamos en el puro inicio en la Plaza de Mercado Samper, y me gustó. Así que luego de años en donde trabajé en una empresa y luego en otro lado, abrí mi propio vivero y volví como socio, convirtiéndome después en secretario del consejo directivo de Floormacop, cuenta.

Burgos se refiere a la cooperativa que representa a más de 100 viveristas y que existe desde hace más de 16 años. Aunque para el mercado, este no fue su primer órgano representativo ni el inicio de su historia. De hecho, todo comenzó hace más de 40 años con un grupo de viveristas que se reunían de manera informal para viajar a Bogotá desde Fusagasugá y otros municipios cercanos con el fin de vender en la Plaza España. Luego, este mismo grupo estableció su punto de encuentro en la Plaza de Paloquemao. Sin embargo, cuatro años después se instalaron en una esquina de la carrera 30 con calle 19, donde gradualmente se unieron más personas hasta alcanzar más de 20 vendedores de plantas. Como se dieron cuenta de que su grupo ya era algo más formal y duradero, decidieron formalizar su organización y constituyeron una sociedad anónima que duró cerca de 13 años, hasta que en 2008 se liquidó para crear su actual representación.

Según Burgos, el hecho de haberse movido durante años por cuatro o cinco lugares diferentes dejó una marca significativa en ellos, ya que siempre les implicaba un nuevo comienzo en cada lugar al que llegaban, con la tarea constante de tratar de fidelizar clientes mientras lograban adaptarse a diferentes entornos.

El panorama ahora se ve un poco más claro y él espera no solo que puedan convertirse en el mercado más grande de plantas de Latinoamérica, sino también ser reconocidos como el más grande del mundo. Actualmente, solo ocupan el segundo lugar a nivel latinoamericano, siendo superados por cooperativas más grandes como Veiling Holambra en Brasil, que cuenta con más de 450 socios y tiene la capacidad de atender a más de mil clientes las 24 horas del día, todos los días de la semana. Sin embargo, la verdadera competencia está en Holanda, donde se encuentra el mercado más grande del mundo. Se trata de un espacio con una superficie total de 155 kilómetros cuadrados y dividido en tres enormes mercados -Aalsmeer, Naaldwijk y Rijnsburg-, que se ha constituido como la estructura comercial más grande del mundo en términos de superficie ocupada para plantas. Y las cifras dan cuenta de ello: cada 24 horas recibe alrededor de 30 millones de plantas y flores de todo el mundo.

Pero el Mercado Nacional de Plantas también tiene un recorrido prominente. Su historia esta llena de generaciones de familias que han pasado por aquellos lugares y que han construido su vida alrededor del viverismo. Es el caso de Carmen Cárdenas, quien junto a Burgos es quizás una de las personas que mejor conoce la dinámica del mercado. Es socia desde hace 35 años y proviene de Santandercito, Cundinamarca, donde actualmente tiene su vivero. Cada martes y viernes, viaja temprano a Bogotá con sus plantas para vender en el mercado: flores en maceta o matera, begonias, helechos, entre otras y esa misma noche, a las 11 p.m., cuando termina el mercado, regresa a su vivero, que dejó bajo el cuidado de un familiar durante su ausencia.

Cuenta que todo inicio hace 40 años aproximadamente cuando una prima de su esposo le cedió el lugar que tenía en la Plaza de Paloquemao, justo cuando este grupo de viveristas estaba instalado ahí. Se quedaron porque les pareció un trabajo honrado y les gustaba la idea de trabajar con la naturaleza. Sin embargo, cuatro años después se vieron obligados a irse de la plaza por cuenta de varios problemas que surgieron.

“Nosotros ya estábamos cansados allí, aunque todo esto fue hace como más de 20 años, hubo cosas que se nos hicieron irrespetuosas. Es decir, había días que existía como una amenaza de que si no nos íbamos de inmediato cuando ya la plaza estuviera cerrando, los del aseo nos quitarían la mercancía y pues era difícil porque si a las 9 am no tenías ya todo listo pasaban y recogían todo lo que estuviera en el suelo para botarlo. Esto generaba un estrés considerable para todos”, rememora.

Cárdenas, a sus 65 años, no cambiaría el lugar en el que están ahora. Este espacio la hace feliz, lo siente como algo propio y le brinda la libertad de manejarlo a su antojo. Sin embargo, lo que más valora en el momento es que ya puede ofrecerles a sus clientes un lugar cómodo y seguro para que puedan conocer todas las plantas que tienen disponibles.

Un mercado de la informalidad

De acuerdo con Yefer Pulido Márquez, Gerente de la cooperativa Floormacop durante 15 años, un factor que está impactando el mercado de venta de plantas es que existe un mercado informal que, además, se encuentra a pocas cuadras: “Se ofrecen productos a precios más bajos pero con una calidad inferior. Esto afecta directamente al cliente final, puesto que no recibe la misma calidad, atención y seguridad que ofrecemos nosotros. Los bajos precios de este mercado informal se deben a que no están formalizados, trabajan en la vía pública y no cumplen con obligaciones fiscales ni laborales, lo que perjudica el desarrollo del gremio y dificulta la inversión en nuestro sector”.

La labor no es fácil y los asociados del mercado tratan de innovar continuamente, centrándose en la variedad y calidad de las plantas, para que haya oferta y los productos sean de calidad. Exigen que los viveros que pertenecen a la organización pidan la certificación del ICA, lo que les permite cumplir con los estándares de calidad en la agroindustria.

“Yo sé que es una oportunidad de empleo para algunas personas el trabajar en la calle, pero esta modalidad no permite crecimiento ni organización — se encogió de hombros y luego suspiró. Mientras nosotros nos especializamos cada día más, en el espacio público cualquier persona puede vender productos de cualquier calidad. Esto es complicado, porque al final, también al distrito le afecta, ya que no reciben impuestos ni se benefician de la organización y la generación de empleo formal que por ejemplo nosotros sí hacemos. Además que no están regulados, por ejemplo, el ICA nos exige a los negocios formalizados un montón de cosas para asegurar la calidad de la producción, pero a ellos no se les pide nada de eso porque están sin restricciones”, agregó.

Algo parecido comentó Luis Burgos, quien fue el anterior presidente de la cooperativa y es el tercero en su familia en seguir el negocio del viverismo justo en ese mercado. Burgos dejó su cargo en la cooperativa para perseguir una de sus mayores aficiones: las exposiciones de orquídeas. Se dedica a participar en ferias como las de Popayán, Medellín, Fusagasuga y Bogotá, exhibiendo especies nativas e híbridas. Aunque su mayor fortaleza son las plantas nativas, ya que cuenta con alrededor de 700 especies que ha estado cultivando y coleccionando durante los últimos siete años. Esta diversidad le ha permitido obtener reconocimientos en ferias como las de Popayán, donde ha competido por el primer puesto y ha ganado el lazo azul, una medalla que identifica a la planta ganadora por su color, forma y estado de conservación. También ha obtenido el lazo rojo (segundo lugar) y el lazo blanco (tercer lugar), distinciones que destacan a su vivero como uno de los mejores en el cultivo de estas plantas.

Sin embargo, cuenta que participar en estas ferias no es tarea fácil, pues deben cumplir con numerosos requisitos previos, como el registro en el ICA, el certificado fitosanitario expedido por un ingeniero, y el registro en la Cámara de Comercio, lo que los lleva a tener una preparación rigurosa para las ferias que requiere varios meses de anticipación, debido a que si no se cumplen estos requisitos, el puesto asignado se cancela automáticamente y no se permite participar el año siguiente.

— Si tú ves esta orquídea de aquí es porque pasó un proceso fitosanitario en mi vivero, hubo un cultivo responsable y me dedique a ello. Sin embargo, algo que está pasando es que si ves alguna venta en la calle no sabes si esa orquídea está arrancada directamente del monte.

En eso coincide Milena Cárdenas, hija de una de las mujeres fundadoras y quien se crió recorriendo aquel mercado en cada evolución que tuvo. Ahora, por el amor que le tiene, pertenece a la cooperativa desde hace más de 20 años.

—A nosotros nos afecta ese mercado, pues cuando se monta un vivero no es plantar por plantar, sino que se pasa por un proceso de legalización, de estudios y demás, algo por lo que no pasa la competencia, por lo mismo sus plantas están mucho mas baratas que las nuestras. Además, esas plantas que puede que saquen en estado silvestre, al final terminan dañando tanto el ecosistema como a la misma planta, ya que no se le ofrecerá las mismas condiciones que tenía en su lugar de origen.

—Yo creo que hay un problema en por qué ellos hacen eso, y es porque a veces nos enfrentamos a un problema relacionado con la falta de bancos de semillas disponibles para comprar y germinar. Por ejemplo, yo he querido tratar de trabajar en esa área de semillas, pero el proceso legal y documental para obtener los permisos necesarios no es fácil — dice Burgos.

—Y luego te encuentras con aquellas aquellas personas que, en su inocencia, pensaron que estaban adquiriendo una planta en óptimas condiciones, quejándose porque esta se les marchito a los pocos días. Cuando pasa eso, muchos optan por no regresar al mercado de plantas o llegan a creer que carecen de habilidades para la jardinería, cuando no es así. — dice Cárdenas.

Cuando comenzó a llover, aquel sonido del agua al caer que ahogó las conversaciones de los presentes, resaltó lo que Luis Burgos, quien había estado callado, dijo con cierta melancolía:

— Creo que si una persona no tiene un trozo de Colombia consigo encapsulada en estas pequeñas amigas, nunca sabrá la verdadera belleza de pertenecer a esta tierra, no va a sentir como suya toda la biodiversidad que se dice tenemos.

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